Quizá esa falta absoluta de compromiso era el factor determinante y no pensaba desaprovecharlo.
Él, desconocedor de todos esos tejemanejes, resoplaba e intentaba retrasar lo inevitable, pero ella no estaba colaborando, lo estrujaba sin compasión.
—Estoy a punto de correrme… —gruñó él. Por supuesto, en la frase iba explícita la advertencia de que, si seguía así, uno de los dos iba a quedarse a medias, y ella tenía todas las papeletas.
Ella giró la cabeza y lo miró, estaba tan cerca de sus labios, con esa cara de concentración y con una expresión tensa previa al orgasmo, que quiso torturarlo un poco más.
Se concentró, apretó sus músculos internos y le mordió el labio inferior.
Todo con tal de desconcertarlo. No hay nada mejor en el sexo que la improvisación, la sorpresa, partir de un clásico misionero y disfrutarlo como si fuera la mayor proeza sexual de la historia.
Thomas, espoleado por ella, respondió a su reclamo, la besó, la embistió con fuerza y no dejó de moverse, quería que ella alcanzara primero el clímax para poder unirse después sin remordimientos.
—Vamos… —la animó él—. Quiero sentirlo, quiero verlo.
—Estoy en ello —intentó bromear, pero para conseguirlo primero necesitaba oxígeno.
—Pues por cómo me aprietas la polla yo diría que estás a punto.
Olivia lo besó de nuevo, porque le apetecía y porque él siempre aprovechaba para mostrarse altivo. Aunque, siendo sincera consigo misma, empezaba a no molestarse tanto con esa actitud y como además había encontrado la manera de controlarlo un poquito…
Apretó por última vez sus músculos internos de tal modo que alcanzó el orgasmo. Sus piernas dejaron de aprisionarlo; ya poco importaba si acababa en el suelo, sólo necesitaba aire.
—Joder… —exclamó él acompañándola encantado. Le estaba suponiendo todo un ejercicio de autocontrol no correrse.
Dejó de apoyarse sobre sus brazos para quedar tranquilamente instalado sobre ella, normalizando su respiración y sin preocuparse de nada más.
Ahora, todo el esfuerzo había obtenido su recompensa. Lástima que el capó delantero del coche no fuera el mejor sitio para descansar.
Como en ocasiones anteriores, no pudo dejar pasar por alto la enorme contradicción que suponía mantener excelentes relaciones en lo que al sexo se refiere y pésimas en todo lo demás.
Siempre esa extraña dicotomía que no terminaba por aclarar.
Pensando por una vez en el bien ajeno y no en el propio se incorporó, pues ella iba a acabar con la espalda manchada. Pero se estaba tan bien así, que salió de ella de mala gana.
Y en el acto se dio cuenta de que esta vez había sido muy diferente de las anteriores.
Ella, apoyándose en los codos, se incorporó y puso los pies en el suelo. Se bajó la camiseta y recolocó el biquini.
Al hacer esto último cayó en la cuenta de que entre sus piernas había excesiva humedad.
Automáticamente su mente empezó a calcular posibilidades, contar días y demás.
Él parecía ajeno al hecho de que, con las prisas, se habían olvidado de la excelente colección de condones que tenían a su disposición.
Al abrocharse los pantalones cortos los sintió en el bolsillo trasero. Sí, ¡ahí estaban de puta madre!
—Date prisa. Estoy seguro de que cierta adolescente metomentodo habrá llegado a casa y no quiero escuchar estupideces —arguyó indiferente al hecho de que ella se mostrara algo distraída mientras se acomodaba en el asiento del copiloto.
Olivia se abrochó el cinturón de seguridad. Mientras el coche empezaba a rodar, ella seguía haciendo cuentas.
Afortunadamente, Julia aún no había regresado, lo que evitó buscar una excusa medianamente convincente que justificara la llegada de ambos en el coche.
Olivia entró en la cocina y se puso a preparar la cena, no quería seguir comiéndose el coco, quería pegar a alguien, a ser posible con la mano abierta. Empezando por ella misma, por ser tan rematadamente tonta y descuidada.
A él también deseaba darle con la mano abierta, aunque echarle la culpa de todo no serviría de nada.
Julia entró en la cocina poco después, con la cara algo mustia.
—Traes una cara… —murmuró Olivia mirándola.
Su sobrina miró a Thomas un instante antes de hablar, allí estaba, como siempre, ajeno a todo, a lo suyo.
—Esa idiota de Jenny —dijo poniendo cara de asco—. Se cree la más guay. Ha llegado la última a la pandilla y organiza todo…
—Incluyendo a Pablo —Olivia acabó la frase. Estaba claro cuál era el origen del enfado de su sobrina.
—Pues sí —aseveró. Después empezó a poner la mesa—. Y él… ¡Será bobo! Se le cae la baba…
—No te esfuerces, los tíos son así.
Thomas arqueó una ceja y continuó como si fuera el convidado de piedra.
—Ya lo sé —musitó, no muy convencida.
Olivia sonrió comprensivamente, estaba claro que aún tenía mucho que aprender. En primer lugar, a sobreponerse tras un desengaño.
—De momento vamos a cenar. Llenemos el estómago, por lo menos —bromeó Olivia y miró de reojo a Thomas, que ahí seguía, a lo suyo.
¡Qué hombre!
Durante la cena, él tuvo que soportar las tonterías de su hermana y lo que le pareció un catálogo de malos consejos por parte de la tía.
Y no pudo aguantar más.
—Ese chico, ¿desde cuándo lo conoces?
Las dos lo miraron extrañadas de que se metiera en la conversación.
—Nos conocemos desde niños, viene todos los veranos.
—¿Y hasta este año no te has interesado por él? —preguntó, siguiendo una lógica que ninguna de ellas alcanzaba a comprender.
—Y ¿eso que importa? —replicó Olivia.
—Bastante. Si se conocen desde hace años y ella… —Hizo un gesto con la cabeza señalándola, pero sin apartar la vista de Olivia —… Nunca se ha interesado por él, lo más lógico es que el chaval la vea como una más.
Julia, al oír la explicación, empezó a pensar que tal vez, y aunque le jorobase reconocerlo, su hermano tenía un punto de razón.
—Eso no tiene ni pies ni cabeza —aseveró su tía con vehemencia, obviando la presencia de la menor—. Hasta hace poco eran niños.
Eso también es verdad, pensó la interesada.
—No seas ingenua. Ese chaval, a su edad, ya ha notado la diferencia y la sigue viendo como su amiga.
Maldita sea, Julia también debía considerar ese factor.
—Y si encima llega una loba…
—Ésa es la excusa más tonta que he oído en mi vida —argumentó él—. Las mujeres siempre echáis la culpa a otra en vez de ver vuestros propios fallos.
—Y los tíos siempre tenéis que estar picoteando aquí y allá.
Julia frunció el ceño, ¿qué tenía eso que ver con su problema? Pero, claro, su tía debía de tener más idea.
—Eso es una simple cuestión evolutiva. Para perpetuar la especie debemos… —Se detuvo a buscar una expresión para menores de edad—… Inseminar a la mayor cantidad posible de hembras. —Evidentemente, no la encontró—. Si limitamos nuestras opciones… ya me dirás.
—¡No digas chorradas! Simplemente os gusta eso de tener siempre a alguien en la reserva, para no fallar.
¿Era eso? Se preguntó Julia. ¿Pablo quería ampliar sus posibilidades, y la consideraba una especie de puerto seguro?
—La que dice bobadas eres tú. Puede que nuestro ADN nos incite, pero si encontramos a una que nos interesa, hasta podemos hacer un esfuerzo.
—Ya —murmuró Olivia incrédula. Como la conversación la estaba poniendo de mal humor se concentró en su sobrina—. Lo que tienes que hacer es demostrarle que eres la mejor, que se está perdiendo la oportunidad de su vida y que vales más que nadie.
—Claro, y mientras ella lo mira desde su trono de princesa intocable, el otro se lo pasa en grande con la criada.
—¿Y qué pretendes que haga? ¿Que lo persiga como una tonta? ¿Que se arrastre? Joder, así nunca cambiarán las cosas. Si siempre tenemos que hacer méritos para que venga el puñetero príncipe azul a salvarnos la vida, siempre estaremos bajo su dominio.
—Pero ¿tú te estás oyendo? —preguntó tras oír el encendido, y ridículo, discurso de Olivia—. Puede que, simplemente, el chico no se atreva a acercarse a ella, porque cree que no está interesada.
«Eso es verdad», aceptó Julia en silencio.
—Vale, mañana te pones monísima de la muerte y te presentas a primera hora de la mañana en su casa pidiéndole, por favor, no vaya a ser que te diga que no por maleducada, que te invite a salir. Por supuesto, no puedes ser tú quien decidas, eso hay que dejárselo a ellos.
Thomas negó con la cabeza. Esa mujer estaba peor de lo que creía.
—No me estás entendiendo. Lo que quiero decir es que si a ella le gusta ese tal Pablo lo que tiene que hacer es mostrarse mínimamente interesada; escucha bien, mínimamente interesada, darle una pista, algo que le indique que tiene posibilidades. No todos los hombres vamos de superhéroes, algunos tienen su corazoncito.
—Uy, qué tierno —se burló ella. Pero la burla era más por seguir en su papel de oponente dialéctico que otra cosa.
—Que yo me aclare —intervino Julia—. ¿Hablo con él y le digo que me gusta? ¿Me paso el día mirándolo y espero a que él se entere? ¿O me tiro por un puente para ver si me rescata? ¡Porque no me estáis ayudando ninguno de los dos!
Dicho esto, se levantó y salió de la cocina enfadada y confusa.
—Para ser una mujer que presume de inteligente y liberada eres de lo más obtusa dando consejos.
—Vaya, ya estábamos tardando en decir la frasecita retorcida.
—Simplemente soy sincero. Estás confundiéndola.
—Soy mujer, sé mejor de lo que hablo.
—Pero te falta el punto de vista masculino que, y corrígeme si me equivoco, en esta casa sólo yo puedo aportar.
—Permíteme que lo dude —dijo ella sonando bastante pedante.
—¿El qué? ¿Qué soy un hombre o mi punto de vista?
Ella sonrió de medio lado, el jodido era rápido respondiendo. Claro, se ganaba la vida así.
—¿De verdad quieres oír la respuesta? —Ella no era abogado, pero nada mejor que marear la perdiz para no pillarse los dedos.
Thomas le devolvió la sonrisa. Estaba jugando, bien, a él le encantaba jugar.
—Me muero por oír la respuesta —aseveró teatralmente.
—Siguiendo con tu teoría de la evolución, te diré que dicha evolución os ha dejado un resquicio prehistórico.
—Ah, ¿sí?
—La bicefalia.
—¿La bicefalia? —repitió como un tonto.
—Tenéis dos cabezas. —Sin querer, su mirada se dirigió a su entrepierna y así se ahorró una parte de la explicación—. No siempre pensáis con la adecuada.
—Muy buena —se echó a reír a carcajadas.
—¿Café? —preguntó ella con la cafetera en la mano. Quedaba patente su intención de dar por zanjado el temita.
Él la miró con una expresión curiosa. Parecía que aquella mujer pretendiera darle lecciones de escapismo. Bueno, podía dejarlo pasar.
Se tomaron el café en silencio y, cuando acabaron de recoger la cocina, ella se limitó a murmurar un buenas noches, bastante cínico, por cierto, y lo dejó sin más.
Thomas, a esas alturas de su vida, no iba a inmutarse por una mujer que no admitía una crítica, bastante acertada, por otro lado.
Su idea inicial de irse a su cuarto cambió a medida que subía la escalera.
Aún quedaba un asunto pendiente y él no era hombre de dejar las cosas sin hacer antes de acostarse.
Cuando estaba a punto de meterse en la ducha oyó la puerta del baño. No esperaba que nadie la molestara, pero quizá Julia quería hablar de sus cosas con ella. Aunque, en realidad, no estaba de ánimo para conversaciones sobre problemas ajenos; ya tenía bastante con los suyos, suficientes como para darse de cabezazos contra la pared.
De las dos personas que convivían con ella en la casa apareció el único con el que no quería hablar.
—¡Sal ahora mismo del baño! —siseó Olivia sorprendida y desnuda. Él no apartó la mirada y ella buscó algo con lo que cubrirse. Mientras se intentaba tapar con una toalla, le dio la espalda. Maldita sea, ¿tenía que entrar justamente cuando acababa de desnudarse?
—Baja la voz —pidió él echando el cerrojo—. Ya sabes cómo se pone si hacemos cualquier cosa que resulte sospechosa. —Esa niñata tenía un oído muy fino, y no tenía ganas de otro numerito.
—Y ¿pretendes que nos encerremos en el baño? —resopló apartándose el pelo de la cara.
—Es un sitio tan bueno como cualquier otro —respondió apoyándose en la puerta. No se perdía un detalle. Si, con un poco de suerte, se cayera la toalla…
—Y ¿para qué, si puede saberse? —lo increpó con chulería; hasta apoyó una mano en la cadera.
—Para hablar. ¿Tenías en mente otra opción?
—¿Hablar? ¿De qué? —preguntó rápidamente, lo cierto es que sí se le habían pasado por la cabeza otras posibilidades.
—Lo sabes muy bien —respondió. Quizá hacerse el enigmático no era más que otra forma de tocar la moral. Pero lo cierto es que hay vicios difíciles de borrar.
Por supuesto que ella lo sabía. Pero al oírselo decir, con esa maldita actitud de «a mí ni me va ni me viene», prefirió dar un rodeo.
—No, no lo sé. Dímelo tú —dijo con desdén. Si le mostraba cualquier síntoma de que estaba afectada, él podría, y estaba claro que lo haría, aprovecharse.
—Está bien, si quieres hacerte la tonta… —Él se separó de la puerta y caminó hasta situarse frente a ella—. De lo ocurrido esta tarde. Encima de mi coche, para ser exactos. —Se lo estaba poniendo difícil. Bueno, era su especialidad, saber aguantar el chaparrón y capear el temporal.
Ella percibió el tono burlón en la última frase. No debía sorprenderla, pero ella, pecando de ingenuidad, siempre creía que las personas podían mostrar la parte buena en algunas ocasiones.
—¿Y? —siguió fingiendo desinterés, aunque por dentro estaba hirviendo—. ¿De eso quieres hablar?
—No juegues conmigo —dijo muy serio. No estaba nada satisfecho por cómo se estaba desarrollando la conversación. Esa actitud chulesca, a la par que desafiante, que lo dejaba a él como al tonto de la película, le empezaba a tocar seriamente los huevos—. Simplemente quiero escucharte decir que no hay nada de que preocuparse.
Ella iba a hablar, a decirle que no estaba segura, y, si él era un caballero, se mostraría comprensivo. Diría un «Tranquila, estoy aquí para lo que necesites», pero lo dudaba seriamente.