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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (22 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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—Hay en circulación más dólares de los que debería haber —reconoció Alex—. Nadie que tenga sentido económico puede dudarlo.

Lewis asintió, torvo.

—También hay más deudas de las que nunca se podrán pagar; y la deuda se expande, como una burbuja gigantesca. Los gobiernos norteamericanos han gastado salvajemente millones, han pedido prestado de manera loca, amontonando deudas más allá de lo creíble, y después han usado la imprenta para crear más papel moneda y más inflación. Y la gente, los individuos han seguido ese ejemplo —Lewis hizo un gesto hacia la carroza fúnebre—. Los banqueros como Ben Rosselli han contribuido a apilar deudas sobre deudas. Tú también, Alex, haces lo mismo con las cómodas tarjetas de crédito y los préstamos facilitados. ¿Cuándo aprenderá la gente la lección de que
no hay
deudas fáciles? Repito, como nación y como individuos, los norteamericanos han perdido lo que alguna vez tuvieron: cordura financiera.

—Por si te interesa, Margot —dijo Edwina—, debo comunicarte que Lewis y yo rara vez discutimos de asuntos bancarios. Estamos más tranquilos en casa de esa manera.

Margot sonrió:

—Lewis, hablas exactamente como tu periódico.

—Es —dijo él— como el batir en un cuarto vacío, donde nadie escucha.

Edwina dijo bruscamente:

—Será un entierro blanco.

Se inclinó hacia adelante, y miró por las ventanillas empañadas del coche hacia la nieve de afuera, que ahora caía pesadamente. Las calles suburbanas estaban resbaladizas por la nieve recién caída, el cortejo disminuyó la marcha y la patrulla de motocicletas moderó también la velocidad, por motivos de seguridad.

Alex comprendió que el cementerio estaba apenas a media milla.

Lewis D'Orsey añadía una postdata:

—Para la mayoría de la gente, toda esperanza ha desaparecido, el juego del dinero ha terminado. Los ahorros, las pensiones y las inversiones a interés fijo están empezando a carecer de valor; hace cinco horas que el reloj marcó la medianoche. A partir de ahora será un sálvese quien pueda, habrá un tiempo en el que se podrá sobrevivir, y los individuos se revolverán buscando salvavidas financieros. Y hay maneras de beneficiarse con la desdicha general. En caso de que te interese, Margot, encontrarás descripciones en mi último libro,
Depresiones y Desastres: cómo aprovecharlos para hacer Dinero
. A propósito: se está vendiendo muy bien.

—Si no te molesta —dijo Margot— declino el ofrecimiento. Me parece que una cosa así es como monopolizar la vacuna en una epidemia de peste bubónica.

Alex había vuelto la espalda a los demás y espiaba por el parabrisas. A veces, pensaba, Lewis se ponía teatral e iba demasiado lejos. Pero, generalmente, una corriente subterránea de buen sentido y solidez impregnaba todo lo que decía. Así había sucedido hoy. Y Lewis
podía
tener razón en cuanto a una futura crisis financiera. Si ocurría, iba a ser la más desastrosa de la historia.

Y no era Lewis D'Orsey el único que la presentía. Algunos eruditos financieros compartían sus puntos de vista, aunque era gente poco popular y de quien se burlaban con frecuencia, quizá porque nadie quería creer en un apocalipsis de condenación… los banqueros menos que nadie.

Pero era casual que los pensamientos de Alex tendieran últimamente a seguir dos de los consejos de Lewis. Uno era la necesidad de mayor parquedad y de ahorro… motivo por el cual Alex había urgido poner el énfasis en los depósitos de ahorro en su disertación ante la Dirección hacía una semana. El segundo era la inquietud sobre las crecientes deudas individuales resultado del crédito proliferado, incluido, especialmente, el de las tarjetas plásticas.

Se volvió otra vez y miró a Lewis:

—Si creyeras lo que crees… es decir, que se prepara pronto una crisis… y suponiendo que fueras un depositante o ahorrista común en dólares norteamericanos: ¿en qué clase de banco te gustaría tener tu dinero?

Lewis contestó sin vacilar:

—En un gran banco. Cuando llega una crisis, los bancos pequeños son los primeros que fallan. Sucedió en el veintitantos, cuando los bancos pequeños cayeron como moscas, y sucederá de nuevo, porque los bancos pequeños no tienen bastante dinero en efectivo para sobrevivir al pánico y a la fuga de moneda. A propósito: ¡olvídate del seguro federal para los depósitos! El dinero disponible es menos del uno por ciento de todos los depósitos bancarios, ni remotamente suficiente como para cubrir una cadena nacional de quiebras bancarias.

Lewis meditó un momento y prosiguió.

—Pero los bancos pequeños no serán los únicos que quebrarán esta vez. Algunos de los grandes también se vendrán abajo… los que tengan muchos millones clavados en grandes préstamos industriales; junto a una proporción elevada de depósitos internacionales… dinero caliente, que puede desaparecer de la noche a la mañana; habrá muy poca liquidez, cuando los depositantes asustados quieran dinero en efectivo. Así que, si yo fuera tu depositante mítico, Alex, estudiaría las páginas de balance de los grandes bancos, después elegiría uno con un promedio de préstamos y depósitos bajos y una amplia base de depositantes domésticos.

—Muy bien —dijo Edwina—. Sucede que el FMA reúne todas esas condiciones.

Alex asintió.

—Por el momento.

Pero el cuadro podía cambiar; pensó, si los planes de Roscoe Heyward de nuevos y masivos préstamos para la industria eran aceptados por la Dirección.

El pensamiento le recordó que los directores del banco debían volver a reunirse, dentro de dos días, para continuar la reunión interrumpida hacía una semana.

Ahora el coche disminuyó la marcha y avanzó. Habían llegado al cementerio y marchaban por sus caminos.

Las puertas de los otros coches se abrían, emergían las figuras, bajo paraguas, arrebujadas en los cuellos, inclinadas contra la fría nieve que seguía cayendo. Sacaron el ataúd del coche fúnebre. Pronto quedó también cubierto de nieve.

Margot agarró el brazo de Alex, con los D'Orsey, se unió a los otros, en la tranquila procesión que siguió a Ben Rosselli a su tumba.

Capítulo
17

Por acuerdo previo Roscoe Heyward y Alex Vandervoort no asistieron a la nueva reunión de la Dirección. Ambos esperaron ser convocados en sus despachos.

La convocatoria llegó poco antes del mediodía, dos horas después de iniciada la discusión de la Dirección. También fue llamado a la sala de conferencias el vicepresidente de relaciones públicas, Dick French, encargado de dar a la prensa el anuncio del nombramiento del nuevo presidente del FMA.

El jefe de publicidad ya tenía preparadas dos noticias con las fotografías que las acompañaban:

Los respectivos titulares eran:

ROSCOE D. HEYWARD

PRESIDENTE DEL FIRST MERCANTILE AMERICAN

ALEXANDER VANDERVOORT

PRESIDENTE DEL FIRST MERCANTILE AMERICAN

Los sobres estaban dirigidos. Los mensajeros habían sido alertados. Los primeros ejemplares de una u otra resolución iban a ser entregados esta tarde a los servicios telegráficos, los diarios locales, las estaciones de radio y de televisión. Muchas más saldrían por correo expreso esa misma noche.

Heyward y Alex llegaron juntos a la sala de reunión. Se deslizaron en sus asientos habituales, vacantes en ese momento, junto a la gran mesa ovalada.

El vicepresidente de relaciones públicas quedó detrás del jefe de la reunión, Jerome Patterton.

Fue el director más antiguo del servicio, el honorable Harold Austin, quien anunció la decisión de la Dirección.

Dijo que, Jerome Patterton, hasta ese momento viceconsejero, pasaba a ser de inmediato presidente del First Mercantile American.

Mientras se hacía el anuncio, el mismo nombrado pareció un poco apabullado.

El vicepresidente de relaciones públicas dijo, sin ser oído:

—¡Ah, mierda!

Más tarde, aquel mismo día, Jerome Patterton tuvo dos conversaciones por separado con Heyward y Vandervoort.

—Soy un Papa interino —informó a cada uno—. Como ustedes saben no he buscado esta tarea. Ustedes saben, y también lo saben los directores, que sólo me faltan trece meses para jubilarme. Pero el consejo rector había llegado a un punto muerto con ustedes dos y, al elegirme, ha ganado tiempo antes de tener que decidirse. Lo que sucederá entonces, lo sé yo tanto como ustedes. Entretanto, sin embargo, espero hacer lo mejor y necesito la ayuda de ambos. Sé que la obtendré, porque será ventajoso para cada uno de ustedes. Fuera de esto, lo único que prometo es un año interesante.

Capítulo
18

Incluso antes que se iniciaran las excavaciones, Margot Bracken estaba relacionada con el Forum East. En primer lugar era consejera legal de un grupo de ciudadanos que hizo una campaña para poner en marcha el proyecto, y más adelante, desempeñó el mismo papel en la Asociación de Inquilinos. También dio ayuda legal a algunas familias durante el desarrollo, y lo hizo mediante un pago pequeño o ningún pago. Margot iba con frecuencia al Forum East y, al hacerlo, llegó a conocer a muchos de los que allí vivían, incluida Juanita Núñez.

Tres días después del entierro de Rosselli —un sábado por la mañana— Margot encontró a Juanita en el almacén, que formaba parte del mercado de compras del Forum East.

El complejo del Forum East había sido planeado como una comunidad homogénea con bajos costos de alquiler, apartamentos atractivos, casitas y viejos edificios remodelados. Había canchas deportivas, un cine, un auditorio, al igual que tiendas y cafés. Los edificios ya terminados estaban unidos por tres alamedas y pasos elevados —muchas ideas habían sido tomadas del Golden Gateway de San Francisco y del Barbican de Londres—. Otras partes del proyecto estaban aún en construcción, con nuevas adiciones planeadas, que esperaban financiación.

—¿Qué tal, mistress Núñez? —dijo Margot—. ¿Quiere que tomemos café?

En una terraza cerca del almacén bebieron un express y charlaron… sobre Juanita, su hija Estela, que esa mañana había ido a una clase de ballet de las que costeaba la comunidad, y que se desarrollaba en el Forum East. Juanita y su marido Carlos habían estado entre los primeros inquilinos de la construcción, y ocupaban un pequeño apartamento en uno de los viejos edificios rehabilitados, y había sido poco después de mudarse allí cuando su marido había partido con destino desconocido. Hasta el momento Juanita no se había movido.

Pero arreglarse era muy difícil, confesó.

—Todos aquí tenemos el mismo problema. Cada mes el dinero compra menos. ¡Qué inflación! ¿Dónde va a terminar?

Según Lewis D'Orsey, reflexionó Margot, todo iba a terminar en desastre y anarquía. Guardó para sí la idea, aunque recordó la conversación de tres días atrás, entre Lewis, Edwina y Alex.

—He oído —dijo— que usted tuvo un problema en el banco donde trabaja.

La cara de Juanita se ensombreció. Por un momento pareció a punto de llorar y Margot dijo, apurada:

—Perdón, tal vez no debí preguntarle.

—No, no… es que… recordar de pronto… de todos modos la cosa ha pasado. Pero, si quiere se lo contaré.

—Una cosa que debería usted saber sobre nosotros los abogados —dijo Margot— es que siempre metemos la nariz en todas partes.

Juanita sonrió, pero se puso seria al describir la pérdida de los seis mil dólares y la pesadilla de cuarenta y ocho horas, hechas de sospechas e interrogatorios. Mientras Margot escuchaba, su rabia, nunca muy lejos de la superficie, afloró.

—El banco no tenía derecho a presionarla sin que tuviera usted un abogado que la defendiera. ¿Por qué no me llamó?

—No se me ocurrió —dijo Juanita.

—Eso es lo malo. La mayoría de la gente inocente no lo hace… —Margot meditó unos momentos, y añadió—: Edwina D'Orsey es mi prima. Hablaré con ella de esto.

Juanita quedó atónita.

—No lo sabía. Pero no lo haga, por favor. Después de todo fue mistress D'Orsey quien descubrió la verdad.

—Bien —concedió Margot—, si no quiere que lo haga, no lo haré. Pero hablaré con otra persona que usted no conoce. Y recuerde esto: si alguna vez vuelve a estar en dificultades, sobre
cualquier
cosa, llámeme. Estaré allí para ayudarla.

—Gracias —dijo Juanita—, si sucede, lo haré. De verdad lo haré.

—Si el banco hubiera despedido a Juanita Núñez —dijo esa noche Margot a Alex Vandervoort— le hubiera aconsejado que os llevara a juicio, y hubiera cobrado… bastante.

—Podías muy bien haberlo hecho —concedió Alex. Iban a bailar y a cenar y él conducía el Volkswagen de Margot—. Especialmente cuando saliera la verdad sobre el ladrón de Eastin, como iba a surgir finalmente. Por fortuna, los instintos femeninos de Edwina actuaron, salvándonos de los tuyos.

—Eres un petulante.

El tono de él cambió.

—Tienes razón y no debería serlo. El hecho es que nos hemos portado suciamente con la chica Núñez y todos los que han estado en ello lo saben. Yo lo sé porque he leído todo lo referente al caso. También lo ha hecho Edwina. Y Nolan Wainwright. Pero, por suerte, no pasó nada malo. Mistress Núñez sigue en su empleo, y el banco ha aprendido algo que le ayudará a portarse mejor en el futuro.

—Eso me parece mejor —dijo Margot.

Dejaron allí la cosa, lo que, dada la natural tendencia de ambos a la discusión, era todo un logro.

Capítulo
19

En la semana antes de Navidad, Miles Eastin compareció ante los tribunales acusado de robo en cinco cuentas separadas. Cuatro de las acusaciones suponían transacciones fraudulentas en el banco, de las que se había beneficiado; formaban un total de trece mil dólares. La quinta acusación se refería al robo de caja de seis mil dólares.

El juicio era ante el honorable juez Winslow Underwood, acompañado de un jurado.

Por consejo del abogado —un joven bien intencionado pero sin experiencia, nombrado por el tribunal cuando se demostró que los recursos personales de Eastin eran nulos— se inició una defensa basada en la no culpabilidad. Pero el consejo resultó ser malo. Un abogado de más experiencia, ante la cantidad de pruebas, hubiera reconocido la culpa, y tal vez hubiera llegado a un acuerdo con el acusador, antes de permitir que ciertos detalles —principalmente la tentativa de Eastin de acusar a Juanita Núñez— fueran revelados ante el tribunal.

Pero, tal como estaban las cosas, todo salió a la luz.

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