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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (27 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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A pesar de sus deseos de ser enfundado por la boca de ella se colocó el condón eficazmente, y acto seguido la penetró.

Aliviada que eligiera el método «tradicional», respiró profundamente, agradecida por partida doble. Por fin se ponía a ello y olvidaba sus fantasías anales.

—Esto no es más que un aperitivo —gruñó él sin dejar de embestir—. El plato fuerte viene después.

Ella, que continuaba de puntillas, manteniendo el equilibrio como podía, doblada sobre el respaldo del sofá, cerró los ojos con fuerza, como queriendo olvidar las palabras que acababa de oír y que todo siguiese igual.

Thomas, que se controlaba a duras penas, no podía dejar de admirarla, de acariciarla y de besarla en la nuca.

Sabía que estaba muy cerca. Ella conseguía ejercer una presión diabólica sobre su polla, así que debía abandonar su cálido coño para poder llevar a cabo sus intenciones hasta el final.

Lo mejor en esos casos es hacer las cosas sin más, así que sacó su erección y prestó oídos sordos a las protestas de ella.

—No hay nada como el lubricante natural —murmuró él. Después sujetó su pene con una mano y lo guió hasta la entrada trasera. Iba a follarla por el culo, de esa noche no pasaba.

Presionó, quizá con un poco más de brusquedad de la necesaria, y ella instintivamente se apartó. Inspiró e intentó no desbocarse, estaba excitado al límite, como nunca antes y eso podía jugar en su contra. Hay que pensar también en ella.

—No… —musitó ella sabiendo que iba a pasar lo inevitable. Su negativa encerraba un sí, pero bastante dudoso.

—Mientes… —dijo él en voz baja, inclinándose junto a su oído a la vez que empezaba de nuevo las maniobras precisas.

Restregó su polla, ahora bien lubricada y presionó. En aquel instante deseó que no hubiera látex de por medio.

Ella gimió con fuerza y clavó las manos en el cuero sintético del sofá. De nuevo otro empujón y sintió cómo él iba abriéndose paso en su interior.

—Ya falta menos —gruñó conteniéndose para no entrar a saco.

Estaba pasando, no podía dar marcha atrás ni negar la evidencia. Lo que al principio la atemorizaba, ahora empezaba a gustarle. Del extraño dolor inicial, estaba pasando a otro tipo de dolor, más extraño, desconocido e imposible de describir. Pero de ningún modo desagradable.

Thomas no podía articular una palabra, una frase coherente ante lo que estaba sintiendo, era mil veces mejor de lo que había imaginado. La presión era mayor, su polla estaba en la gloria, como poco, y él… joder… no sabía cómo cojones, después de esa experiencia, cuando regresara a su vida cotidiana, se iba a conformar con polvos mediocres con estiradas de su círculo social, ávidas de destacar y de ser el centro de atención.

Iba a desencadenarse algo muy grande, muy poderoso, para ambos. En ese instante no eran capaces de darse cuenta.

Olivia empujó hacia atrás, como si no fuera suficiente, como si quisiera aún más contacto. Y él lo entendió porque ya no se contuvo. Ya no hubo más miramientos ni consideraciones.

Ella explotó primero, alcanzó un clímax tan extraño… tan complicado de definir.

Apenas unos segundos después, él se unió, gruñendo, gimiendo sin control, corriéndose con fuerza, sin ser capaz de nada más.

Ella notó cómo él sacaba su pene y la dejaba libre. Tenía que salir de allí inmediatamente, no podía permitirse el lujo de seguir bajando la guardia.

Se incorporó y se revolvió para despegarse pero él hizo lo que menos esperaba. La rodeó con los brazos, por la cintura, fuerte, casi asfixiándola.

Eso no era un abrazo sexual, era desesperación pura y dura. No quería soltarla, separarse de ella. La besó en la nuca sin saber muy bien qué esperar.

Ella, en ese instante, empezó a odiarlo. Y se asustó; odiarlo era el primer paso para abandonar la indiferencia con la que hasta ahora lo había tratado. Del odio al amor hay un solo paso y ella no podía permitirse ese lujo.

Se movió dispuesta a liberarse y él se lo permitió, apartándose apenas unos centímetros. Él mismo estaba sorprendido de su reacción.

Ella se agachó y cogió su ropa arrugada, se dio la vuelta dispuesta a encerrarse en su habitación pero, de nuevo, él se lo impidió. Otra vez con un gesto inesperado.

Thomas la retuvo acunando su rostro con ambas manos y, acercando sus labios a los de ella, la besó. Nada de un beso impaciente, o provocador. Fue un beso suave, cargado de sensibilidad, de sentimientos que él creía no tener.

Olivia contuvo las lágrimas, maldito hijo de puta. Cuando tenía en sus manos las armas para ser insensible él se las arreglaba para tirar por tierra sus principios.

—Déjame dormir contigo esta noche —pidió con voz suave, desconocida para ella, acariciándola en las mejillas con los pulgares.

Ella negó con la cabeza antes de murmurar un «no» que debería haber sido mucho más firme.

Y él utilizó las dos palabras que raramente pronunciaba, excepto en ciertos momentos, por cortesía, como cuando se recibe a un cliente y se le ofrece asiento.

—Por favor…. —Volvió a besarla, volcando los mismos sentimientos, la misma ternura y la misma devoción—. Aunque des patadas, te muevas y cambies cien veces la almohada de posición quiero pasar la noche contigo.

Pero obtuvo la misma respuesta.

—No.

Se apartó bruscamente y, sin mirarlo a la cara, emprendió la retirada. Mientras subía la escalera fue consciente que a su trasero desnudo le seguía un hombre al que ya odiaba con toda su alma.

Cuando llegó a la puerta observó por el rabillo del ojo que él hacía lo propio. Vaya cuadro, los dos desnudos con la ropa en los brazos.

—¿Sabes? No sé si darte las buenas noches o cien euros.

Eso a ella la encendió, estaba claro que no se podía mostrar ni un segundo vulnerable porque él siempre iba a ir a machete.

—Cabrón —murmuró entre dientes.

—Tienes razón —sonrió de medio lado—. Lo de los cien euros ha estado fuera de lugar.

Ella respiró. Bueno, una brizna de dignidad sí tenía, no estaba todo perdido.

—Doscientos euros sería lo correcto —remató él disimulando su cabreo por el rechazo—. Buenas noches. —Tras decirlo, abrió la puerta de su alcoba y ni siquiera la miró antes de cerrar y dejarla en el pasillo, estupefacta ante sus ofensivas palabras.

Una vez en su habitación dejó los pantalones sobre el respaldo de la silla que hacía las veces de galán de noche e inspiró profundamente para no dar rienda suelta a su mala hostia.

¿Cómo se atrevía a mostrarse tan indiferente? ¿Qué se había creído?

Ahora comprendía al Pichurri. No quería sentir ni un ápice de simpatía por ese tipo, pero empezaba a entenderlo.

—Nunca más —se dijo apoyándose en el alféizar de la ventana, esperando que el escaso viento fresco le aclarase las ideas.

Durante un breve episodio de enajenación mental (no existía otra explicación) había sido sincero, vulnerable, jodidamente sensible, tal y como se supone que las mujeres quieren ver a los hombres y todo, ¿para qué? Para que la muy hija de puta lo rechazara. Como si lo que acababan de vivir ambos no supusiera nada.

Se rió sin ganas. ¡Qué imbécil! Pues claro que para ella no era nada.

Regresó a la cama, quizá debería aprovechar las oportunidades que le ofrecía el Pichurri, al que comenzaba a ver con mejores ojos. Volver al plan original, dejar de distraerse follando con Olivia y regresar a su vida sin chamuscarse. Porque, si no se andaba con cuidado, iba a terminar escaldado, pero bien, además.

37

—¿Qué tal anoche?

Olivia disimuló al escuchar la pregunta de su sobrina y fue directa a la cafetera. Necesitaba una excusa, cafeína y pensar en cualquier otra cosa que no fuera la noche anterior.

—¿Por qué no hablamos de ti? —replicó suavemente. Las adolescentes suelen preocuparse mucho más por sus cosas, aunque sean problemas insignificantes, y en aquel momento prefería ocuparse de asuntos ajenos en vez de los propios. Su salud mental se lo agradecería eternamente—. ¿Qué tal te fue?

Se sentó a la mesa, enfrente de su sobrina que daba vueltas y vueltas a su leche con Cola Cao de forma monótona, como si en el fondo del vaso se encontrara la solución a todos sus problemas.

La respuesta era obvia.

—¿Tú que crees? —adujo Julia con evidente malestar. Dio un sorbo al vaso y después lo apartó a un lado. Ya ni el desayuno tenía gracia.

—Deduzco que las cosas no salieron bien —murmuró expresando en voz alta la cruda realidad que tanto afectaba a la adolescente.

«Pues estamos listas —pensó—. Las dos con mal de amores… ¡Un momento! Yo no tengo mal de amores», se recordó por si acaso.

Julia resopló.

—Todo iba más o menos bien. —Hizo una mueca como queriéndose convencer a sí misma—. Hasta que apareció la Jenny. Grrr, ¡es que no la soporto! Nada más aparecer, Pablo sólo tuvo ojos para ella.

—Mal asunto…

—Y tanto. La muy… guarra no paró de hacerle mimos, que si te traigo algo de beber, que si mira qué tatuaje más chulo… ¡eso no es juego limpio!

—¿Tiene un tatuaje? —preguntó Olivia sorprendida. Por lo visto, cada vez empezaban más jóvenes.

—¡Qué va! Ya te he dicho que es una guarra. Se ha hecho uno de esos de henna que duran un mes. Pero claro, te apartas un poco la camiseta para enseñarle el tatuaje a un tío y se vuelve loco.

«¿Qué me vas a contar que no sepa?»

—Eso es cierto. —Era una verdad incontestable. Pero tampoco iba a empezar con eso ahora, su sobrina necesitaba apoyo y sobre todo ideas—. Tenemos que darle a ese Pablo donde más le duele… —reflexionó en voz alta, quizá estaba proyectando su propia frustración.

—¿Cómo? —Julia dejó caer la cabeza sobre la mesa, totalmente abatida.

—Los hombres, aunque parezca lo contrario, tienen dos puntos débiles. Y ese chico no va a ser la excepción. —Otra verdad universal.

—Ah, ¿sí?

—Por supuesto está su centro de gravedad… ya… me entiendes, pero para este caso no nos sirve… iremos directas a su orgullo.

—Vale. —Hizo una mueca, la teoría estaba muy bien, pero necesitaba algo más tangible—. ¿Entonces…?

—Esta tarde, en la merienda que da el alcalde —explicó. A la par que hablaba, iba organizando su plan—. Tienes que buscar el momento apropiado…

—Ajá…

—Cuando esté toda la pandilla, incluida la Jenny y, ni qué decir tiene, Pablo. Te presentas delante de todos, muy digna, que no se note que por dentro te está escociendo, y le dices, ¡ojo! a ella: «Gracias por quedarte con él».

—¿Estás segura? Si le digo eso, habrá ganado.

—Psicología inversa. Eso no es todo, no interrumpas. Cuando ella se quede a cuadros, porque se va a quedar, no lo dudes, rematas y dices: «Te acompaño en el sentimiento, porque lo hace de pena».

Julia abrió los ojos como platos.

¿Su tía había perdido la cabeza? ¿Cómo iba a tener el valor de soltar esa frase?

Y no fue la única.

—Deja las drogas, por favor —dijo Thomas entrando en la cocina. No podía haberse imaginado una conversación más desatinada para comenzar el día ni soñando.

—Como te iba diciendo… —Olivia obvió esas palabras. Ni tan siquiera lo miró—. Eso lo dejará totalmente descolocado.

—¿Así piensas tú arreglar las cosas? ¿Ofendiendo al chico? —Thomas negó con la cabeza—. No le hagas ni puto caso. —Esto último lo dijo mirando a su hermana.

—Está claro que Pablo no va a bajarse del burro —continuó Olivia como si él no hubiera entrado en la cocina—. Así que hay que jugar duro.

—Vaya consejos que le das. Así no va a llegar a ninguna parte.

«Ya empezamos…», pensó Julia, observándolos alternativamente.

—No necesito otra pelea entre vosotros, me da dolor de cabeza —se quejó la adolescente.

—Pues déjate aconsejar por quien sabe. De los tres aquí presentes, sólo yo conozco el punto de vista masculino —arguyó retando con la mirada a que Olivia rebatiese eso.

—Tú ni caso. Mira lo que pasó anoche por seguir el punto de vista masculino —argumentó ella destilando sarcasmo.

Thomas, tras servirse un café, se sentó junto a ella, aunque manteniendo las distancias con esa «jodesentimientos».

—Escucha, ¿te has planteado que, a lo mejor, ese chico simplemente no te ve como a una posible novia? ¿Qué sólo quiere tenerte como amiga?

—El problema es que no me dejo… quizá debería…

—¡No! —exclamaron los dos adultos al mismo tiempo.

—No es cuestión de dejarse —Olivia se adelantó—. No puedes hacer algo porque él quiera y tú sólo pretendas agradarle. Tiene que ser porque tú lo deseas.

—¡Joder! ¿Y luego pretendes que le diga esa chorrada de «lo haces de pena»? ¿Qué te crees que van a pensar los demás?

—Hum… —Julia se mostró indecisa.

—Siempre será mejor pecar por exceso que por defecto.

—Ésa no es la cuestión.

—Entonces, ¿voy y se lo suelto o no?

—Sí.

—No.

—Y cuanta más gente haya delante, mejor.

—Claro, así en el pueblo todos sabrán que la tradición familiar no se pierde.

Olivia quería darle con la mano abierta. ¿Es que ya no iba ni a respetarla delante de Julia?

—Pero ¿qué bobadas de tradición dices? —le espetó Julia.

—No te calientes —intervino Olivia—. A palabras necias, oídos sordos.

—Vamos a pensar las cosas un poco antes de actuar a lo tonto. —Thomas adoptó su postura favorita, la de abogado sopesando los pros y los contras—. En esa merienda popular, ¿cuánta gente va a haber?

—¡Pues todo el pueblo! —le espetó su hermana como si fuera tonto.

—Bien. Y, si no me equivoco, quieres arriesgarte a decir algo así y que te escuche quien no debe. ¿Voy bien?

—Es que tiene que buscar el momento oportuno —contraatacó Olivia.

—¿Delante de tanta gente? Tú estás loca. Eso no será posible, cualquiera puede pasar sin que se dé cuenta y después todo el pueblo, con lo que les gusta, la tildará de fresca. Eso es lo que vas a conseguir. Por no mencionar que el tipo ese, Pablo, no volverá a dirigirle la palabra.

—Visto así…

—El tipo en cuestión ni la mira, ya no tiene nada que perder.

—¡Tiene quince putos años! ¿Qué pretendes? ¿Joderle la vida?

—Hasta ahora nos las hemos apañado muy bien solas —se defendió Olivia.

—Eso es cierto, deja de meterte con ella.

—Sólo estoy siendo objetivo y exponiendo los hechos. —Si no se mantenía firme, esa loca arrastraría a su hermana a un suicidio social.

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