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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (12 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Ella, por su parte, no sabía qué más decirle para echarlo. Se sentía fuera de lugar al verlo allí, tan provocadoramente desnudo. La culpa era suya por quitarle la sábana. Así que buscó munición para pincharlo.

—Y otra cosita, guapo, yo no exprimo a nadie.

—Ah, ¿no? —replicó él dejando a un lado su cabreo. Olivia lo miraba altivamente pero sospechaba que estaba ocultando algo. Démosle cuerda para que se ahorque ella sola, pensó con malicia—. Follar cinco veces, según tú, es lo más normal del mundo, por lo que veo.

Ella parpadeó, vaya, sí que se acordaba. No debía sonrojarse, se suponía que ella era una mujer experimentada, acostumbrada a lidiar con hombres problemáticos el día después, ¿no?

—No fue para tanto, ¡por favor! Ahora los hombres sois de mantequilla —dijo ella con desdén disimulando su creciente excitación. Al menos se podría tapar un poco, ¿no? «Eres una
femme fatale
, acostúmbrate», se recordó.

—Perdona, bonita, puede que tú te dediques a follar todas las noches de esta forma, pero no es lo normal.

Pues claro que no, ella bien lo sabía. Aunque jamás lo admitiría.

—Si tuvimos que hacerlo cinco veces fue por tu culpa.

—¡¿Cómo?!

—Pues sí, lo que oyes.

Thomas parpadeó, algo se le estaba escapando.

—Argumenta esa afirmación, si eres tan amable. —No iba a desayunar, eso estaba claro, pero se moría de ganas por escuchar esa explicación. Si de algo podía presumir es de saber escuchar las historias que la gente cuenta con tal de justificarse y de ser un experto en analizar el lenguaje corporal.

—No hiciste las cosas bien.

—¿Que no hice bien las cosas? —Casi se atraganta al aguantarse la risa. Oh, sí, iba a ser tremendamente divertido.

—El primero fue…

—Jodidamente bueno —él concluyó la frase, poniéndose de lado en la cama para no perderse detalle. En una postura relajada.

—Breve —lo contradijo y añadió con regocijo—: Muy breve. Ya sabes… —Se encogió de hombros como si estuviera acostumbrada a esa rutina—. Las prisas, aquí te pillo, aquí te mato… Ibas bien, no lo niego. —Una de cal y otra de arena, por chulo—. Pero yo me quedé a las puertas.

—Ya veo —murmuró, conteniendo las ganas de un comentario mordaz.

—Así que era casi una obligación que, tras recuperarte, volviéramos a intentarlo. —Se examinó las uñas, manteniendo su pose de indiferencia.

—¿Y? —Hizo un gesto animándola a seguir con su estrafalaria explicación.

—Pues que tampoco hubo suerte.

Hizo una mueca y él supo inmediatamente que le estaba tomando el pelo. Pero aún faltaban tres polvos más y por nada del mundo quería perderse tan interesante descripción.

—No sé qué decir.

—Por eso nos pusimos otra vez a ello. Yo pensé que no ibas a poder, ya me entiendes, tienes una edad.

Él se limitó a arquear una ceja ante la crítica, para nada constructiva, sobre sus habilidades sexuales y sobre su capacidad para satisfacerla, amén de su supuesta edad.

—Así que… —continuó ella—, repetimos. Y como se dice en estos casos, a la tercera va la vencida.

—Sinceramente, me alegro —dijo con sarcasmo.

—Y yo. Es frustrante estar ahí sudando, jadeando para nada, ¿no crees?

—Desde luego. Pero… ¿cuál fue el factor determinante? Es decir, ¿por qué esa vez sí y las dos anteriores no? —demandó él, en tono prosaico.

—Hum… pues supongo que estaba muy excitada y quizá otra decepción… pues como que no —respondió ella en el mismo tono, como si analizaran los índices bursátiles.

—De acuerdo, entonces, ¿puedes explicarme qué nos llevó al cuarto? —Utilizando el tono habitual de un interrogatorio podía controlar mejor sus ganas de reírse. A la par que le daba a toda esa historia tan surrealista un matiz de seriedad.

—Por igualar un poco el marcador, ¿no te parece? Es injusto que yo, esforzándome al máximo, salga en desventaja. Además tu capacidad de recarga va disminuyendo, por lo que se alarga el proceso. Las mujeres no somos coches de carreras, ¿sabes? No pasamos de cero a cien en tres segundos: somos grandes berlinas, cogemos la misma velocidad pero tardamos un poco más.

—Una original comparación —murmuró él y, como las cosas se estaban poniendo interesantes, a pesar del tono con el que ambos impregnaban sus palabras, echó un vistazo a la mesilla de noche y comprobó que quedaba un último condón. También quedaba una última apreciación sobre sus técnicas amatorias—. De acuerdo, estábamos igualando el marcador, tú estás satisfecha… Sin embargo te animas y nos metemos de lleno en el quinto, ¿por alguna razón en particular?

—Lo reconozco. —Sonrió de forma traviesa y él sufrió una repentina revolución interna—. Fue por vicio.

—¿Perdón?

—No te hagas el tonto. Podíamos haberlo dejado ahí, pero ya que estábamos… pues como que nos perdió el ansia. Ya sabes, es como comer pipas y rascar, todo es empezar.

—Pero… ¿te corriste? Lo pregunto más que nada por amor propio, ya me entiendes. —Llegado el caso como que le importaba ya más bien poco. Olivia estaba siendo un soplo de aire fresco, un entretenimiento agradable, no sólo por el sexo, sino por la conversación, imposible de analizar, pues era surrealista de principio a fin.

—Pues sí —admitió.

Y a él le encantó la forma de sus labios, la forma en la que intentaba cubrirse y no dejaba de pensar en cómo, utilizando los menos movimientos posibles, tumbarla, desnudarla, abrirle las piernas, ponerse el condón y darle un poco de acción a aquella mañana tan extraña.

—Me alegro.

Como es mejor pedir perdón que pedir permiso, sin darle tiempo a reaccionar hizo lo que tiene que hacer un hombre a primera hora de la mañana de un domingo cualquiera con una provocadora a su lado. Se acercó ladinamente hacia ella y tiró de la maldita sábana para encontrarse con un cuerpo desnudo que, si bien no era la primera vez que lo veía, sí era la primera ocasión que lo contemplaba con luz natural, para después inmovilizarla bajo su peso y, sin perder la posición, estirarse para coger el último preservativo disponible.

Como la noche anterior se había enfundado en varios colores ahora hasta se mostraba interesado en saber qué le depararía el destino de los profilácticos.

—Fresa… mi favorito.

—Aparta, ni se te ocurra intentarlo, ¿me oyes? No vamos a hacerlo de nuevo. ¡Ni hablar! Quítate de encima.

—Después de tu… interesante explicación, me siento en deuda contigo, no sé, no puedo dejarte así, sabiendo que estás en desventaja. —De vez en cuando utilizar un tono falsamente comprensivo tenía sus ventajas.

—Tienes una edad, no cometas excesos. El centro de salud abierto más próximo está a más de media hora.

—Muy graciosa y muy amable por preocuparte, pero, a pesar de mi edad, puedo follarte sin problemas. Y eso a pesar de que, si hubiera dormido razonablemente bien, estaría en mejor forma. Te mueves, das patadas y roncas.

—¿Yo? —Se señaló incrédula ante sus acusaciones—. ¡Gilipollas! Si no has dormido bien a mí no me eches la culpa, haberte ido a tu habitación.

—Dejando a un lado que la cama, en general, y el colchón, en particular, son una mierda, contigo, que te mueves como si te estuvieras peleando con alguien y das patadas —insistió él—, es imposible pegar ojo. Además, ¿cómo iba a saber yo que de vez en cuando ibas a despertarme para montarme como una amazona? —bromeó, aunque lo cierto es que no le había disgustado para nada.

—Eso fue en el tercero y gracias a eso no me quedé otra vez a medias. —Se defendió ella—. Y si no querías, ¡haberlo dicho!

—No me estoy quejando, sólo exponiendo los hechos. Y ahora, dejémonos de cháchara.

No sin cierta dificultad, pues ella hizo todo lo posible para desanimarlo, se puso el condón y, para que no le criticara también la postura elegida, se tumbó sobre ella, le separó las piernas y cuando acarició sus labios vaginales antes de penetrarla comprobó satisfecho que estaba húmeda.

Por supuesto, para evitar más demoras, se guardó el ácido comentario sobre si quería o no, y se entretuvo un par de minutos antes de entrar en ella.

16

A pesar de la evidencia, ella dificultaba todo el proceso moviéndose y apartándose, y a él no le quedó más remedio que dejarse de tonterías. Se subió encima; puede que repitiera repertorio, pero se aseguraba el éxito.

—Eres un petardo —jadeó ella.

—Pero por lo visto eso también te pone, ¿me equivoco?

Para no perder más el tiempo la penetró y cerró los ojos ante las sensaciones que lo invadieron. Resultaba cuando menos curioso experimentar tales sensaciones. Al fin y al cabo, estaba en la cama con el tipo de mujer que jamás le había atraído, pero… ¡sorpresas te da la vida! Aunque en el día a día fueran lo más opuesto que dos personas pueden ser, en las distancias cortas parecía que sus diferencias marcaban el punto exacto de excitación.

Puede que Olivia no fuera la pareja ideal para acompañarlo a una elegante cena de negocios o a algún acto público, pero para disfrutar entre las sábanas no tenía rival.

Ella, a pesar de su negativa inicial, se fue amoldando y sincronizando con los movimientos de él. Podía gritar que no quería, pero sólo sería la farsante más grande de la historia.

Maldita sea, tiene que ser él. Era el pensamiento que no abandonaba su cabeza. Toda la cháchara de hacía unos minutos para intentar minar su insufrible autosuficiencia no había sido más que un pobre escudo. Quería ocultar su debilidad, o, mejor dicho, la debilidad de su cuerpo.

—Deja de arrugar el morro y disfruta —dijo él entre empuje y empuje, sacándola de sus divagaciones.

—Yo no arrugo nada y, ya que lo mencionas, no sé para qué te arriesgas en repetir postura cuando sabes perfectamente que estás abocado al fracaso.

—En todo caso quien fracasa eres tú —replicó él sin dejar de moverse—. Si no te concentras yo no puedo hacer nada.

—Pues… yo… no… estoy… tan… segura… de… eso…

—Concéntrate de una puta… vez… —gruñó —. Luego no me vengas con tonterías.

—Dejar a una mujer insatisfecha no es una tontería, te pongas como te pongas. —Quizá estaba pagando con él toda su frustración sexual acumulada, pero él se mostraba tan arrogante que no tenía otra alternativa, amén de seguir disgustada consigo misma.

—Yo no he dejado a ninguna insatisfecha en toda mi vida —se defendió.

—Eso dicen todos —le contestó con toda la razón del mundo.

Él, molesto por la dirección que estaba tomando aquella absurda conversación, lo más antierótico del mundo, se detuvo unos instantes y, apoyándose en los brazos, la miró intensamente antes de decir:

—Oye, no sé con cuántos tipos has follado, pero desde luego si vas menospreciando sus capacidades no me extraña que te dejen plantada e insatisfecha. —Era lo que no tenía que decir si quería echar un simple polvo.

—Por esa misma razón sé de lo que hablo. —En su caso no era la experiencia con múltiples sujetos sino las múltiples malas experiencias con un único sujeto.

Por cómo había respondido, él no dudó de sus palabras. Estaba claro que había topado con los más ineptos y torpes, pero, joder, ¿tenía acaso él la culpa?

—¿Por qué te paras? Luego me va a costar un triunfo ponerme de nuevo.

—Hagamos un trato.

—Ni loca.

Él puso los ojos en blanco, qué mujer más complicada. Pero, oye, estaban en medio de un revolcón que podía ser interesante, intenso y satisfactorio para ambos, así que bien podía hacer un último intento por salirse con la suya.

—Tú te estás callada digamos… durante los próximos quince minutos…

—Ya sabía yo que no ibas a durar mucho más.

Thomas pasó por alto el insidioso comentario destinado, obviamente, a minar su autoestima.

—… Y a cambio te garantizo un buen orgasmo.

Ella resopló.

—En esta postura… no sé yo.

—Cierra los ojos, concéntrate y déjame a mí, ¿de acuerdo?

—¿Sin hablar?

—Como única opción te dejo que me digas cosas como «Más, oh sí, eres un machote y vas a acabar conmigo».

Ella se echó a reír contagiándolo.

—Hum, si además incluyes «Eres un semental», trato hecho —le sugirió con sarcasmo.

—Joder, por supuesto, ésa me gusta. ¿Empezamos? —preguntó ofreciéndole la mano, gesto bastante difícil de ejecutar dada su postura, pero, ya puestos… con ella nada salía como preveía.

Ella podía hacer trampas y él esforzarse hasta la extenuación.

Ella podía elaborar mentalmente la lista de la compra y él arriesgarse a morir deshidratado.

Pero… ¿para qué? ¿Para demostrar que ella tenía razón? Y, en caso afirmativo… ¿qué ganaba con ello?

Pues poco o nada, ya que, al fin y al cabo, ese abogado presuntuoso, al parecer, sabía proporcionarle orgasmos sin leer el manual de instrucciones o sin tener el mapa del tesoro como referencia.

—Hum, vale, pero si no lo consigues… lavas los platos durante una semana.

—Eso no es justo, pero vale. —Y al ver la cara de ella de «Te tengo pillado por los huevos», Thomas añadió—: Si haces trampas lo sabré, así que descarta la idea.

—¿Cómo?

Él no respondió con palabras sino con un pequeño empujoncito advirtiéndole de que estaban en medio de un encuentro sexual y que la cháchara, exceptuando lo pactado, no tenía cabida.

Ella se percató de que, a pesar de haberle saboteado a base de bien, aún estaba erecto y su polla pedía acción.

Muy curioso. Aun arriesgándose a romper el trato le preguntó:

—Tengo una duda. —Él entrecerró los ojos avisándola de que su paciencia tenía un límite—. Y con esto acabo, palabra.

—Dispara.

—¿Te metes algo para permanecer así? —preguntó moviéndose—. Algo para… ya sabes.

—¿Estar empalmado a pesar de tu empeño en joderme el polvo mañanero?

—Sí.

Thomas tardó un poco en contestar. La cabrona seguía jugando sucio, pero tenía razón. En otras circunstancias no hubiese aguantado tanto, y menos aún después del desfogue nocturno, ni tampoco estaría dispuesto a seguir, su polla le hubiese abandonado hacía tiempo y lo habría dejado solo ante el peligro.

Interesante cuestión, pero para más tarde.

—No, no me meto nada, además aquí el que mete soy yo —afirmó con rotundidad y tardó bien poco en perder su fingida seriedad al ver las risas de ella—. ¿Más preguntas?

—No. —Puso cara de concentración—. Puedes proceder.

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