Tormenta (9 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
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—¿El tirador ya tiene un blanco claro? —preguntó Crane.

—Intermitente.

—Entonces no hay ninguna razón para que no me dejen intentarlo.

Travers vaciló un segundo.

—De acuerdo, pero si amenaza al rehén, o intenta activar el detonador, tendré que ordenar que le peguen un tiro.

Crane hizo una señal con la cabeza a Bishop y camino despacio hasta llegar al cordón. Lo cruzó suavemente y se paro.

Siete metros más lejos, a la sombra del compartimiento, había un hombre con un mono naranja. Tenía los ojos enrojecidos y llorosos, y la barbilla sucia de mocos, saliva y espumarajos de sangre. La pechera naranja del mono estaba salpicada de vomito.≪¿Veneno?≫, se preguntó Crane con objetividad, pero a simple vista no se advertían indicios de dolor abdominal, parálisis u otros síntomas sistémicos.

El hombre sujetaba a una mujer de unos treinta años, menuda, con el pelo rubio oscuro y el mismo tipo de mono. El le rodeaba el cuello con un brazo, obligándola a erguir incómodamente la cabeza, a la vez que apretaba un destornillador contra su yugular. La rehén tenía los labios apretados y los ojos desorbitados por el miedo.

En la otra mano del hombre sobresalía una pastilla blanquecina de C4 y un detonador sin montar.

A esa distancia los gritos eran de una fuerza sorprendente, tan seguidos que Waite apenas podía respirar, ni Crane pensar.

≪Tranquilízalo hablando —decía el manual—. Cálmalo y que lo reduzcan.≫ Eso era muy fácil de decir. Crane había disuadido con palabras a un hombre a punto de arrojarse del puente George Washington, y a individuos que se metían una Luger en la oreja o mordían el cañón de una escopeta, pero nunca a alguien con una carga explosiva equivalente a diez granadas.

Respiro hondo dos veces y avanzo.

—En el fondo no quieres hacerlo —dijo.

La mirada huidiza del hombre se poso un momento en el. Los gritos continuaban.

—En el fondo no quieres hacerlo —repitió Crane, subiendo un poco el tono.

Los gritos le impedían oírse a si mismo. Dio otro paso.

Los ojos del hombre volvieron a enfocarle. Cogió con más fuerza a la rehén e hinco la punta del destornillador en su cuello.

Crane se quedó muy quieto; podía sentir la mirada suplicante de la rehén, que tenia el miedo grabado en las facciones. Al mismo tiempo se dio cuenta de lo vulnerable de su propia situación, y no le gustó. Estaba entre un cordón de militares y un hombre con una rehén y una pastilla de C4. Reprimió las ganas de retroceder.

Siguió inmóvil, pensando. Después de un rato se sentó lentamente en el suelo de metal, se quito un zapato después del otro y los dejó bien alineados. Lo mismo hizo con los calcetines, con una precisión maniática. Luego se estiro con la cabeza apoyada en las palmas de las manos.

En ese momento se dio cuenta de que en el hangar había cambiado algo. Ya no se oía nada, ni siquiera los gritos. Waite lo miraba fijamente, aunque seguía presionando peligrosamente el cuello de la rehén con el destornillador.

—Es mejor que no lo hagas —dijo Crane, en tono paciente y razonable—. Todos los problemas pueden arreglarse. No vale la pena hacerte daño, o hacérselo a otra persona. Solo empeoraría las cosas.

Waite no contestó. Se limito a seguir mirando con los ojos muy abiertos, y la respiración entrecortada.

—¿Que quieres? —preguntó Crane—. ¿Que podemos hacer para ayudarte?

La reacción de Waite fue gemir y tragar saliva con dificultad.

—Haced que paren —dijo.

—¿El que? —preguntó Crane.

—Los ruidos.

—¿Que ruidos?

—Aquellos —contestó Waite con una mezcla de susurro y sollozo—. Los ruidos que nunca… nunca paran.

—De los ruidos ya hablaremos. Podríamos…

Pero Waite volvía a gemir, con un lloriqueo cada vez más agudo y estridente. Faltaba poco para que volvieran a empezar los gritos.

Crane cogió rápidamente el cuello de su camisa y estiro hacia abajo. La tela se desgarro ruidosamente, a la vez que se oía como los botones caían al suelo. Crane se quito la camisa hecha jirones y la puso al lado de sus zapatos.

Waite volvía a observarlo.

—Podemos arreglarlo —dijo Crane—. Podemos hacer que paren los ruidos.

Waite, atento a sus palabras, empezó a llorar.

—Pero me estas poniendo muy nervioso con el detonador.

Cada vez lloraba más.

—A ella suéltala. Tenemos que enfrentarnos a los ruidos, no a ella.

Waite ya lloraba a moco tendido. Las lágrimas salían casi a chorro.

Crane había esperado con prudencia el momento justo para llamarlo por su nombre de pila. Decidió usarlo.

—Suéltala, Randall; suéltala, deja el explosivo y lo arreglaremos. Conseguiremos que cesen los ruidos. Te lo prometo.

De repente fue como si Randall se viniese abajo. Bajó lentamente el destornillador y dejó colgando la otra mano. El C4 cayó pesadamente al suelo. La rehén dio un grito y corrió hacia el cordón. Un policía militar que estaba de cuclillas en un lado se levantó como un rayo, recogió el C4 y se lo llevó.

Crane respiro hondo y se levantó despacio.

—Gracias, Randall —dijo—. Ahora ya podremos ayudarte. Ahora conseguiremos que paren los ruidos.

Dio un paso hacia delante.

Waite retrocedió, con los ojos peligrosamente en blanco.

—No! —dijo—. No pueden hacer que paren. ¿No lo entiende? !Nadie puede hacer que paren esos ruidos!

Y con un movimiento tan brusco como inesperado levantó el destornillador hacia su propio cuello.

—Detente! —exclamo Crane.

Pero justo en el momento en que iba a lanzarse hacia Waite vio horrorizado que la punta del destornillador desaparecía en la carne blanca del cuello.

11

Cuando Howard Asher llego a la sala de reuniones de la octava planta, el almirante Spartan ya estaba sentado, con las manos en el palisandro bruñido de la mesa. El almirante espero en silencio a que Asher cerrara la puerta y se sentase al otro lado.

—Vengo del centro médico —dijo Asher.

Spartan asintió.

—Waite tiene una doble herida de objeto punzante en el cuello, y ha perdido mucha sangre, pero esta estable. Sobrevivirá.

—No me ha convocado a una reunión de emergencia solo para eso —respondió Spartan.

—No, pero Waite es una de las razones de que le haya llamado.

Spartan no contestó. Se limito a observar a Asher con una mirada inescrutable de sus ojos oscuros. Fue un momento de silencio en el que Asher sintió que lo invadía la aprensión que había conseguido mantener a raya durante mucho tiempo.

La ciencia y el ejército formaban una extraña pareja. Asher sabía que en el mejor de los casos Deep Storm era un matrimonio de conveniencia. Por un lado, el y su equipo de científicos necesitaban la estación, y los inagotables recursos del gobierno, para emprender una excavación de aquella magnitud; por el otro, Spartan necesitaba científicos e ingenieros para planear la excavación y analizar los resultados. Sin embargo, los últimos acontecimientos (que nadie esperaba) estaban poniendo a prueba una relación ya frágil de por si.

La puerta se abrió y se cerró casi en silencio. Al volverse, Asher vio al comandante Korolis, que saludo con la cabeza y tomo asiento sin decir nada.

La aprensión de Asher aumento. Para el Korolis simbolizaba todo lo malo del proyecto: hermetismo, desinformación y propaganda. Dedujo que Waite debía de estar durmiendo sedado en el centro médico, ya que en caso contrario Korolis estaría a su lado, garantizando que el incidente ocurrido bajo la séptima planta no llegase a oídos no autorizados.

—Siga, doctor Asher —dijo Spartan.

Asher carraspeo.

—Waite solo es el caso más reciente y agudo de una serie de traumatismos médicos y psicológicos. Hace dos semanas que este Complejo sufre una alarmante sucesión de enfermedades en todos los sectores.

—Que es la razón de que llamara a Crane.

—Pedí a diversos especialistas —dijo Asher—. Uno en diagnósticos, otro en…

—Uno solo ya es riesgo suficiente —contestó Spartan con voz grave y pausada.

Asher respiro hondo.

—Mire… Cuando Waite se estabilice tendremos que trasladarlo a la superficie.

—Ni hablar.

La aprensión de Asher se empezó a teñir de irritación.

—¿Por que, exactamente?

—Lo sabe tan bien como yo. Esto es una instalación secreta que cumple una misión confidencial.

—Secreta! —exclamo Asher—. ! Confidencial! ¿Pero no lo entiende? Tenemos un problema médico grave. ! No se puede esconder debajo de la alfombra, como si no existiera!

—Doctor Asher, por favor… —Spartan dejó que su tono se endureciera un poco por primera vez—. Esta exagerando. Aquí hay un centro médico dotado de todo lo necesario, y con personal capacitado. Si cedí a su petición de traer un recurso adicional, fue en contra de mi opinión, y a pesar de la oposición del comandante Korolis, todo hay que decirlo.

Era un cebo, que Asher no mordió.

—Además —siguió diciendo Spartan—, no entiendo a que viene tanto pánico. ¿Han identificado algún conglomerado, usted o su famoso doctor Crane?

—Ya sabe que no.

—Pues entonces seamos sensatos. Muchos de sus científicos no están acostumbrados a trabajar en estas condiciones, sin poder salir del Complejo, viviendo en poco espacio, en un entorno laboral estresante… —Spartan movió una de sus fuertes manos—. Irritabilidad, insomnio, perdida de apetito… Son cosas previsibles.

—Ya, pero no se limita a los científicos —respondió Asher — También hay militares afectados. ¿Y las mini embolias? ¿Y las arritmias? ¿Y Waite?

—Se esta refiriendo a una parte muy pequeña de la población —dijo Korolis, en lo que era su primera intervención—. Cuando se junta a mucha gente siempre pasa algo.

—La cuestión es la siguiente —continuo Spartan—: no hay síntomas comunes. A este le duele una cosa, a aquella otra… Lo normal, vaya. Y el único caso grave es el de Waite. Lo siento, doctor Asher, pero es la pura verdad. Conclusión: no hay ningún brote y punto.

—Pero…

Asher se calló al ver la expresión de Spartan. Su mirada parecía decir: ≪Los científicos no pintan nada en una operación militar, como demuestran todas estas quejas≫.

Decidió cambiar de tema.

—Hay algo más.

Las cejas de Spartan se arquearon.

—Hoy ha venido a verme Paul Easton, el geólogo marino, y resulta que nos habíamos equivocado con la fecha.

—¿Con que fecha? —preguntó Spartan.

—La del sumergimiento.

Unos segundos de silencio.

Spartan cambió de postura.

—¿Equivocado? Cuanto?

—Mucho.

Korolis exhaló despacio entre los dientes. A Asher le pareció un silbido de serpiente.

—Concrete —acabo diciendo el almirante.

—Siempre habíamos supuesto (basándonos en la inspección visual preliminar, y en otros factores) que el sumergimiento se produjo hace diez mil años o más. Easton llevó un poco demasiado lejos la suposición y no se molesto en datar el yacimiento con la inversión magnética.

—¿La que? —dijo Korolis.

—Un método para datar el vulcanismo alrededor del yacimiento. No entrare en detalles científicos, pero… —Asher miró a Korolis de soslayo—. Una vez cada muchísimos años el campo magnético de la Tierra se invierte. Gira. El polo norte se convierte en sur y viceversa. Nuestra datación original del yacimiento lo situaba en la última inversión magnética, pero parece ser que nos equivocamos.

—¿Como lo sabe? —preguntó Spartan.

—Por que cuando se derrite la corteza terrestre las partículas de hierro giran y se alinean con el campo magnético del planeta. Después, cuando se enfría la roca, las partículas mantienen su alineación. En cierto modo es como las anillas de los arboles. Se pueden fechar los acontecimientos geológicos examinando la alineación.

—Quizá sea mucho más antiguo —dijo Korolis—, de hace dos inversiones magnéticas. Entonces el polo norte seguiría siendo norte, no?

—Exacto, pero el acontecimiento no es mucho más antiguo.

—O sea, que no era tan antiguo como creían ustedes —dijo Spartan.

Asher asintió con la cabeza.

—Ya que hemos llegado hasta aquí, deduzco que han conseguido establecer una fecha más exacta.

—Le he dicho a Easton que mande un vehículo con un magnetómetro muy sensible, capaz de medir con precisión como se orientan los campos magnéticos. Nuestro punto de partida eran muestras del yacimiento.

Spartan, ceñudo, volvió a cambiar de postura.

—¿Y?

—El yacimiento no tiene diez mil años, ni cincuenta mil. Tiene seiscientos años.

Se hizo un silencio gélido.

El primero en hablar fue Spartan.

—Este… descuido influye en nuestras posibilidades de éxito?

—No.

Asher creyó captar una expresión de alivio que solo altero muy fugazmente la mascara de inexpresividad del almirante.

—Entonces cual es la conclusión?

—Creía que era evidente. Ha pasado de ser un hecho de un pasado remoto a estar dentro de los límites de la historia escrita.

—¿Adonde quiere llegar, doctor? —dijo Korolis.

—¿Adonde? Pues a que es posible que la catástrofe tuviera testigos. Y que haya testimonios escritos.

—Entonces deberíamos mandar a un investigador —dijo Spartan.

—Ya lo he hecho.

Spartan frunció el entrecejo.

—¿Con las credenciales adecuadas? ¿Y la discreción?

—Sus credenciales son inmejorables; es un experto en historia medieval de Yale, que desconoce el motivo real de mi interés.

—Muy bien. —Spartan se levantó—. Bueno, si no tiene nada más que decirme le propongo que vuelva al centro médico para ver si el doctor Crane ha hecho un diagnóstico milagroso.

Asher también se levantó.

—Habría que dejarlo entrar —dijo en voz baja.

Las cejas de Spartan se arquearon.

—¿Como dice?

—Que habría que poner a Crane al corriente de todo. Necesitara acceder a los niveles restringidos. Sin límites. Y sin un ejército de policías militares.

—Imposible, doctor Asher —dijo Korolis—. No podemos correr un riesgo tan grande en materia de seguridad.

Asher siguió mirando al almirante.

—Crane necesita hablar con los pacientes, informarse de sus movimientos, buscar factores en común e identificar posibles elementos de riesgo. Como podrá hacerlo si sigue amordazado y con los ojos vendados?

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