Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Una catastrófica guerra civil había convertido Clak'dor VII en una pesadilla ecológica donde sólo se podía vivir en ciudades protegidas bajo cúpulas. Debido a esos recuerdos, Leia no esperaba que Deega fuera a resultar más fácil de tratar de lo que lo había sido Peramis.
Leia entró en el centro del espacio definido por la V y todos los ojos se volvieron hacia ella. Siguiendo la recomendación de los especialistas en imagen de Engh, había prescindido de las ondulantes túnicas de la casa real de Alderaan en favor de lo que Han había llamado ropa para luchar en la calle, un sencillo atuendo que recordaba vagamente a un mono de vuelo.
En cuanto a las medallas y honores a los que tenía derecho, Leia sólo llevaba uno: el pequeño talismán de cristal de fuego azul de la Casa Organa.
—La cuestión que voy a plantearles es muy sencilla —dijo. Eran las primeras palabras que había pronunciado en aquella sala ese día—. ¿Qué vamos a hacer acerca de lo que acaban de ver?
»Estas imágenes son un documento que nos muestra tanto la brutalidad asesina como la mentalidad expansionista del actual gobierno yevethano —siguió diciendo—. Los yevethanos han cometido actos indecibles de genocidio xenofóbico, y han sido recompensados con nuevos mundos que colonizar y nuevos recursos que explotar. Su éxito sólo puede abrirles el apetito y despertar en ellos el deseo de nuevas conquistas..., pero aunque ahora se den por satisfechos, están disfrutando de los beneficios obtenidos mediante horrendos crímenes contra la paz y la moralidad.
«Excluyendo el Cúmulo de Koornacht, el Sector de Farlax contiene más de doscientos sistemas habitados, unos trescientos de los cuales son miembros de la Nueva República. Ni uno solo de ellos es lo suficientemente fuerte para poder resistir los ataques yevethanos sin ayuda exterior.
»Ya hemos aceptado que tenemos la responsabilidad de proteger a los pacíficos habitantes de Farlax enviando a la Quinta Flota para que se interponga entre ellos y los yevethanos. Pero eso no es más que una solución provisional. No podemos mantener un despliegue permanente al nivel de efectivos que supone todo un grupo de batalla. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos a una elección muy poco atractiva: o abandonamos esos sistemas, o los reforzamos, o exigimos cuentas a los yevethanos.
»Creo que debemos enfrentarnos a esa elección ahora, mientras todavía conservamos la iniciativa..., y antes de que los yevethanos encuentren una manera de obligarnos a actuar. Debemos encontrar alguna manera de alterar los cálculos de los yevethanos, o de lo contrario lo que acaban de ver sólo será el comienzo. Deberíamos empezar averiguando si realmente están decididos a hacer la guerra, pero también deberíamos estar preparados para negarles los medios con los que hacer esa guerra.
»Por eso estoy aquí hoy..., para pedirles consejo a fin de trazar un plan que resuelva el problema que suponen los yevethanos, y para pedirles su apoyo a la hora de llevarlo a la práctica.
La presentación de Leia era la única parte de la reunión que podía controlar, y demostró ser su mejor momento de la mañana. Apenas hubo vuelto a su asiento, Behn-kihl-nahm hizo una intervención —breve, pero claramente dirigida a apoyar a Leia— antes de fijar las reglas básicas de la discusión que tendría lugar a continuación. Pero la división existente en el seno del Consejo se hizo evidente apenas se inició la discusión, y los oponentes de Leia empezaron a erosionar los cimientos sobre los que se había colocado.
—¿Cuál es la fuente de las imágenes que nos ha presentado? —preguntó el senador Deega.
Leia respondió desde su asiento.
—Fueron grabadas por los yevethanos e interceptadas por un hurón que estaba patrullando el perímetro del Cúmulo de Koornacht, senador.
—Lo cual significa que no existe ninguna prueba documental que confirme su autenticidad, ¿no?
—¿Qué quiere decir con eso, senador? Si existe una razón legítima para ello, puedo hacer acudir a un testigo cuya declaración confirmará el momento, manera y lugar en que fueron registradas dichas imágenes.
—No me ha entendido, presidenta Solo —dijo pacientemente el senador Deega—. Si las grabaciones no fueron obtenidas por usted, entonces en realidad no puede saber qué es lo que grabaron las cámaras. Nos ha dicho que estas imágenes documentan la erradicación de ciertos asentamientos situados en el interior del Cúmulo de Koornacht. Pero, desde un punto de vista objetivo, no pueden ser descritas con la palabra «documento». ¿Qué planetas eran ésos? ¿Quién estaba a bordo de esas naves? ¿Cuándo tuvieron lugar esos acontecimientos? ¿Quién llevó a cabo el montaje de imágenes de esa secuencia?
—Si el Consejo tiene la impresión de que no ha visto suficiente y desea dedicar el tiempo necesario a ello, puedo presentar toda la transmisión interceptada en su estado original antes de que fuera montada esa secuencia de imágenes..., con un total de once horas de grabación.
—Sigue sin entenderme, presidenta Solo —dijo Deega—. Dados los medios de prueba de que dispone actualmente, le sería imposible demostrarnos que esas imágenes no fueron grabadas durante la Rebelión y a años luz del Cúmulo de Koornacht. Si es que fueron grabadas, claro..., ya que la calidad de la secuencia no es tan elevada como para que no pueda haber sido creada por las capacidades manipuladoras de los mejores montadores de secuencias de Coruscant.
Behn-kihl-nahm decidió intervenir en ese momento.
—Senador Deega, soy consciente de que dado el poco tiempo que lleva siendo miembro del Consejo, no ha tenido muchas ocasiones de acumular experiencia en la evaluación de datos de inteligencia militar. Todos querríamos poder contar con una certeza absoluta en estos asuntos, naturalmente, pero las técnicas de espionaje no suelen permitirnos disfrutar del lujo que supone emplear las pautas y patrones de medida altamente exigentes que un científico o un matemático emplean con sus pruebas o demostraciones. A veces tenemos que limitarnos a confiar en nuestros espías..., o, si eso es pedir demasiado, a confiar en nuestros ojos.
Sus palabras arrancaron risitas a los senadores Bogen y Yar, y consiguieron hacer callar a Deega. Pero el senador Marook se apresuró a llenar el vacío.
—No me cabe ninguna duda de que en el Cúmulo de Koornacht han ocurrido cosas terribles y realmente vergonzosas —dijo el hrasskis mientras sus sacos de aire palpitaban lentamente—. No pongo en duda la autenticidad de las imágenes que nos ha mostrado la princesa Leia.
Leia esperó en silencio, sabiendo que no debía interpretar las palabras del senador Marook como un voto de confianza.
—A decir verdad, la presentación de secuencias me ha parecido lo suficientemente real como para que no desee ver ni una sola imagen más, o examinarlas con más atención —siguió diciendo Marook—. Saber que los agonizantes aúllan de dolor es más que suficiente, y no creo que escuchar sus alaridos vaya a añadir nada a mi comprensión. Pero no estoy tan seguro de que la princesa estuviera en lo cierto cuando ha afirmado que trata de un asunto urgentísimo y apremiante. Quizá ella pueda ayudarme a entender mejor la situación.
—Haré cuanto pueda —replicó cautelosamente Leia.
—Estas grabaciones... Por lo que usted sabe, fueron registradas hace días o incluso semanas, ¿verdad?
—Así es.
—Eso quiere decir que lo que nos ha mostrado ya es historia. Ninguna de esas tragedias puede ser evitada, y ni siquiera puede ser aminorada.
—No...
—En tal caso, ¿qué diferencia hay entre lo que hemos visto y las atrocidades jamás vengadas de la era imperial? ¿Por qué no estamos reunidos para discutir cómo y cuándo invadiremos el Núcleo a fin de iniciar la búsqueda y captura de los agentes de las devastaciones de Palpatine? ¿No será quizá que lo único de realmente apremiante que hay en esta situación es el creciente debilitamiento del poder político de la princesa Leia, y su desesperada necesidad de obtener una victoria espectacular que restaure su prestigio?
Su última pregunta hizo que Tolik Yar se levantara con un rugido para acudir en defensa de Leia lanzando sus propias acusaciones.
—Son palabras muy osadas para salir de la boca de un traidor que visitó el
Aramadia
en secreto y conspiró con Nil Spaar contra los suyos. Nunca nos ha explicado qué fue a hacer allí..., aparte de cubrir de vergüenza a su pueblo y traicionar su juramento, claro está...
Marook respondió, lo cual hizo que los senadores Bogen y Frammel tomaran parte en el conflicto en calidad de pacificadores y consiguió que Deega saliera huyendo de la sala. Mientras tanto, el senador Cundertol de Bakura y el senador Zilar de Praesitlyn se recostaron en sus asientos, considerando el contratiempo respectivamente como una lección práctica y como un entretenimiento muy bienvenido.
Behn-kihl-nahm necesitó emplear todas sus dotes de persuasión para conseguir que todo el mundo volviera a ocupar sus asientos y fuera posible reanudar la sesión de manera más o menos ordenada. Pero a esas alturas, la unanimidad ya se había vuelto totalmente inalcanzable.
—¿Lo ve? —murmuró Cundertol, inclinándose hacia su compañero de hilera—. Estos alienígenas siempre se están peleando, y basta la más mínima provocación para que empiecen a hacerlo. Forma parte de su naturaleza... Es algo inevitable, así que me pregunto por qué deberíamos intentar detenerlos. ¿Por qué estamos obligados a proteger a los débiles contra los fuertes? ¿Por qué no permitir que los débiles caigan, y hacer después nuestras alianzas con los fuertes?
La reunión se prolongó durante tres horas de discusiones más. Al final de ese período de tiempo, Leia se vio obligada a conformarse con un compromiso que no complacía a ninguno de los presentes en la sala..., y a ella y al presidente del Consejo menos que nadie. El plan era demasiado osado para Deega, demasiado apresurado para Marook, demasiado intervencionista para Cundertol y demasiado tímido para Tolik Yar y el resto de consejeros, y además quedaba demasiado alejado de lo que Behn-kihl-nahm había creído posible llegar a obtener de la reunión.
—Gracias, presidente —dijo Leia después de que se hubiera obtenido el voto de consenso, fingiendo otorgarle una dignidad mucho más elevada de la que realmente se merecía el proceso—. El Consejo será informado debidamente antes de la emisión del anuncio. Tendré que consultar con el almirante Ackbar y también deberé notificar nuestra decisión al general Ábaht, pero todo debería quedar resuelto en cuestión de horas.
Los preparativos exigieron más tiempo que la ejecución.
—Una pregunta para la princesa —dijo Han, rascándose la cabeza mientras contemplaba la pantalla de referencia de la grabadora holográfica—. ¿Cómo sabremos que Nil Spaar ha recibido el mensaje, dado que su postura oficial es la de no mantener ningún tipo de comunicación contigo?
—Disponemos de tres códigos de holocomunicaciones distintos obtenidos durante su visita a Coruscant: dos para el
Aramadia
y uno para los secretarios del virrey —dijo Leia—. El mensaje será emitido mediante los tres códigos.
—Utilizaremos el Canal Uno para mantener informados a todos los gobiernos planetarios —añadió el ministro Mokka Falanthas—. Dado que los yevethanos utilizaron el Canal Uno para transmitir el último mensaje de Nil Spaar, sabemos que pueden sintonizarlo..., y si pueden lograrlo, es probable que lleguen a hacerlo.
—También tendremos merodeadores emitiendo en banda alta y láser direccional desde el perímetro de Koornacht —dijo el general Rieekan—. Esas señales llegarán a los interdictores y patrulleros de Koornacht en ocho horas o menos, y a Doornik-319 treinta y cuatro horas después.
—Y si por alguna razón se las arreglan para ignorar deliberadamente todo eso, no se les podrá pasar por alto dentro de dos días a partir de ahora, cuando repitamos este mensaje y permitamos que las redes de noticias lo transmitan a la ciudadanía en general, y eso les irá preparando para lo que pueda ocurrir —dijo Behn-kihl-nahm—. No me cabe duda de que los yevethanos todavía disponen de espías en Coruscant. Se enterarán de los últimos acontecimientos. —Se encogió de hombros—. De hecho, es posible que ya estén al corriente de todo.
Leia acabó de alisar los pliegues de su túnica y alzó la mirada hacia él.
—¿Dónde está Ackbar? ¿Alguien le ha visto?
—Sí, yo le he visto —dijo Han—. Iba hacia su despacho con un paquete muy grande bajo el brazo, y murmuraba no sé qué sobre haber abusado del ormachek. Pensé que quizá estaba teniendo algunos problemas con su uniforme de gala.
El rostro de Leia se relajó para permitirse una sonrisa por primera vez en horas.
—Si ha tenido que ir hasta su armario para coger la guerrera de combate de Mon Calamari que llevaba en Endor, quizá tarde un rato en llegar.
—A mí tampoco me habrían ido nada mal los servicios de un sastre —dijo Han sarcásticamente mientras daba tirones a su uniforme y ponía cara de sentirse bastante incómodo—. Esto de tener que estar de pie detrás de ti cuando hables no me gusta nada, Leia... No sé si les daremos miedo o risa.
Behn-kihl-nahm le dio unas palmaditas en el hombro.
—No se preocupe, el mero hecho de que esté allí bastará para transmitir el mensaje adecuado. Y no olvide que su presencia va tan dirigida a los ojos de la Nueva República como a los de los yevethanos...
Ackbar llegó en ese momento, resplandeciente en su uniforme blanco de almirante.
—¿Ya no falta nadie? —preguntó el joven asesor del departamento de Nanaod Engh—. Bien, ¿puedo tener a todo el mundo salvo la princesa aquí, junto a la bandera?
El asesor dispuso rápidamente a los extras a lo largo de la pared detrás del sitio en el que se sentaría Leia: Han, Ackbar y Rieekan, todos de uniforme, quedaron colocados a la izquierda de la bandera sobre la que ondeaba la insignia bordada en oro de la Nueva República, y Engh, Behn-kihl-nahm y Falanthas, todos ellos con trajes de gala diplomáticos, quedaron colocados a la izquierda. Después el asesor hizo venir a Leia y la instaló en el sillón curvado provisto de un pedestal, el cual quedó totalmente escondido por los pliegues de sus túnicas. El asesor retrocedió unos pasos, estudió su trabajo y después dedicó unos segundos a examinar la escena en la pantalla de referencia.
—Esto es todo lo que puedo hacer —dijo—. Princesa, puede empezar en cuanto los técnicos hayan terminado sus preparativos.
Los técnicos enseguida estuvieron preparados. Después, por fin, fue la sala de Leia y el momento de Leia.