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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Tormenta

BOOK: Tormenta
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Una plataforma petrolera del Atlántico Norte solicita urgentemente la ayuda de un médico, el doctor Peter Crane; este, al llegar, se encuentra con un panorama desolador: un gran número de trabajadores sufren una confusa variedad de síntomas extraños. A pesar de que no consigue un diagnóstico claro, las investigaciones del doctor Crane revelan datos asombrosos. La plataforma se levanta sobre una estructura de muchos niveles habitada por científicos y técnicos que se dedican a un proyecto ultrasecreto: localizar e investigar los restos de una antigua y sofisticada civilización, la legendaria Atlántida. Para ello se ha construido un laboratorio dotado de la más avanzada tecnología, que les permite penetrar en la corteza terrestre hasta más de tres kilómetros de profundidad.

Para Crane empieza una aventura escalofriante, en la que la ciencia puntera se confunde con las pesadillas más siniestras… y quizá no totalmente imposibles.

Lincoln Child

Tormenta

ePUB v1.0

NitoStrad
02.05.12

Autor: Lincoln Child

Título:
Deep Storm

Traductor: Jofre Homedes Beutnagel

Primera edición: mayo de 2008

Para Luchie

Prólogo

Plataforma petrolífera Storm King

Frente a la costa de Groenlandia
.

Kevin Lindengood llego a la conclusión de que, para trabajar en una plataforma petrolífera, había que ser una persona muy especial; había que estar mal de la cabeza.

Mientras el, taciturno, miraba su consola del Centro de Control de Perforaciones, al otro lado del cristal blindado el Atlántico Norte era una ventisca en blanco y negro. La espuma corría en furiosos remolinos por su superficie.

Claro que el Atlántico Norte siempre parecía furioso. Daba lo mismo que la plataforma
Storm King
dominase el océano desde una altura de más de trescientos metros, por que la inmensidad del Atlántico la hacia parecer minúscula, como un juguete que en cualquier momento pudiera salir volando.

—¿Estado del raspador? —preguntó John Wherry, el director de la plataforma.

Lindengood echó un vistazo a la consola.

—Setenta y uno negativo, y subiendo.

—¿Estado del conducto?

—Todos los valores están dentro de la normalidad. No se ve nada inusual.

Volvió a mirar por la ventana, oscura y mojada.
Storm King
era la plataforma más septentrional de todo el campo petrolífero de Maury. Unos setenta kilómetros al norte había tierra firme, si es que Angmagssalik, Groenlandia, merecía ese nombre, pero en días como aquel costaba creer que pudiera haber algo más que mar en toda la superficie del planeta.

Decididamente había que ser un hombre extraño para trabajar en una plataforma petrolífera (por que siempre eran hombres, desgraciadamente). Por alguna razón las únicas mujeres que pisaban la plataforma eran relaciones públicas y personal de apoyo psicológico, que después de aterrizar en helicóptero y de asegurarse de que no hubiera nadie desquiciado o deprimido se iban lo antes posible. Era como si todos los recién llegados trajesen consigo su cuota de asignaturas pendientes, tics nerviosos o neurosis cuidadas con amor. Aunque pensándolo bien, ¿que podía impulsar a una persona a trabajar dentro de una caja metálica encaramada en palillos de acero sobre un mar helado, y a correr el riesgo de que en el momento menos pensado se la llevase al otro mundo una tormenta gigante? La respuesta habitual era el sueldo, pero había muchísimos empleos en tierra firme donde se pagaba casi lo mismo. La cruda realidad era que solo se llegaba a la plataforma huyendo de algo, o (peor aun) hacia algo.

El terminal pito.

—El raspador ha acabado de limpiar el dos.

—Muy bien —dijo Wherry.

En el terminal contiguo al de Lindengood, Fred Hicks hizo crujir los nudillos y cogió un mando incorporado a la consola.

—Situando el raspador sobre la boca del pozo tres.

Lindengood lo miró de reojo. Hicks, el técnico de guardia especialista en procesos, era un modelo perfecto. Tenía un iPod de primera generación que solo contenía las treinta y dos sonatas para piano de Beethoven. Las escuchaba constantemente, día y noche, tanto si trabajaba como si descansaba y, por si fuera poco, las tarareaba. Lindengood ya las conocía todas. De hecho, a fuerza de oírlas en la voz sibilante de Hicks, se las sabia de memoria, como prácticamente todo el mundo en
Storm King.

No era como para aficionarse a la música.

—Raspador en posición sobre el tres —dijo Hicks.

Se puso los auriculares y siguió tarareando la sonata
Waldstein.

—Bajadlo.

—Recibido.

Lindengood volvió a mirar su terminal.

Eran los únicos en todo el Centro de Control de Perforaciones. Aquella mañana la inmensa plataforma parecía una ciudad fantasma; las bombas estaban en silencio, y todo el personal (desde los encargados hasta el ultimo operario) descansaba en los camarotes, veía la tele por satélite en la sala común o jugaba al ping-pong o a la maquina. Como todos los últimos días de mes, la plataforma se había paralizado en espera de que los raspadores electromagnéticos limpiaran los conductos de perforación.

Los diez.

Pasaron diez minutos. Veinte. El canturreo de Hicks cambio de ritmo, a la vez que adquiría cierta rapidez nasal. Estaba claro que ya no tenia puesta la sonata
Waldstein,
sino la
Hammerklavier.

Lindengood hizo unos cálculos mentales mirando la pantalla. El fondo marino estaba a más de tres mil metros, y el campo petrolífero como mínimo a trescientos más. Tres mil trescientos metros de tubos que limpiar; y a el, como técnico de producción, le correspondía subir y bajar el raspador bajo la atenta mirada del director de la plataforma.

La vida era maravillosa.

Fue como si Wherry le leyera el pensamiento, por que dijo:

—¿Estado del raspador?

—Dos mil seiscientos cincuenta metros y bajando.

Cuando llegase al fondo del tercer conducto (el que más se adentraba en el fondo marino), el raspador haría una pausa y volvería a subir muy despacio, con lo que iniciaría el lento y tedioso proceso de limpieza e inspección.

Lindengood miró disimuladamente a Wherry. El jefe era la confirmación de su teoría acerca de las personas especiales. Debían de haberle pegado más de la cuenta en el patio del colegio, por que tenía un grave problema de autoridad. Normalmente los jefes eran gente discreta y relajada; sabían que vivir en la plataforma no era ninguna juerga, y hacían todo lo posible por facilitar las cosas a sus hombres. En cambio Wherry era como una reencarnación del capitán Bligh: nunca estaba contento con el trabajo de nadie; a los operarios y a los técnicos de baja graduación los trataba como a perros, y te abría un expediente por cualquier tontería. Solo le faltaba el bastón y un…

De repente empezó a pitar la consola de Hicks, que se inclino para leer los valores bajo la indiferente mirada de Lindengood.

—Tenemos un problema con el raspador —dijo Hicks con mala cara, quitándose los auriculares—. Se ha estropeado.

—¿Qué? —Wherry se acercó a mirar la pantalla de control—. Demasiada presión?

—No. Es la señal, que no se puede leer. Nunca lo había visto.

—Reinícialo —dijo Wherry.

—Ahora mismo. —Hicks hizo unos ajustes en la consola—. Ya estamos otra vez. Vuelve a fallar.

—¿Otra vez? ¿Tan deprisa? !Mierda! —Wherry se volvió hacia Lindengood como un resorte—. Corta la alimentación del electroimán y haz un inventario de sistema.

Lindengood obedeció con un profundo suspiro. Aun quedaban siete conductos. Si a esas alturas el raspador ya hacia cosas raras, seguro que a Wherry le daba un ataque y…

Se quedó petrificado. No podía ser. Imposible.

Con la mirada fija en la pantalla, cogió la manga de Wherry y la estiro.

—John…

—¿Que pasa?

—Mira los sensores.

El jefe se acercó a mirar los datos del sensor.

—¿Pero, que es esto? .No acabo de decirte que apagaras el electroimán?

—Ya lo he hecho. Esta apagado.

—¿Qué?

—Míralo tu mismo —dijo Lindengood.

Tenia la lengua seca, y una extraña sensación en la boca del estomago.

El jefe prestó más atención a los controles.

—Entonces ¿de donde salen estos…?

Enmudeció de golpe y se irguió muy despacio, mientras su cara palidecía a la luz azulada de la pantalla de cátodo frio.

—Dios mío…

Veinte meses más tarde
1

Parecía una cigüeña, pensó Peter Crane, una enorme y blanca cigüeña posada en el mar, de patas ridículamente finas. La semejanza, sin embargo, fue desapareciendo a medida que se acercaba el helicóptero y la silueta se recortaba más nítida en el horizonte. Las patas engordaron hasta convertirse en grandes torres tubulares de acero y hormigón. El cuerpo se convirtió en una superestructura de varios niveles erizada de quemadores y turbinas, y entrecruzada de cables y vigas. En cuanto al objeto alargado de la parte superior, el que parecía el cuello, lo definió como una mezcla de grúa y torre de perforación que dominaba la superestructura desde una altura de un par de centenares de metros.

Cuando estuvieron cerca de la plataforma, el piloto la señaló y levantó dos dedos. Crane asintió con la cabeza.

Era un día luminoso y sin nubes. Crane entorno los ojos para observar el mar a su alrededor. Estaba cansado y desorientado por el viaje. Primero el vuelo regular desde Miami a Nueva York, después el viaje a Reikiavik en un Gulfstream G150 privado, y ahora el helicóptero. Lo único que no se dejaba embotar por el cansancio era su curiosidad, que iba en aumento.

Mas que el hecho de que a Amalgamated Shale le interesara tenerle de asesor (aspecto que podía entender), le sorprendían las prisas de la empresa por que lo dejara todo y se desplazara cuanto antes a la plataforma
Storm King,
por no hablar de un detalle tan extraño como la abundancia de técnicos e ingenieros que había en la delegación islandesa de AmShale, en vez de los habituales perforadores y operarios.

A todo ello se añadía otro detalle: que el piloto del helicóptero no era empleado de AmShale. Llevaba uniforme del ejército, e iba armado.

Cuando empezaron a bajar al helipuerto, dando un giro cerrado por alrededor de la plataforma, Crane se dio cuenta por primera vez de la magnitud de la instalación. Solo la subestructura era como un edificio de ocho pisos. La plataforma superior estaba cubierta por un laberinto de unidades modulares en el que la vista se perdía. Algunos hombres con uniformes amarillos de seguridad comprobaban el estado de las juntas o manipulaban los equipos de bombeo, apenas visibles entre la enorme maquinaria. Abajo, muy abajo, el océano acumulaba espuma alrededor de los pilares de la subestructura, donde esta desaparecía para iniciar su recorrido de miles de metros hasta el fondo marino.

El helicóptero voló más despacio, giro y se poso en el hexágono verde de la zona de aterrizaje. Al recoger su equipaje, Crane vio que alguien les esperaba al borde del helipuerto; era una mujer alta y delgada, con una chaqueta impermeable. Crane dio las gracias al piloto, abrió la puerta y se agachó instintivamente al pasar bajo las palas; lo recibió un aire frio y tonificante.

BOOK: Tormenta
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