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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (58 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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—En primer lugar han reducido mucho los entretenimientos, me han dicho que les hace falta dinero, y hay cuentas que no han pagado. A algunas de las otras chicas les aconsejaron que vendieran sus acciones, pero yo no he vendido las mías, porque se están negociando mucho más bajo que cuando las compré.

—¿Has consultado con Quartermain?

—Ninguna de nosotras le ha visto últimamente. Rayo de Luna… ¿te acuerdas de Rayo de Luna?

—Sí —Heyward recordaba que el Gran George había ofrecido mandar a su cuarto la exquisita muchacha japonesa. Se preguntó cómo habría sido su encuentro.

—Rayo de Luna dice que George se ha ido a Costa Rica y que probablemente se quedará allí. Y dice que él vendió muchas de las acciones de la SuNatCo que poseía antes de irse.

Oh, ¿por qué no había usado semanas atrás a Avril como fuente de información?

—Si estuviera en tu caso —dijo él— vendería mañana mismo esas acciones. Incluso con pérdida.

Ella suspiró.

—Es bastante difícil ganar dinero. Y más difícil todavía conservarlo.

—Querida, acabas de enunciar una verdad financiera fundamental.

Hubo un silencio, después Avril dijo:

—Te voy a recordar como a un hombre muy simpático, Roscoe.

—Gracias. Yo también pensaré en ti de manera especial.

Ella le abrazó.

—¿Otra vez?

Él cerró los ojos, entregado al placer, mientras ella le acariciaba. Como siempre, ella era una experta. Él pensó: ambos aceptaban tácitamente que aquella era la última vez que iban a verse. Había una razón práctica: él no podía pagar a Avril. Además, estaba la sensación de acontecimientos que se agitaban, de cambios inminentes, de cierta crisis que llegaba a la cúspide. ¿Quién sabía qué iba a pasar?

Antes de hacer el amor, él recordó su preocupación de antes acerca de la ira de Dios. Bueno, quizá Dios… el padre de Cristo, que conocía la debilidad humana, que caminaba y hablaba con pecadores y que había muerto entre ladrones… comprendería. Comprendería y olvidaría la verdad… que en la vida de Roscoe Heyward los escasos y dulces momentos de felicidad más intensa, habían sido en compañía de una prostituta.

Al salir del hotel, Heyward compró un periódico vespertino. Un encabezamiento a dos columnas, a la mitad de la primera página, le llamó la atención:

INQUIETUD EN LA SUPRANATIONAL

¿HASTA QUE PUNTO ES SOLVENTE EL

GIGANTE MUNDIAL?

Capítulo
15

Nadie supo nunca qué acontecimiento específico, si es que hubo alguno, había provocado el derrumbamiento final de la Supranational. Tal vez fuera un incidente. O bien podía ser el peso acumulado de muchos, que habían provocado movimientos graduales en el equilibrio, como una presión creciente en un andamiaje, hasta que, súbitamente, cae el techo.

Como sucede en todo desastre financiero en el que está involucrada una compañía pública, los signos aislados de debilidad eran evidentes desde hacía semanas y meses. Pero sólo los observadores más intuitivos, como Lewis D'Orsey, los habían percibido en conjunto y habían comunicado sus temores a algunos pocos favorecidos.

La gente de dentro, lógicamente, incluido el Gran George Quartermain, quien, como se supo más adelante, había vendido la mayoría de sus acciones valiéndose de un intermediario al precio más elevado de la SuNatCo, sabía más que nadie y se había escabullido pronto. Otros, prevenidos por confidentes, o amigos que devolvían un favor por otro, habían obtenido una información similar y, en silencio, habían hecho lo mismo.

Luego seguían en la lista aquellos como Alex Vandervoort, actuando para el First Mercantile American, que habían obtenido información exclusiva, y rápidamente se habían librado de todas las acciones de la SuNatCo que poseían, esperando que, en la confusión siguiente, sus motivos no fueran investigados. Otras instituciones, bancos, casas de inversiones, fondos mutuales, al ver que se deslizaba el precio de las acciones y sabiendo cómo trabajaba el sistema interno, percibieron pronto la situación y siguieron la corriente.

Había leyes federales en contra de negociar internamente las acciones… en el papel. En la práctica las leyes se infringían diariamente y en gran parte no podían ejecutarse. Ocasionalmente, en algún caso flagrante, o en algún blanqueo, podía hacerse alguna acusación y conseguir alguna penalidad mezquina. Pero esto también era raro.

Los inversores individuales, el grande, esperanzado, confiado, ingenuo, castigado, expoliado público, fueron, como siempre, los últimos en enterarse de que algo andaba mal.

La primera información sobre las dificultades de la SuNatCo, apareció en una noticia de la AP, publicada por los periódicos vespertinos, la historia que Roscoe Heyward había leído al salir del Columbia Hilton. A la mañana siguiente la prensa había obtenido nuevos detalles y artículos ampliados aparecieron en los diarios de la mañana, incluso en «The Wall Street Journal». De todos modos, los detalles eran escasos y mucha gente no podía creer que algo de un tamaño tan tranquilizador como la Supranational Corporation pudiera estar en serias dificultades.

La confianza fue asediada, muy pronto.

A las 10 horas, aquella mañana, en la Bolsa de Nueva York, las acciones de la Supranational no se abrieron al tráfico con el resto del mercado. El motivo dado fue «un desequilibrio de orden». Lo que significaba que el especialista para negociar las acciones de la SuNatCo estaba tan empantanado con las órdenes de «venta», que era imposible mantener el orden de las acciones en el mercado.

La negociación de la SuNatCo se reabrió a las 11, cuando una gran orden de «compra» de 52 000 acciones cruzó el registro. Pero para entonces el mercado, que había estado a 48 ½ un mes antes, había bajado a 19. Cuando sonó la campana de cierre de la tarde, estaba a 10.

La Bolsa de Nueva York probablemente hubiera detenido el tráfico al día siguiente, pero, por la noche, la decisión le fue quitada de entre las manos. Los departamentos de Seguridad y la Comisión de Intercambio anunciaron que estaban investigando los negocios de la Supranational y que, hasta que terminara la investigación, quedaba detenido todo comercio con las acciones de la SuNatCo.

Siguieron quince días ansiosos para los acreedores y los restantes accionistas de la SuNatCo, cuyas inversiones y préstamos combinados llegaban a cinco mil millones de dólares. Entre los que esperaban, estremecidos, nerviosos y comiéndose las uñas, estaban los funcionarios y directores del banco First Mercantile American.

La Supranational no se sostuvo, como esperaban Alex Vandervoort y Jerome Patterton, «en el aire durante varios meses». Por lo tanto existía la posibilidad de que las transacciones tardías de acciones de la SuNatCo, incluida la gran cantidad del departamento de depósitos del FMA, pudieran ser revocadas. Esto podía suceder de dos maneras: por orden de los servicios de Seguridad, tras alguna queja, o porque los compradores de las acciones iniciaran una acción judicial, alegando que el FMA conocía la verdadera condición de la Supranational, y no la había revelado cuando se vendieron las acciones. Si esto sucedía, la cosa iba a representar todavía una pérdida mayor para los depositarios de la que ya afrontaban, y el banco podía ser juzgado por abuso de confianza. Había otra posibilidad que debía afrontarse… y que era aún más probable. El préstamo de cincuenta millones de dólares del First Mercantile American a la SuNatCo iba a convertirse en una «tachadura», una pérdida total. Si así era, por primera vez en su historia, el banco sufriría una pérdida sustancial aquel año. Y esto elevaba la probabilidad de que el próximo dividendo de acciones del FMA debiera ser omitido. Esto también sucedería por primera vez.

Un estado de depresión y duda invadía a los altos mandos del banco.

Vandervoort había previsto que, cuando estallara la historia de la Supranational, la prensa iba a empezar a investigar y a dar a conocer que el First Mercantile American estaba envuelto en el asunto. En esto tampoco se había equivocado.

Nuevos periodistas, que en años recientes se habían sentido animados por el ejemplo de los héroes de Watergate del «Washington Post», Bernstein y Woodward, atacaron con dureza. Y sus esfuerzos tuvieron éxito. En pocos días la gente de prensa había creado fuentes de información dentro y fuera de la Supranational, y empezaron a surgir exposiciones de las actividades laterales de Quartermain, al igual que el sombrío conglomerado de las «cuentas chinas». Apareció la cifra horrendamente alta de las deudas de la SuNatCo. Y también algunas otras revelaciones financieras, como el préstamo de cincuenta millones del FMA.

Cuando el servicio informativo general hizo la primera referencia a los vínculos del FMA con la Supranational, el jefe de relaciones públicas del banco, Dick French, solicitó y obtuvo la convocatoria de una conferencia de alto nivel. Estaban presentes Jerome Patterton, Alex Vandervoort, Roscoe Heyward, y la pesada silueta del mismo French, con el habitual cigarro encendido en el extremo de la boca.

Formaban un grupo serio, Patterton furioso y sombrío, como estaba desde hacía días; Heyward aparentemente fatigado, distraído, y demostrando tensión nerviosa; Alex con creciente ira interna por verse envuelto en el desastre que había predicho, y que hubiera podido no ocurrir.

—Dentro de una hora, quizá menos —empezó el vicepresidente de relaciones públicas— van a perseguirme para que dé detalles sobre nuestras relaciones con la SuNatCo. Quiero saber cuál es nuestra actitud oficial y qué respuestas debo dar.

—¿Estamos obligados a dar alguna información?

—No —dijo French—. Pero tampoco se obliga a nadie a hacerse el harakiri.

—¿Por qué no reconocer que la Supranational nos debe dinero —sugirió Roscoe Heyward— y dejar ahí la cosa?

—Porque no estamos tratando con idiotas, por eso. Algunos de los que harán preguntas serán periodistas expertos en finanzas, que conocen las leyes bancarias. Y la segunda pregunta será: ¿cómo es posible que el banco haya comprometido tanto dinero de los depositantes a un solo deudor?

Heyward interrumpió:

—No es un solo deudor. El préstamo fue dividido entre cinco subsidiarias de la Supranational.

—Cuando lo repita —afirmó French— procuraré hacer creer que lo creo… —se sacó el cigarro de la boca, lo dejó a un lado, y acercó un pequeño anotador—. Bueno, quiero detalles. Todo saldrá a la luz de todos modos, pero quedaremos mucho peor si no afrontamos la cuestión; se volverá dolorosa, como sacarse una muela.

—Antes de seguir —dijo Heyward— quiero recordar que no somos el único banco al que la Supranational debe dinero. Están el First National City, el Bank of America y el Chase Manhattan.

—Pero todos ellos encabezan consorcios —señaló Alex—, de manera que cualquier pérdida es compartida por otros bancos. Dentro de lo que sabemos, nuestro banco es el más expuesto individualmente —no tenía sentido recordar que él había prevenido a todos los interesados, incluida a la Dirección, que tal concentración de riesgo era peligrosa para el FMA, y probablemente ilegal. Pero sus pensamientos seguían todavía siendo amargos.

Lanzaron una declaración reconociendo el profundo acuerdo financiero del First Mercantile American con la Supranational, y reconocieron también tener alguna ansiedad. La declaración expresaba la esperanza de que el moribundo conglomerado pudiera recobrarse, quizá bajo una nueva dirección, para la que presionaría el FMA, y con pérdidas minimizadas. Era una esperanza fantasma, y todos lo sabían.

Se concedió a Dick French cierto margen para ampliar la declaración si era necesario, y quedaron de acuerdo en que él sería el único portavoz del banco.

French previno:

—Los periodistas procurarán entrevistar personalmente a cada uno de ustedes. Si quieren que nuestra historia tenga consistencia mándenme a mí todos los periodistas, y prevengan al personal para que haga lo mismo.

Aquel mismo día, Alex Vandervoort revisó los planes de emergencia que había establecido dentro del banco, para ponerlos en acción bajo determinadas circunstancias.

—Hay algo de cuervos hambrientos —afirmó Edwina D'Orsey— en la atención que se presta a un banco que está en dificultades.

Había estado examinando los periódicos extendidos en la zona de conferencias del despacho de Alex Vandervoort en la Torre de la Casa Central del FMA.

Era un jueves, un día después de la declaración de prensa de Dick French.

El «Times Register» local había puesto un gran titular en un solo artículo:

BANCO LOCAL AFRONTA ENORMES PERDIDAS.

TRAS LA BANCARROTA DE LA SUNATCO.

Con más cautela, el «New York Times» informaba a sus lectores:

El FMA en marcha pese a

agudos problemas de préstamo

La historia había sido propalada igualmente por la red de noticias televisivas, la noche antes y esa mañana.

En todos los informes había una apresurada aseveración de la Federal Reserve de que el First Mercantile American era solvente y que los depositantes no tenían motivo para alarmarse. De todos modos el FMA estaba ahora en la «lista problemática» de la Federal Reserve, y esa mañana un grupo de examinadores de la Reserve había llegado silenciosamente… claramente era la primera de varias incursiones similares por agencias reguladoras.

Tom Straughan, el economista del banco, contestó la observación de Edwina:

—No hay nada de cuervos hambrientos en lo que llama la atención cuando uno está en dificultades. Creo que, más que nada, es miedo. Miedo entre los que tienen cuentas en el banco y temen que la institución no pueda hacer más negocios y perder su dinero. También está el miedo más amplio de que, si un banco fracasa, otros podrían contagiarse de la misma enfermedad y todo el sistema caería hecho trizas.

—Lo que
yo
temo —dijo Edwina— es el efecto de esta publicidad.

—Yo también estoy inquieto —asintió Alex Vandervoort—. Por eso seguimos examinando de cerca el efecto que puede producirse.

Alex había convocado a mediodía una reunión de estrategia.

Entre los convocados estaban los jefes de departamento responsables de la administración de las sucursales, ya que todos comprendían que, cualquier falta de confianza en el FMA iba a sentirse primero en las sucursales. Poco antes Tom Straughan había comunicado que los retiros bancarios en las sucursales, ayer por la tarde y esta mañana, eran más elevados que de costumbre, y los depósitos menores, aunque todavía era demasiado temprano para considerarlo como una tendencia definitiva. De manera tranquilizadora no había señales de pánico entre los clientes del banco, aunque los gerentes de las sucursales del FMA tenían instrucciones de informar inmediatamente si las percibían. Un banco sobrevive con su reputación y la confianza de los otros… plantas frágiles que la adversidad y una mala publicidad pueden marchitar.

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