Ella, inclinándose hacia adelante le lamió los labios y apretó sus músculos internos, una, dos, tres veces para conseguir que él jadeara y de paso clavara los dedos en su cintura.
—Con intentarlo no vale.
—Pues dame algo con lo que distraerme —pidió él, bajando la vista a sus apetecibles y tentadores pezones.
Ella siguió la dirección de su mirada y satisfizo de inmediato su deseo, posicionándose para que él succionara a sus anchas su duro pezón.
A partir de ese instante comenzó uno de los movimientos más primarios y excitantes de todos los tiempos. Ella llevaba las riendas, montándolo a su antojo. Cuando lo estimaba oportuno lo hacía con rápidas y enérgicas oscilaciones pélvicas. En otros momentos, se balanceaba hacia adelante y hacia atrás sin ejercer presión, sólo el roce mínimo.
—Joder, no me canso de chupártelos —gruñó él, con la voz amortiguada. Ni loco iba a soltar su entretenimiento. Como mucho cambiaba del derecho al izquierdo.
Ella estaba haciendo todo lo posible para demorar la llegada a meta, él se dio cuenta, pero le importaba un pimiento. Era el primer interesado en no correrse a las primeras de cambio, estaba gozando como nunca al tiempo que le daba placer a ella.
Todo era casi perfecto.
Thomas dobló las piernas para poder afianzarse bien y empujar cuando veía que ella aminoraba el ritmo. En aquella postura, Olivia podía recostarse hacia atrás y ofrecerle una panorámica indescriptible.
Así que la guió hasta colocarla de tal modo que ella apoyó la espalda en sus rodillas. Después, sintiéndose más ágil que nunca, se incorporó hasta quedar sentado, frente a frente.
Y de nuevo la sujetó de la nuca y la atrajo hacia sí para besarla.
Ella gimió contra su boca, resultaba tan sumamente increíble estar unidos por dos sitios al mismo tiempo… algo que siempre deseaba pero que con Juanjo, tan aficionado al simple misionero y a jadear en su oreja, no podía llevarse a cabo.
Y Thomas besaba estupendamente, sabía controlar la presión para no ahogarla al tiempo que le dejaba espacio para que pudiera ser ella quien controlara la intensidad.
—Me estás volviendo loco —gruñó él entre empujón y empujón.
Ella sonrió contra sus labios y, para que no tuviera ninguna duda, lo mordió.
—Y voy a seguir haciéndolo —jadeó ella en respuesta, completamente convencida de sus palabras.
Olivia estiró las piernas, en una postura casi imposible de aguantar demasiado tiempo. Él la sujetó inmediatamente y sus ojos que quedaron clavados en el punto exacto donde sus cuerpos se unían.
Si, hasta aquel instante, las cosas se podían definir como increíbles, ahora pasaban a ser impresionantes, inmejorables, indescriptibles…
Perfecta sincronización, acoplamiento y sensaciones a flor de piel.
Todo era favorable para ambos, para alcanzar el clímax juntos, para dejar de jugar al gato y al ratón, para poner los pies en la tierra…
Thomas dejó de sujetarla con una mano para recorrer la distancia que separaba su cuello de su pubis y presionar decididamente su clítoris, en aquella posición podía friccionarlo sin dificultad y añadir un toque extra a todo aquello.
Por nada del mundo permitiría que Olivia se quedara a las puertas del orgasmo, después de ese masaje magistral y de… ¡qué coño! de todo lo que esa mujer era y hacía.
Puede que siempre se preocupara de que tal circunstancia no llegara a pasar, pero, en aquella ocasión, el motivo era bien diferente. Quería algo más para ella, iba a correrse sí, pero deseaba algo inolvidable e irrepetible.
Quizá estaba abriendo la puerta a un sentimiento peligroso que hasta el momento ni se había molestado en plantearse, más que nada por considerarlo innecesario.
Olivia lo hizo de nuevo, presionó sus músculos internos apretándole la polla con tal fuerza que apretó los dientes para no adelantarse, aunque ya no le quedaba margen para maniobrar.
—Dime que estás a punto de correrte —exigió mientras respiraba profundamente, sentía esa presión previa que indica que no puedes más.
—No… No hables —pidió ella resollando—. Que me desconcentras.
Él advirtió el tono medio burlón de sus palabras, pero estaba claro que no iban en serio, ella estaba tan sudorosa como él, con la respiración errática, con todo el cuerpo en tensión…
Ella lo atenazó con las piernas y después se relajó. Cerró los ojos y lo esperó en silencio.
Él no se demoró mucho más, apenas treinta segundos después. Como si sus músculos se hubieran convertido en gelatina, se dejó caer en la cama. Ella no fue suficientemente rápida para caer con dignidad.
—Joder, lo siento… —susurró sin ni tan siquiera mover un dedo por ayudarla. Estaba demasiado absorto en su placer poscoital como para ser galante.
Olivia se recompuso, pero tampoco mucho. Se tumbó poniendo los pies en la almohada junto a la cabeza de él.
También tenía derecho a su momento poscoital, a saborearlo, a recrear en su cabeza las mejores jugadas, a cerrar los ojos y olvidarse de todo lo demás.
No merece la pena estropear un instante así con preocupaciones que, seguramente, no se resolverán por mucho que lo deseara.
Thomas, ya recuperado, abrió los ojos, giró la cabeza y se encontró con unas uñas pintadas de color rojo fuego y, claro, su mano cobró vida propia.
—Debo decir que no me extraña que tengas clientela fija.
Ella hizo una mueca, tal y como lo decía, insinuaba algo que cualquier mujer respondería con un guantazo como mínimo, pero ni quería, ni le apetecía perder el tiempo.
Mejor olvidar lo de piensa mal y acertarás.
—Pues sí —respondió tan pancha.
—Lo que no entiendo es que te paguen una mierda. Estás infravalorada. —Acompañó sus palabras con un suave masaje en los tobillos.
—Tal y como están las cosas, tengo trabajo, así que mejor ni me quejo.
—Si fuera tú me ponía por mi cuenta.
—¿Crees que no lo he pensado? —Olivia cambió de postura pero sin apartar los pies. Era agradable recibir esas atenciones—. Pero cualquiera va a un banco a pedir dinero… esa gente no se estira ni en la cama.
—Pero… si no te arriesgas… —murmuró distraído. La conversación sobre el futuro laboral de ella le importaba, o le debía importar, muy poco. Lo que realmente resultaba relevante es lo a gusto que se estaba una tarde de sábado, desnudo, después de un buen polvo y con altas expectativas de follar de nuevo.
Olivia optó por no seguir ese camino. Compartir su cuerpo con él no significaba compartir ni sus ideas ni sus sueños. Al fin y al cabo Thomas no era más que un «accidente» o un «pasatiempo», cualquier otro sustantivo similar servía.
—Deberíamos levantarnos y…. —Él la detuvo besándola en la pantorrilla.
—Ni lo sueñes. —Más besos. Más caricias. Y su mano cada vez más arriba—. Tengo otro par de cuestiones que hablar contigo.
Ella se echó a reír ante el tono tan prosaico utilizado.
—¿Pretendes que tengamos una conversación seria con el culo al aire?
—Creo que tener el culo al aire es una condición indispensable —aseveró él mientras cambiaba de posición hasta ponerse junto a ella, es decir, en sentido contrario.
—¡Oye! —protestó ella al sentir cómo le rodeaba la cintura con los brazos y la pegaba a él—. ¡Que corra el aire!
—Desde hace un tiempo tengo una duda que me quita el sueño —dijo haciéndola reír.
—Eso es que eres mala persona y tienes cargo de conciencia —le replicó moviéndose un poco para fingir que estaba molesta ante esa postura tan marcadamente íntima. No eran confidentes, ni siquiera amigos.
—No es eso. Me preocupo por ti —continuó él en tono suave—. Por eso me ofrezco voluntario.
Ella se giró para quedar frente a frente.
—¿Voluntario? ¿Para qué? —preguntó con desconfianza.
—Te conozco y por eso es mejor que durmamos juntos.
—¿Otra vez con eso? —preguntó ella, algo molesta—. Se supone que doy patadas y te quito la sábana —le recordó. Era preferible quedar como la mala de la película que enfrentarse abiertamente con él.
—Y mueves la almohada unas mil veces —apostilló él.
—Eso es para buscar el lado fresquito —se defendió ella.
—Bueno, da igual. El caso es que pienso en qué pasa cuando en mitad de la noche, te despiertas…. —Hizo una pausa para que ella fuera asimilando las palabras y así allanar el camino para convencerla—…. Acalorada… —Otra pausa calculada—…. Cachonda perdida y… estás sola… sin nadie que calme esa inquietud… — Ella se contenía para no reír pero a él eso no lo detuvo—… Por eso, si duermo contigo…
—Gracias. Tu preocupación me conmueve —dijo irónica.
—De nada. Para eso estamos —añadió encantado.
—Pero te recuerdo que de mis necesidades me ocupo yo —espetó orgullosa—. Mi mesilla de noche está bien equipada y si ocurre tal circunstancia dispongo de un estupendo vibrador.
—¡No jodas! —Él se incorporó—. Eso tengo que verlo.
Thomas se inclinó hacia adelante para poder llegar hasta la mesilla misteriosa «resuelveimprevistos».
Ella se pegó a su espalda y observó cómo abría el cajón para no encontrarse más que un bloc de notas, pañuelos de papel y un par de gomas para el pelo.
—¡Me has mentido! —La acusó volviéndose para mirarla.
—Mira que eres bobo.
Se levantó y caminó hasta su armario. Abrió una de las puertas y sacó un pequeño neceser que dejó en la cama y lo empujó hacia él.
Thomas lo agarró inmediatamente pero se dio cuenta de un pequeño detalle: estaba bien cerrado, con una de esas malditas cerraduras de combinación.
—Vivo con una adolescente bastante curiosa. ¿No esperarás que deje esto en cualquier sitio y al alcance de cualquiera?
—¡Ábrelo! —exigió, mostrando su impaciencia.
—Al menos podrías engatusarme para que te dé la clave —murmuró ella, un pelín decepcionada. Hasta hizo un puchero a lo niñata consentida.
Olivia, ante la impaciencia que mostraba, se apartó un poco para que él no le arrebatara el maletín.
—Supongo que sesenta y nueve no es la combinación —apuntó él, sonriendo.
—Lo tendré en cuenta cuando la cambie —murmuró sin mirarlo.
Ambos oyeron el clic, pero ella, para darle emoción al asunto, fue levantando la tapa como si se tratara del cofre del tesoro.
Él, al instante, fijó la vista en lo que ella le mostraba.
—Joder, voy a tener serios problemas para decidirme —estiró el brazo y cogió un par de dedales de silicona, uno verde con estrías y otro azul con bultitos—. ¿Para qué cojones sirve esto?
—Tantos estudios y mira… —Ella agarró el verde y se lo colocó en el dedo índice—. Si quieres dar un significado diferente al verbo «estimular» necesitas esto.
Y, para darle pruebas, se llevó el dedo enfundado a la boca, lo chupó y después le recorrió su erección, presionando lo justo para que las estrías rozaran su sensible piel.
Cuando él estaba en lo mejor, ella, de repente, dejó de tocarlo, se quitó el dedal y lo dejó en su sitio.
—Entendido. Deduzco entonces que también puedo utilizarlo yo. Pero… no sé, con ese consolador fucsia… —Hizo un gesto con la mirada—… Me resulta imposible pasarlo por alto.
—¿Consolador? Mira que eres antiguo.
—¿Antiguo? Pero ¿qué dices? —preguntó él a su vez totalmente descolocado. Puede que no fuera un cliente asiduo de
sexshops
; pero tenía ligeras nociones de lo que allí se vendía.
—Sí, un antiguo de cuidado. No es un consolador. Esa palabra está denostada, propia de una sociedad falocéntrica y machista.
—¿Perdón? —Ahora sí que estaba perdido.
—Es un dildo o un vibrador en caso de que vibre. Pero consolador… ¡Por favor!
—Está bien. Como quieras, cuando estoy desnudo no me gusta entablar discusiones semánticas. —Cogió el artilugio de la discordia y lo examinó—. Me gusta. Nos quedamos con éste. —Lo movió un par de veces, como si quisiera comprobar su resistencia. Después giró la base y notó el cosquilleo en la palma de su mano—. Te lo tienes que pasar bomba con esto; cuando lo utilices, sé buena y avísame.
—Qué predecible, por Dios. —Se lo arrebató de la mano y lo puso dentro del maletín—. Son mis juguetes y, por lo tanto, elijo yo.
Buscó en ese neceser tan bien equipado y sacó un aro de goma.
—Joder… ¿Eso es un pato?
—¡Qué listo eres! ¡Cómo se nota que tienes estudios! —se guaseó ella—. Es un anillo para el pene y sí, en el pato, hay una bala vibradora.
—Interesante…
—A mí me parece uno de los mejores inventos del mundo. —Lo estiró entre sus dedos y después señaló el interior de la caja—. Coge un condón y… —Se inclinó hacia él para sugerirle—: … Si te atreves…
Él, que se percató del reto lanzado, no quiso amilanarse.
—Tengo una duda…. —Ella sonrió y él, taimado como siempre, remató la jugada—. Y ¿si no me vale?
Olivia se echó a reír pero replicó:
—Eres demasiado estándar, titi, pero te revelaré un secreto… —Bajó la voz para completar la frase—: Es elástico.
Él lo cogió, miró de reojo el patito y dudó si ponérselo con la bala vibradora hacia arriba o hacia abajo. Así que preguntó:
—¿Cómo lo prefieres? —Rompió el envoltorio del condón y sacó uno… ¿Negro?—. Joder, mi polla va a salir en el
Libro Guiness de los récords
con tanto adorno.
Ella estalló en carcajadas.
—Podemos variar… Moverlo un ratito tú, un ratito yo.
—Como quieras —aceptó cuando terminó de ponerse todo—. En mi vida imaginé que terminaría con algo así… —Negó con la cabeza—. Porque es de mal gusto hacerse fotos con el móvil, que si no…
—¡Qué buena idea! Espera, que lo tengo por aquí…. —Él la detuvo agarrándola de un brazo—. Vaaaaaale, nada de móviles. ¡Qué aguafiestas!
—Si miras con atención mi polla creo que deberías reconsiderar tu opinión. Y ahora, si eres tan amable… —Se puso de rodillas, con las manos en la cintura y adelantó la pelvis—. Haz los honores, enciende esto.
Ella se inclinó, arqueando la espalda más de la cuenta, y buscó el botón que ponía en marcha el dispositivo, a la par que lo giraba para estimular sus testículos. Lo escuchó inspirar con fuerza y protestar entre dientes, pero en ningún momento se apartó.
—Joder… nunca me habían puesto algo vibrando en las pelotas…
—Eso es porque seguramente vas con estiradas y aburridas.
Thomas no podía negarlo, así que prefirió hacer oídos sordos y centrarse en la mujer que estaba ahora con él y no acordarse del resto.