Tormenta de Espadas (112 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Tormenta de Espadas
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«Es la lluvia. Sólo lluvia. Nada más.»

—¡Hemos llegado hasta aquí! —gritó. La voz le salió aguda y temerosa, era la voz de una niñita—. Robb está en el castillo, y mi madre también. ¡La puerta está abierta! —Ya no salía ningún Frey a caballo. «He recorrido un camino tan largo...»—. Tenemos que buscar a mi madre.

—Mocosa idiota. —El fuego centelleaba contra las fauces de su casco y hacía brillar los dientes de acero—. Si entras ahí no volverás a salir. Puede que Frey te deje besar el cadáver de tu madre.

—A lo mejor la podemos salvar...

—A lo mejor la puedes salvar tú. Yo todavía no me he cansado de la vida. —Cabalgó hacia ella, la acorraló contra el carromato—. Puedes quedarte o venir, loba. Puedes vivir o morir. Tú...

Arya se dio media vuelta y salió corriendo hacia la puerta. El rastrillo empezaba a bajar, aunque muy despacio.

«Tengo que correr más. —Pero el lodo la demoraba, y luego estaba el agua—. Corre rápida como un lobo. —El puente levadizo empezaba a izarse, el agua lo recorría deslizándose como una sábana y el barro caía en gruesos pegotes—. Más deprisa.» Oyó un chapoteo estrepitoso y volvió la vista;
Extraño
trotaba en pos de ella, levantando el agua a su paso. También vio el hacha, todavía manchada de sangre y de sesos.

Y Arya corrió. Ya no corría por su hermano, ni siquiera por su madre, corría por ella. Corrió más deprisa que en toda su vida, con la cabeza gacha y los pies chapoteando en el río, corrió huyendo de él como debió de correr Mycah.

El hacha la alcanzó en la nuca.

TYRION (6)

Cenaron, como casi siempre, a solas.

—Los guisantes están demasiado hechos —se atrevió a decir su esposa en un momento dado.

—No importa —replicó él—, así hacen juego con el cordero.

No era más que una broma, pero Sansa creyó que se trataba de una crítica.

—Lo siento mucho, mi señor...

—¿Por qué? El que debería sentirlo es el cocinero, no tú. Los guisantes no son responsabilidad tuya, Sansa.

—Siento... siento que mi señor esposo esté descontento.

—El descontento que siento no tiene nada que ver con los guisantes. Los que me tienen descontento son Joffrey, mi hermana, mi señor padre y trescientos dornienses de mierda.

Había instalado al príncipe Oberyn y a sus señores en una torre albarrana de cara a la ciudad, tan lejos de los Tyrell como era posible sin echarlos de la Fortaleza Roja. La distancia resultó del todo insuficiente. Ya había habido una pelea en un tenderete de calderos del Lecho de Pulgas, que acabó con la muerte de un soldado de los Tyrell y con dos de Lord Gargalen con quemaduras graves, así como un duro enfrentamiento en el patio cuando la anciana madre de Mace Tyrell llamó a Ellaria Arena «la puta de la serpiente». Cada vez que se cruzaba con Oberyn Martell, el príncipe le preguntaba cuándo se serviría la justicia. Los guisantes demasiado hechos eran el menor de los problemas de Tyrion, pero no veía motivos para transmitir aquella carga a su joven esposa. Sansa ya tenía suficiente con su tristeza.

—Los guisantes están bien —le dijo, cortante—. Son verdes y redondos, ¿qué más se puede esperar de unos guisantes? Mira, voy a repetir para complacer a mi señora.

Hizo una señal, y Podrick Payne le puso en el plato tantos guisantes que Tyrion perdió de vista el trozo de carnero.

«Seré idiota... —se dijo—. Ahora me los tendré que comer todos o lo volverá a sentir.»

La cena terminó en un silencio tenso, como tan a menudo sucedía. Después, mientras Pod retiraba las copas y los platos, Sansa pidió permiso a Tyrion para ir a visitar el bosque de dioses.

—Como quieras.

Se había acostumbrado a las devociones nocturnas de su esposa. También rezaba en el sept real, y a menudo encendía velas a la Madre, a la Doncella y a la Vieja. A decir verdad, a Tyrion tanta piedad le parecía excesiva, pero si él estuviera en el lugar de Sansa también buscaría la ayuda de los dioses.

—He de confesar que no sé gran cosa sobre los antiguos dioses —dijo en un intento de ser agradable—. Tal vez algún día me puedas enseñar. Y podría acompañarte...

—No —replicó Sansa al momento—. Eres... muy amable, pero... no hay ceremonias, mi señor. No hay sacerdotes, ni canciones, ni velas... Sólo árboles y plegaria silenciosa. Os aburriríais.

—Es cierto, tienes razón. —«Me conoce mejor de lo que creía»—. Aunque el crujido de las hojas sería un cambio agradable, en vez de los canturreos de cualquier septon sobre los siete aspectos de la gracia. —Tyrion le hizo un gesto de despedida—. No me entrometeré. Abrígate bien, mi señora, afuera hace mucho viento.

Estuvo a punto de preguntarle qué pedía en sus oraciones, pero Sansa era tan obediente que podía decirle la verdad, y la verdad era lo que menos quería saber en aquel tema.

Cuando su esposa salió volvió al trabajo de rastrear unos cuantos dragones de oro en el laberinto que eran los libros de cuentas de Meñique. Petyr Baelish no había sido partidario de dejar que el oro acumulara polvo, eso sin duda. Pero, cuanto más intentaba buscar sentido a su contabilidad, más le dolía la cabeza a Tyrion. Estaba muy bien eso de hablar de poner a criar a los dragones en vez de encerrarlos en cofres, pero algunas de las empresas comerciales olían peor que el pescado de la semana anterior.

«No habría dejado que Joffrey tirase a los Hombres Astados por la muralla si hubiera sabido cuánto dinero debían a la corona esos cabrones.» Había enviado a Bronn a buscar a sus herederos, pero mucho se temía que obtendría los mismos resultados si le sacaba las tripas a una dorada buscando oro.

Cuando le llegó la llamada de su padre fue la primera vez en su vida que Tyrion se alegró de ver a Ser Boros Blount. Agradecido, cerró los libros de cuentas, apagó de un soplido la lámpara de aceite, se echó una capa sobre los hombros y anduvo, oscilando al ritmo que le imponían sus piernas deformes, por el castillo hacia la Torre de la Mano. Como le había dicho a Sansa hacía mucho viento y el aire olía a lluvia. Tal vez cuando terminara la reunión con Lord Tywin debería ir al bosque de dioses para llevarla a casa antes de que se empapara.

Pero todo se le borró de la cabeza cuando entró en las habitaciones de la Mano y se encontró a Cersei, a Ser Kevan y al Gran Maestre Pycelle reunidos en torno a Lord Tywin y al rey. Joffrey casi daba saltos de alegría y Cersei lucía una sonrisita de orgullo, aunque Lord Tywin parecía tan sombrío como siempre.

«A veces creo que no podría sonreír ni aunque quisiera.»

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tyrion.

Su padre le tendió un rollo de pergamino. Lo habían estirado, pero aún tendía a enroscarse. «Roslin ha pescado una trucha bien gorda —decía el mensaje—. Sus hermanos le dieron un par de pieles de lobo como regalo de bodas.» Tyrion le dio la vuelta para examinar el sello roto. La cera era color gris plata, y le habían grabado los torreones gemelos de la Casa Frey.

—¿El señor del Cruce tiene una vena poética? ¿O nos manda esto para confundirnos? —bufó—. La trucha debe de ser Edmure Tully y las pieles...

—¡Está muerto! —Joffrey parecía tan feliz y orgulloso como si hubiera despellejado a Robb Stark con sus propias manos.

«Primero Greyjoy y ahora Stark. —Tyrion pensó en la niña que era su esposa, que en aquel mismo momento rezaba en el bosque de dioses—. Orando a los dioses de su padre para que le den la victoria a su hermano y velen por su madre, seguro.» Al parecer los antiguos dioses no prestaban más atención que los nuevos a las oraciones. Tal vez le serviría de consuelo.

—Este otoño los reyes caen como hojas —dijo—. Parece que nuestra guerrita se está ganando sola.

—Las guerras no se ganan solas, Tyrion —dijo Cersei con venenosa dulzura—. Nuestro señor padre ha ganado esta guerra.

—No hay nada ganado mientras queden enemigos en pie —les advirtió Lord Tywin.

—Los señores de los ríos no son idiotas —insistió la reina—. Sin los norteños no tienen la menor esperanza de resistir contra las fuerzas unidas de Altojardín, Roca Casterly y Dorne. Seguro que elegirán someterse antes de que los derroten.

—La mayor parte, sí —asintió Lord Tywin—. Aguasdulces se rebelará, pero mientras Walder Frey tenga como rehén a Edmure Tully, el Pez Negro no representará una amenaza para nosotros. Jason Mallister y Tytos Blackwood lucharán aunque sólo sea por honor, pero los Frey pueden mantener a los Mallister inmovilizados en Varamar, y estoy seguro de que, con el incentivo oportuno, se puede convencer a Jonos Bracken para que cambie de bando y ataque a los Blackwood. Al final doblarán la rodilla, sí. Mi intención es imponer unas condiciones generosas. Todo castillo que se rinda será respetado excepto uno.

—¿Harrenhal? —preguntó Tyrion, que conocía a su padre.

—El reino estará mejor sin la Compañía Audaz. He ordenado a Ser Gregor que pase a todo el castillo por la espada.

«Gregor Clegane.» Por lo visto, su señor padre tenía intención de extraer de la Montaña hasta el último trocito de mineral antes de entregarlo a la justicia dorniense. Las cabezas de los Compañeros Audaces acabarían clavadas en picas, y Meñique entraría en Harrenhal sin siquiera haberse manchado sus hermosas ropas con una gota de sangre. Se preguntó si Petyr Baelish habría llegado ya al Valle. «Si los dioses son bondadosos, se habrá tropezado con alguna tormenta en el mar y habrá naufragado.» Pero ¿cuándo habían sido bondadosos los dioses?

—Habría que pasarlos por la espada a todos —declaró Joffrey de repente—. A los Mallister, a los Blackwood, a los Bracken... ¡a todos! Son unos traidores. Quiero verlos muertos, abuelo. Nada de condiciones generosas. —Se volvió hacia el Gran Maestre Pycelle—. Y también quiero la cabeza de Robb Stark. Escribid a Lord Frey y decídselo. El rey lo ordena. Voy a hacer que se la sirvan a Sansa en mi banquete de bodas.

—Señor, esa dama es ahora vuestra tía —dijo Ser Kevan, conmocionado.

—Es una broma. —Cersei sonrió—. Joff no lo ha dicho en serio.

—Sí que lo he dicho en serio —insistió Joffrey—. Era un traidor y quiero su cabeza, ¿entendido? Obligaré a Sansa a darle un beso.

—No —intervino Tyrion con voz ronca—. Sansa ya no está en tu poder para que la sigas atormentando. Entérate de una vez, monstruo.

—Aquí el único monstruo eres tú, tío —dijo Joffrey con una mueca burlona.

—¿De verdad? —Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado—. Entonces harías bien en hablarme con más educación. Los monstruos son bestias peligrosas y, últimamente, los reyes mueren como moscas.

—Sólo por decir eso, podría cortarte la lengua —dijo el niño al tiempo que se ponía rojo—. Soy el rey.

—Deja que el enano amenace cuanto quiera, Joff —dijo Cersei rodeando los hombros de su hijo con un gesto protector—. Así mi señor padre y mi tío verán cómo es.

Lord Tywin no le hizo el menor caso y miró a Joffrey.

—Aerys también se pasaba el día recordándole a todo el mundo que era el rey. Y era muy aficionado a cortar lenguas, igual que tú. Podrías preguntárselo a Ser Ilyn Payne, aunque no te respondería.

—Ser Ilyn jamás se atrevió a provocar a Aerys como tu Gnomo provoca a Joff —dijo Cersei—. Ya lo has oído. Ha llamado monstruo a Su Alteza. Al rey. Y lo ha amenazado...

—Cállate, Cersei. Joffrey, cuando tus enemigos te desafíen debes responderles con acero y fuego. Pero, cuando se pongan de rodillas, debes ayudarlos a levantarse. De lo contrario nadie volverá a arrodillarse ante ti. Y si alguien tiene que decir «yo soy el rey», es que no es el rey. Aerys no lo llegó a entender, pero tú lo entenderás. Una vez gane la guerra para ti, restauraremos la paz del rey y la justicia del rey. Tú sólo te tienes que preocupar de desvirgar a Margaery Tyrell.

Joffrey llevaba su habitual mueca hosca dibujada en la cara. Cersei lo tenía agarrado por los hombros, aunque tal vez habría hecho mejor en sujetarlo por el cuello. El chico los sorprendió a todos. En vez de arrastrarse hasta debajo de su roca, Joff se levantó, desafiante.

—Hablas mucho de Aerys, abuelo, pero la verdad es que le tenías miedo.

«Vaya, vaya, esto se pone interesante», pensó Tyrion.

Lord Tywin observó a su nieto en silencio, en sus ojos color verde claro brillaban motas doradas.

—Pídele perdón a tu abuelo —dijo Cersei.

—¿Por qué? —preguntó el chico librándose de sus manos—. Es verdad, lo sabe todo el mundo. Mi padre ganó todas las batallas. Mató al príncipe Rhaegar y se hizo con la corona, mientras tu padre, madre, se escondía bajo Roca Casterly. —Lanzó una mirada retadora a su abuelo—. Un rey fuerte se comporta con osadía, no se limita a hablar.

—Gracias por compartir tu sabiduría, Alteza —dijo Lord Tywin con una cortesía tan gélida que fue como si a todos se les helaran los oídos—. Ser Kevan, el rey parece cansado. Es hora de que se retire a sus habitaciones. Pycelle, haría falta alguna poción suave para que Su Alteza descanse bien.

—¿Vino del sueño, mi señor?

—No quiero vino del sueño —se empecinó Joffrey.

—Vino del sueño, sí. —Lord Tywin habría prestado más atención a un ratón que chillara en una esquina—. Cersei, Tyrion, quedaos.

Ser Kevan se llevó a Joffrey firmemente agarrado por el brazo y abrió la puerta, tras la que esperaban dos hombres de la Guardia Real. El Gran Maestre Pycelle se escabulló tras ellos tan deprisa como le permitieron las viejas piernas temblorosas. Tyrion se quedó donde estaba.

—Lo siento mucho, padre —dijo Cersei una vez se hubo cerrado la puerta—. Joff siempre ha sido obstinado, ya te lo advertí...

—Hay mucha diferencia entre ser obstinado y ser imbécil. «Un rey fuerte actúa con osadía». ¿De dónde ha sacado eso?

—De mí no, te lo prometo —se defendió Cersei—. Debe de ser algo que le oyó decir a Robert.

—Lo de que te escondiste debajo de Roca Casterly parece cosa de Robert, sí —señaló Tyrion, que no quería que Lord Tywin se olvidara de ese detalle.

—Sí, ya lo recuerdo —dijo Cersei—. Robert le decía muchas veces a Joff que un rey tiene que ser osado.

—¿Y mientras, qué le estabas diciendo tú, «reza»? —preguntó Lord Tywin—. No estoy librando una guerra para sentar en el Trono de Hierro a Robert II. Me diste a entender que no le importaba nada su padre.

—¿Por qué le iba a importar? Robert no le hacía el menor caso. Hasta le habría pegado si yo se lo hubiera permitido. Ese salvaje con el que me obligaste a casarme le dio un golpe una vez, tan fuerte que le saltó dos dientes de leche, por no sé qué travesura que había hecho con un gato. Le dije que si le volvía a poner la mano encima lo mataría mientras dormía, y no lo volvió a hacer, pero a veces decía cosas...

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