Ante sus clientes criminales Wizard Wong había dejado en claro una cosa: no quería participar en sus actividades ilícitas, se ganaba muy bien la vida dentro de la ley. Pero tampoco veía motivo para negar sus servicios, ya que el poner micrófonos ocultos era siempre ilegal, e incluso los criminales tenían derecho a protegerse por medio de la ley. Esta regla básica era aceptada y funcionaba bien.
De todos modos sus clientes en el crimen organizado indicaban a Wizard, de vez en cuando, que cualquier información valiosa que consiguieran como resultado de su trabajo, sería apreciada y recompensada. Y, ocasionalmente, había trasmitido levísimos datos a cambio de dinero, cediendo a la más antigua y simple de todas las tentaciones: la codicia.
Ahora también se sentía tentado.
Hacía más de una semana, Wizard Wong había hecho un examen de rutina en los dominios y teléfonos de Marino. Entre éstos figuraba el club
Double Seven
, donde Marino tenía intereses financieros. Mientras registraba, y tras comprobar que todo estaba limpio, Wizard se divirtió poniendo un grabador en uno de los teléfonos del club, cosa que solía hacer, diciéndose que se lo debía a sí mismo y a sus clientes para mantener al día su experiencia técnica. Con este propósito había elegido un teléfono público en la planta baja del club. Durante cuarenta y ocho horas, Wizard había dejado una grabadora aplicada al circuito del teléfono, y la grabadora estaba oculta en el sótano del
Double Seven
. Era de tipo automático y se encendía cada vez que se usaba el teléfono.
Aunque era una acción ilegal, Wizard pensó que no importaba, ya que nadie, fuera de él, iba a escuchar lo grabado. Sin embargo, cuando lo escuchó, hubo una conversación, en especial, que le intrigó.
Ahora, el sábado por la tarde, y solo en su laboratorio de sonido, sacó la cinta del estante sobre el banco de pruebas, la puso en la máquina y escuchó nuevamente aquella conversación.
Se ponía una moneda, se marcaba un número. El sonido del disco estaba grabado. Una llamada. Sólo una llamada.
Una voz de mujer (suave, con un leve acento): Hola.
Una voz de hombre (en un murmullo): Ya sabes quién habla. No uses nombres.
La voz de mujer: Sí.
La voz de hombre (siempre en un murmullo): Di a nuestro mutuo amigo que he descubierto algo importante. Muy importante. Se refiere a lo que él quería saber. No puedo decir más, pero iré a verte mañana por la noche.
La voz de mujer: Bien.
Un clic
. El que llamaba, en el
Double Seven
, acababa de cortar.
Wizard Wong no sabía con certeza por qué suponía que Tony «Oso» Marino podía estar interesado. Simplemente era un presentimiento, y sus presentimientos solían darle buenos resultados. Decidió, consultó una libreta de direcciones, fue al teléfono y marcó un número.
Tony el «Oso», según le dijeron, no podía verle hasta el lunes, al caer la tarde. Wizard concertó una cita para entonces y, tras comprometerse, se dedicó a extraer más información de la grabación. Volvió a enroscar la cinta y, con cuidado, la oyó varias veces.
—¡Ayudante de Judas! —las pesadas y sombrías facciones de Tony «Oso» Marino se contorsionaron en una mueca salvaje. Su incongruente voz de falsete era más alta que de costumbre—. ¡Tenía usted esa grabación de mierda y se ha quedado toda la semana calentándose el culo en lugar de venir aquí!
Wizard Wong dijo, a la defensiva:
—Soy un técnico, míster Marino. En general las cosas que oigo nada tienen que ver con mi trabajo. Pero, después de pensarlo, se me ocurrió que este caso era distinto —en cierto sentido estaba aliviado. Por lo menos no había habido una reacción de enojo por haber puesto un grabador en un teléfono del
Double Seven
.
—¡La próxima vez —amenazó Marino— piense con rapidez!
Hoy era lunes. Estaban en la terminal de camiones donde Marino tenía sus oficinas y, sobre el escritorio ante ellos, había una grabadora portátil que Wong había apagado. Antes de venir aquí había vuelto a grabar la parte significativa de la conversación, y la había pasado a una
cassette
, borrando después el resto.
Tony «Oso» Marino, en mangas de camisa en la sofocante y caliente oficina, parecía físicamente formidable, como de costumbre. Tenía los hombros de un luchador; sus muñecas y sus bíceps eran gruesos. Desbordaba la silla en la que estaba sentado, aunque no era gordo, pero sí de sólidos músculos. Wizard Wong procuró no sentirse intimidado, ni por el tamaño de Marino ni por su reputación de rudeza. Pero, ya fuera por lo caliente del cuarto o por otros motivos, Wong empezó a sudar.
Protestó.
—No he perdido tiempo, míster Marino. He descubierto otras cosas que supongo le interesará saber.
—¿Por ejemplo…?
—Puedo decirle a qué número se hizo la llamada. ¿Sabe? Usando un reloj marcador para contar la longitud de cada número que se marca, tal como está grabado y comparando…
—Basta de palabrerías. Deme el número.
—Aquí está —una hoja de papel se deslizó sobre el escritorio.
—¿Usted lo rastreó? ¿De quién es ese número?
—Tengo que recordarle que rastrear un número de esa manera no es fácil. Especialmente porque éste no figura en guía. Por suerte tengo algunos contactos en la compañía telefónica…
Tony el «Oso» estalló. Golpeó con la palma el escritorio y el impacto fue como un disparo de revólver.
—¡Conmigo no se juega, hijo de puta! ¡Si tiene información, démela!
—Lo que quiero decirle —persistió Wizard sudando todavía más— es que la cosa es costosa. Tengo que pagar a mi contacto de la compañía telefónica.
—¡Pagará mucho menos de lo que va a sacarme! ¡Adelante!
Wizard se relajó un poco, sabiendo que había puesto el punto en claro y que Tony el «Oso» iba a pagar el precio que pidiera, ya que ambos sabían que la cosa podía presentarse otra vez.
—El teléfono pertenece a mistress J. Núñez. Vive en el Forum East. Aquí está anotado el edificio y el número del apartamento —Wong tendió otra hoja de papel. Marino la tomó, miró la dirección y la dejó.
—Hay otra cosa que puede interesarle. Los informes dicen que el teléfono fue instalado hace un mes, a toda prisa. Normalmente hay que esperar mucho para conseguir un teléfono en el Forum East, y éste no estaba en la lista de solicitudes; de pronto, bruscamente, pasó antes que todos los demás.
La creciente mueca de Marino se debía, en parte, a la impaciencia y, en parte, a la furia por lo que oía. Wizard Wong siguió, rápido:
—Sucede que se usó cierta presión. Mi contacto me dice que hay un informe en los archivos de la compañía de teléfonos que muestra que la presión provino de un tipo llamado Nolan Wainwright, jefe de Seguridad de un banco… el First Mercantile American. Dijo que el teléfono se necesitaba urgentemente para asuntos del banco. La cuenta también la paga el banco.
Por primera vez desde la llegada del técnico de sonido, Tony el «Oso» se quedó atónito. Por un momento la sorpresa asomó en su cara, después desapareció y fue reemplazada por una expresión vacía. Bajo aquella expresión su mente trabajaba, relacionando lo que acababan de decirle con hechos que ya conocía. El nombre Wainwright era la conexión. Marino estaba enterado de la tentativa, seis meses atrás, de plantar entre su gente un espía, una basura de nombre Vic, quien, después de reventarle los testículos, dijo el nombre «Wainwright». Marino conocía por su reputación al detective del banco. En la primera serie de acontecimientos Tony el «Oso» había estado bastante metido.
¿Había ahora otro espía? En tal caso, Tony el «Oso» sabía bastante bien qué era lo que ese espía buscaba, y había también otros negocios en el
Double Seven
que no deseaba ver expuestos a la luz. Tony el «Oso» no perdió tiempo meditando. No se podía reconocer la voz del que había llamado porque la voz era sólo un murmullo. Pero la otra voz, la de la mujer, había sido rastreada de modo que, cualquier cosa que se necesitara saber, podrían obtenerla por ella. No le pasó por la cabeza la idea de que la mujer no colaborara; si era tonta, había maneras de hacerla hablar.
Marino pagó rápidamente a Wong y se puso a pensar. Por un rato con su cautela habitual, no se apresuró a tomar una decisión, y dejó que sus pensamientos vagaran durante varias horas. Pero había perdido tiempo, nada menos que una semana.
Esa noche, tarde ya, convocó a dos matones forzudos. Les dio una dirección en el Forum East y una orden:
—Traigan a la Núñez.
—Si se demuestra que todo lo que me has dicho es verdad —aseguró Alex a Margot— personalmente daré a Nolan Wainwright la mayor patada que ha recibido en el trasero.
Margot exclamó:
—¡Claro que es verdad! ¿Para qué iba a inventarlo mistress Núñez? En todo caso ¿por qué va a hacerlo?
—Sí —reconoció él—, supongo que tienes razón.
—Y te diré algo más, Alex. Pido más que la cabeza o el culo de tu hombre, Wainwright, en un plato… Mucho más.
Estaban en el apartamento de Alex, donde Margot había llegado hacía media hora, tras su tardía conversación con Juanita Núñez. Lo que Juanita le había revelado la sorprendía y la enojaba. Juanita había descrito nerviosamente el acuerdo realizado hacía un mes, por el cual se había convertido en enlace entre Wainwright y Miles Eastin. Pero, recientemente, le había confesado Juanita, había empezado a darse cuenta del peligro que corría y sus miedos habían aumentado, no sólo por ella, sino por Estela.
Margot había examinado varias veces la información de Juanita, la había interrogado sobre detalles, y, finalmente, había ido directamente a hablar con Alex.
—Sabía que Eastin iba a actuar bajo cubierta —la cara de Alex estaba turbada, como tantas veces recientemente; recorrió la sala con un vaso de whisky que no había probado—. Nolan me confió lo que estaba planeando. Al principio me opuse y dije que no, después cedí porque los argumentos eran convincentes. Pero te juro que en ningún momento mencionó un acuerdo con la muchacha Núñez.
—Te creo —dijo Margot—. Probablemente no te lo dijo porque sabía que ibas a prohibírselo.
—¿Está enterada Edwina?
—Aparentemente no.
Alex pensó, irritado: entonces Nolan también en esto estaba en falta. ¿Cómo podía haber sido tan miope, tan estúpido? Parte de la dificultad, como Alex sabía, era que los jefes departamentales, como Wainwright, se dejaban llevar por sus objetivos limitados, y olvidaban el panorama general.
Dejó de pasear.
—Hace un momento has dicho que querías «mucho más». ¿Qué significa eso?
—Lo primero que quiero es una seguridad inmediata para mi cliente y su hijita y, por seguridad entiendo ponerla en algún sitio donde no puedan tocarla. Después hablaremos de la compensación.
—¿Tu
cliente
?
—He dicho a Juanita, esta noche, que necesita ayuda legal. Me ha pedido que la represente.
Alex hizo una mueca y sorbió su whisky.
—De manera que tú y yo somos ahora adversarios, Bracken.
—En ese sentido, creo que sí —la voz de Margot se suavizó—. Pero sabes que no aprovecharé la ventaja de nuestras conversaciones privadas.
—Sí, ya lo sé. Por eso te digo, privadamente, que
haremos
algo, inmediatamente, mañana mismo, por mistress Núñez. Si eso representa mandarla fuera de la ciudad por un tiempo, para tener la seguridad de que está a salvo, lo aprobaré. En cuanto a la Compensación, no quiero comprometernos en esto, pero, después de oír toda la historia y si está de acuerdo con la tuya y la de ella, lo consideraremos.
Lo que Alex no dijo era su intención de mandar llamar a Nolan Wainwright por la mañana y darle órdenes de dar por terminada la operación de espionaje. Aquello incluiría salvaguardar a la muchacha, como había prometido a Margot; también había que pagar a Eastin. Alex deseaba ardientemente haberse mantenido firme en su primera idea y prohibir todo el plan; su instinto había estado en contra y había hecho mal en ceder a las persuasiones de Wainwright. Los riesgos, en todo sentido, eran demasiado grandes. Por suerte no era demasiado tarde para reparar el error, ya que nada malo había ocurrido a Eastin o a Juanita Núñez.
Margot le miró.
—Una de las cosas que me gustan en ti es que eres un hombre recto. ¿De manera que te das cuenta de que el banco tiene una deuda con Juanita Núñez?
—¡Por Cristo! —dijo Alex y vació su whisky—. ¡Debemos tanto a tantos que no importa uno más!
Una pieza más. Nada más que una para completar el atormentador rompecabezas. Un solo golpe de suerte y llegaría la respuesta al interrogante: ¿dónde estaba situada la base de las falsificaciones?
Cuando Nolan Wainwright concibió la segunda misión encubierta, no había esperado resultados espectaculares. Consideraba a Miles Eastin un tiro al aire, de quien se podría obtener a la larga alguna información menor, e incluso eso iba a demorar meses. Pero, en lugar de esto, Eastin se había movido rápidamente pasando de una a otra revelación. Wainwright se preguntaba si el mismo Eastin sabía hasta qué punto había tenido un éxito notable.
El martes a mitad de la mañana, solo en su despacho simplemente amueblado de la Torre de la Casa Central del FMA, Wainwright examinó una vez más los progresos realizados:
El primer informe de Eastin había sido para decir «Estoy dentro» en el Club
Double Seven
. En vista de posteriores desarrollos aquello, en sí, había sido importante. Siguió la confirmación de que el
Double Seven
era una guarida de criminales, incluido el prestamista Ominsky y Tony «Oso» Marino.
Al ganar acceso a los cuartos de juegos ilegales, Eastin había avanzado en la infiltración.
Poco después Eastin había «comprado» diez billetes falsos de veinte dólares. Estos, al ser examinados por Wainwright y otros, demostraron ser de la misma elevada calidad que los que circulaban en la zona en los últimos meses, y provenían sin duda de la misma fuente. Eastin había dado el nombre del individuo que se los había suministrado y el individuo estaba ahora bajo vigilancia.
Luego venía un informe en tres apartados: el permiso falso de conducir; el número del Chevrolet Impala que Eastin había llevado hasta Louisville, aparentemente con un cargamento de dinero falso en el portaequipajes; y el billete aéreo falsificado dado a Eastin para el viaje de regreso. De las tres cosas el billete aéreo había sido el más útil. Había sido comprado, junto con otros, con una tarjeta clave de crédito, también falsificada. Finalmente el jefe de Seguridad del banco tenía la sensación de llegar a su objetivo máximo: cercar la conspiración que había estafado grandes cantidades con el sistema de tarjetas de crédito. Y aún seguía el falso permiso de conducir que revelaba la existencia de una organización variada y eficiente, al que se añadía ahora alguien: el expresidiario Jules La Rocca. Las investigaciones revelaron que el Impala había sido robado. Algunos días después del viaje de Eastin lo habían encontrado abandonado en Louisville.