Él tenía intención de tumbarla y así compartir la vibración, pero ella se lo puso difícil, cosa que no lo sorprendió.
—No es el momento de acrobacias —arguyó él semitumbado sobre ella.
Olivia puso los brazos a modo de escudo, pero él se las ingenió para irse colocando adecuadamente, frotándose contra ella, abriéndole las piernas y consiguiendo su objetivo.
Ella estaba mojada y por lo tanto lista para recibirlo. La observó cerrar los ojos cuando la penetró completamente.
Él quiso hacer exactamente lo mismo para no mirarla, para seguir fingiendo que esa mujer no era nada, para no continuar almacenando en su memoria instantes como aquél, no sólo de placer básicamente sexual, sino de auténtica conexión.
Pero no lo hizo. Mientras continuaba penetrándola a su ritmo, con embestidas profundas y lentas, no apartó la vista de ella.
Olivia pareció rendirse y abandonar su actitud peleona cuando echó los brazos hacia atrás y arqueó la pelvis para que él no encontrara ninguna barrera y dejó que él fuera quien llevara las riendas.
La vibración continua le marcaba el ritmo y, cada vez que se enterraba hasta el fondo, ella lo notaba en la zona del perineo y se alzaba en busca de aquel contacto, moviéndose contra él de una forma increíblemente satisfactoria.
¿Cómo olvidarla?
¿Cómo volver a su rutina habitual?
Ella gimió, de esa manera natural que tanto le gustaba, sin fingimientos, y se aplicó aún más. Metió la mano entre los dos cuerpos hasta poder girar la bala vibradora para que ésta diera de pleno sobre su clítoris.
Nada más hacerlo, ella empezó a jadear con más fuerza, a morderse el labio inferior, a tensar todas las articulaciones… Estaba a un paso de correrse.
Él aumentó el ritmo, se movió como nunca, dando cuanto tenía sin preocuparse de sí mismo.
Y ella se corrió en poco más de dos minutos arrastrándolo a él también al orgasmo.
Él lo supo en aquel instante.
Se apartó de ella y se quitó los abalorios de forma brusca, como si le molestara haber pensado durante un segundo que las cosas no siempre salen como uno planea.
Olivia no se sorprendió ante su actitud, estaba más que acostumbrada a sus salidas de tono, así que se encogió de hombros. A saber qué era esa vez.
Desmadejada en la cama, se planteó la opción de dejarlo plantado, por arrogante. Pero su cuerpo necesitaba unos minutos de descanso, igual que su mente, aunque, en realidad, ése era otro cantar. La mejor opción para no hacer ninguna lectura de lo que había ocurrido no sólo hoy, era optar por entablar una conversación banal.
Podía dejarlo tranquilo pero había una duda…
—¿Cómo es que no estás casado?
Él la miró de reojo.
—¿A qué viene esa pregunta? —demandó con voz anodina.
—Bueno, a tu edad es lo más normal, ¿no?
—Ya estamos otra vez con mi edad —murmuró sin importarle. Estaba acostumbrado y hasta le hacía gracia.
—Contéstame.
—Estuve a punto, pero ella me dejó —respondió con voz monótona, como si le aburriese el tema.
—No me extraña.
—Sabía que ibas a decir eso.
—Y ¿por qué te dejó?
Podía mentir, podía cambiar de tema o podía hablar de ello.
—Bueno, en primer lugar supongo que uno no se compromete con la hija del jefe sólo por quedar bien —reflexionó en voz alta. Quizá contarle a Olivia lo sucedido era una forma de analizar sus errores—. Ni ella me quería ni yo la quería a ella. Fue algo que nos convenía… estaba todo más o menos organizado.
—¿Te dejó por otro? —preguntó ella. Cambió de postura en la cama y se puso boca abajo.
—¿Por qué siempre pensáis eso? —Ella lo miró como diciendo: «A mí no me la das»—. Sí, está con otro. —Se pasó una mano por el pelo antes de continuar, ahora venía la parte más extraña y difícil de entender—. Cosa que no entiendo. Siempre fue una estirada y una estrecha. —Permaneció sumido en sus propios pensamientos, hablaba como si ella no estuviera a su lado en la cama—. Joder, conmigo fingía siempre, para llevármela a la cama tenía que hacer una instancia… y luego resulta que va y se liga a un jugador de fútbol conocido por tirarse a todo tipo de modelos y mujeres experimentadas. Nicole conmigo lo hacía a oscuras, de prisa y sin decir una palabra y luego… termina con un…
Olivia, al oír ese nombre, se quedó callada. ¿De qué le sonaba?
—¿Has dicho Nicole? —preguntó de repente, más interesada—. ¿Un jugador de fútbol?
—Sí, ¿por qué?
—¿Cómo se apellida ella?
Él dejó su actitud despreocupada y se giró para mirarla. ¿A qué venía tanta pregunta?
—Sanders —pronunció el apellido con cautela, preparándose para lo peor.
—¡No jodas! ¡No puede ser! —Ella se incorporó sobre sus rodillas y su expresión, a medio camino entre la incredulidad y la diversión, lo molestó.
—¿Por qué no puede ser? Y, a todo esto, ¿la conoces? —preguntó, contemplando esa remota posibilidad.
—¡Todo el mundo la conoce! ¡Cielo santo! ¿Era tu novia? ¿Seguro? —Él asintió—. Cada vez que la veo en las revistas con ese tipo. Hum. ¡Qué envidia! Sale con un hombre que está para comérselo. Todas nos quedamos de piedra cuando nos enteramos de que Scavolini se había liado con una desconocida y que por lo visto van en serio. ¡La envidia me corroe! Ese tío está que cruje. ¿Tú lo has visto? ¡Qué cuerpo! ¡Lo que yo haría con él!
Ante tal entusiasmo, él se enfadó.
—Oye, por si no lo sabes, es de mal gusto mostrar ese fervor por un hombre estando con otro en la cama. —Aunque le faltó añadir: «Con el que acabas de follar».
—Pero es que Scavolini es… ¡No tengo palabras! Por cierto, ¿lo conoces?
—Lo he visto un par de veces —respondió sin abandonar su enfado.
—¿Sí? ¿De verdad? —Y lanzó uno de esos gritos que dan las mujeres cuando están extrañamente emocionadas por una tontería—. ¿Podrías presentármelo?
Thomas tuvo que contar hasta diez para no responder de forma grosera.
—Ahora mismo lo llamo —respondió con sorna.
—Ay, hijo, ¡cómo te pones! Entiende que a una, cuando ve a un hombre así en las revistas, se le dispare… ¡Todo!
—¿Sabes? Tu actitud me está empezando a tocar los huevos —dijo él, incorporándose para demostrar a esa entusiasta de los novios ajenos quién era él y lo feo que estaba emocionarse con otros.
—Oye, oye… que te veo venir —le advirtió ella, intentando pararle los pies.
—No te hagas la difícil, hasta el momento nunca te has resistido…
—Deja las zalamerías para otro momento. Es tarde, será mejor que nos levantemos y…
—Como quieras —abandonó su tono meloso para ordenar—: Ábrete de piernas.
—Sólo te falta decir: «Vamos a follar como locos» —apuntó ella, imitando su voz.
—¿Cómo puedo negarme?
Esbozó una sonrisa y ella perdió de nuevo la capacidad de decir que no. Si, siendo un pedante, caía rendida, ¿cómo iba a resistirse cuando le sonreía?
Así, unos veinte minutos más tarde, estaba de nuevo desmadejada en la cama, más cansada y con menos ganas de levantarse y vestirse.
Pero de nuevo satisfecha, al menos sexualmente hablando, porque en lo que a carácter y voluntad se refería tenía serias dudas sobre sí misma.
Thomas, por su parte, también permanecía tumbado y completamente relajado. Es lo que tiene follar tres veces en una tarde, te deja calmado y sin fuerzas para discutir. Más propenso a la negociación.
—Tengo una duda —planteó la cuestión al acordarse de cierta conversación que había escuchado.
—Ya estamos otra vez… —protestó ella—. Tú y tus dudas. ¿Qué mosca te ha picado ahora?
Él se arrimó a ella, no porque pensara que así conseguiría mejor información, sino porque se estaba como Dios y, ya que ella siempre se mostraba tan reacia a esos momentos, cualquier excusa resultaba buena.
—Me pregunto… —Se pegó a ella todo lo físicamente posible—. ¿Cómo te lo montas, en el pueblo, quiero decir, para ligar? Aquí no hay mucho donde elegir.
A ella le sorprendió que sacara ese tema, no entendía el propósito y tampoco sabía muy bien cómo responder sin delatarse.
—Te recuerdo que trabajo fuera del pueblo.
—Ya, pero aun así… —Thomas sabía muy bien cómo sembrar la duda, en eso jugaba con mucha ventaja—… Todo se sabe y, bueno… no hay mucho donde elegir.
—Oye, eso no es asunto tuyo —espetó molesta.
—No estoy de acuerdo. Mi hermana vive contigo, no creo que sea una influencia recomendable ver cómo traes hombres a casa —argumentó siendo deliberadamente dañino.
—¡Yo no traigo hombres a casa! —aseveró en actitud defensiva.
Intentó soltarse, pero él la tenía bien amarrada.
—Eso ya lo sé —apuntó conciliador—. Por eso te pregunto, ¿dónde te lo montas? ¿En los asientos traseros? ¿En algún hotelito cutre?
—¡Cabrón!
Se levantó furibunda y agarró su ropa. Se vistió apresuradamente pero cuando iba a abrir la puerta dispuesta a salir de allí, él la sujetó por la cintura. Como era lógico se revolvió para liberarse pero no lo logró.
Thomas consiguió apaciguarla. Ya sabía todo lo que necesitaba saber.
—Lo siento —murmuró, besándola en la nuca—. No es asunto mío —añadió, no siendo del todo sincero. Por extraño que pareciera, le molestaba que la gente creyera que Olivia era algo que distaba mucho de ser, aunque seguía sin entender por qué ella jugaba al parchís y se comía una pero no contaba veinte.
Ella se quedó allí, parada, sin fuerzas para luchar, sin ganas de responderle pero con el firme propósito de salir cuanto antes de esa habitación y no volver a dejarse engatusar.
Era una promesa hecha a sí misma que debía cumplir, costase lo que costase.
La noticia que llevaba esperando desde hacía más de tres semanas por fin se produjo. El notario esquivo había regresado de vacaciones y estaba dispuesto a atender su caso cuanto antes.
Él ya tenía todo preparado, redactado según su conveniencia y, por supuesto, se había preocupado de que el notario no tuviera ninguna objeción a su propuesta. El abogado del viejo, un hueso duro de roer, también había hecho sus deberes, empeñado en que cambiara de opinión.
Podía haber dudado durante breves instantes, en especial esos instantes en los que no pensaba con la cabeza adecuada. Pero luego, en frío, siempre volvía a su idea original.
Preparó los documentos y los guardó en su maletín de piel. Su maleta ya estaba lista junto con su portátil. Ni que decir tiene que nada más conocer la cita se había preocupado de reservar su billete de avión para poder regresar a su vida, a su rutina y a su trabajo.
Nunca antes se había tomado tantos días libres, y puede que nunca volviera a permitirse tal lujo.
Con todo lo necesario debajo del brazo acudió a su cita en el despacho del notario.
Una vez allí, el señor López lo recibió e intentó de nuevo convencerlo para que aceptase los términos estipulados en el testamento, pero se mantuvo firme.
—Pase, el señor notario lo está esperando —dijo la secretaria y los acompañó hasta la oficina principal, donde recibían a los clientes.
A Thomas no le sorprendió el mobiliario clásico, ni las estanterías llenas de volúmenes encuadernados y numerados o la gran mesa oval rodeada de sillas tapizadas en cuero granate.
Una vez acomodados, el notario leyó las disposiciones que ya conocían tanto Thomas como el señor López. Una vez acabada la lectura, abrió su portafolios y, de manera mecánica, entregó una copia al abogado de su padre y otra al notario del acuerdo que proponía.
—Creí que durante estos días habría recapacitado —le recriminó el señor López.
—Legalmente puede que no se pueda poner ni un solo impedimento, pero moralmente…. —Ése fue el comentario del notario.
—He redactado con claridad todos los términos, sin ambigüedades ni dobles sentidos para que todo pueda llevarse a cabo de forma sencilla y mi intervención, una vez finalizado este acto, no sea necesaria.
—Está bien, no le demos más vueltas —arguyó el notario. Estaba claro que no era amigo de discusiones bizantinas.
—Pensé que en el último momento recapacitaría —dijo el abogado de su padre una vez a solas.
—Créame que todo ha sido estudiado debidamente —respondió impaciente por salir de allí—. Ahora, si me disculpa.
—No se parece nada a su padre.
—Eso intento —murmuró dispuesto a guardar las formas, pero con ganas de cerrar ese capítulo de su vida.
—Él hubiera querido que los dos hermanos estuvieran juntos, por eso lo nombró tutor de Julia. Veo que estos días no han servido para nada. Al escuchar los rumores que circulan pensé que tal vez…
—¿Rumores?
—Todo el pueblo habla de ello. De usted y de Olivia. Ha ido todos los días a buscarla a su trabajo, la ha acompañado en público.
—¿Y? Sólo he sido educado con mi anfitriona —respondió a la defensiva.
Cosa que no hizo, si no confirmar los rumores, sí al menos darles más consistencia.
—Como quiera. No voy a abrirle los ojos si se empeña en negar lo obvio. Buenos días.
El señor López lo dejó con la palabra en la boca. Si pensaba que con esa despedida iba a conseguir hacerlo recapacitar, iba por mal camino. Intentar inocular el gusanillo de la duda no era una artimaña eficiente con él. A esas alturas de su vida estaba curado de espanto.
Una vez fuera del despacho se acercó al coche y dejó dentro todos los papeles. Ahora ya era libre para irse, sólo tenía que esperar menos de veinticuatro horas y de nuevo estaría en su casa.
Bien podía recoger los bártulos y buscarse un hotel, cerca de Barajas, para pasar la última noche, pero por alguna extraña razón prefería dormir en la casa que había sido su hogar en el último mes.
Las noticias corrían rápido y a última hora de la mañana, en la peluquería ya se sabía que el notario había recibido al inglés y que éste había dejado los asuntos resueltos. Es lo que tiene tener a la mujer y a la secretaria del notario como clientas.
Por no mencionar a una recepcionista aspirante a peluquera, como Celia, dispuesta a informar a todo el mundo a la hora del aperitivo.
—Por lo visto ya ha terminado sus asuntos aquí —comentó Martina como dejándolo caer.
Olivia se encogió de hombros. Era un final anunciado.
—Pues sí —murmuró sin prestar demasiada atención. Bastante tenía ya con ese malestar interior como para encima hablar de ello en el trabajo.