Treinta noches con Olivia (14 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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Como no había clientas a las que atender, la dueña no iba a permitir que estuvieran ociosas, así que mataba el tiempo limpiando los cristales del escaparate y aguantaba como podía los comentarios sobre lo bien que le iban las cosas a su compañera de trabajo con Juanjo. Como era de esperar, Celia los soltaba de forma distraída, como si la cosa no fuera con ella, contándoselo a su jefa pero de tal forma que todas las allí presentes se enterasen perfectamente del asunto.

La susodicha jefa tampoco entraba mucho en la conversación, un «Ajá», un «Claro que sí», para disimular que se aburría soberanamente.

Divisó al hombre ideal a través del cristal, aparcando su… entrecerró los ojos, el muy idiota con complejo de inferioridad se había comprado coche nuevo. ¡Hombres!

Tampoco es que en esa familia tuvieran problemas económicos, pero, seguramente, el cambio de vehículo respondía a la absurda idea de competir con cierto inglés en igualdad de condiciones. Ahora sólo le faltaba un vestuario nuevo porque el resto… era de difícil modificación.

—¡Ay, Dios mío! —chilló Celia, a sus espaldas, al parecer extasiada.

Olivia le dio más brío a la bayeta e ignoró a ambos.

Cuando Juanjo golpeó el vidrio para que le abriese, sólo pudo decir:

—Acabo de limpiarlos, por favor no dejes marcas.

Él la miró molesto, esperaba otro recibimiento.

Pues parecía que lo llevaba claro.

—Hoy he acabado antes de lo previsto en el ayuntamiento y he venido a buscarte —dijo él dirigiéndose a Celia, mientras intentaba ser el centro de atención girando las llaves del descapotable constantemente.

Olivia movió la escalera para limpiar la parte superior y Martina sonrió. Celia, por supuesto, se acercó encantada a su chico.

—Estupendo. ¿Podemos ir a cenar fuera? —ronroneó.

Incluso Juanjo sintió vergüenza ajena por tan exagerado comportamiento.

—Vete si quieres —intervino Martina.

—Genial. Me cambio en un minuto. —Celia desapareció en la trastienda.

Olivia dudaba que cumpliera su promesa, ponerse todo el maquillaje que siempre lucía requería mucho más tiempo.

—Bonito coche —dijo Martina. Más que nada para que aquello no pareciera un velatorio—. ¿A ti qué te parece, Olivia?

La aludida se encogió de hombros.

—Si quieres podemos ir a probarlo —sugirió Juanjo—. Mientras te llevo a casa.

—No, gracias —«Éste es del género tonto o muy tonto.»

El silencio se instaló de tal forma que todos se sentían bastante fuera de juego. Cada uno intentando disimular su incomodidad y esperando que Celia no tardase más de la cuenta en pintarse la cara para volver a respirar.

Martina se disculpó diciéndoles que se iba a tomar un café.

Genial. Simplemente genial.

Ya no quedaban cristales por limpiar, pero quizá podría entretenerse con las estanterías, entre quitar todos los utensilios y volverlos a poner se pasaba un buen rato y así evitaba tener que hablar con Juanjo.

Resultaba realmente muy extraño no saber qué decir al hombre con el que has estado saliendo durante casi cinco años. Y muy deprimente. Ella quería al menos llevarse bien, aunque la frase «como amigos» fuera ridícula.

—Olivia… yo… bueno me gustaría hablar contigo, hay cosas que…

—Ahórratelas, por favor. Ya sabes quién nos escucha. Luego te pondrá la cabeza como un bombo y mañana tendré que aguantarla yo.

—Estás imposible. Y todo es por culpa de él.

—¿De quién?

—Del jodido inglés. Estábamos a punto de arreglar las cosas y de repente te muestras mucho más reacia.

«Pero qué iluso es este hombre, por Dios.»

—Mira, me parece absurdo que insistas. Sal con tu nueva novia, si te sirve de algo tenéis mi aprobación.

—¿Ves? A eso me refiero. ¿Cómo es posible que digas algo así? ¡Otra cualquiera estaría subiéndose por las paredes!

—Conmigo has tenido suerte. —Le dedicó una sonrisa comprensiva—. Y deja de molestar. —Lo apartó para acceder a los estantes del fondo.

—Si fuera al revés, si hubiera dejado a Celia por ti, ella estaría sacándote los ojos.

—Yo no soy como ella —murmuró. Pero qué cretino, ¿qué esperaba? ¿Una lucha en el barro entre las dos y él como premio?

—No te conozco, Olivia, de verdad que no. Has cambiado de la noche a la mañana.

—Ya estamos otra vez…

Y lo peor de todo el asunto era que él seguía sin comprender. Sin darse cuenta de que no era un repentino cambio lo que se había producido. Continuaba en su absurdo pensamiento de que él lo había hecho todo bien y que era ella quien estaba perdiendo los papeles. De esa forma es imposible cualquier entendimiento.

—Cuando ese tipo se marche, estoy seguro de que cambiarás de opinión.

—Puede… —Se encogió de hombros. Quizá debería darle la razón como a los tontos para que la dejase en paz. ¿No se daba cuenta de que su situación no tenía nada que ver con la aparición de ese presumido?

—Ya lo verás —aseveró él, convencido de su teoría.

Por suerte, Celia apareció maquillada como para una boda de payasos y ambos la dejaron, por fin, a solas con su trapo y su multiusos de pistola.

Acabó con las baldas de cristal, ordenó los expositores y al final se sentó en uno de los sillones destinados a las clientes con una revista de cotilleo en las manos.

No era lo suyo, prefería otras lecturas, pero no tenía nada mejor que hacer y ésa era una forma como otra cualquiera de esperar a que regresara su jefa y poderse marchar a casa.

Martina no la hizo esperar mucho, claro que su ilusión por salir pitando se fue al traste, pues venía con jugosos chismes y, cómo no, tenía que contárselos.

—¡No te lo vas a creer!

—Dime —murmuró intentando disimular su desinterés.

—La hija del ferretero… ¡Se casa!

—¿Y?

—Hija, qué apática estás —se quejó su jefa—. Hasta su padre había perdido la esperanza, porque es fea con avaricia.

—Me parece estupendo. Ahora si no te importa…

—Me importa, me importa. Porque… ¿qué pasa exactamente entre ese inglés y tú? Y no te andes por las ramas… Prefiero preguntártelo a ti ya que están circulando toda clase de rumores, y además tienes al pobre hijo del alcalde suspirando por ti…

Olivia iba a responder, pero Martina estaba emocionada y en modo locomotora, así que era imposible meter una palabra de canto.

—… Acabo de cruzarme con él en la cafetería… Hum, no me extraña que hayas plantado a Juanjo —dijo su jefa guiñando un ojo cómplice.

—¿Te pasa algo en el ojo?

—¡No digas bobadas! Y, cuéntame, ¿cómo es? Porque va hecho un pincel. La chica de la cafetería me ha dicho que es muy educado, deja propina y que siempre se comporta. ¡Qué suerte tienes, hija mía! ¡Si yo tuviera diez años menos!

Veinte años menos, pensó Olivia, pero claro, no puedes morder la mano que te da de comer. Si Martina aún se creía la reina de las fiestas (cosa que debió de ocurrir a finales de los setenta), no iba ser ella quien la sacara de su error. Aunque…

—Si quieres le digo algo de tu parte —comentó maliciosa. Pero se atragantó con sus palabras. Al fin y al cabo, ella ya sabía cómo respondía ese relamido… eso de cumplir una promesa no se le daba muy bien.

—¡Qué más quisiera yo! —suspiró Martina—. Pero está claro quién le interesa o si no mira… —Señaló con un dedo y Olivia se acercó al cristal.

Maldita sea. ¿Qué carajo hacía Thomas allí?

Lo que faltaba para el duro. Si la gente ya se divertía especulando ahora tenía más munición para darle a la sin hueso.

Aunque… ¡Joder!, había que reconocerlo, el tipejo tenía buen gusto, siempre iba impecable y eso siempre alegra la vista.

Lástima que fuera un gilipollas, bueno en la cama, pero un gilipollas, al fin y al cabo.

Cuando él se quitó las gafas de sol y llamó a la puerta, Martina casi se hace un esguince por correr y abrirle.

Y ella tuvo que apretar los muslos para aguantar el cosquilleo interior que iba a torturarla. ¡Joder! ¿Por qué se presentaba en el local?

—Buenas tardes —saludó él educadamente.

Hizo un gesto distraído a modo de saludo y Martina la reprendió.

—Por favor, qué modales. Señor Lewis, supongo que ha venido a recoger a Olivia.

—No hace falta —interrumpió la aludida.

—¡Olivia…! —advirtió su jefa poniendo los ojos en blanco—. Esta chiquilla…

—No, no he venido a buscarla. Simplemente a comentarle algo. ¿Podemos hablar en privado? —sugirió él con ese tono desagradable que ella conocía dejándolas fuera de juego.

Martina los miró a ambos y se mordió el labio. ¿Qué estaba pasando? ¿Quizá la gente se estaba equivocando respecto a esos dos?

—Estoy trabajando —replicó ella con toda lógica—. Si es algo personal te esperas a que llegue a casa.

—Puedes irte si quieres, como ves hoy no hay mucho movimiento. Así compensamos las horas que te debo —dijo Martina.

—Muchas gracias —contestó a su jefa con sorna por la «ayuda».

Olivia cogió su mochila del armario y tras despedirse de ella, la meticona, salió a la calle sin esperarlo si quiera. Caminó hasta el callejón posterior donde tenía su bici atada con una cadena y tras abrir el candado se subió.

—Espera un momento, joder. Y baja de ahí —exclamó él a punto de perder la paciencia.

—No sé a santo de qué te ha dado por presentarte hoy aquí.

Él agarró el manillar de tal forma que ella tuvo que poner ambos pies en el suelo.

—Tengo el coche ahí mismo, meteremos esto en el maletero y nos vamos para casa.

—¡Eh, un momento! Has dicho que no venías a buscarme.

—No seas idiota, pues claro que no. —Olivia se quedó muda—. Simplemente estaba por aquí y he decidido tener un detalle contigo —explicó de forma altiva, como si ella le debiera la vida por ello.

—Pues te metes los detalles donde te quepan, ¿está claro?

—No seas infantil. Creí que ya habíamos superado esa etapa.

—Pues no —le sacó la lengua al más puro estilo guardería—. Y, ahora, mi culo infantil y yo nos vamos a casa pedaleando.

—Joder, qué paciencia he de tener contigo. —Sin darle tiempo a más tonterías, la apartó de la bici y enfiló con ella hasta donde tenía el coche aparcado.

Al levantar el capó del maletero, se dio cuenta de que tenía un grave problema logístico. Y ella, cómo no, sonriendo con malicia, aguardaba cruzada de brazos el momento oportuno para hacérselo saber.

Pero él le sonrió socarronamente, cogió la bici de la discordia, la llevó hasta el salón de belleza y pidió amablemente a Martina que la guardara hasta el día siguiente.

—Sube al coche y calla la boca. —Fue lo que ella escuchó y que, por supuesto, la molestó.

—¡Gilipollas!

19

A veces, por mucho que una misma se repita las cosas, eso no hace más fácil el hecho de conseguir mantener una promesa, cosa que la irritaba profundamente. ¿Cómo entender, y de paso explicarse a sí misma, que discutir permanentemente con un tío no hace disminuir el deseo de llevárselo al huerto?

Y así, conteniendo sus impulsos de tirarle el café a la cabeza o de abalanzarse sobre él, a partes iguales, había llegado el sábado.

Y allí estaba de nuevo el cuadro casi familiar, después de la cena, disimulando, matando el rato, con la vigilante al acecho.

Thomas, por su parte, no estaba mucho mejor. Su queridísima y preocupada hermana se las había ingeniado durante toda la semana para no dejarlos ni un segundo a solas. Por las noches, en vez de irse con sus amigos a hacer lo que sea que hacen los adolescentes en las noches de verano, se quedaba en casa y se pegaba como una lapa a su tía hasta bastante tarde. En el jardín, en el dormitorio, donde fuera, con tal de que él no pudiera ni arrimarse a su objetivo, al cual, en realidad, no debería acercarse, por mucho que deseara hacerlo. Podía buscar mil excusas, pero en el fondo no era más que un tío, y ante ciertos estímulos respondían todos (al menos el noventa y nueve por ciento) del mismo modo.

Lo cierto era que el mero hecho de desearla ya era bastante desagradable (en verdad, era algo para un Expediente X), y a eso había que añadirle el hecho de observarlas, que aún era peor. Y, por si fuera poco, cuando Julia dejaba respirar a su tía, había buscado otra curiosa forma de joderle las intenciones: juntarse a él.

Y con un argumento de lo más inocente: que la ayudase con un trabajo escolar. Julia había intentado hacerle la pelota de la forma menos sutil que hubiese imaginado, es decir proclamar a los cuatro vientos que necesitaba a alguien con estudios, preparado y todo eso para que la ayudase.

Y así, de esa manera tan triste, había acabado leyéndose un insufrible trabajo sobre la Revolución francesa en vez de revolucionar a la tía, que es lo que le pedía el cuerpo.

—Esto es poco menos que una mierda —dijo a su hermana tirando los folios encima de la mesa, bastante hastiado por tener que leerlo. Además, cuando uno hacía un trabajo lo menos que se esperaba es que fuera decente, y éste distaba mucho de serlo.

—No digas bobadas, se ha esforzado mucho —apuntó Olivia.

Y él clavó los ojos en ese trasero mientras hacía quinielas mentales intentando averiguar de qué color llevaba el tanga. Pero, como tenían a la policía de la castidad en casa, lo mejor era pensar en otra cosa, es decir, descargar su frustración en algo concreto.

—Es una mierda y punto —reiteró él—. Mira, si lo que pretendes es hacer un trabajo de calidad no puedes limitarte a copiar palabra por palabra lo que pone en un libro. Estoy seguro de que tu profesor puede comprarse una enciclopedia, no creo que quiera leer lo mismo.

—Te he pedido ayuda, no que me tires por tierra todos mis esfuerzos —replicó su hermana.

—Lleva razón —murmuró Olivia intentando ayudar.

—Tú no te metas en esto —contestó Thomas de mala leche.

—Oh, perdón, señor licenciado —se burló ella hablando con acento hispanoamericano al más puro estilo culebrón.

Él no quiso entrar al trapo, quería entrar en otro asunto, pero, como decían ellas, ajo y agua.

—Para hacerlo con un mínimo de calidad, al menos debes ser tú quien redacte, no puedes repetir como un loro lo que otro ha escrito, ¿comprendes?

—Vale, lo capto, pero… ¿cómo lo hago?

—Estoy segura de que el señor licenciado te lo hará saber. —Otra vez Olivia con el tonito de burla.

—Primero lees toda la información con la que vas a trabajar, vas tomando notas de lo que te parece más interesante, de lo que te llama la atención, contrastas los datos y después haces un esquema.

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