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Authors: Arthur Hailey

Tags: #Intriga

Traficantes de dinero (61 page)

BOOK: Traficantes de dinero
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Al fin de la tarde Alex se había resignado. Que pasara lo que tenía que pasar; imaginó que, para los individuos y las instituciones, llegaba un punto en el que había que aceptar lo inevitable. Fue más o menos en ese momento —cerca de las 5,30, con la oscuridad de un crepúsculo de octubre que los iba envolviendo— cuando Nolan Wainwright se presentó para informar sobre una nueva ansiedad entre la gente que esperaba.

—Están preocupados —dijo Wainwright— porque la hora de cierre es a las 6, suponen que, en la media hora que queda, no podremos atender a todo el mundo.

Alex vaciló. Hubiera sido muy simple cerrar la sucursal de Tylersville a la hora acostumbrada; también era legal y nadie hubiera podido decir nada. Saboreó un impulso surgido de la rabia y la frustración; una rencorosa urgencia de decir, en efecto, a los que todavía esperaban:
Ustedes se han negado a confiar en mí, esperen pues hasta el lunes y váyanse a la mierda
. Pero vaciló, dudando entre su propia naturaleza y una frase de Margot sobre Ben Rosselli. Lo que Alex estaba haciendo ahora, había dicho ella, era «exactamente lo que hubiera hecho él». ¿Cuál hubiera sido la decisión de Rosselli respecto al cierre? Alex la sabía.

—Haré un anuncio —dijo a Wainwright. Primero buscó a Edwina y le dio instrucciones.

Acercándose a la puerta del banco, Alex habló desde donde podía ser oído por los que estaban dentro y por los que seguían esperando en la calle. Estaba consciente de las cámaras de TV que le enfocaban. El primer equipo de televisión estaba ahora acompañado por otro, de otro canal y hacía una hora, Alex había hecho una declaración para ambos. Los equipos de TV no se movieron, y uno del grupo confesó que estaban recogiendo material extra para el noticiario de fin de semana, ya que la «estampida de dinero de un banco no se da todos los días».

—Señoras y señores —la voz de Alex fue fuerte y clara, llegaba fácilmente a todas partes—. Me han informado de que algunos de ustedes están preocupados por la hora de cierre. No deben estarlo. En nombre de la dirección de este banco les doy mi palabra de que seguiremos abiertos en Tylersville hasta que hayamos atendido al último de ustedes… —hubo un rumor de satisfacción y algunos aplausos espontáneos.

—Sin embargo hay una cosa que quiero prevenirles a todos —una vez más las voces se aquietaron y la atención volvió a fijarse en Alex. Prosiguió: —Quiero darles el consejo de que, en el fin de semana, no guarden grandes sumas de dinero en sus personas ni en sus casas. No es aconsejable por muchos motivos. Por lo tanto les sugiero que elijan otro banco y depositen allí lo que hayan retirado de éste. Para ayudarles mi colega, mistress D'Orsey, está en estos momentos telefoneando a otros bancos de la zona para pedirles que cierren más tarde de lo acostumbrado para conveniencia de ustedes.

Nuevamente hubo un rumor apreciativo.

Nolan Wainwright se acercó a Alex, murmuró algo brevemente y Alex anunció:

—Acaban de informarme que dos bancos han accedido ya a nuestra petición. Estamos hablando con otros.

Entre la gente que esperaba en la calle surgió una voz de hombre:

—¿Puede usted recomendar un buen banco?

—Sí —dijo Alex—, yo elegiría al First Mercantile American. Es el banco que mejor conozco, del que estoy más seguro, y su historia es larga y honrosa. Desearía que todos ustedes sintieran lo mismo… —por primera vez hubo un toque de emoción en su voz. Algunas personas rieron a medias o sonrieron, pero la mayoría de las caras que le observaban permanecieron serias.

—Yo también sentía antes así —dijo una voz detrás de Alex. Él se volvió. El que había hablado era un hombre viejo, probablemente más cerca de los ochenta que de los setenta, acartonado, de pelo blanco, agobiado y apoyado en un bastón. Pero los ojos del viejo eran claros y agudos, su voz era firme. A su lado estaba una mujer de más o menos su misma edad. Ambos estaban decentemente vestidos, aunque las ropas eran anticuadas y bastante gastadas. La mujer llevaba una bolsa de la compra, donde, según podía verse, había bastantes paquetes de dinero. Acababan de retirarse del mostrador del banco.

—Mi mujer y yo tenemos desde hace treinta años cuenta en el FMA —dijo el viejo—. Es triste sacarlo todo ahora.

—Entonces, ¿por qué lo hace?

—No pueden pasarse por alto todos esos rumores. Demasiado humo para que no haya fuego en alguna parte.

—Algo de verdad hay, lo hemos reconocido —dijo Alex—. Debido a un préstamo que hicimos a la Supranational Corporation, es posible que nuestro banco sufra una pérdida. Pero el banco puede soportarla, y la soportará.

El viejo movió la cabeza.

—Si yo fuera más joven y pudiera trabajar, quizá me arriesgaría a hacer lo que usted dice. Pero no lo soy. Lo que ahí llevamos —señal la bolsa de la compra— es todo lo que nos queda hasta morir. Y no es tanto. Los dólares no valen ni la mitad de cuando trabajábamos y los ganábamos.

—Naturalmente —dijo Alex— la inflación castiga sobre todo a la buena gente, como ustedes. Pero, desgraciadamente, cambiar de banco no les ayudará en eso.

—Deje que le haga una pregunta, joven. Si usted fuera yo y este dinero fuera suyo: ¿no haría usted lo mismo que yo estoy haciendo?

Alex sintió que otros le rodeaban y escuchaban. Vio a Margot a uno o dos pasos: Detrás de ella estaban encendidas las luces de la televisión. Alguien se acercaba, ton su micrófono.

—Sí —reconoció—, supongo que lo haría.

El viejo pareció sorprendido.

—Usted es honrado, de todos modos. Hace un momento he oído el consejo que nos ha dado de ir a otro banco, y lo he apreciado. Creo que iremos a uno a depositar el dinero.

—Espere —dijo Alex— ¿tiene usted coche?

—No. Vivimos a un paso de aquí. Caminaremos.

—No con ese dinero. Pueden robarles. Haré que le lleven en coche hasta otro banco —Alex hizo una seña a Nolan Wainwright y explicó el problema—. Éste es nuestro jefe de Seguridad —dijo a los viejos.

—Sin sudores —dijo Wainwright—. Yo mismo les llevaré, con mucho gusto.

El viejo no se movió. Miraba una y otra cara.

—¿Usted hará esto por nosotros? ¿Cuando acabamos de retirar el dinero de su banco? ¿Cuando casi le hemos dicho que ya no confiamos en ustedes?

—Digamos que forma parte de nuestras obligaciones. Además, —dijo Alex— si ustedes han estado con nosotros durante treinta años, es mejor separarse como amigos.

El viejo seguía quieto, indeciso.

—Tal vez no sea necesario. Deje que le haga otra pregunta, de hombre a hombre —los ojos claros, agudos, honestos, miraron fijamente a Alex.

—Adelante.

—Usted ya me ha dicho una vez la verdad, joven. Ahora dígamela de nuevo, y recuerde lo que le he dicho acerca de mi vejez y de lo que representan mis ahorros. ¿Está a salvo nuestro dinero en su banco? ¿Absolutamente
seguro
?

Por unos segundos, que pudieron contarse, Alex pensó la pregunta y todas sus implicaciones. Sabía que no sólo la pareja de viejos le observaba atentamente, sino también otros. Las omnipresentes cámaras de TV seguían filmando. Lanzó una mirada a Margot: ella estaba también tensa, con una expresión curiosa en la cara. Él pensó en la gente que le rodeaba y en otros en otras partes, afectados por aquel momento; pensó en los que confiaban en él, Jerome Patterton, Tom Straughan, el Directorio, Edwina; más aún: pensó en lo que podía pasar si el FMA fracasaba, en el amplio y dañino efecto, no sólo en Tylersville, sino mucho más lejos. Pese a todo surgía la duda. La rechazó, después contestó, brevemente, con confianza:

—Le doy mi palabra: este banco es absolutamente seguro.

—Ah, caramba, Freda —dijo el viejo a su mujer—, me parece que hemos estado ladrando a un árbol por nada. Volvamos a depositar aquí este maldito dinero.

En todos los estudios
post mortem
y las discusiones de las semanas siguientes, hubo un hecho indiscutible: la «estampida» del banco de Tylersville terminó efectivamente cuando el viejo y su mujer volvieron a la sucursal del FMA y depositaron de nuevo el dinero que llevaban en la bolsa de la compra. La gente que estaba esperando para retirar su dinero, y que había presenciado el intercambio de palabras entre el viejo y el ejecutivo del banco, evitó mirarse a los ojos, o cuando lo hicieron, hubo tímidas sonrisas y se dieron la espalda. La voz corrió rápidamente entre los que quedaban dentro y fuera; casi inmediatamente las filas de los que esperaban empezaron a dispersarse, tan rápida y misteriosamente como se habían formado. Como alguien dijo más tarde: era el instinto del rebaño a la inversa. Cuando se atendió a la escasa gente que quedaba en el banco, la sucursal cerró con sólo diez minutos de retraso de la hora habitual un viernes por la noche. Algunos pocos empleados del FMA en Tylersville y en la Casa Central, habían estado preocupados por lo que iba a pasar el lunes. ¿Iba a volver la gente? ¿Continuaría la «estampida»? De hecho, nada de eso ocurrió.

Y el lunes tampoco se produjo «estampida» en ninguna parte. El motivo —según estuvieron de acuerdo la mayoría de los analistas— había sido una explícita, honrada y conmovedora escena en la que aparecía una pareja de viejos y un franco y apuesto vicepresidente del banco, en el noticiario de fin de semana de la TV. La película y el registro de sonido, cuando estuvieron preparados, obtuvieron tanto éxito, que los canales trasmitieron la escena varias veces. Era un ejemplo del íntimo y efectivo
cinema verité
, técnica que puede realizar tan bien la TV, pero que raras veces emplea. Muchos espectadores se conmovieron hasta las lágrimas.

Durante el fin de semana Alex Vandervoort vio el filme pero se reservó los comentarios. Uno de los motivos era que él solo sabía cuáles habían sido sus pensamientos en el momento decisivo y vital en el que le habían hecho la pregunta: ¿
Está absolutamente seguro nuestro dinero
? Otro motivo era que Alex sabía los precipicios y problemas que aún debía afrontar el FMA.

Margot también hizo pocos comentarios sobre el incidente del viernes por la noche; y tampoco lo mencionó el domingo, cuando se quedó en el apartamento de Alex. Tenía que hacer una pregunta importante, pero, sabiamente, decidió que éste no era el momento oportuno.

Entre los ejecutivos del First Mercantile American que presenciaron la televisión estaba Roscoe Heyward, aunque no terminó de ver la escena. Heyward había encendido el televisor al llegar a casa el domingo por la noche, tras una asamblea vespertina en la iglesia, pero lo apagó con furia y envidia cuando las cosas estaban por la mitad. Heyward tenía ya bastantes problemas propios para que le recordaran además el éxito de Vandervoort. Y, dejando a un lado la «estampida» del banco, era probable que salieran a la superficie en la semana entrante varios asuntos que ponían a Heyward sumamente nervioso.

Otra cosa surgió de aquel viernes en Tylersville. Concernía a Juanita Núñez.

Juanita había visto esa tarde la llegada de Margot Bracken. Había estado pensando recientemente si convenía buscar a Margot para pedirle consejo. Ahora se decidió. Pero, por motivos propios, Juanita prefería no ser vista por Nolan Wainwright.

La oportunidad que Juanita había estado esperando ocurrió poco después de terminar la invasión al banco, cuando Wainwright estaba ocupado supervisando los arreglos de seguridad del banco para ese fin de semana; la presión bajo la cual había trabajado todo el día el personal estaba algo aliviada. Juanita dejó el mostrador donde había estado ayudando a un cajero de la sucursal y se dirigió a la zona cercada de la gerencia. Margot estaba allí sola, esperando que Vandervoort pudiera partir.

—Miss Bracken —dijo Juanita, hablando muy suavemente— una vez usted me dijo que, cuando tuviera un problema, fuera a hablar con usted.

—Claro Juanita. ¿Qué le pasa ahora?

La carita se contrajo, preocupada.

—Sí, creo que debo hablar con usted.

—¿Qué clase de problema tiene?

—Si no le molesta, me gustaría que habláramos en otra parte —Juanita había visto a Wainwright cerca del Tesoro, en el otro lado del banco, que parecía a punto de terminar una conversación.

—Entonces venga a mi despacho —dijo Margot— ¿Cuándo quiere venir?

Se pusieron de acuerdo para el lunes por la noche.

Capítulo
17

El rollo de cinta grabadora, sacada del club
Double Seven
había estado en el estante encima del banco de pruebas durante seis días.

Wizard
[3]
Wong había mirado varias veces la cinta, no decidido del todo a borrar lo que había en ella, pero inquieto acerca de la posibilidad de pasar la información. Hoy en día grabar
cualquier
conversación telefónica era arriesgado. Y todavía más arriesgado era enterar a otra persona de lo que estaba grabado.

Con todo, Marino, como Wizard sabía muy bien, se había alegrado muchísimo de oír parte de lo grabado y pagaría bien por el privilegio. Fuera lo que fuera Tony «Oso» Marino, era generoso para pagar los buenos servicios, y por ello Wizard trabajaba para él periódicamente.

Sabía que Marino era un fullero profesional. Pero él, Wong, no lo era.

Wizard (su verdadero nombre era Wayne, aunque nadie le llamaba así) era un joven e inteligente chino-norteamericano, de segunda generación. También era experto en audio-electrónica, y se especializaba en detectar la vigilancia electrónica. Esto le dio reputación.

Para una larga lista de clientes, Wong proporcionaba la garantía de que en las oficinas y las casas no hubiera un micrófono oculto, de que los teléfonos no estuvieran controlados, de que la intimidad no fuera violada por una electrónica subrepticia. Con sorprendente frecuencia descubría aparatos para escuchar y, cuando esto sucedía, sus clientes quedaban impresionados y agradecidos. Pese a las seguridades oficiales de lo contrario —incluso recientemente algunas afirmaciones presidenciales— los micrófonos y los alambres grabadores en los Estados Unidos continuaban floreciendo y estaban muy extendidos.

Los jefes de las compañías industriales contrataban los servicios de Wong. Lo mismo hacían los banqueros, los editores de periódicos, los candidatos presidenciales, algunos abogados de nombre, una o dos embajadas extranjeras, un grupo de senadores de Estados Unidos, tres gobernadores estatales y un juez del Tribunal Supremo. Después estaban los otros ejecutivos… el
Don
de una «maffia» familiar, sus
consigliori
y otros engranajes en un nivel levemente menor, entre los que figuraba Tony Marino.

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