—¿Qué coño pasa? —preguntó visiblemente molesto. Se estaba bajando los pantalones para poder penetrarla y ella lo apartaba. Maldita sea, todavía podía joderse la noche.
—Aquí no —dijo ella señalando el patio trasero.
—¿Cómo que no? Aquí no nos ve nadie. ¡Vamos, hombre! No me digas que eres una de esas calientabraguetas.
—¡Oye! Cuidadito con lo que dices —replicó ella—. Lo que me faltaba por escuchar.
—¿Entonces?
—Menos mal que pienso yo por los dos. No me apetece follar aquí, en el suelo, teniendo una cómoda cama en casa.
—Cómoda, lo que se dice cómoda… —insinuó él recordando dónde dormía todas las noches. Aunque a lo mejor le habían dado el peor cuarto.
—Y condones. No pretenderás que lo hagamos sin protección, ¿verdad?
—Joder… —Tenía razón, maldita sea. Por desgracia él no había incluido ningún profiláctico en su maleta. Había ido a solucionar un tema familiar, no a echar polvos a la luz de la luna.
—Sígueme. —Ella se puso en pie y empezó a caminar hasta la puerta, bajándose la falda un poco a la par que movía su culo de tal forma que hasta un ciego podría seguir sus indicaciones.
Como pudo, sin hacerse daño, se sujetó los pantalones y, como Pulgarcito siguiendo las miguitas de pan, entró en la casa tras ella.
No habían llegado a la alcoba cuando, en medio de la escalera, se abalanzó sobre ella para toquetearla un poco más.
Quizá se estaba mostrando demasiado ansioso, demasiado impaciente, pero ella no parecía molesta, todo lo contrario. Se colgó de él, jadeando y metiéndole mano a partes iguales, llevándolo a un estado en el que resultaba altamente improbable que un hombre diera marcha atrás.
Él desabrochó su minifalda y ésta cayó al suelo dejándola cubierta con tan sólo un picante tanga verde a juego con su camiseta.
Motivado como nunca, desnudo de cintura para arriba y en pos de un polvo memorable, aunque eso sí, breve, hizo un esfuerzo por no tumbarla en el penúltimo escalón.
De haber habido alfombras, sin duda habrían tropezado con ellas. Sin querer soltarse, anduvieron a trompicones hasta el dormitorio, donde él chocó con la puerta, que estaba cerrada. Olivia soltó parcialmente su cuello, alargó la mano y bajó la manilla.
Ya sólo quedaba apenas un metro para llegar a la cama. Como era de esperar, cayeron en la misma de forma poco elegante. Pero ¿quién se preocupa por ese tipo de cosas en tales momentos?
Ambos se mostraban impacientes y empezaron a desprenderse de la ropa que aún llevaban. Ella había perdido la falda en mitad de los escalones y él, la camisa. Así que deshacerse de lo que quedaba era fácil.
—Déjame a mí —pidió él cuando ella hizo amago de quitarse la poca tela que la cubría—. Tú encárgate de buscar los condones.
Ella se estiró en la cama hasta llegar a la mesilla de noche y sacó un paquete de seis. Él alargó sus brazos para deshacerse del inoportuno tanga. Ella le facilitó la maniobra y le entregó con un golpecito en el pecho los preservativos.
—Tú ocúpate de lo tuyo —dijo.
—De acuerdo —aceptó de buen grado. ¿Es que ella no quería que pusiera en práctica ciertas atenciones galantes? Perfecto, iría al grano.
Rompió con los dientes el envoltorio y no dijo nada al ver asomar algo color verde. No podía decir que fueran sus favoritos, ni tampoco recordaba haber perdido el tiempo en comprar condones de colores, pero llegado el caso servían igual que los otros, ¿no?
Se desnudó completamente, siendo en todo momento consciente de la mirada de Olivia, que esperaba en la cama provocándolo de forma extraña, ya que no hacía nada en realidad. Seguramente estaba siendo un poco paranoico, o simplemente llevaba bastante tiempo sin follar y eso siempre puede alterar la percepción en un hombre.
—¿Preparada? —preguntó tras enfundarse el condón a la primera e inclinarse sobre ella.
—¿No pretenderás que nos limitemos a un misionero mediocre? —replicó ella a su vez poniendo una mano en su pecho para detenerlo.
Thomas entrecerró los ojos, joder, que no estaba para virguerías, su excitación se encontraba en un punto de no retorno, ya no quedaba margen para maniobras seductoras.
Sabían a lo que iban.
—Túmbate, abre las piernas y déjame a mí estas cosas. No hables por adelantado sin tener los suficientes datos como para formarte una opinión medianamente razonable.
—¿Tienes que ser siempre así de pedante? ¿Hasta en estos momentos?
—Oye, eres tú quien ha empezado poniendo pegas. —Por si acaso, aprovechando que ella estaba más concentrada en replicarle que en mantener su postura, se tumbó encima y separó sus piernas con su propia rodilla, quedándose en una posición muy ventajosa para sus planes más inmediatos—. ¿He dicho yo algo respecto a tus gustos a la hora de elegir condones?
Olivia quiso responderle como se merecía, por criticón y aguafiestas, pero él fue más rápido y la volvió a dejar fuera de combate verbal besándola como lo había hecho antes, de esa forma tan suya, y consiguiendo que olvidara sus diferencias, sus tonterías, y que simplemente pensara en lo que podía conseguir. Al fin y al cabo, si besando era así…
Ella decidió darle el beneficio de la duda. No le apetecía otra decepción, pero mientras respondía a su beso, mientras se retorcía debajo de él, mientras se frotaba contra su cuerpo. volvió a sentir todo ese calor interior, toda esa excitación, ese hormigueo que la hacía temblar de anticipación, que sólo le marcaba un camino a seguir.
Estaba en la cama con una fiera, con una mujer sin complejos. Joder, por fin podía aparcar la moderación. Ya ni se acordaba de lo que era sentirse así, libre, sin tener que controlarse, sin frenar sus impulsos.
Tanteó de nuevo su coño con la punta de su pene verde, impregnándose de sus fluidos. Ya sabía lo excitada y preparada que estaba, pero nunca está de más una última comprobación.
Podía ser delicado pero, aun arriesgándose, algo le decía que ella prefería un buen empujón, una embestida profunda para encajar a la primera, dilatándola al máximo y como anticipo de lo bueno y breve que iba a ser aquel polvo.
Ella contuvo el aliento al sentir cómo su cuerpo lo aceptaba, sin tanteos previos, sin aproximaciones, de una sola vez, con fuerza, sin titubear.
Por supuesto, le encantó.
—Joder, ¿estás bien? —preguntó levantándose sobre sus brazos para mirarla.
—¿Por qué no iba a estarlo? Muévete, ¿quieres? —Ella le palmeó el trasero e hizo una demostración arqueándose bajo él—. Si no, esto no tiene gracia.
—Faltaría más.
Además de ser una fiera, era graciosilla, la jodida. El azote en el culo, lejos de molestarlo, le proporcionó combustible extra, además de una información de primer orden, en caso de repetir, claro está.
El movimiento se demuestra andando y Thomas se olvidó de casi todo para funcionar a pleno rendimiento, entrando y saliendo, disfrutando, no sólo de la estimulación física, que era increíble, sino también del incentivo que supone ver a una mujer gozar sin cortapisas, saber que vas por buen camino.
Olivia no podía creérselo. Normalmente, ésa era la postura habitual de los sábados por la noche con Juanjo; postura, que, por otro lado, nunca resultaba satisfactoria. La penetración por sí sola no le bastaba para alcanzar el orgasmo, pero, por difícil que resultara de explicar, Thomas estaba haciendo algo increíblemente efectivo, creando la fricción necesaria al penetrarla.
Y no sólo eso. La besaba continuamente, en cada trozo de su piel que pudiera alcanzar con sus labios sin salirse del cuerpo. Emitía unos sonidos, a veces gruñidos, muy sexies; sudaba como un pollo en un horno, al igual que ella, y a veces cruzaba su mirada con ella, dejándola totalmente desconcertada.
Ese hombre tenía dos caras.
Thomas estaba llegando a la meta, lo sentía, era cuestión de segundos. Ella estaba haciendo algo jodidamente perverso con sus músculos vaginales que lo exprimían sin dar tregua. Tenía que conseguir que se corriera ya.
—Estás a punto, lo noto —jadeó. No se le ocurrió nada diferente, pero a veces los tópicos pueden resultar efectivos, incluso aunque sean frases de peli porno de tercera categoría—. Noto cómo me aprietas la polla, lo deliciosamente estrecha que estás.
Ella, que en otras circunstancias se hubiera reído ante tales tonterías, no pudo por menos que asentir. Ciertas cosas dichas en el momento preciso podían ser de lo más estimulantes.
—Lo sé —gimió—. Lo sé.
Pese a estar follando con Thomas no dejaba de comparar sus pasadas experiencias con su ex. Total, nadie iba a darse cuenta y, en caso de hacerlo, le importaba un pimiento. Con él no abría la boca, siempre decía que se desconcentraba. ¿Cómo narices iba a saber lo que ocurría si ella no se lo decía?
Thomas cambió de postura, sosteniéndose sobre sus brazos. Aparte de ser más agotador, no le permitía la libertad de maniobra que precisaba.
Se incorporó sobre sus rodillas, dejándola a ella tumbada, así podía tocar donde considerase oportuno.
Dado su estado sólo podía ser uno.
Así que, sin dejar de penetrarla, buscó su clítoris con el pulgar y presionó.
—Es increíble —murmuró él sin dejar de mirar la única parte de su cuerpo verde entrando y saliendo de ella.
Ella arqueó las caderas para no perder ni un milímetro de contacto, que no se escapara ni una sola caricia, que no se desperdiciara ni la más mínima fricción.
—¿El qué?
—Ver cómo desaparece mi polla para después aparecer brillante y…
—¿Verde? —añadió ella bromeando.
—Concéntrate —exigió él.
—De acuerdo —aceptó suspirando y para dar más credibilidad a sus palabras echó las manos hacia atrás, se agarró al cabecero y clavó los talones en la cama, impulsándose hacia arriba, sorprendiéndolo agradablemente.
—¡La hostia puta! ¡Qué bueno! —gruñó saliendo al encuentro de cada uno de sus movimientos.
—No… No…
—No ¿qué? ¿Que no te toque aquí? —Con el dedo índice recorrió la línea invisible desde el ombligo, pasando por su vello púbico hasta detenerse en sus hinchados y sensibles labios vaginales y buscar su clítoris, tan necesitado de atención.
—No digas palabrotas —lo contradijo Olivia.
—Pues te aguantas. ¿Sabes por qué? —Ella negó con la cabeza sin perder el ritmo que estaba llevándolos a algo realmente bueno—. Porque te pone cachonda. No lo niegues. Cada vez que te la meto así, con fuerza. —Llevó la teoría a la práctica—. Y si añado algo como: tienes un coño de lo más apetecible…. —Ella cerró los ojos, estaba a un paso—… Gimes con más fuerza. Te gusta que te follen de forma gráfica y explícita, ¿me equivoco?
Maldito sabelotodo.
—No me conoces. —Hizo una pausa para inspirar profundamente—. Así que limítate a hacer tu trabajo y no me distraigas.
Él sonrió de medio lado, estaba cantado que una mujer así no se conformaría con un polvo simple, exigía más. Y él estaba encantado, no le importaba que sus compañeras de cama fueran exigentes. Es más, lo agradecía. Otra cosa muy distinta era encontrar una de tal calibre.
Y como la suerte le había sonreído de forma totalmente inesperada, no quiso arruinar el momento increíble que estaba viviendo.
Olivia se mordió el labio, apretó las piernas alrededor de sus caderas al sentir la primera descarga, la primera explosión. Él debió de percatarse porque frotó su clítoris sin piedad consiguiendo que un orgasmo decente se convirtiera en uno sobresaliente.
Se soltó del cabecero y aflojó sus piernas. Cinco segundos después sintió cómo él clavaba las manos en sus caderas, al tiempo que emitía un sonido ronco y bajo.
Lo observó con los ojos entrecerrados. Cómo dejaba caer la cabeza hacia atrás, maldita sea, era una imagen de lo más erótica, iba a quedarse grabada en su memoria y no quería que fuera así.
Ya puestos, no quería reconocer lo que acababa de pasar, ya que suponía aceptar que cierto pedante era jodidamente bueno en la cama y que entendía sus necesidades sin tener que hacerle un gráfico.
Esto no podía quedar así.
—Apaga la luz cuando salgas —espetó, girándose de lado para no verlo y fingir que tenía sueño.
Puede que fuera domingo y que, en un día así, una tenga la oportunidad de dormir hasta tarde, pero el despertador interno no se detiene. Se sentía algo cansada, pero no de esa forma tan agotadora; muy al contrario, era un cansancio agradable, porque sabía el motivo. Y extrañamente, deseaba más.
Estiró las piernas y escuchó un pequeño quejido. Era evidente que el colchón estaba en las últimas. Ya lo sabía, en cuanto ahorrara un poco, compraría uno de esos viscoelásticos.
Repitió sus movimientos, ahora moviendo también los brazos, y de nuevo ese quejido. Sólo que un colchón, por muy viejo que estuviera, no emitía tales sonidos.
Su mano tanteó a un lado y se impuso la realidad.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó casi chillando, totalmente molesta. Se supone que había abandonado la habitación… y allí estaba, tumbado boca arriba, con una mano sobre el regazo y la otra agarrando la almohada—. ¿Qué coño haces aquí? —repitió ella tapándose con la sábana arrugada, en un tardío arranque de pudor.
—Dormir no, desde luego —gruñó él y se dio la vuelta.
—¡Eh! —No sabía si estaba más molesta por haber compartido cama o porque la obviaba. Por si acaso, lo empujó de un modo más bien poco considerado.
—Joder, ¿qué quieres? —Se aferró a la almohada y se tapó con ella.
—Que te largues de aquí —espetó bruscamente. No iba a permitirle quedarse ni un segundo más. Ahora que había probado eso de los rollos de una noche, no iba a compartir cama con nadie, se duerme mejor sola.
—¿Estás loca? —Él seguía sin levantarse.
—Ésta es mi cama, mi habitación, mi sábana… —Tiró de ella con furia para destaparlo—. Así que te largas.
—Pero ¿a ti qué mosca te ha picado? —preguntó, resignado a perder la oportunidad de dormir hasta tarde. Se incorporó y la miró. Sí que estaba enfadada, sí. Pero le traía sin cuidado—. Oye, después de exprimirme como lo hiciste anoche lo mínimo que podrías hacer es dejarme dormir tranquilo y, si te aburres, baja a la cocina y hazme un desayuno decente, ¿vale?
—¡Será posible! —Se ajustó aún mejor la sábana bajo las axilas—. Ni harta de vino voy a prepararte ni una maldita taza de café, ¿vaaaaale?
Él se pasó una mano por el pelo. Joder, puede que lo de la noche anterior fuera increíble pero empezaba a dudar muy seriamente si compensaba el inexplicable arrebato mañanero tocapelotas de Olivia.