Read Tratado de ateología Online
Authors: Michel Onfray
A continuación, incluimos algunos trozos seleccionados para ilustrar ese aspecto del personaje: la parábola de la otra mejilla. Es bien conocida. Mateo la relata (5:39), Lucas se la toma prestada (6:29): Jesús enseña que él no invalida el Antiguo Testamento, sino que lo cumple. Respecto del talión, explica qué es lo que significa cumplir: superar. A los que practican la ley del ojo por ojo y diente por diente, les ofrece una nueva teoría: al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra (la que probablemente recibirá otro golpe...).
Ahí también, como en el quinto mandamiento, la exhortación no permite ningún reajuste. Nadie puede dudar de la parábola o darla vuelta en ningún sentido, y justificar la devolución de la bofetada como respuesta a la ofensa. Ante el golpe, el cristiano responde con la abstención que desarma. ¡Es obvio que el Imperio romano actuaba sobre seguro con los mártires cristianos lanzados a las fosas de los leones! La doctrina de la no violencia condena a la masacre cuando delante se tiene a un bruto decidido. Mahatma Gandhi y los suyos, a lo largo de las vías del tren, pueden inspirarse en los Evangelios mientras no tengan frente a ellos a un comandante de escuadrón nazi que les inutilice con rapidez las dos mejillas...
Pero en los Evangelios también hay otra parábola, una historia convalidada por las autoridades cristianas, puesto que figura en el Canon: los mercaderes del templo. Trata también de Jesús, y no podemos discutir que la otra mejilla surge de la enseñanza del Mesías, mientras que la furia crística, su cólera y violencia —cuerdas convertidas en látigo (Jn 2:14)— provienen de un personaje subalterno, un apóstol o de un figurante en el texto. El mismo Jesús que se niega a devolver golpe con golpe expulsa del templo en forma brutal a los mercaderes, culpables de vender ganado vacuno, ovejas y palomas, y de hacer transacciones de dinero. ¿Bondadoso? ¿Pacífico? ¿Tolerante, Jesús?
Para responder a los creyentes que consideraran insuficiente aquel momento para invalidar la figura del Cristo pacífico, recordemos otros pasajes del Nuevo Testamento, en los cuales su héroe no se comporta siempre como un
gentleman...
Así pues, cuando profiere siete
maldiciones
contra los fariseos y escribas hipócritas (Lu 11:42-52); cuando condena a la
gehena
a los individuos que no creen en él (Lu 10:15 y 12:10); cuando lanza
invectivas
a los pueblos del norte del lago Genesaret, culpables de no haber hecho penitencia; cuando anuncia la
ruina
de Jerusalén y la destrucción del templo (Mr 13); cuando declara que quien no está con él está
contra
él (Lu 11:23); cuando enseña que no ha venido a traer la paz, sino la
espada (Mt
10:34), y
passim.
En virtud de esta famosa teoría de la selección de citas, Adolf Hitler ejemplifica muy bien la parábola de los mercaderes del templo, tomada del Evangelio según San Juan. Más adelante, veremos cómo Hitler, cristiano que nunca abjuró de su fe, y que alababa a la Iglesia católica, apostólica y romana, ponderó la excelencia de su arte de construir una civilización y luego vaticinó su duración en los siglos venideros. Por ahora, constato que en
Mi lucha,
Hitler remite explícitamente —página 306 de la traducción francesa de la editorial Nouvelles Editions Latines—
[4]
al
látigo,
al pasaje de Juan (2:15), el único que da ese detalle, para decir cuál es el cristianismo que él defiende: el
verdadero cristianismo
(p. 306) con
su fe apodíctica
(p. 451); son sus propias palabras...
El cristiano que acepte los dos tiempos de la Biblia también puede remitirse a Éxodo (21:23), a la ley del talión. En detalle, ésta exhorta a dar ojo por ojo y diente por diente, lo sabemos, pero también, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión. Hemos visto que Jesús propone la otra mejilla como cumplimiento alternativo de la fórmula tribal. Sin embargo, si sustituimos la parábola evangélica por la del talión veterotestamentario, después de confirmarla en el pasaje neotestamentario de los mercaderes del templo, lo peor se justifica sin problemas. Así, bien provistos de sofisterías, podemos justificar la Noche de los Cristales como la expulsión moderna de los mercaderes del templo: recordemos que Jesús les reprochaba comerciar y hacer transacciones monetarias allí... Luego, para continuar con la argumentación histérica, la solución final se convierte, bajo la forma del talión, en la respuesta al fantasma nacionalsocialista de la judaización racial y bolchevique de Europa... Por desgracia, el látigo metafórico permite al polemista y al retórico decidido legitimar la cámara de gas. Pío XII y la Iglesia católica sucumbieron, por otra parte, a los encantos de esos paralogismos hitlerianos desde el comienzo hasta la época actual, si tomamos como reconocimiento de la colaboración la incapacidad de reconocer aún hoy el error que fue el apoyo del Vaticano al nazismo. Retomaré este punto más adelante.
A Hitler —Abu Alí en árabe— le gustaba mucho la religión musulmana: viril, guerrera, conquistadora y militar en esencia. Y numerosos fieles le devolvieron el cumplido en la historia: en el pasado, el gran muftí de Jerusalén, pero también los militantes antisemitas y antisionistas de toda la vida que ubicaron a los viejos nazis en los puestos más altos de los estados mayores y servicios secretos del Cercano Oriente después de la guerra, y protegieron, ocultaron y ampararon a numerosos criminales de guerra del Tercer Reich en sus territorios: Siria, Egipto, Arabia Saudita y Palestina. Sin hablar de un número increíble de conversiones de los viejos dignatarios del Reich a la religión del Corán.
Sigamos examinando en el Antiguo y el Nuevo Testamento las contradicciones, los paralogismos y las citas que se podrían seleccionar para justificar lo peor. Dos problemas específicamente bíblicos son: la prohibición judía de matar y, en forma simultánea, el elogio del holocausto por ellos mismos; el amor cristiano al prójimo y, a la vez, la legitimación de la violencia por la cólera que, al parecer, dicta Dios. Lo mismo ocurre con el tercer libro monoteísta, el Corán, también lleno de potencialidades monstruosas.
Aquí, pues, un ejemplo musulmán: un sura (4:82), muy imprudente, afirma que el Corán procede en forma directa de Alá. ¿La prueba? La ausencia de
contradicciones
en el libro divino... ¡Ay! ¡No hace falta avanzar mucho para darse cuenta de que éstas abundan con el correr de las páginas! Repetidas veces, el Corán habla de sí mismo con gran satisfacción: expone con inteligencia (6:114), tal como Spinoza; explica con claridad (22:16), igual que las palabras de Descartes...; y sin confusiones (39:28), a la manera de una página de Bergson... Excepto que la obra formula palabras contradictorias. Basta con agacharse conceptualmente para recoger gran cantidad de ellas.
El Corán contiene ciento veinticuatro suras, y todos, menos el noveno, comienzan con la repetición del primer versículo del primer sura (1:1), la frase inaugural: «En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso». Y para que así conste. La tradición le da noventa y nueve nombres a Dios; el centésimo será revelado sólo en la vida futura. Entre esos nombres, hay variaciones sobre el tema de la misericordia: El que Todo lo Perdona —Al-Gafar—, el Justo, el Equitativo, el Benévolo Sutil, el Bondadoso —Al-Latif—, el Paciente, el Clemente —Al Halim—, el Bienamado, el Bienhechor —Al Bar—, el Indulgente —Al'Afuww—, el Detentor de la Generosidad —Zhu-I-Jalali—.
Verifiquemos en el Littré: define la misericordia como «la gracia, el perdón otorgado a los que pueden recibir castigo». O bien, si se trata específicamente de religión: «bondad por la que Dios otorga la gracia a los hombres y a los pecadores». ¿Como se puede justificar, por lo tanto, que entre sus otros nombres también figuren los siguientes: el que envilece —Al-Muhil—, el que causa la muerte —Al-Mumit—, el vengador —Al Muntaqim—, el que puede perjudicar a las personas que lo ofenden —Al-Dar—? ¡Curiosa manera de practicar la misericordia la de envilecer, matar, vengar y perjudicar! Decenas de suras lo justifican a lo largo de sus páginas...
Alá suele aparecer en el Corán como un guerrero sin compasión. Puede ejercer la magnanimidad, sin duda, pues ésta se encuentra entre sus atribuciones. ¿Pero cuándo? ¿Dónde? ¿Con quién? Se pasa a espada, se envilece bajo el yugo, se tortura, se quema, se saquea y se masacra mucho más de lo que se practica el amor al prójimo. Y todo esto en la vida y milagros del Profeta, como también en el texto del libro sagrado. ¡La teoría musulmana y la práctica islámica no brillan en la misericordia!
Pues el mismo Mahoma no sobresalió por sus virtudes caballerescas, como lo atestigua su biografía: el Mahoma de Medina llevaba a cabo razias durante las guerras tribales, tomaba prisioneros de guerra, se apropiaba de los botines, mandaba a sus amigos al frente, y después, apenas herido por una piedra, asistía a la desbandada de sus compañeros oculto en una trinchera, enviaba a sus allegados a eliminar a tal o cual adversario molesto y, cuando luchaba, mataba alegremente a los judíos, etc. Alá es grande, desde luego, por lo tanto también lo es su Profeta, pero examinemos un poco más de cerca las cualidades del enviado, porque Dios bien podría salir mal parado...
¿Magnánimo? Hagamos un inventario de lo opuesto: Alá se destaca en la estrategia y en las tácticas bélicas o de
castigo
—matar, entre otras— (8:30); utiliza la
astucia
con brillantez (3:54), aunque esta virtud cínica parece más un vicio que otra cosa; recurre con gusto a la violencia y decide sobre la
muerte
(3:156); elabora con paciencia los
castigos ignominiosos
para los incrédulos (4:102); es el
Señor de la venganza
(5:95 y 3:4);
extermina
a los infieles (3:141); practica de tal modo esa virtud sublime que no tolera ninguna creencia distinta de su deseo; castiga, por lo tanto, a los que se forman una
idea falsa
de él (48). Bienvenida la magnanimidad...
El Corán contradice en múltiples sitios cada una de las invocaciones con que comienzan los suras en los que Dios aparece como Magnánimo. En el contenido también encontramos material suficiente para demostrar las contradicciones: incitación a matar a los incrédulos (8:39) y a los politeístas (9:5),
pero
elogios en el versículo siguiente a quien les dé asilo (9:6); propuestas de combatir con violencia a los incrédulos (8:39),
pero
alabanza del perdón (8:199), del olvido (5:13) y de la paz (47:29); justificación de las masacres (4:56, 4:91, 2:191-194),
pero
utilización frecuente de un sura —éste exime a menudo al Islam de su inclinación por la carnicería— que dice: matar a un hombre que no haya cometido ningún acto de violencia en la tierra es igual a matar a todos los hombres; del mismo modo, salvar una vida es igual a salvar a todos (5:32); justificación del talión (2:178, 5:38),
pero
el que renuncia a hacerlo obtiene la expiación de las culpas (5:45); prohibición de hacer amistad con los judíos o los cristianos (5:51),
pero
permiso para los hombres de desposar a una mujer que practique la religión de los otros dos Libros (5:5), a lo que se añade un versículo que afirma la fraternidad de todos los creyentes (49:10), y luego la propuesta de discutir con ellos de manera cortés (29:46); legitimación de la persecución del impío (4:91),
pero
alabanza de la indiferencia con respecto al que se aparta de Dios (4:80); prescripción de cadenas en el cuello para los infieles (13:5),
pero
se cita a menudo otro versículo para demostrar la tolerancia de la religión musulmana: «¡No hay coacción en religión!» (2:256), ojalá...; invocación a Dios para el aniquilamiento de judíos y cristianos (9:30),
pero
promulgación de la amistad entre los creyentes unos versículos más abajo en el mismo sura (9:71); afirmación de la igualdad de todos y todas ante la vida y la muerte (45:21),
pero
desolación en la tierra cuando nace una niña en una familia (43:17), y luego la confirmación de que después de la muerte gobierna la desigualdad: el Paraíso para algunos y el Infierno para otros (59:20); en una oportunidad, el Profeta enseña que la recompensa del Bien es el Paraíso (3:136),
pero
más adelante pretende que la mencionada recompensa del Bien sea... el Bien (55:60); afirmación de que todo proviene de la voluntad de Dios, quien descarría a sabiendas (45:23), pero, a pesar de todo, el hombre es responsable de sus actos (52:21); no se hereda impunemente a Moisés y a Jesús...
Si, como enseña el sura titulado «Las mujeres», la ausencia de contradicciones en el Corán demuestra el origen divino del Libro —dictado durante veinte años, en La Meca y en Medina, a un hombre, un recolector de estiércol de camello, que no sabía, pobre diablo, ni leer ni escribir...—, la cantidad de contradicciones acumuladas y destacadas en cursiva, mencionadas más arriba, permite afirmar el origen humano, muy humano, demasiado humano de la obra en cuestión. Paradójicamente, la tesis coránica de la ausencia de contradicciones en el texto contradicha por el examen del texto le da la razón al texto, lo que permite concluir que su origen es humano y no divino...
Frente a la plétora de verdades contradichas por otras tantas antífrasis, ante el desorden de ese taller metafísico en el que todas las afirmaciones cuentan con su respectiva negación, algunos quieren justificar la lógica de sus propias selecciones para mostrar que la totalidad del islam se reduce a los textos que sus citas ponen de relieve. Uno propone un islam moderado, otro, un islam fundamentalista, y un tercero, un islam laico (!), abierto y republicano.
Algunos chistosos hablan, incluso, de un islam feminista y se basan en la biografía del Profeta, que, Bendito sea su Nombre, ayudaba a su mujer Jaliya en las tareas de la casa. Nunca carentes de ingenio, contextualizan de modo grosero, ¡luego deducen de las carreras de camellos en las que competían Mahoma y su esposa la posibilidad, hoy, de torneos mixtos de fútbol! Un bromista de la misma familia, que se las da de científico, contextualiza él también los suras y versículos con entusiasmo, al punto de afirmar que el Corán previó la conquista del espacio (55:33) y la invención de la informática. Dejémoslo allí...