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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (28 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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—Pues hazlo sin insultarla —le recriminó su hermana.

—No es un insulto, es simplemente una disparidad de opiniones.

—¡Vaya! Ya salió el abogado liando las cosas. ¡Cómo os gusta hacer juegos de palabras para saliros con la vuestra al final!

—Dejémonos de bobadas —Thomas dio por zanjado el tema—. Lo importante aquí es que ella no haga el imbécil esta noche, con todo el pueblo presente.

Julia empezaba a acostumbrarse a estos rifirrafes que no aportaban nada a sus problemas. Si acaso los enturbiaban más, ya que, al tener más variables que considerar, se hacía más difícil tomar una decisión.

Se levantó de la mesa, tenía mucho en que pensar. Los dos tenían su parte de razón. Desde luego, esto del primer amor era un asco.

—Tengo una pregunta más —dijo, interrumpiendo la retirada de su hermana.

—¿Cuál?

—Esa merienda, o lo que sea, ¿dónde se hace? No he visto por aquí ningún restaurante ni local adecuado.

Las dos se echaron a reír.

—¡No digas tonterías! Un local, dice. ¿Estás tonto?

—¿Entonces?

—En la plaza del pueblo.

Thomas, no sin cierto temor, se acordó de la barra de bar improvisada de la verbena nocturna.

—Se colocan una serie de mesas y allí se pone la comida y la bebida que la gente aporta de forma desinteresada —le informó su hermana como si fuera tonto.

38

Sus peores temores fueron confirmados.

Ir a una merienda, o lo que fuera, que organizaban en Pozoseco no era precisamente el plan ideal que tenía para pasar un día festivo. Pero no quería arriesgarse a que esa pirada convenciera a su hermana de hacer algo que luego, aunque se arrepintiera, no pudiera rectificar.

Así que allí se encontraba, rodeado otra vez de la gente del pueblo, a punto de comprobar por sí mismo qué clase de extraño ritual gastronómico hacía esa gente.

Aunque no estaba el horno para bollos, agarró a Olivia de la mano, ni muerto iba a permanecer allí solo ante el peligro. Se arriesgaba a ser abordado por los habitantes, a cada cual más pintoresco, y aguantar el chaparrón de jodidas alabanzas sobre su padre. Y eso sí que no.

Ella se mostraba distante, lo cual era de esperar, y con ganas de soltarlo a los leones, pero esta vez no iba a dejarla escapar.

Siguió su mirada y vio a Julia, junto con sus amigos. Él no era religioso ni de lejos, pero rezó para que la pequeña aprendiz de arpía mantuviera la boca cerrada.

—Me vas a dejar marcas —protestó Olivia intentando recuperar su mano.

—En el trasero es donde te las voy a dejar si no paras quieta. Todo esto es culpa tuya. —Thomas se lo dijo en tono recriminatorio. No estaba para ejercer la diplomacia precisamente.

—Vete a tomar por el…

—Sonríe —interrumpió él dándole un tironcito de aviso—. No queremos que en el pueblo piensen que eres una maleducada.

Ella apretó con fuerza la mano que él sostenía clavándole las uñas, que se enterara que nadie iba a controlarla y muchos menos dejarla en mal lugar. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Muchos de los presentes empezaron la romería de saludos y buenas intenciones; Thomas optó por no pasar un mal rato. Al fin y al cabo, esa gente ignoraba toda la verdad, no iba a lograr nada intentando sacarlos de su error. Jodía bastante volver a escuchar lo mismo, pero en cuanto se asegurara de que Julia, instigada y confundida por la tía sabelotodo, no cometía ninguna barbaridad se llevaría a la susodicha fuera de allí para tener cuatro palabras en privado.

Porque le tenía ganas. La muy ladina, durante toda la jornada, se las había apañado para no estar ni un segundo a solas para poder recriminarle sin ambages sus consejos.

Olivia, que no quería quedarse allí mirando como las vacas al tren, tiró de su captor y caminó hasta una de las mesas para poder comer algo. Al fin y al cabo. para eso estaban allí.

—¿Qué es eso? —preguntó él señalando uno de los platos.

—Morcilla. ¡Qué rica! —exclamó cogiendo un pinchito con intención de disfrutarlo.

—¿Y lo rojo?

Ella lo miró cabreada, iba a sabotear hasta la merienda.

—Pimiento asado. Le da un sabor increíble a la morcilla. ¿Alguna pregunta más?

—Sí, unas cuantas, pero mejor me callo.

—Mira, si no quieres probar nada, allá tú. Tú te lo pierdes. Eres, como dice tu hermana, un «amargapepinos». —Se llevó su ración a la boca.

—Nunca rechazo nuevos manjares, pero es que todo lo que veo aquí me parece muy raro.

—¿Raro? Tú sí que eres raro. Es lo típico, la fiesta del «chorimorci». Anda. Sírvete un vaso de vino y déjame disfrutar.

—¿De plástico?

—Uy, perdón, si quieres llamamos al camarero y le pedimos copas de cristal de Bohemia para Don Estirado. ¡No te digo! —Cogió uno de los vasos del montón y lo llenó de vino—. Bebe y calla.

Thomas aceptó el vaso con desconfianza. Beber en vaso de plástico ya era de por sí desquiciante, si encima le añadías un vino peleón… la cosa no tenía remedio.

Dio un sorbo, más que nada por disimular y para poder protestar luego con pruebas sólidas sus teorías; pero, joder, el vino estaba bueno. Él no era enólogo, pero sabía diferenciar un vino decente.

Así que fue pasando la tarde con su vaso de plástico en la mano, escuchando mil y un trucos para que la tortilla de patatas, al parecer tan popular, saliera lo mejor posible. Desde echar un poco de leche en la mezcla, pasando por añadir levadura, hasta, para quienes no quieren engordar, cocer y no freír la patata.

Y las explicaciones no se limitaban a esa especialidad. Luego tuvo que escuchar un sinfín de recetas para las morcillas, a cada cual más curiosa, como echar anís o canela, cosa que luego, visto el resultado, no comprendía.

También hubo una larga disertación de una señora sobre la conveniencia de cocinar previamente el arroz antes de rellenar la tripa y así evitar que se queden duras antes de tiempo. Pero lo que le hizo abrir los ojos como platos fue el método de elaboración. Cuando algunas de las paisanas allí presentes discutieron sobre qué tripa era mejor para embutir… ahí sí que ya empezó a sentir el estómago revuelto.

—¿Nos disculpa? —interrumpió Thomas con educación a la mujer como si se encontraran en una recepción—. Tenemos que saludar a unos conocidos.

Olivia lo miró extrañada. ¿A qué venía esa repentina educación?

Como al parecer él tenía un serio problema para liberar su mano, lo siguió hasta el final de la mesa, donde no había tanta gente reunida.

—Vámonos, donde sea, pero vámonos de aquí. No aguanto ni un minuto más.

Pese a su tono suplicante, bastante alejado de su habitual tonito imperativo, ella no estaba dispuesta a obedecer. Como se suele decir: al enemigo, ni agua.

—No. —Dio un tirón con la esperanza de recuperar su mano, pero no hubo manera.

—Joder…

—Escúchame bien, aquí están mis amigos, la gente con la que me cruzo todos los días por la calle, también clientes que atiendo en la peluquería… No voy a darles plantón porque al señorito no le guste. Si te aburres, eres libre de irte a casa. No sufras, podré soportarlo. —Esto último lo dijo con recochineo.

—Y ¿estar aquí incluye aguantar conversaciones absurdas? ¿A petardas insufribles? Porque lo de la Maruja esa contándote lo de su hijo con la nueva cosechadora tiene miga.

—Maruja es una de las mejores clientas del salón, ni se me ocurre contrariarla. Además la mujer, desde que se quedó viuda, necesita hablar con la gente para no sentirse sola.

—¿Tu sueldo incluye esas tonterías?

—No, pero no me importa.

Thomas reflexionó esto último. Él también aguantaba los monólogos de sus clientes, pero con una importante diferencia, y es que ese interminable momento luego se traducía en una sustanciosa minuta que lo compensaba.

—Pues deberías pedir aumento de sueldo. Al menos te compensaría.

—¡Qué materialista!

—No te digo que no, pero debes aprender a valorar tu trabajo, a que se te reconozca y no sólo con buenas palabras.

A Olivia, que estaba a la que saltaba, no le disgustaron del todo sus palabras. Puede que de forma retorcida, como era él, valorase su forma de ganarse la vida.

—Vaya… si al final te tendré como cliente. —Ella también podía ser correcta con un toque de cinismo.

—Si lo que me estás proponiendo es que me desnude y puedas frotarme de arriba abajo con alguno de esos aceites perfumados que tienes por casa no hace falta que te andes con rodeos, sólo dime cuándo y allí estaré.

—Qué gracioso —dijo ella a la vez que su imaginación desarrollaba la imagen que él había descrito.

«Para chica, no te calientes, que te pierdes, que este tipo es muy listo y se gana la vida manipulando a la gente con sus palabras.»

—¿Te lo estás pensando? —La provocó él, al ver que su respuesta no había sido tan inmediata como era tan habitual en ella.

—¿Quieres un servicio estándar o uno especial?

—El especial, por supuesto. ¿Incluye final feliz?

—Pues pide hora —le replicó con chulería. Se puso la mano en la cadera para darle más énfasis.

—Que yo sepa hoy estás libre. Vamos a casa y desarrolla tu creatividad conmigo. —Thomas no se achicó.

—Hoy es un día festivo. No hay servicio.

—Y ¿si pago la tarifa especial?

—Y ¿si mejor nos dedicamos a pasar la tarde, picotear y beber buen vino?

—Cobarde —la desafió él—. Tienes miedo de no poder resistirte.

—Habla chucho que no te escucho —le recitó como una niña de primaria.

Thomas se echó a reír a carcajadas, Olivia recurría a frases pueriles cuando se quedaba sin argumentos, lo que le resultaba muy divertido.

—Cobarde —repitió él, ahora con una voz mucho más profunda, provocándola aún más.

Ella disimuló como pudo, mirando a su alrededor como si el inglés que llevaba adosado como un llavero no estuviera allí.

Si era lista, obviaría la tentación que suponía tenerlo bajo sus manos, a su disposición…

¿Debería perdonar las palabras ofensivas de la noche anterior?

¿Debería tirarse por un puente para saber que iba a doler?

39

Tras dejarla en su trabajo, y a pesar de las mil y una pobres y absurdas excusas que ella le dio para que no lo hiciera y que él pasó por alto, se fue a desayunar a su cafetería de siempre.

Allí recibió una llamada de teléfono, le daban una noticia que no sabía si tomar como buena o mala.

Si aceptaba la oferta, sus planes de abandonar el pueblucho a la mayor brevedad posible se iban a la mierda. Pero, por otro lado, rechazarla suponía perder la oportunidad de un fin de semana increíble y merecido. Una justa compensación.

Sacó su móvil y devolvió la llamada, tal y como había prometido.

Después empezó a idear cómo atar todos los cabos. Para salirse con la suya lo primero que tenía que hacer es llamar a la jefa de Olivia.

Tres cuartos de hora más tarde, con la oreja bien caliente de haberla tenido pegada al móvil, conocía más detalles de los que necesitaba sobre la vida y milagros de Olivia. Incluyendo el número de pie que calzaba; un dato, al principio inservible, que luego consideró importante.

Llamó a la camarera, que acudió, como siempre, solícita y atenta, y le abonó la cuenta, también preguntó sobre dónde podía adquirir ciertos artículos que consideraba imprescindibles para que su plan saliera adelante.

La segunda fase incluía deshacerse de su hermana, lo cual implicaba andar con mucho tiento, ya que la jodida era muy lista.

Y para que todo saliera perfecto debía pasarse por casa y recoger lo necesario para que una mujer no protestara. Claro que ¿quién era el afortunado que sabe discriminar entre lo que una fémina considera necesario o no?

Por el momento, se dirigió a la casa. A esas horas, con un poco de suerte, estaría vacía; cosa que resultó ser finalmente así. Lo más seguro era que Julia anduviese por ahí con alguna amiga contándole sus penas sobre amor no correspondido.

Excelente.

Cuando tuvo todo recogido lo guardó a buen recaudo en el maletero del coche y se puso cómodo, o al menos eso intentó. Se sentó en el sofá del salón y comenzó a leer uno de los periódicos que había comprado por la mañana.

A la hora de comer, como era de esperar, apareció Julia, que se sorprendió bastante al encontrarlo allí. Rara vez iba a comer, a no ser que Olivia fuera también.

La menor sospechaba que esos dos comían en algún restaurante y así podían estar a solas, porque ella se encargaba de vigilarlos. Pero en un lugar público era difícil hacer ciertas cosas, así que no le importaba.

—¿Cómo es que estás por aquí? —preguntó en un tono de falsa cordialidad, ya que no convenía enfadarlo—. No hay nada preparado para comer, pero si quieres preparo algo.

—¿Mundo latilla? —Ella no respondió—. No, gracias, no me gusta comer enlatados.

—Como quieras.

Thomas cerró su periódico y adoptó una actitud indiferente antes de hablar.

—¿Qué planes tienes hoy? —preguntó como si únicamente pretendiera mantener una conversación.

—Esta tarde he quedado con Mónica para ir a bañarnos al río.

—¿Y después?

—Pues no sé, quizá vayamos a tomar algo, o a ver la tele, o yo qué sé…

No quería levantar sospechas, así que no insistió. Julia se percataría de que sus preguntas no eran inocentes.

Quizá, por una vez en la vida, tenía que dejar algo a la improvisación.

—¿Qué haces tú aquí?

Fue el saludo que dedicó a su tía al verla entrar.

—¿No hay primero un buenos días? —replicó ante tan extraño recibimiento. Si la mañana había sido rara, lo menos que una pedía al llegar a casa era un poco de normalidad.

—Oh, claro, buenos días. ¿Qué haces aquí? —repitió la pregunta, ya que era muy extraño que un viernes, el día en que más clientela acudía a la peluquería, su tía apareciera por casa.

—Yo tampoco me lo creo. ¿Pues no va Martina y me dice que me tome un par de días libres? —lo dijo aún sin poder creérselo.

Thomas se cuidó muy mucho de no decir ni pío mientras la escuchaba. Es increíble lo que las palabras «inspección de trabajo» o «demanda laboral» pueden hacer. Pero no se sentía mal por ello, el remordimiento de conciencia no aparecía ni de lejos.

—¡No jo… robes! —exclamó la menor tan sorprendida como su tía—. Si esa mujer pilla a quien inventó los festivos lo cuelga. ¿Estará enferma?

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