Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—¿Realmente pensaba que tal vez no sería bienvenido aquí?
—No hemos tenido ocasión de hablar desde su regreso, y durante su ausencia sólo hablamos en una ocasión..., y recuerdo que la conversación fue bastante corta y que estuvo limitada a ciertos temas políticos —replicó Ackbar—. Antes de eso... Bueno, si hubiera sido conveniente excluirme de ella, entonces quizá no habría estado presente durante la reunión celebrada la noche de la transmisión pirata. No me he atrevido a volver a utilizar mi código de acceso.
—Oh, claro... Entonces supongo que tampoco ha visto a Han, ¿verdad? Le dije que le explicara que todo estaba olvidado. Y yo que pensaba que era usted quien me estaba evitando... —dijo Leia, yendo hacia Ackbar y abrazándole—. No puedo seguir enfadada con usted durante mucho tiempo. Y además... Bien, no paro de repetirme a mí misma que el almirante Ackbar es una de las pocas personas cuya opinión he de seguir escuchando incluso cuando estoy enfadada con él.
Ackbar le dio unas palmaditas en la espalda con una de sus grandes manos-aleta y suspiró.
—Es bueno saberlo.
—Le he echado de menos, amigo mío —dijo Leia, bajando los brazos y dando un paso hacia atrás—. Anakin también le echa de menos. Nadie le había visto desde hacía días. ¿Qué ha estado haciendo?
—He estado bastante ocupado —dijo Ackbar, y señaló el visor—. ¿Por qué se molesta en ver eso? Oír cómo hablan de usted de esa manera no puede resultarle demasiado agradable, y no entiendo de qué puede servirle.
Leia volvió la cabeza para echar una rápida ojeada por encima de su hombro al rostro de Tuomi.
—Supongo que siento una curiosidad morbosa que me impulsa a averiguar si existe algún límite que estén dispuestos a respetar.
—«La codicia no tiene límites y la envidia no conoce fronteras en el corazón de un hombre mezquino» —murmuró Ackbar—. Es una de mis citas favoritas de Toklar, uno de los filósofos más respetados y citados de Mon Calamari —añadió.
—¿No fue también él quien dijo «No mires hacia atrás..., porque algo puede estar a punto de alcanzarte»? —replicó Leia con burlona jovialidad.
—No lo creo —dijo Ackbar—. Pero Toklar escribió que un aguijonazo es recordado durante más tiempo que mil caricias. Por cada voz que apoyó el desafío de Tuomi, hubo un centenar diciendo que era estúpido, injusto y cruel. Escuche a ese centenar de voces, y no a una sola.
—No piense que me lo estoy tomando como una ofensa personal —dijo Leia, dirigiendo su controlador hacia el holovisor y poniendo fin a la proyección—. Pero oír hablar de Alderaan de esa manera resulta muy doloroso para los pocos alderaanianos que quedamos. Y parece como si de repente todo el mundo estuviera encontrando razones para poner en duda mi derecho a estar aquí.
—La gente encuentra aquello que busca —dijo Ackbar—. Debemos fijarnos en sus motivos, no en sus palabras.
—Tuomi dice que su motivo es la justicia —replicó Leia con un encogimiento de hombros—. Alderaan es una nación de refugiados formada por sesenta mil personas que no tienen otro territorio que nuestras embajadas de Coruscant y Bonadan. Tuomi representa a cinco planetas habitados y a casi mil millones de ciudadanos. Tuomi se limita a preguntar qué razón hay para que Alderaan deba mandar sobre Bosch.
—Pero usted no nos gobierna en nombre de Alderaan. Nos gobierna en nombre de la Nueva República.
—De la cual, y según Tuomi, Alderaan es miembro únicamente debido a una equivocada compasión.
—Tuomi es un pececillo ignorante —dijo Ackbar con seco desprecio—. Que Alderaan sea miembro de la Nueva República no es ni un acto de cortesía ni una violación de la Carta. La Nueva República es una alianza de pueblos, no de planetas.
Leia asintió para indicar que estaba totalmente de acuerdo con lo que acababa de decir.
—Algo que se olvida con frecuencia incluso aquí —dijo.
—En ese caso, me permito recordarle que la estructura de la Nueva República fue concebida para evitar el dominio de los mundos más populosos..., para evitar lo que Kerrithrarr llamó una tiranía de la fecundidad —dijo Ackbar.
Leia dejó escapar una tensa carcajada y meneó la cabeza con una violenta sacudida que hizo ondular sus cabellos.
—Sí, no he olvidado ese argumento.
—Tal vez recuerde otra cita que me gusta mucho —dijo Ackbar—. «Hoy nos convertimos en una familia galáctica..., una familia de los grandes y los pequeños, de los jóvenes y los viejos, con honor para todos y favor para ninguno.»
Leia reconoció las palabras que ella misma había pronunciado en su discurso del Día de la Restauración.
—Eso es hacer trampa.
—Confío en que sigue creyendo en lo que dijo entonces.
—Por supuesto que sí.
—Pues entonces el que ahora Alderaan signifique sesenta mil, o seiscientos, o seis, carece de importancia.
—Desde luego —dijo Leia—. El número exacto sólo tiene importancia para los asesores y los contables. Nuestro derecho a formar parte de la Nueva República es válido, y justo, y moralmente legítimo..., a pesar del número.
—Me alegra oírle decir eso —dijo Ackbar, y metió la mano en uno de los espaciosos bolsillos de su cinturón—. He traído algo para que lo apruebe.
—Desdobló una hoja de pergamino azul pálido del tipo que se utilizaba para los documentos oficiales y se la entregó—. Es una solicitud de emergencia para que Polneye se convierta en miembro de la Nueva República, y procede de su representante en Coruscant.
Leia lanzó una mirada interrogativa a Ackbar mientras daba la vuelta a la mesa para ir hacia la ventana.
—Me parece que he sido manipulada.
—Esta solicitud también es válida, justa y moralmente legítima..., a pesar del número.
—¿Existe alguna razón para pensar que alguien más pudo sobrevivir al ataque de los yevethanos?
—No hay pruebas que permitan afirmarlo o negarlo —dijo Ackbar—. ¿Qué importancia puede tener eso?
—Si Plat Mallar quiere ocupar un asiento en el Senado...
—Plat Mallar quiere ocupar un asiento en la carlinga de un caza. El asiento que hubiera correspondido a Polneye en el Senado permanecerá vacío a menos que se encuentre a otros supervivientes..., y así servirá como recordatorio.
—Veo las huellas de sus manos en todo esto, Ackbar.
—Estoy intentando ayudar al muchacho —admitió Ackbar—. Pero Plat sabe tomar sus propias decisiones.
—Permítame que le haga otra pregunta —dijo Leia—. ¿Le ha informado de la oferta hecha por Jobath de Galantes? ¿Sabe Mallar que Jobath le ofrece refugio y la ciudadanía en nombre de los fias?
—Plat ha hablado con Jobath.
—¿Y?
—Durante los días siguientes a la destrucción de Alderaan, ¿cuál habría sido la reacción de la princesa Leia ante una invitación de convertirse en ciudadana de Lafra o Ithor?
Leia colocó el pergamino sobre la mesa e inclinó la cabeza, y después juntó las palmas de las manos y se llevó las yemas de los dedos a la boca.
—Ya estoy siendo muy criticada por haber aprobado esas solicitudes cuando volví de mis vacaciones.
—En ese caso, aprobar una solicitud más no cambiará mucho la situación —dijo Ackbar—. Pero supondrá muchísimo para los polneyanos. Y hay algo que debo añadir, aunque no sé si le servirá de mucho: cuando me enteré de lo que había hecho, me sentí muy orgulloso de usted.
Leia frunció el ceño. Después se inclinó hacia adelante y apoyó las manos sobre la mesa, colocándolas a ambos lados del documento mientras lo estudiaba con gran atención.
—Bueno, almirante, debo confesarle que yo también me sentí mucho mejor después de haberlo hecho —dijo por fin, y activó su comunicador mediante el mando a distancia—. Necesito una tableta de validación, Alóle. El almirante Ackbar acaba de traerme una solicitud que se nos había pasado por alto.
Belezaboth Ourn, cónsul extraordinario de los paqweporis, paseaba nerviosamente por el dormitorio de su cabaña del albergue diplomático.
Por décima vez, Ourn interrumpió sus idas y venidas para asegurarse de que la diminuta caja ciega que le había entregado el virrey yevethano estaba correctamente conectada a la unidad de hipercomunicaciones, que era mucho más grande que la caja. Eso era cuanto podía hacer para averiguar si existía alguna razón técnica por la que, cinco horas después de haber enviado una solicitud urgente para hablar con Nil Spaar, todavía estuviera esperando y yendo de un lado a otro del dormitorio.
Y a Belezaboth Ourn no le gustaba que le hicieran esperar.
El ingeniero de su nave había examinado la caja sellada utilizando todos los medios a su disposición, pero después de que una potente descarga emitida por la caja hubiera destruido sus instrumentos de sondeo, el ingeniero se la había devuelto con un encogimiento de hombros. Ourn sólo sabía que conectar la caja ciega permitía que el hipercomunicador pudiera conversar con ella, y que a su vez la caja conversaba con un hipercomunicador yevethano instalado en un lugar desconocido.
Ourn masculló una imprecación contra la fertilidad de Nil Spaar y pidió que le trajeran un pájaro toko y un cuchillo de sacrificio. Ya llevaba semanas atrapado en Coruscant, sin poder marcharse y esperando a que el virrey cumpliera sus promesas. Ourn no estaba dispuesto a convertirse en un prisionero encerrado dentro de aquella habitación, incapaz de comer mientras esperaba que el virrey respondiera a sus llamadas.
El Madre de la Valkiria seguía posado sobre la pista de descenso, inmóvil en el mismo lugar donde había sido azotado por la brusca partida del navío yevethano
Aramadia
. Con la misión tan escasa de fondos, Ourn se había negado a autorizar las reparaciones necesarias, esperando poder vender el pequeño bergantín consular como chatarra cuando el navío que le había prometido Nil Spaar fuese entregado por fin. Después las dotaciones de tierra del espaciopuerto habían recubierto el Valkiña con una burbuja selladora cuando las tasas de atraque pendientes de pago empezaron a volverse excesivamente elevadas.
Que el navío consular de los paqweporis estuviera atrapado bajo un bloqueo de deudores allí donde todo el mundo podía verlo era realmente muy embarazoso. Tener que hacer cola para poder abandonar Coruscant a bordo de una lanzadera resultaría altamente humillante, y que la delegación volviera a casa sin un solo crédito en los bolsillos y viajando a bordo de una de las viejas naves de línea comerciales que hacían escala en Paqwepori era totalmente impensable.
Sólo había una resolución aceptable, y Ourn se aferraba tozudamente a ella. Nil Spaar debía cumplir su promesa de entregarle un navío de impulsión yevethano en pago a los daños sufridos por el Valkiña y los otros servicios que Ourn había prestado a Nil Spaar. Después la delegación podría marcharse de Coruscant no sólo con la magnificencia debida, sino de una forma que haría comprender a todo el mundo que los paqweporis tenían amigos muy poderosos.
El único problema era que Nil Spaar se hallara ocupado con tanta frecuencia cada vez que Belezaboth Ourn intentaba ponerse en contacto con él. Las dos últimas veces que había tratado de obtener información, Ourn se había visto obligado a hablar con subordinados; y los tres intentos que había llevado a cabo desde que decidió mantener la boca cerrada e insistir en hablar directamente con Nil Spaar no habían obtenido ninguna respuesta.
En aquel intento, el cuarto, Ourn había puesto un cebo en el anzuelo, y había dejado un mensaje afirmando poseer información sobre algunos acontecimientos recientes de gran importancia que afectaban al Cúmulo de Koornacht. Pero, aun así, ya llevaba cinco horas esperando.
El pájaro toko y una respuesta de los yevethanos llegaron en el mismo instante, y Ourn expulsó sin miramientos al primero para poder recibir la segunda. Para su satisfacción, el rostro que apareció en la pantalla era el de Nil Spaar.
—¿Qué es ese sonido, Belezaboth Ourn? —preguntó Nil Spaar.
Los chillidos de indignación con que el pájaro toko hacía temblar la antesala como protesta por haber sido rechazado todavía eran débilmente audibles.
—¡Virrey! Volver a tener ocasión de hablar con usted es un honor y un deleite para mí. No haga caso de esos ruidos... No es más que un animal salvaje que está chillando en otra habitación. ¿Qué noticias tiene para mí? ¿Hay alguna novedad sobre la entrega de mi nave?
Ourn creyó ver un fugaz chispazo de pena en los expresivos ojos del yevethano.
—Cónsul, este asunto se ha convertido en una fuente de grandes preocupaciones y disgustos para mí —dijo Nil Spaar—. Mi pueblo y el suyo se hallan al borde de la guerra...
—¿Nuestro pueblo? ¡No, no! —exclamó Ourn, sorprendido y consternado—. Pero si no hay ni un solo ciudadano de Paqwepori en las fuerzas armadas de la Nueva República..., ¡ni uno solo! El societario lo ha prohibido.
—Y espero que eso servirá de ejemplo a otros gobernantes —dijo Nil Spaar—. Pero hay una gran flota que se dispone a invadir nuestro territorio, y la ausencia de los paqweporis no parece haberla debilitado en lo más mínimo.
—Oh, esa flota no es más que una fanfarronada, un alarde carente de significado —dijo Ourn despectivamente—. La princesa no posee ni la decisión necesaria para llegar a utilizarla ni el apoyo para poder hacerlo.
—Pues a mí me parece que la princesa es una dictadora enérgica y llena de recursos —replicó Nil Spaar—. No puedo creer que Leia Organa Solo sea una persona que pierde el tiempo amenazando en vano.
—Si pudiera oír cómo los portavoces la denuncian cada día en el Senado, entonces sabría hasta dónde llega su debilidad. Su derecho a dirigir la Nueva República ha sido desafiado. ¡Vaya, pero si incluso se rumorea que quizá acabe viéndose obligada a abandonar la presidencia!
—Antes desearía ver cómo esa flota que nos amenaza abandona sus posiciones actuales —dijo Nil Spaar—. Supongo que comprenderá que, dada la situación, en estos momentos debo concentrar toda mi atención en esa flota.
—Sí, pero... ¿Qué hay de su promesa? ¿Qué hay de los favores que le he hecho?
—Hemos contraído una deuda con los paqweporis, cierto... Pero algunos miembros de mi gobierno están empezando a preguntarse si podemos confiar en un aliado de Leia Organa Solo...
—Si el presidente me lo hubiera permitido, yo mismo la habría denunciado...
—... y otros creen que debemos conservar el Reina de las Valkirias para que nos ayude en nuestra defensa contra las flotas y ejércitos que Leia está reuniendo para lanzarlos sobre nosotros. Si quiere que le sea sincero, no veo cómo podemos entregarle la nave en estas circunstancias.