Julia estaba nerviosa. Aquella noche, en la verbena del pueblo, se jugaba mucho. Quería estar increíble para que Pablo se fijara de una vez por todas en ella y se olvidara de la Jenny.
—Así no vamos a ninguna parte.
Una odiosa voz, perteneciente a su hermano, la sacó de su ensimismamiento, que era donde estaba en ese instante. No dejaba de mirar por la ventana, su tía tenía que estar a punto de llegar y quería que le dejase algún vestido mono, la peinase y la maquillase.
—Creo que por hoy hemos avanzado bastante —le contradijo distraídamente.
—Mira, debes aprender una verdad fundamental: nadie, ¿me entiendes?, nadie te va a regalar nada si no te esfuerzas y si no dedicas las horas necesarias a trabajar por lo que quieres.
—Eso ya lo sé —replicó molesta.
—Pues entonces deja de mirar por la ventana, como si esperaras la llegada del Espíritu Santo y ponte a ello. Hoy es un simple trabajo de instituto, pero si no coges el hábito, no lograrás nada en esta vida.
—¡Caray! ¡Qué aguafiestas estamos hoy! —Puede que tuviera razón, pero podía al menos buscar una forma menos agresiva de decir las cosas.
—Vale. —Hizo una mueca. Estaba empezando a hablar como ellas, por lo que se corrigió—: De acuerdo, como quieras, es a ti a quien van a poner una nota de mierda. —Cerró el ordenador, recogió los papeles y se levantó de la mesa.
Tenía otras cosas mucho más agradables en las que pensar. Pero, para poder llevarlas a la práctica, primero tenía que convencer a cierta cabezota con tendencia a pedalear a primera hora de la mañana para que dejara de hacerse la distante. Porque vaya semanita que llevaba. Sólo había faltado que le dieran de comer comida pasada de fecha o requemada, porque lo que se dice amabilidad, ninguna.
Paradójicamente quien le daba conversación era su hermana, pero no era tan tonto como para no saber el motivo.
Olivia llegó a casa y Julia pareció ponerse aún más nerviosa e impaciente. Thomas no comprendía el motivo de tal inquietud, pero conociendo a esas dos pronto iba a estar al corriente.
—Vaya día que llevo —se quejó Olivia dejando una mochila sobre la encimera. La abrió y empezó a sacar provisiones.
—Si tenías que hacer la compra te podría haber ido a buscar con el coche.
Ella lo ignoró.
—Deja eso. —Para sorpresa de los presentes, Julia empezó a ordenar las cosas velozmente, como si fuera un concurso—. Venga, vamos a tu habitación, necesito que me prestes uno de tus vestidos.
Su tía la miró desconcertada y su hermano entrecerró los ojos. ¿Qué se estaba cociendo allí?
—¿Para qué? —preguntó Olivia, sirviéndose un vaso de agua. Venía muerta…
—Esta noche, en la verbena, quiero estar alucinante.
—Hum…
Estaba claro que iba a tener que ser más explícita si quería la colaboración de su tía.
—Van todos y yo no quiero perdérmelo.
—Supongo que Pablo también estará.
—Pues sí —dijo, intentando parecer despreocupada.
—Vaaaale, venga, vamos a mi cuarto. Seguro que encontramos algo que te quede guay. ¿Todavía se sigue diciendo guay?
—No mucho —respondió Julia.
—No seas insensata. —Las interrumpió él. Imaginar a su hermana vestida con cualquiera de los modelitos de la tía era para echarse a temblar. Y no sólo desde el punto de vista estético, si no que no quería que se vistiera para provocar un infarto en los chicos del pueblo. Y, cosa rara en él, le preocupaba lo que pudieran llegar a decir de ella; no debería, pero era así.
—Nadie te ha dado vela en este entierro.
Thomas arqueó una ceja. Vaya, las primeras palabras en todo el día, todo un adelanto.
—Pues yo opino lo contrario. —Se cruzó de brazos.
«Qué tipo más arrogante», pensó ella.
—No os pongáis a discutir ahora, que tengo prisa.
—Si quieres que ese tal Pablo se fije en ti lo que no debes hacer es disfrazarte.
—Pero ¡¿qué dices?! —exclamó Olivia, molesta por la crítica que implicaba ese comentario.
Thomas no se molestó en contestarle.
—Vístete tal y como tú eres. Hazme caso, si él te ve con ropa que ha llevado tu tía puede que no le guste. Se dará cuenta de que no es tuyo.
—Los tíos no se fijan en esas cosas —se quejó Julia.
¿Cómo decirle a su hermana, sin ser excesivamente grosero y realista, que lo más probable es que el adolescente en cuestión sí se hubiera fijado, y bastante, además, en una mujer como Olivia y sus microvestidos de mercadillo?
—Tiene razón, son bastante limitados a no ser que se trate de ropa interior, en eso toooooodos son expertos —alegó con cinismo Olivia.
—Él ya te ha visto, sabe cuál es tu estilo. Hazme caso, busca ropa con la que te sientas a gusto, cómoda. Si te disfrazas te pasarás toda la noche más pendiente de tu vestido que de pasártelo bien. Supongo que no quieres parecer una de esas mujeres que van tan tiesas, tan pendientes de que no se mueva un pelo que amargan a todo el mundo…
Las dos lo miraron fijamente. Por sus palabras, dedujeron que sabía muy bien de qué hablaba. Pero a Julia, en aquel momento, las experiencias de su hermano en lo que a féminas se refiere sólo le interesaban para sacar provecho.
Por el contrario, para Olivia, resultaron muy reveladoras.
—Puede que hasta tengas razón —reflexionó Julia en voz alta.
—Por supuesto que tengo razón —aseveró con tono pedante.
—¿Estás segura? —quiso saber su tía. Puede que la teoría del relamido no estuviera tan desencaminada, pero ese pensamiento no iba a compartirlo ni loca.
—No lo sé… ¡Jo! ¿Por qué nunca me dais consejos sencillos? Siempre tengo que elegir la mejor opción. Por una vez podríais estar de acuerdo en algo, ¿no?
—No tienes por qué elegir. De las dos opciones, sólo una es razonable —argumentó Thomas, ganándose una mirada asesina de Olivia. Bueno, ya vería luego cómo calmarla.
—No sé qué hacer… —Julia se mordió el labio indecisa. A ese paso no estaría a la hora en la verbena con sus amigas.
Miró alternativamente a uno y a otro. Quería a su tía por encima de cualquier otra persona en el mundo y, hasta entonces, sus consejos habían servido, pero también estaba su hasta hace poco desconocido hermano, que tenía estudios y no daba puntada sin hilo…
—Vale, voy a hacerte caso. —Señaló a su hermano—. Pero como te equivoques, pienso echarte azúcar entre las sábanas para que no duermas ni una sola noche.
A Thomas le hubiera gustado decir en voz alta que adelante, así se podría ir a dormir con Olivia.
—No es una ciencia exacta —se defendió él—. Pero sí bastante aproximada.
—Vale, me voy a vestir. Mónica aparecerá en cualquier momento y me va a pillar en bragas.
Salió de la cocina y subió los escalones de dos en dos para prepararse.
Cuando él consideró que no existía peligro de que lo pillaran acosando a la tía de los microvestidos de mercadillo, se acercó a ella y la aprisionó entre su cuerpo y la encimera.
—¿Tú no necesitas algún consejo para ir a la verbena? —se guaseó descaradamente sonriendo de medio lado.
—¡Aparta! —le espetó seca. Lo que faltaba, ahora no tenía ganas de lidiar con él—. No tengo el cuerpo para rumbas.
—Excelente, nos quedamos en casa solos y ya veremos cómo pasamos el rato. —Se pegó aún más a ella, joder, si hasta la había echado de menos.
Olivia rechazó el acercamiento, ya que se conocía, o al menos eso creía, porque en lo concerniente a sus reacciones físicas cuando él se ponía delante no podía garantizar que esas reacciones fueran razonables.
—He cambiado de idea, me voy a la verbena. —Quiso apartarse pero, como era de esperar, él no se lo puso fácil—. Así que mueve el culo, tengo que arreglarme.
Thomas, que en ese caso tenía los dos posibles flancos cubiertos, le sonrió antes de comunicarle:
—Estupendo, te acompaño.
Se apartó, no porque quisiera, sino porque llamaron a la puerta. Era la amiga de Julia que sí que había pasado por la tienda de disfraces. Cuando apareció Julia dijo:
—¿Aún estás sin arreglar?
La aludida negó con la cabeza.
—Estás estupenda —apuntó Thomas y era cierto. Ataviada con un vestido camisero, con el pelo suelto y unas sandalias romanas iba cómoda a la par que elegante.
Julia no sabía qué pensar del piropo lanzado por su hermano.
—Claro que sí. —Olivia se unió a ella—. Pásatelo bien. ¿Vale? Luego me cuentas. —Le guiñó un ojo cómplice.
—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Por qué no te vienes con nosotras?
Ni a Mónica ni a Thomas les hizo mucha gracia.
—Después me paso. Primero voy a recoger un par de cosas.
Cuando las chicas se fueron, Olivia intentó ignorarlo descaradamente. Subió a su cuarto y le dio con la puerta en las narices, pero, al no tener cerrojo interior, entró sin ser invitado.
—¿Dónde has dejado hoy tu exquisita educación británica?
—Querida, siempre va conmigo.
—Permíteme que lo dude. —Le señaló la puerta—. ¡Fuera!
—¿Sabes? Siempre me ha fascinado ver la transformación que algunas experimentáis. El antes y el después.
—Pero ¿qué chorradas dices?
—Tenéis cierta tendencia en poneros todo tipo de accesorios encima, de tal modo que uno no puede fiarse de si lo que ve es artificial o no. Por eso me gustaría observarte mientras te arreglas —dijo en tono calmado y muy pero que muy educado.
—Tú lo que eres es un puto mirón.
—No, simplemente es curiosidad. —Miró el reloj—. ¿A qué hora empieza el baile?
Ella se calló. Ya se vengaría más tarde, en el pueblo, delante de todos, presentándolo y dejándolo solo ante el peligro.
Para no darle motivos de crítica, ella se cambió en un visto y no visto. Eligió un vestido vaquero, sin escote ni mangas, y hasta decente, como dirían las señoras mayores del pueblo, ya que quedaba por encima de la rodilla. Hacía siglos que no se lo ponía. Para completar el atuendo cogió sus zapatillas de cuña rojas.
Él no hizo comentario alguno pero fue consciente de su examen-escaneo visual.
Salieron al exterior y él abrió el coche con el mando a distancia.
—¿Qué haces? Andando no tardamos ni diez minutos —argumentó ella.
—¿Y?
Olivia buscó un motivo de peso para que él dejara el vehículo aparcado.
—¿Estás seguro de que quieres arriesgar a que un sinfín de borrachos puedan vomitar junto al coche? ¿O sentarse en él? ¿O pegar la nariz en las ventanillas dejándote no sólo las marcas de huellas en el cristal? ¿O…?
—Vale, vamos andando —interrumpió él, cien por cien convencido.
Empezaron el paseo, y, a medida que iban avanzando, la música fue sonando cada vez más cercana.
Thomas miró a su alrededor y la empujó contra la pared del primer edificio disponible.
—Antes quería simplemente meterte mano. Ya sabes, para entrar en calor.
Ella resopló.
—Estamos a la vista de cualquiera, no creo que seas capaz de soportar los chismes que pueden generarse si alguien se da cuenta de tus intenciones de magreo.
—Tú ya estás acostumbrada a estas cosas. A mí, al fin y al cabo, los comentarios que hagan no me importan, ya que no vivo aquí.
Quedaba implícito que en cuanto resolviera sus asuntos se largaría.
Pero ella no quería amargarse esa noche. Iba a intentar por todos los medios llevarlo a su terreno, divertirse e intentar salir indemne.
Así que lo empujó con chulería, sin perder la sonrisa y le cogió de la mano, tiró de él y se encaminaron hacia la plaza donde se celebraba la verbena.
A Thomas se le cayó el alma a los pies en cuanto estuvieron en el centro de la plaza, rodeados de gente, como poco curiosa.
—Es peor de lo que esperaba —susurró junto al oído de ella sin soltarle la mano por miedo a que en un momento dado se viera arrastrado por alguno de aquellos grupos sin calificativo que se movían de cualquier manera.
—Por una noche no seas tan estirado, ¿vale? —le replicó acercándose a él para que la escuchara por encima de la música.
Visto desde fuera parecían una parejita, al estilo de Pichurri y compañía, los dos juntos, de la mano y haciéndose confidencias al oído. Puede que la conversación fuera de todo menos romántica, pero eso los presentes no podían saberlo.
Así que, en la hora y media siguiente, multitud de conocidos, bien del mismo pueblo o de los alrededores, se acercaron a saludar. Olivia tuvo que presentarlo, pero la mayoría sabía quién era, lo cual sorprendió a Thomas, no así a ella, que sabía el modo en que la información corría de un lado a otro.
Él empezaba a cansarse de tener que estar allí manteniendo conversaciones que no le interesaban ni lo más mínimo. Pero lo que de verdad lo estaba soliviantando eran los comentarios sobre la vida y milagros de su viejo, lo buena persona que era, lo trabajador, lo amable, lo querido por todos… etcétera, etcétera. No aguantaba más.
Tiró de la mano de ella. Inexplicablemente habían permanecido enlazados toda la velada.
Olivia, que era consciente del nerviosismo bien disimulado de él, terminó por apiadarse y sacarlo de allí, con la excusa de ir a tomar algo.
—Podías haber sido más amable con la gente, ¿no? Ellos querían a tu padre.
—Dame un pañuelo, estoy a punto de llorar —replicó con cinismo.
Ella se detuvo bruscamente soltándose y encarándolo.
—Eres… eres… ¡No sé cómo te soportas a ti mismo!
—Oye, no necesito que me montes una escena. —Metió las manos en los bolsillos del pantalón. Estaba tenso, maldita sea, no necesitaba escuchar las virtudes del viejo. Nadie podía hacerlo cambiar de opinión.
—Pues te jodes. —Empezó a caminar en dirección a la cantina sin preocuparse si él la seguía o no. Estaba cansada de darle oportunidades, de intentar ser comprensiva. Su actitud de esa noche, como la de siempre, debería convencerla para tirar la toalla.
Thomas la alcanzó y la agarró de la muñeca.
—No tienes ni puta idea de lo que pasó, así que te agradecería que te mantuvieses al margen.
—Yo conocí a tu padre, ¿recuerdas? Y era un buen hombre.
—Cambiemos de tema.
—¿Por qué? Debe de ser importante cuando te ha convertido en un amargado. ¿Por qué no me lo cuentas? ¿Por qué no hablas de ello para poder seguir adelante?
—¿Y tú? ¿Por qué no hablamos de ti?
Olivia se dio cuenta de que la gente empezaba a mirarlos. Habían pasado de ser la parejita feliz a tener una pelea en público. Si no se andaba con ojo, el lunes en la peluquería las clientas la acosarían de lo lindo.