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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (54 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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—Será más sencillo que lea esto —y Alex dejó el informe de Jax sobre el escritorio del presidente.

—Lo leeré después —dijo Patterton—. Pero ahora
dígame
qué es esto y de qué se trata.

Alex explicó los rumores sobre la Supranational que le había comunicado Lewis D'Orsey, y la decisión de Alex de usar a un detective privado: Vernon Jax.

—Lo que Jax ha informado en total completa el cuadro —declaró Alex—. Anoche y esta mañana he estado telefoneando, confirmando algunas de las afirmaciones por separado. Todas han sido comprobadas. La verdad es que buena parte de lo informado hubiera podido ser descubierto por cualquiera que hubiera investigado con paciencia… pero nadie lo hizo o, hasta ahora, reunió las piezas del rompecabezas. Además de esto, Jax ha obtenido información confidencial, incluso documentos, y presumo que…

Patterton interrumpió irritado:

—Está bien, está bien. No importa. Dígame cuál es el contenido.

—Se lo diré en dos palabras: la Supranational no tiene dinero. En los últimos tres años la corporación ha tenido enormes pérdidas y ha sobrevivido por el prestigio y el crédito. Ha habido tremendos préstamos para pagar deudas; nuevos préstamos para pagar las
nuevas
deudas; después nuevamente han pedido prestado, más y más. Lo que les hace falta es verdadero dinero al contado.

Patterton protestó:

—Pero la SuNatCo ha informado excelentes ganancias, año tras año, y nunca ha perdido un dividendo.

—Ahora parece que los últimos dividendos han sido pagados con préstamos. Lo demás son cuentas falsas. Todos sabemos que pueden hacerse. Muchas de las compañías más grandes y reputadas usan los mismos métodos.

El presidente del banco pesó la afirmación, después dijo, sombrío:

—Había una época en la cual la presencia de un contador en una declaración financiera representaba integridad. Pero ya no es así.

—Aquí —Alex tocó el informe que estaba ante ellos en el escritorio— hay ejemplos de lo que estamos hablando. Uno de los peores es el de la Horizon Land Development. Es una subsidiaria de la SuNatCo.

—Ya lo sé, ya lo sé.

—Entonces también debe saber que la Horizon tiene grandes propiedades de tierras en Texas, Arizona, Canadá. La mayoría de los contratos de tierra son remotos, tal vez han sido hechos hace más de una generación. Lo que la Horizon ha estado haciendo es vender a especuladores, aceptando pequeños pagos con acuerdos limitados, y proyectando el pago de toda la cantidad, hacia un futuro lejano. En dos acuerdos, los pagos totales que representan ochenta millones de dólares, se completarán dentro de cuarenta años… bien avanzado el siglo veintiuno. Es probable que esos pagos nunca se realicen. Sin embargo, en las páginas de balance de la Horizon y la Supranational, esos ochenta millones se presentan como ganancias corrientes. Éstos son nada más que dos acuerdos. Hay más, aunque más pequeños, donde se usan los mismos cuentos chinos. Y lo que pasa en una subsidiaria de la SuNatCo se ha repetido en otras.

Alex hizo una pausa, después añadió:

—Todo esto, naturalmente, ha servido para que las cosas parezcan mayores en el papel y para levantar… de manera poco realista… el precio en el mercado de las acciones de la Supranational.

—Alguien ha hecho así una fortuna —dijo con acritud Patterton—, desgraciadamente no somos nosotros. ¿Hay alguna idea de la extensión de los préstamos de la SuNatCo?

—Sí. Parece que Jax se las arregló para echar un vistazo a algunos informes de impuestos que muestran deducciones de intereses. Su cálculo de las deudas a corto plazo, incluyendo las subsidiarias, es de mil millones de dólares. De esto parece que hay quinientos millones en préstamos bancarios. El resto son papeles comerciales a 90 días, que han sido renovados continuamente.

Los papeles comerciales, como ambos hombres sabían, representaban intereses y estaban apoyados en la reputación del que había pedido prestado. El «renovar continuamente» representaba más pagarés para pagar los primeros, además de los intereses.

—Pero están cerca del límite de lo que pueden pedir prestado —dijo Alex—. O, por lo menos, es lo que Jax cree. Uno de los síntomas que he comprobado personalmente es que los compradores de papeles comerciales empiezan a inquietarse.

Patterton murmuró:

—Es la forma en que se vino abajo la Penn Central. Todos creían que la compañía ferroviaria era sólida… las mejores acciones para comprar y tener, junto con la IBM y la General Motors. Y bruscamente, en un día, la Penn Central entró en el barco que se hunde, fue borrada, liquidada.

—A otros grandes nombres les ha pasado lo mismo —recordó Alex.

La misma idea estaba en la mente de ambos: ¿después de la Supranational… iba a añadirse a la lista el nombre del banco First Mercantile American?

La cara rubicunda de Patterton se había puesto pálida. Apeló a Alex:

—¿En qué estamos? —Ya no pretendía dirigir. El presidente del banco se apoyaba con todo su peso en su compañero más joven.

—Todo depende de cuánto tiempo pueda mantenerse a flote la Supranational. Si pueden mantenerse varios meses, es posible que pase ignorada la venta que hemos hecho hoy de sus acciones, y la brecha abierta contra la ley del Federal Reserve respecto al préstamo podrá pasar sin ser investigada. Si la caída es rápida, estaremos en graves dificultades… con el Servicio Secreto encima por no haber revelado lo que sabíamos, con el Procurador del Tesoro persiguiéndonos por abuso de confianza y, en cuanto al préstamo, tendremos encima al Federal Reserve. Además, me parece inútil recordárselo, estaremos frente a una pérdida de cincuenta millones de dólares, y ya sabe usted lo que esto representa para la declaración de ganancias de este año, de manera que habrá accionistas furiosos que pedirán la cabeza de alguien. Además, puede haber acciones legales contra los directores.

—¡Jesús! —repitió Patterton—. ¡Jesucristo! —Sacó un pañuelo y se secó la cara y la cabeza, en forma de huevo.

Alex siguió, imperturbable.

—Hay otra cosa que debemos considerar… la publicidad. Si la Supranational se hunde habrá investigaciones. Pero aún antes, la prensa estará detrás de la historia y habrá investigaciones por su cuenta. Algunos periodistas financieros son muy buenos para esto. Cuando empiecen las averiguaciones, es poco posible que nuestro banco deje de llamar la atención, y la cantidad de nuestras pérdidas será conocida y publicada. Es el tipo de noticias que inquieta a los depositantes. Pueden provocar retiros en masa.

—¿Quiere usted decir que retiren todo el dinero del banco? No puedo creerlo.

—Pues créalo. Ha pasado en otras partes… recuerde el Franklin, de Nueva York. A un depositante lo único que le importa es dónde está seguro su dinero. Si uno cree que no lo está… lo retira cuanto antes.

Patterton bebió más agua, luego se dejó caer en el sillón. Parecía aún más pálido.

—Sugiero —dijo Alex— que convoque usted inmediatamente al Comité de Política Monetaria y que nos concentremos, en los días siguientes, en alcanzar el máximo de liquidez. De esta manera estaremos preparados si hay un súbito retiro de dinero.

Patterton asintió.

—Está bien.

—Fuera de eso no queda mucho por hacer, como no sea rezar —por primera vez desde su llegada Alex sonrió—. Tal vez convendría que Roscoe se ocupara de eso.

—¡
Roscoe
! —dijo Patterton, y bruscamente recordó—. Él estudió las cifras de la Supranational, recomendó el préstamo, aseguró que todo era magnífico.

—Roscoe no estaba solo —señaló Alex—. Usted y la Dirección le apoyaron. Y varios otros estudiaron las cifras y llegaron a la misma conclusión.

—Pero no usted.

—Yo estaba inquieto, tal vez desconfiaba algo. Pero no tenía idea de que la SuNatCo estuviera metida en un lío semejante.

Patterton tomó el teléfono que había usado antes.

—Dígale a míster Heyward que venga —una pausa y después Patterton exclamó—. No me importa aunque esté con Dios. Quiero que venga ahora —colgó con fuerza el aparato y se secó otra vez la cara.

La puerta del despacho se abrió suavemente y entró Heyward.

—Buenos días, Jerome —dijo, e hizo a Alex una fría inclinación de cabeza.

Patterton gruñó:

—Cierre la puerta.

Aparentemente sorprendido, Heyward lo hizo.

—Me han dicho que era urgente. Si no es así, quisiera saber…

—Dígale lo de la Supranational, Alex —dijo Patterton.

La cara de Heyward se heló.

Tranquilamente, indicando los hechos, Alex repitió lo esencial del informe de Jax. Su rabia de la noche anterior y de la mañana… rabia ante la miope tontería y avidez que había llevado al banco al borde del desastre, le había dejado ahora. Sólo sentía pena de que pudiera perderse tanto, de que tanto esfuerzo fuera malgastado. Recordó, con nostalgia, los proyectos dignos que habían sido reducidos para que el dinero pudiera canalizarse en el préstamo a la Supranational. Por lo menos, pensó, Ben Rosselli, al morir, se había salvado de vivir este momento.

Patterton asintió.

—Está bien.

—Fuera de eso no queda mucho por hacer, como no sea rezar —por primera vez desde su llegada Alex sonrió—. Tal vez convendría que Roscoe se ocupara de eso.

—¡
Roscoe
! —dijo Patterton, y bruscamente recordó—. Él estudió las cifras de la Supranational, recomendó el préstamo, aseguró que todo era magnífico.

—Roscoe no estaba solo —señaló Alex—. Usted y la Dirección le apoyaron. Y varios otros estudiaron las cifras y llegaron a la misma conclusión.

—Pero no usted.

—Yo estaba inquieto, tal vez desconfiaba algo. Pero no tenía idea de que la SuNatCo estuviera metida en un lío semejante.

Patterton tomó el teléfono que había usado antes.

—Dígale a míster Heyward que venga —una pausa y después Patterton exclamó—. No me importa aunque esté con Dios. Quiero que venga ahora —colgó con fuerza el aparato y se secó otra vez la cara.

La puerta del despacho se abrió suavemente y entró Heyward.

—Buenos días, Jerome —dijo, e hizo a Alex una fría inclinación de cabeza.

Patterton gruñó:

—Cierre la puerta.

Aparentemente sorprendido, Heyward lo hizo.

—Me han dicho que era urgente. Si no es así, quisiera saber…

—Dígale lo de la Supranational, Alex —dijo Patterton.

La cara de Heyward se heló.

Tranquilamente, indicando los hechos, Alex repitió lo esencial del informe de Jax. Su rabia de la noche anterior y de la mañana… rabia ante la miope tontería y avidez que había llevado al banco al borde del desastre, le había dejado ahora. Sólo sentía pena de que pudiera perderse tanto, de que tanto esfuerzo fuera malgastado. Recordó, con nostalgia, los proyectos dignos que habían sido reducidos para que el dinero pudiera canalizarse en el préstamo a la Supranational. Por lo menos, pensó, Ben Rosselli, al morir, se había salvado de vivir este momento.

Roscoe Heyward le sorprendió. Había esperado antagonismo, un estallido. No lo hubo. En lugar de esto Heyward escuchó tranquilamente, intercalando a veces alguna pregunta, y no hizo comentarios. Alex sospechó que lo que él decía ampliaba algunas informaciones que Heyward había recibido, o adivinado.

Cuando Alex terminó hubo un silencio.

Patterton, que había recobrado un poco de aplomo, dijo:

—Esta tarde haremos una reunión con el Comité de Política Monetaria para discutir la liquidez. Entre tanto, Roscoe, póngase en contacto con la Supranational para ver si es posible salvar algo de nuestro préstamo.

—Es un préstamo de demanda —dijo Heyward—, podemos reclamarlo en cualquier momento.

—Entonces, hágalo ahora. Hágalo hoy verbalmente y mañana por escrito. No hay muchas esperanzas de que la SuNatCo tenga cincuenta millones de dólares al contado; ni siquiera una compañía sólida mantiene quieta esa cantidad de dinero. Pero tal vez haya algo; aunque no tengo muchas esperanzas. De todos modos, tenemos que actuar.

—Llamaré en seguida a George Quartermain —dijo Heyward—. ¿Puedo llevar el informe?

Patterton lanzó una mirada a Alex.

—No tengo inconveniente —dijo Alex—, pero sugiero que no hagamos copias. Y cuanta menos gente esté enterada de esto, tanto mejor.

Heyward asintió con la cabeza. Parecía inquieto, ansioso por irse.

Capítulo
11

Alex Vandervoort no se había equivocado al suponer que Roscoe Heyward poseía alguna información al respecto. Habían llegado a Heyward rumores de que la Supranational estaba con problemas, y se había enterado, en los días pasados, de que algunos de los papeles comerciales de la SuNatCo encontraban resistencia de parte de los inversores. Heyward también había asistido a una reunión de la Dirección de la Supranational —la primera a la que asistía— y había sentido que la información proporcionada a los directores distaba de ser completa y franca. Pero, como «muchacho nuevo» no había preguntado, con intenciones de averiguar después. Tras la reunión había observado una baja en el precio de las acciones de la Supranational, y había decidido, ayer mismo, aconsejar al departamento de depósitos que «aligeraran» las acciones, como precaución. Desgraciadamente, cuando Patterton lo convocó por la mañana, todavía no había hecho efectiva su intención. Pero nada de lo que Heyward había oído o adivinado sugería que la situación fuera tan mala y urgente como decía el informe presentado por Vandervoort.

Sin embargo, al oír la esencia del informe, Heyward no protestó. Siniestro e inquietante como era, el instinto le decía que, como afirmaba Vandervoort, todo el rompecabezas se armaba.

Éste era el motivo por el cual Heyward había permanecido casi todo el tiempo en silencio ante los otros dos, sabiendo que, en esta situación, ya poco podía decirse. Pero su mente estaba activa, con relámpagos de alarma iluminando las ideas que pesaba, las eventualidades, las posibles rutas de escape personal. Había varias cosas que debían hacerse con rapidez, aunque primero quería completar sus conocimientos personales estudiando el informe de Jax. De regreso en su despacho Heyward se apresuró a liquidar un asunto pendiente con un visitante, y después se acomodó para leer.

Comprendió pronto que Alex Vandervoort había sido muy preciso al hacer el sumario de los puntos culminantes del informe y de las pruebas documentadas. Lo que Vandervoort no había mencionado eran sólo algunos detalles de la estancia del Gran George Quartermain en Washington en espera de un préstamo garantizado por el gobierno para que la Supranational siguiera siendo solvente. Se habían hecho peticiones de préstamo a algunos miembros del Congreso, en el Departamento de Comercio y en la Casa Blanca. En un punto, se decía, Quartermain había llevado al vicepresidente Byron Stonebridge como invitado a un viaje a las Bahamas, con intenciones de conseguir el apoyo del vicepresidente para obtener el préstamo. Más adelante Stonebridge había discutido la posibilidad a nivel de gabinete, pero el consenso estaba en contra.

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