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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

Treinta noches con Olivia (35 page)

BOOK: Treinta noches con Olivia
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—Y ¿no lo vas a echar de menos? —Su jefa siguió a lo suyo.

—Creo que debería limpiar el cuarto de atrás.

—Déjate ahora de limpiezas, hasta las cuatro tienes tiempo de sobra de adecentarlo —arguyó Martina, deseosa de saber todo lo que pudiera de la relación de su empleada con el inglés.

—Pues entonces creo que sería bueno hacer inventario, nos estamos quedando sin algunas referencias y…

—Deja de buscar excusas. Todos en el pueblo hablan de ti y de él. Así que vamos… desembucha ya.

—No hay nada que contar —replicó, hastiada del tema.

—Ya claro, y yo me chupo el dedo. Vive con vosotras, no se separa de ti en público, te deja su coche, te viene a buscar… —A medida que enumeraba las pruebas, su voz iba en aumento y en tono escéptico. Olivia iba lista si pensaba ocultar lo obvio—. Y, además, tu ex novio está todo el día rondándote, preocupado por ti. ¿Qué les das, hija mía?

«Desde luego, ¡qué suerte tengo!», pensó, resignada. Tenía que buscar una manera de librarse de su jefa y al mismo tiempo darle alguna información para que dejara de atosigarla.

—No lo sé, la verdad —reflexionó en voz alta. Lo cierto es que era buena pregunta.

—Pues deberías. Una no tiene a dos partidos como ésos pululando alrededor así como así.

—Será que no les hago caso y, ya sabes, a los hombres les encanta eso de sacar el cazador que llevan dentro.

—Hum, podría ser pero… no, con tanta lagarta suelta dispuesta a dejarse cazar… no me salen las cuentas. Además, he visto cómo te mira. El inglés quiere algo más.

—Lo único que quiere es llegar a casa y tener la comida en la mesa. Y como tiene tiempo libre, para no aburrirse viene a recogerme. Estoy segura de que mañana se larga. —No hizo falta mentir para tal aseveración.

—Mira que sois tontas las chicas de ahora. ¿Qué te cuesta engatusarlo un poco? No me extraña que estés soltera, si vas por ahí poniendo pegas a todo…

—Estoy bien así.

—Eso decís todas para creeros esa tontería de que es mejor sola que mal acompañada. ¿Quién va a calentarte por las noches?

—No digas bobadas. ¿Pretendes que aguante a un tipo, aunque no lo soporte, sólo para que me caliente por las noches? —preguntó sin dar crédito a sus palabras.

—Si eres un poco lista sabrás llevarlo a tu… terreno. Ya sabes a lo que me refiero.

—Claro que lo sé, y no puedo entender cómo me dices algo así —bufó Olivia exagerando un poco. De esa forma tenía la excusa perfecta para indignarse cuanto quisiera y esconderse en la trastienda.

Cuando se batía en retirada oyó la campanilla de la puerta y, por un acto reflejo, se giró.

El que faltaba para el duro, pensó haciendo una mueca.

—Buenos días.

—Celia aún no ha vuelto de almorzar. Pero si quieres puedes esperarla aquí —dijo Martina.

—No, he venido a hablar con Olivia.

—Genial —murmuró entre dientes la aludida.

—De acuerdo, pasad al cuarto de atrás, está libre.

—¿Ocurre algo? —preguntó ella nada más cerrar la puerta. Para estar distraída empezó a ordenar los frascos de cremas.

—No. Claro que no, sólo quería hablar contigo.

—¿De qué?

—Verás… tengo un pequeño problemilla con Celia.

—¿Necesitas consejo? —Aquello tenía guasa: su ex pidiéndole consejo.

—Sí. Es que… bueno, verás… es que quiero… llevarla a un sitio… especial.

Qué tierno. Olivia dejó el trapo a un lado y lo abrazó. Juanjo era así, un poco brutote por fuera pero un osito de gominola por dentro.

—¿Cómo de especial?

—Ya sabes, uno de esos sitios que os gustan a las chicas —apuntó incómodo.

Y ella entendía la razón, cuando estaban juntos nunca le había propuesto algo así. Pero no era el momento de recriminaciones sobre algo que ya formaba parte del pasado.

—Haz una cosa, reserva dos noches en el parador, a Celia le encantará eso de tener una excusa para vestirse de gala. Te la llevas a cenar y después pasáis la noche en una suite —sugirió recordando su metedura de pata. Al fin y al cabo, contaba como experiencia.

—¿Al parador? Pero ¡si está aquí al lado! Joder, yo pensaba en otra cosa.

—¿Para qué te vas a dar una panzada de conducir, teniendo un joya aquí mismo? Hazme caso. —Le dio unas palmaditas en el brazo. Conociendo a Celia estaba segura de que alucinaría—. Llévala allí y pasadlo bien.

—Eres un sol. —Ahora fue él quien la abrazó.

—¡Guarra! ¡Zorra! ¡Lo sabía! —gritó Celia a pleno pulmón no sólo para destrozarles los tímpanos sino para que la oyera el mayor número posible de gente.

—Cálmate —pidió Juanjo—. No es lo que parece.

Olivia se tapó la boca con la mano para no reírse.

—¡No me da la gana! En cuanto me doy la vuelta esta lagarta aprovecha para ir detrás de ti.

—Eso no es así. —Juanjo defendió a su ex, cosa que no hizo más que empeorar la situación.

—¡No la defiendas!

—Chicos, chicos, os dejo solos, arregladlo.

—Ni hablar. —Celia seguía en sus trece.

—Por favor, cariño, sólo estaba hablando con ella.

—Tú no te vas de rositas —dijo Celia a Olivia cuando intentaba atravesar la puerta—. ¡Guarra, más que guarra!

—Mira bonita, cree lo que quieras, pero yo que tú pensaría más en el polvo de la reconciliación.

—¡Olivia! —exclamó su ex avergonzado—. ¡Eso no ayuda! Dile que sólo estábamos hablando.

—Juanjo, cielo, ella no va a cambiar de opinión sólo porque yo se lo diga. Esfuérzate un poco. ¡Tú puedes, machote! —lo animó Olivia y, antes de que Celia la agarrase por los pelos, se escaqueó hábilmente, dejándolos convenientemente cerrados en el cuarto de atrás.

Esperaba que Juanjo se diese prisa en convencerla, tenían una cita en menos de una hora.

Al toparse con Martina le hizo un gesto pidiendo silencio y señaló con la cabeza la puerta cerrada.

Su jefa puso los ojos en blanco y señaló el reloj colgado de la pared.

Olivia sonrió y se encogió de hombros.

49

Se las había ingeniado para pasar todo el día fuera de casa. El problema no era enfrentarse a esas dos, sino que, al ser el último día, prefería despedirse sin más. Un «Hasta la vista» sabiendo de sobra que mentía, pero con buena educación y sin ninguna promesa implícita en sus palabras.

Por eso había pasado todo el día deambulando por los alrededores, visitando lugares que amablemente le habían recomendado o simplemente pasando el rato.

Comprobó la hora. Ya era medianoche y debería ir pensando en dormir para estar descansado al día siguiente.

Pero no podía.

Por más que intentaba racionalizar las cosas y autoconvencerse de que estaba haciendo lo correcto, sentía por primera vez eso que los demás llamaban, y que, hasta el momento él desconocía, remordimientos.

Estaba abriendo la puerta a los «Y si…», lo que no debía permitirse bajo ningún concepto.

Pero una cosa es saberlo y otra bien distinta llevarlo a cabo. Seguramente, hasta que no estuviese cómodamente instalado de nuevo en su casa y viera pasar los días, no dejaría de pensar en el verano que había vivido. Era lógico, al fin y al cabo había supuesto todo un cambio respecto a lo que hacía habitualmente.

Como sabía que le iba a costar conciliar el sueño (y no sólo debido a ese pegajoso calor y al incómodo colchón), agarró una revista y se dispuso a pasar el rato, convencido de que, tras una lectura aburrida, caería rendido.

Media hora después estaba tan despierto o más que al principio. Ese malestar interior advirtiéndolo de que había dejado un cabo suelto, pero no sabía exactamente cuál, iba a terminar por provocarle un ardor de estómago.

Escuchó un suave clic. La puerta se abrió y entró quien menos esperaba.

Y por supuesto vestida o, mejor dicho, desvestida, de una forma hasta ahora desconocida. Aunque en su imaginación hubiera construido aquella imagen, lo cierto era que ver a Olivia ataviada con un minúsculo camisón negro superaba cualquier idea preconcebida.

Ella cerró la puerta apoyándose en la misma y lo miró un instante antes de apagar la luz, dejando la habitación sumida en la penumbra. Un entorno de lo más íntimo, pero que aguaba sus ganas de recrearse la vista.

Sin decir una palabra, caminó hasta detenerse a los pies de la cama y se quitó las zapatillas. Las pupilas de ambos ya se estaban acostumbrando a la semioscuridad, con lo cual podían distinguirse los movimientos de los dos.

Olivia, por su parte, no quería ni pensar en los motivos para haber llegado hasta allí. Tal vez porque la esperanza es lo último que se pierde, o quizá ya había perdido la chaveta para siempre y el daño era irreversible.

Pero, cuando se dirigía a su cuarto par acostarse, se dio cuenta de que la noche la iba a pasar en blanco, dando vueltas en su cabeza a lo que no podía ser, hasta caer probablemente rendida de agotamiento.

Al menos, escapándose a la habitación de Thomas dejaría de pensar durante un buen rato. Se sentía como si estuviera borracha, cuando una olvida todo temporalmente, sabe que va a tener resaca al día siguiente y que los problemas estarán ahí esperándola, pero cuando también se agradece ese breve espacio de tiempo en el que no se piensa.

Además, analizando la situación frívolamente (cosa que a veces ayuda, ya que entretenerte en la superficie es otra forma de no pensar), tenía un camisón sin estrenar de esos diseñados para que los hombres se pongan cardíacos y podía funcionar como el broche final.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sospechando; algo pasaba.

—En esta habitación hace menos calor —respondió, mintiendo.

Apartó la sábana y comprobó que estaba desnudo y en proceso de excitación. El camisón no fallaba.

Sacó un preservativo de su escote mientras se sentaba a horcajadas sobre él, convenientemente apartada para colocárselo.

Como era de esperar, él no hizo ningún movimiento.

—¿Vas a quedarte a dormir? —preguntó irónico, sabiendo la respuesta.

—Ya está —fue su contestación, eludiendo la cuestión.

Olivia no estaba allí para dar conversación, aquél no era momento de palabreo. Todo cuanto se podría haber dicho, ahora ya carecía de importancia.

Él la sujetó un instante de la muñeca para que dejara de acariciarle la polla, quería sexo, evidentemente, pero también respuestas.

—Espera… joder, espera un poco.

Pero ella tenía una meta fijada y no iba a permitir que él desviara su rumbo. Se acomodó encima de él e inmediatamente notó cómo ponía las manos en su culo.

Él no dijo nada sobre su ausencia de ropa interior.

Lo tenía como quería, así que le acunó el rostro y se inclinó para besarlo, profundamente, para que no dudara de sus intenciones. Para robarle el aliento, ya que era imposible robarle algo más.

Abandonó su boca, pero no el contacto. Presionó sus labios contra la sensible piel de su cuello, haciéndolo gemir y además consiguiendo que se retorciera impaciente bajo ella.

Ella no iba a dejarle tomar ni una sola decisión, así que también se encargó de posicionarse para que, dejándose caer lentamente, él pudiera penetrarla sin ningún esfuerzo.

No fue la única que gimió con fuerza contenida, pues a esas horas de la noche el mínimo ruido se escucharía en la casa y ambos eran conscientes de que no estaban solos.

Él la apretó con más brío, dejando, con toda probabilidad, los dedos marcados en su culo. Pero eso no importaba, en aquella cama ya no cabían las recriminaciones.

Olivia se volvió aún más exigente, cabalgándolo sin tregua, sin opciones. Notaba cómo él pretendía alargar aquel instante, como si pretendiera que durase eternamente, pero ella tenía las ideas muy claras.

Continuó sin descanso, sin importar que los muelles protestaran, sin hacer caso de las súplicas silenciosas de él, que la agarró del pelo obligándola a que lo mirase, a que le dijese qué cojones estaba pasando allí.

Pero no hubo manera, ella obviaba todos sus requerimientos.

Y no sólo eso, sino que encima empezó con sus condenados movimientos pélvicos, de tal forma que él no pudiera controlarse, obligándolo a dejarse ir, como si tuviese prisa por acabar.

—¿Qué pretendes? —exigió en voz baja.

Ella no quería palabras, necesitaba descargar toda su rabia y frustración interior en aquel acto. Como si follando a lo loco consiguiera sacar de su interior las malas vibraciones y las lágrimas que más tarde la acompañarían.

Puestos a elegir, prefería ser la parte ofensora que la ofendida y, aun sabiendo lo inútil de esa empresa, prefería también intentar salvar un poco de su orgullo, ya que no había sido capaz de ser fuerte para decir por lo menos la última palabra.

Thomas no sabía qué hacer para que aquella insensata bajara el ritmo. Era como conducir a toda velocidad y de repente darse cuenta de que te has quedado sin frenos. Así se sentía, totalmente descolocado.

En otras circunstancias, follar así, descontroladamente, supondría una fantasía más hecha realidad, pero intuía que no era sólo sexo desenfrenado.

La conocía, y admiraba la pasión que demostraba, especialmente cuando estaban juntos, pero hoy no era pasión el motivo por el que se comportaba así.

—Olivia… —jadeó sintiendo la presión previa al orgasmo. Y sin saber por qué añadió—: Por favor…

Pero, de nuevo, su súplica cayó en saco roto y, a pesar de todos sus intentos de retrasar lo inevitable, terminó por correrse, de forma casi violenta, de forma casi dolorosa.

Carente de la satisfacción propia de esos casos. Su cuerpo había reaccionado a la estimulación pero su mente sabía la verdad.

A pesar de la confusión, se percató de que ella pretendía huir y lo impidió agarrándola y atrayéndola hacia sí. Obligándola a que descansara sobre su pecho y abrazándola.

Notó que ella se resistía, pero no cedería.

De ninguna manera.

La abrazó con fuerza, como no se debe abrazar a la mujer que vas a abandonar.

La acarició con ternura, con la ternura que no se debe tener con la mujer a la que vas a hacer daño deliberadamente.

Y terminó besándola, acunando su rostro. Primero en los párpados cerrados, después en las mejillas y, por último, saboreando sus labios, con el cariño que uno no debe demostrar a la mujer que pretendes olvidar a corto plazo.

Ella lo odió por todo. Su odio iba en aumento y aquel comportamiento fue la gota que colmó el vaso.

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