—Perdone que le haga esta pregunta, pero la cúpula que nos rodea no es precisamente pequeña. Supongo que habrá despertado el interés de algún que otro gobierno extranjero.
—Por supuesto. Hemos orquestado minuciosamente una campaña de desinformación. Se supone que en estas coordenadas se hundió un submarino secreto de investigación, y ahora creen que estamos intentando recuperarlo; lo cual, como comprenderá, no impide que de vez en cuando pase algún submarino ruso o chino, lo que angustia a nuestra guarnición militar…
Pasaron al lado de una puerta con un escáner de retina, y a cada lado un marine con fusil. Asher no dio explicaciones. Tampoco Crane se las pidió.
—Ahora estamos en la planta doce —siguió explicando Asher—. Casi todo son servicios de apoyo para el resto del Complejo. En las plantas once y diez vive el personal, y también hay un polideportivo. A propósito, usted se alojara en la diez. Le hemos asignado el mismo baño que a Roger Corbett, el jefe de psiquiatría. La mayoría de las habitaciones comparten baño. Como puede imaginar, aquí escasea el espacio. Ya estamos al máximo de nuestra capacidad, y usted es una incorporación inesperada.
Se paro delante de un ascensor y pulsó el botón.
—La planta nueve es la de servicios al personal. También esta el centro médico, donde trabajara usted. En la planta ocho se encuentran los despachos de administración y toda la parte de investigación.
Un timbre suave precedió el susurro de las puertas al abrirse. Asher hizo señas a Crane de que entrase, y este lo siguió.
El ascensor era del mismo material extraño que el pasillo. En el panel había seis botones sin marcar. Asher pulsó el tercero desde arriba. El ascensor empezó a bajar.
—¿Por donde iba? Ah, si… La planta siete es la científica: centro informático y laboratorios de todo tipo.
Crane sacudió la cabeza.
—Es increíble.
Asher sonrió con tanto orgullo como si el Complejo fuera de su propiedad y no del gobierno.
—Me he saltado cientos de detalles que descubrirá usted mismo. Tenemos comedores con un servicio especializado en alta cocina, media docena de salones comunitarios y espacio para que vivan cómodamente más de cuatrocientas personas. Es como un pueblo a tres mil metros de la superficie del mar, lejos de miradas indiscretas, Peter.
—Oculto en el seno de los mares≫ —cito Crane.
Asher lo miró con curiosidad y una media sonrisa.
—Andrew Marvell, ¿verdad?
Crane asintió con la cabeza.
—
Bermudas.
—No me diga que es lector de poesía.
—De vez en cuando. Me acostumbré cuando pasaba mucho tiempo de inmersión en submarinos. Es mi vicio secreto.
En la cara de Asher, curtida por el viento, la sonrisa se amplió.
—Empieza a caerme bien, Peter.
Sonó otra vez el timbre del ascensor. Al abrirse, las puertas revelaron otro pasillo mucho más ancho y transitado que los anteriores. Crane se quedó atónito con la decoración. La moqueta era muy elegante, y todas las paredes estaban empapeladas, con cuadros al oleo enmarcados. Le recordó la recepción de un hotel de lujo. Pasaba gente uniformada y con batas de laboratorio, hablando. Todos tenían una identificación prendida a la solapa o al bolsillo de la camisa.
—El Complejo es una maravilla de ingeniería —añadió Asher—. Ha sido una enorme suerte poder disponer de el. En fin, ya estamos en la decima planta. Alguna pregunta más antes de que le muestre su habitación?
—Solo una. Me había dicho que había doce plantas, pero solo ha descrito seis, y este ascensor solo tiene seis botones. —Grane señaló el panel de control—. Y el resto de la estación?
—Ah… —Asher titubeo—. Las seis plantas inferiores son secretas.
—¿Secretas?
Asintió.
—Pero, ¿por que? ¿Que pasa abajo?
—Lo siento, Peter; me gustaría decírselo pero no puedo.
—No lo entiendo. ¿Por que no?
Asher no contestó. Se limito a sonreír otra vez, con una sonrisa entre compungida y cómplice.
Respecto a la parte residencial del Complejo, que a Crane le recordó un hotel de lujo, la novena planta tenía un ambiente más parecido al de un crucero.
Asher le dio una hora para ducharse y dejar el equipaje, antes de acompañarlo al centro médico.
—Ha llegado el momento de que conozca al resto de los presos —bromeo.
De camino lo obsequio con una breve visita guiada de la planta que había justo debajo de la suya, la que recibía el nombre oficial de Servicios al Personal.
No era un nombre que le hiciera justicia. Después de mostrarle al vuelo un teatro de cien butacas y una biblioteca digital muy bien surtida, Asher llevó a Crane a una gran plaza llena de gente. Se oía música, que salía de una especie de minúscula cafetería. Crane vio una pizzería al fondo, junto a un pequeño oasis de vegetación rodeado de bancos. Todo estaba miniaturizado para caber en el exiguo espacio del Complejo, pero lo habían hecho con tanta gracia que el ambiente no resultaba saturado ni claustrofóbico.
—La planta nueve esta organizada de una manera muy especial —dijo Asher—. Básicamente hay dos grandes pasillos perpendiculares. Alguien ha bautizado el cruce como Times Square.
—Interesante.
—Por allí se va a la zona multimedia y a la lavandería, y más allá esta el economato.
Asher señaló un escaparate que más que de un economato parecía de unos elegantes grandes almacenes.
Crane observo a los pequeños grupos de trabajadores que lo rodeaban. Algunos charlaban, otros bebían café en una mesita, leían o tecleaban en un ordenador portátil… Había uniformes militares, pero la mayoría de la gente iba vestida de calle o con bata de laboratorio. Sacudió la cabeza. Parecía inconcebible que tuviesen encima varios kilómetros de mar.
—Me parece mentira que el ejercito haya construido algo así —dijo.
Asher sonrió.
—Dudo que los diseñadores lo destinasen a esta función. De todos modos, recuerde que el proyecto durara varios meses, y que no se puede salir a menos que sea por algo muy grave. A diferencia de usted, la mayoría de los trabajadores no tiene experiencia en submarinos. Como nuestros científicos no están acostumbrados a vivir dentro de una caja de acero sin puertas ni ventanas, hacemos todo lo posible por hacerles la vida soportable.
Al aspirar el aroma de café recién molido que llegaba del bar, Crane pensó que era una vida francamente soportable.
Vio que al otro lado del pequeño parque había una pantalla plana muy grande, de unos tres metros por tres, frente a un grupo de bancos. Al observarla se dio cuenta de que en realidad se trataba de diversas pequeñas pantallas unidas en cuadricula para proyectar una sola imagen. Era una imagen borrosa de las profundidades marinas, en cuyas aguas, de un verde casi negro, flotaban peces muy raros, como de otro mundo: anguilas articuladas de manera extraña, medusas colosales, peces en forma de globo con un solo tentáculo en la cabeza… Reconoció algunas especies: el pez ogro, el rape abisal y el pez víbora.
—¿Es lo que hay en el exterior? —preguntó.
—Si, puede verse a través de una cámara que hay en el exterior de la cúpula. —Asher señaló la plaza con un gesto del brazo—. Muchos trabajadores vienen aquí a pasar el tiempo libre; se relajan en la biblioteca o ven películas interactivas en la zona multimedia. También esta muy concurrido el polideportivo de la decima planta. Recuérdeme que se lo muestre más tarde. También tendremos que ponerle el chip.
—¿Que chip?
—Un chip RFID.
—Identificación por radiofrecuencia? Es necesario?
—Aquí todo esta muy controlado. Me temo que si.
—¿Duele? —preguntó Crane, medio en broma medio en serio.
Asher se rio con socarronería.
—Es como un granito de arroz que se implanta subcutáneamente. Bueno, vamos al centro médico; nos están esperando Michelle y Roger. Es por allá, al final del pasillo.
Asher señaló con la mano derecha uno de los anchos pasillos. Al fondo, después del economato, del café y de media docena de accesos, Crane entrevió una doble puerta de cristal esmerilado con cruces rojas.
Volvió a percatarse de que Asher llevaba el brazo izquierdo pegado al cuerpo, y rígido.
—¿Le pasa algo en el brazo? —preguntó cuando ya estaban en el pasillo.
—Insuficiencia vascular de la extremidad superior.
—¿El dolor es intenso?
—No, no. Solo hay que tener un poco de cuidado.
—Si, por supuesto. ¿Desde cuando lo tiene?
—Hace poco más de un año. La doctora Bishop me ha recetado Comodín, y hago ejercicio con regularidad. En el polideportivo hay varias pistas de squash que no están nada mal.
Asher camino deprisa, como si tuviera ganas de cambiar de tema. Crane pensó que de no ser el director científico, su enfermedad probablemente le habría obligado a quedarse en tierra firme.
El centro médico seguía las mismas pautas que los espacios que ya había visto Crane: todo diseñado al milímetro para que cupiera el máximo de cosas en el mínimo espacio, pero sin que pareciese atiborrado. A diferencia de los hospitales normales, la luz era indirecta, e incluso suave, y se oía música clásica en todas partes, aunque no parecía salir de ningún punto en concreto. Al cruzar la sala de espera, Asher saludo al recepcionista con la cabeza.
—El centro médico es de ultima tecnología, como todo el Complejo —dijo, mientras llevaba a Crane por un archivo y un pasillo con moqueta—. Aparte del médico tenemos cuatro enfermeras, tres residentes, un especialista en nutrición y dos técnicos de laboratorio. Ah, y una unidad de urgencias con todo lo necesario. Hay instrumentos prácticamente para todas las pruebas que puedan ocurrírsele, desde una sencilla radiografía hasta escáneres de todo el cuerpo, y contamos con el refuerzo de un laboratorio muy completo de patología en la séptima planta.
—¿Camas?
—Cuarenta y ocho, con posibilidad de doblarlas en caso de necesidad, aunque esperemos que no haga falta, por que se paralizaría el trabajo. —Asher se detuvo delante de una puerta donde ponía: SALA DE REUNIONES B—. Ya hemos llegado.
Era una habitación pequeña, con una luz todavía más tenue que la de la sala de espera. En una pared había una gran pantalla de videoconferencia y en las otras, acuarelas inocuas, de paisajes y marinas. Casi todo el espacio lo ocupaba una gran mesa redonda, a la que estaban sentados un hombre y una mujer. Ambos llevaban uniformes de oficial bajo una bata blanca de laboratorio.
Al ver entrar a Crane, el hombre se levantó como un resorte.
—Roger Corbett —dijo, tendiendo la mano para estrechar la de Crane por encima de la mesa.
Era un hombre bajo, con poco pelo, entre castaño y gris, y unos ojos de un azul desvaído. Su barba, pequeña y muy bien recortada, era la que solían llevar los residentes de psiquiatría.
—Usted debe de ser el jefe de psiquiatría —dijo Crane durante el apretón—. Vamos a ser vecinos.
—Si, ya me lo han dicho.
La voz de Corbett era grave para su estatura. Tenía un hablar pausado, como si sopesara cada frase. Llevaba unas gafas redondas con montura fina y plateada.
—Perdone que irrumpa en su espacio vital.
—Mientras no ronque…
—No le prometo nada. Mejor que cierre la puerta.
Corbett se rio.
—Le presento a Michelle Bishop. —Asher señaló a la mujer sentada al otro lado de la mesa—. Doctora Bishop, el doctor Crane.
Ella asintió con la cabeza.
—Mucho gusto.
—Lo mismo digo —contestó Crane.
Era joven, delgada y tan alta como bajo era Corbett, con el pelo rubio oscuro y una mirada intensa; una mujer atractiva, pero sin exagerar. Crane supuso que se trataba de la responsable médica de la estación. Era interesante que no se hubiera levantado ni le hubiera tendido la mano.
—Siéntese, por favor, doctor Crane —dijo Corbett.
—Llámeme Peter.
Asher sonrió a los tres como un padre orgulloso.
—Peter, le dejó al cuidado de estas dos personas, que le pondrán al día de todo. Michelle, Roger, pasare más tarde.
Se despidió con un guiño y un gesto de la cabeza. Cerró la puerta al salir al pasillo.
—¿Le sirvo algo de beber, Peter? —preguntó Corbett.
—No, gracias.
—¿Algo para picar?
—No, de verdad, estoy bien. Cuanto antes vayamos al problema médico, mejor.
Corbett y Bishopp se miraron.
—En realidad no es
un
problema, doctor Crane —dijo Bishop—. Son varios.
—¿Ah, si? Bueno, en realidad no me sorprende. El síndrome de descompresión suele presentarse de diversas maneras, y si el de aquí es una variante…
El síndrome de descompresión también recibía el nombre de ≪enfermedad de Caisson≫, debido a que los primeros pacientes a quienes se les diagnosticó, a mediados del siglo XIX, trabajaban en entornos de aire comprimido, entre ellos el primer pozo de cimentación
(caisson)
que se excavaba en el lecho del East River de Nueva York para el puente de Brooklyn. Si los excavadores salían al aire libre demasiado deprisa después de haber trabajado bajo presión, se les formaban burbujas de nitrógeno en el torrente sanguíneo. Algunos de los síntomas eran dolor agudo en los brazos y las piernas. Teniendo en cuenta la profundidad a la que estaban trabajando allí, Crane intuía la presencia de algún tipo de síndrome de descompresión.
—Supongo que tienen una cámara de oxigenoterapia hiperbarica, o algún otro tipo de dispositivo de recompresion con el que hayan tratado a los pacientes… —dijo—. Si no les importa, me gustaría hablar directamente con los enfermos después de la reunión.
—Mire, doctor —dijo Bishop con voz tensa—, creo que iremos más deprisa si me deja resumir la sintomatología antes de dar nada por supuesto.
Sus palabras tomaron por sorpresa a Crane, que la miró sin explicarse a que venia tanta sequedad.
—Perdone si me precipito o le parezco impertinente, pero el viaje ha sido muy largo y tengo mucha curiosidad. Adelante.
—La primera vez que observamos algo raro fue hace unas dos semanas. Al principio parecía más psicológico que físico. Roger detecto un gran aumento de visitas sin cita previa.
Crane miró a Corbett.
—¿Con que síntomas?
—Algunos se quejaban de problemas para dormir —dijo Corbett—, y otros de malestar. También había un par de casos de trastornos de alimentación. La queja más habitual era que les costaba concentrarse en lo que hacían.