Tormenta (32 page)

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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
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Spartan no contestó.

Crane suspiró al cabo de un rato.

—Tiene razón, solo son conjeturas. Es imposible demostrar de modo concluyente que hay debajo del Moho sin atravesarlo, pero eso es como decir que una granada es una conjetura hasta que se arranca la espoleta.

Spartan se empeñaba en no responder.

—Mire —siguió Crane, percibiendo el tono de urgencia de su propia voz—, yo no se que hay abajo exactamente; lo único que se es que es de una peligrosidad inimaginable. ¿Vale la pena poner la Tierra en peligro para averiguarlo? Por que eso es lo que nos jugamos.

Por fin Spartan salió de su mutismo.

—¿Usted esta convencido de ello?

—Me jugaría la vida.

—Y de que borraran adrede el disco duro de Asher… ¿También esta seguro?

Crane asintió.

—Parece que sus capacidades se extienden más allá de la profesión médica. Ha recuperado usted solo los datos?

Crane titubeo.

—Me han ayudado.

—Ya. —El almirante Spartan lo miró con la misma expresión inescrutable—. Por casualidad sabe donde esta Hui Ping?

Crane mantuvo un tono neutro.

—Ni idea.

—Bueno, doctor, gracias.

Crane parpadeo.

—Perdón?

—Ya puede irse. Ahora estoy muy ocupado.

—Pero todo lo que he dicho…

—Pensare en ello.

Crane miró con incredulidad a Spartan.

—¿Que pensara en ello? Dentro de uno o dos descensos será demasiado tarde para pensar en lo que sea. —Hizo una pausa—. Almirante, aquí hay más en juego que su misión y que lo que pueda haber al final del pozo. Dentro del Complejo hay muchas vidas en peligro. Su deber también le liga a esas personas. Es responsable de ellas, y merecen que examine mis conclusiones y el informe que estoy preparando, por muy remota que sea la posibilidad de que sean ciertos. El riesgo es demasiado alto para no hacerlo.

—Puede retirarse, doctor Crane.

—Yo ya he hecho mi trabajo. Ya he resuelto el misterio. !Haga usted el suyo! Detenga esta insensatez y salve el Complejo, o me…

Crane tuvo la vaga conciencia de que había levantado la voz, y de que algunas cabezas empezaban a volverse hacia ellos. Se calló de golpe.

—¿O qué? —preguntó Spartan.

Crane no contestó.

—Me alegro de oír que ha hecho su trabajo. Ahora, doctor, le aconsejo que salga por su propio pie del Complejo de Perforación si no quiere que le haga acompañar por un destacamento armado.

Crane se quedó un momento donde estaba, petrificado de rabia e incredulidad. Después, sin añadir palabra, dio media vuelta y salió de la sala de observación.

45

Sentada a la mesa de su ordenado despacho, Michelle Bishopp miraba atentamente una radiografía en la pantalla, con el pelo rubio oscuro cayendo sobre sus ojos y la barbilla apoyada en unas uñas cuidadosamente pintadas.

A pocos centímetros de su codo sonó el teléfono, haciendo trizas el silencio. Dio un respingo y lo cogió.

—Centro médico, Bishopp.

—¿Michelle? Soy Peter.

—¿Doctor Crane?

Frunció el entrecejo. Era su voz, en efecto, pero en vez de con su flema habitual, al borde de la pereza, hablaba deprisa, entrecortadamente. Apago el monitor y se apoyó en el respaldo mientras la pantalla se volvía negra.

—Estoy en la enfermería provisional del nivel cuatro. Necesito urgentemente que me ayude.

—De acuerdo.

Una pausa.

—¿Esta bien? Parece… distraída.

—Si, muy bien —dijo Bishopp.

—Tenemos una crisis entre manos. —Otra pausa más larga—. Ahora mismo no puedo explicárselo, pero lo de abajo… no es la Atlántida.

—Si, ya lo suponía.

—He descubierto que el objetivo de la excavación es algo increíblemente peligroso.

—¿Que es?

—No puedo decírselo, al menos de momento. No hay tiempo que perder. Tenemos que pararle los pies a Spartan como sea. Voy a explicarle lo que debería hacer. Reúna a los científicos y técnicos que mejor conozca. Racionales y no militares. Gente sensata y de confianza. Se le ocurre algún nombre?

Bishopp vaciló un poco.

—Si, Gene Vanderbilt, el jefe de Investigación Oceanográfica. Y también…

—Perfecto. Cuando los haya reunido llámeme al móvil y subiré a explicarlo todo.

—¿Que ocurre, Peter? —preguntó.

—Ya lo he resuelto. Ya se por que enferma la gente. Se lo he contado a Spartan pero no me ha hecho caso. Si no podemos convencer a Spartan, tendremos que mandar un mensaje a la superficie contándoles que pasa aquí abajo para que ejerzan la máxima autoridad. Podría hacerlo?

Bishopp no contestó.

—Oiga, Michelle, ya se que no hemos sido precisamente uña y carne, pero ahora esta en juego la seguridad de todo el Complejo, y puede que mucho más. Ahora que Asher ya no esta, necesito ayuda de su equipo, de los que creían en el y en lo que representaba. Los hombres de Spartan se hallan solo a días u horas de alcanzar su objetivo. Debemos impedir que a las personas que tenemos a nuestro cuidado les ocurra nada malo. Como mínimo tenemos que intentarlo. Me ayudara?

—Si —murmuro ella.

—¿Cuanto tardara?

Se quedó callada, paseando la vista por la habitación.

—No mucho, entre un cuarto de hora y media hora.

—Se que lo conseguirá.

Se mordió un poco los labios.

—O sea, que Spartan no piensa parar la excavación?

—Ya lo conoce. Yo he hecho todo lo que he podido.

—Si el no lo hace motu proprio, nadie podrá convencerlo.

—Hay que intentarlo. ¿Me llamara en cuanto pueda, verdad?

—Por supuesto.

—Gracias, Michelle.

La llamada se corto en seco.

El despacho quedó otra vez en silencio. Bishopp permaneció unos sesenta segundos sin moverse de la silla, mirando el teléfono, hasta que lentamente lo dejó en la base con una expresión pensativa, casi de resignación.

46

Las habitaciones del almirante Spartan en el nivel once eran relativamente cómodas para lo que era habitual en el Complejo, y aun parecían mayores por la austeridad del mobiliario. El conjunto (despacho, dormitorio y sala de reuniones) se caracterizaba por una decoración rígida y militar. En vez de cuadros había condecoraciones, y una bandera americana que colgaba flácida junto a un escritorio muy pulido. Detrás, un solo estante con diversos manuales de la Marina y tratados de estrategia y táctica, así como media docena de traducciones de obras de la Antigüedad que constituían la única ventana visible a la intimidad de Spartan: los
Anales
y las
Historias
de Tacito, el
Strategikon
del emperador Mauricio y el relato de Tucidides sobre la guerra del Peloponeso.

Korolis ya había visto todo aquello en otras ocasiones. Mientras su ojo bueno absorbía los detalles, el otro se extravió en las nieblas de la miopía. Cerró la puerta sin hacer ruido y entro.

El almirante estaba en el centro de la habitación, de espaldas a el. Se volvió al oírlo. Korolis se detuvo, sorprendido. Acababa de ver por encima del hombro de Spartan uno de los centinelas descubiertos durante la excavación. Flotaba plácidamente en medio de la sala, señalando con su luz blanca las tuberías del techo metálico. Parecía que el almirante lo hubiera estado estudiando.

Se dijo que en el fondo no tenia nada de raro. Desde hacia un par de días el almirante no era el mismo de siempre. Normalmente aceptaba sus consejos sin preguntar, de una manera casi automática, mientras que últimamente no le hacia caso y en algunas cuestiones casi lo reprendía, como hizo cuando le propuso meter a Ping en el calabozo. Su cambio de actitud parecía remontarse al incidente de la Canica Uno. A menos que el almirante también estuviera afectado por…

Korolis decidió no llevar su razonamiento hasta su conclusión lógica.

Spartan lo saludo con la cabeza.

—Siéntese.

Korolis pasó al lado del centinela sin mirarlo y se sentó en una de las dos sillas que había frente a la gran mesa del almirante. Spartan la rodeo para ocupar despacio su sillón de cuero.

—Estamos cumpliendo las previsiones —dijo Korolis—. Mejor dicho, vamos muy adelantados. Desde el ajuste de funciones ya no ha habido más… hummm… fallos. Es verdad que funcionar en modo manual, con operaciones de control en los procesos más importantes, ha ralentizado un poco la perforación, pero ha sido compensado por la falta de xenolitos en el sedimento, y…

Spartan levantó una mano, dejando a Korolis con la frase en la boca.

—Ya es suficiente, comandante.

Korolis dio otro pequeño respingo de sorpresa. Había dado por supuesto que el almirante lo llamaba para el acostumbrado parte. Para disimular su turbación cogió un pisapapeles de la mesa (una gran bita de metal, reliquia de la fragata
Vigilant,
de la guerra de Independencia) y le dio vueltas en sus manos.

Siguió un momento de silencio, en el que Spartan se peino su pelo gris plomo con una de sus recias manos.

—¿Cuando esta programado que vuelva la Canica Dos?

—La hora estimada son las diez cero cero. —Korolis dejó el pisapapeles en su sitio y miró su reloj—. Dentro de cincuenta minutos.

—Cuando hayan sacado a la tripulación y ya estén hechas las comprobaciones habituales, aparque la Canica Dos y dígale al equipo de la Canica Tres que espere hasta nueva orden.

Korolis frunció el entrecejo.

—No estoy seguro de haberle oído bien, señor. Que la Canica Tres espere hasta nueva orden?

—Correcto.

—¿Cuanto tiempo?

—Aun no puedo decírselo.

—¿Que ha pasado? ¿Le han enviado algún comunicado del Pentágono?

—No.

Korolis se humedeció los labios.

—Disculpe, señor, pero ya que debo ordenar que detengan la excavación le agradecería que me lo explicase.

Spartan puso cara de meditarlo.

—Ha venido a verme el doctor Crane.

—Crane, señor?

—Cree que ha encontrado la causa de los problemas médicos.

—¿Y?

—Esta relacionada con las señales emitidas por la anomalía. Esta preparando un informe. Entonces sabremos los detalles.

Korolis se quedó un momento callado.

—Lo siento, pero me he perdido. Aunque Crane tuviera razón, que tiene que ver la causa de las enfermedades con la excavación?

—Durante su investigación ha descubierto algo más, la traducción de las señales extraterrestres.

—La traducción —repitió Korolis.

—Según él son un aviso.

—Lo mismo que creía Asher. Crane era su mandado. Nunca han tenido pruebas.

Spartan escudriño a Korolis un momento.

—Es posible que ahora las tengan. Por otra parte, es curioso que mencione a Asher, por que resulta que el punto de partida del descubrimiento de Crane han sido los datos de su ordenador portátil.

—Imposible!

Korolis no había podido reprimirse.

—¿De verdad? —El tono de Spartan se suavizo, incluso se dulcifico—. ¿Por que?

—Por… por los daños que sufrió en el incendio. Es imposible que el ordenador funcionara.

—Pues resulta que además del incendio, siempre según Crane, alguien desmagnetizo el disco duro. —La expresión del almirante seguía siendo indagadora—. ¿Usted sabe algo de eso?

—Claro que no. De todos modos, no parece posible que Crane sacara datos del disco duro, por que el portátil estaba destrozado por el fuego.

—Lo ayudaron.

—¿Quien?

—No ha querido decírmelo.

—Para mi que todo eso son chorradas. ¿Como sabe que no se lo inventa?

—Si fuera su intención no habría esperado tanto a decírmelo, cosa que por otro lado no se en que le beneficia. En cualquier caso, sus descubrimientos son de una coherencia que da mucho que pensar.

Korolis se dio cuenta de que respiraba deprisa. Sintió un escalofrió muy desagradable por todo el cuerpo, seguido al poco tiempo por una sensación de intenso calor. Su frente se perlo de sudor.

Se irguió en la silla.

—Señor —dijo—, debo pedirle que se replantee su decisión. Solo faltan una o dos inmersiones para llegar al Moho.

—Razón de más para ser prudentes, comandante.

—Es que estamos tan cerca, señor… No podemos parar.

—Ya vio lo que pasó con la Canica Uno. Hemos tardado dieciocho meses en llegar donde estamos, y no quiero poner en peligro todos nuestros avances. Por un par de días no pasa nada.

—Puede pasar por una hora. ¿Quien sabe lo que traman los gobiernos extranjeros? Hay que bajar lo antes posible y sacar todo lo que podamos, antes de que el saboteador haga otra intentona.

—No pienso arriesgar todo el proyecto por decisiones apresuradas o impetuosas.

—Señor! —exclamo Korolis.

—Comandante!

Spartan solo alzo un poco la voz, pero el efecto fue impresionante. Korolis hizo el esfuerzo de guardar silencio, a la vez que su respiración se volvía aun más rápida y superficial.

Spartan volvía a escrutarle.

—No tiene muy buen aspecto —dijo el almirante con serenidad—. No tengo más remedio que preguntarme si no le estará afectando la misma enfermedad que se ha extendido por todo el Complejo.

Aquella conjetura (irónicamente tan cercana al propio diagnóstico de Korolis sobre Spartan) despertó un arrebato de autentica ira en el comandante. No le había confiado a nadie que últimamente tenia cada vez más dolor de cabeza. Estaba seguro de que solo era fruto de la tensión. Se aferro a los brazos de la silla con algo parecido a la ferocidad.

—Le aseguro que tengo tantas ganas como usted de llegar hasta la anomalía —añadió Spartan—, pero si trajimos al doctor Crane fue por algo. Yo participe en su elección, y ahora no tengo más remedio que prestar atención a sus averiguaciones. Reuniré a un equipo de nuestros mejores científicos militares para que examine sus conclusiones. Entonces sabremos que hacer. De momento quiero que vaya a ver a la doctora Bishopp para un inf…

Con un movimiento repentino, a medias instintivo e inconsciente, Korolis salto de la silla, cogió del escritorio la pesada bita y se la estrello a Spartan en la sien. El almirante se quedó pálido, con los ojos completamente en blanco, y se desplomo desde la silla al suelo.

Korolis permaneció casi un minuto a su lado, jadeando, hasta que recuperó la calma y dejó el pisapapeles en la mesa. Después se aliso la pechera de la camisa, miró el teléfono, puso en orden sus ideas y cogió el auricular para marcar un número.

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