Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (36 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Soltando un gruñido, Han arrancó el comunicador de la otra mano de Leia y se apartó de ella para ir hacia el agua. Después de haber dado tres largas zancadas, extendió el brazo hacia atrás y lanzó el comunicador al mar, impulsándolo con toda la fuerza de sus músculos. El comunicador creó una pequeña salpicadura blanca más allá del punto en el que había estado el nadador thodiano. Unos momentos después una esbelta silueta negra rompió la superficie de las aguas cerca del sitio en el que se había producido la salpicadura, y volvió a sumergirse casi de inmediato.

—¡Han! —exclamó Leia, y en su tono de voz había tanto desconcierto como reproche.

Han se volvió nuevamente hacia ella.

—Tenía que hacerlo —dijo—. Ese trasto estaba intentando matarte.

—¿Qué?

—Vamos, mira a tu alrededor... Estamos de vacaciones por primera vez en más tiempo del que nadie puede recordar —dijo Han, yendo lentamente hacia ella—. Estamos caminando por una playa preciosa, cogidos de la mano, sin tener que aguantar a los niños..., y estamos hablando de política.

Leia suspiró.

—Tienes razón. Es peor de lo que me imaginaba.

—Confía en mí, Leia, la Nueva República no se desmoronará si la presidenta desaparece durante un día..., o durante tres. Y tampoco conseguirán resolver todo ese embrollo antes de que se nos hayan acabado las vacaciones, así que cuando vuelvas tú también tendrás derecho a tu ración de manejar la fregona y el cubo.

—Oh, eso es muy reconfortante.

Han se detuvo y tiró suavemente de su brazo hasta conseguir que quedara de cara a él.

—Leia, ya les has dado más que suficiente. ¿No puedes regalarte estos días..., y regalárnoslos a nosotros de paso? Si no quieres estar aquí, o si quieres invertir tu tiempo en otra cosa, entonces dímelo y procuraremos hacer algo al respecto. Y si he de alejarte un poco más del castillo para romper el hechizo que el Mago del Deber ha arrojado sobre ti, entonces...

—Punta Illafian me parece perfecta —le interrumpió ella—. Este sitio es magnífico. Y dudo que pudieras encontrar un sitio menos parecido a la Ciudad Imperial.

—Pues entonces deja de preocuparte de una vez. Intenta pasarlo bien, ¿de acuerdo? Has venido aquí para eso.

Leia echó a andar y tiró de Han para que la siguiera.

—Lo intentaré. Pero deberás tener mucha paciencia conmigo —dijo—. Todo esto de «divertirse» es bastante nuevo para mí.

—Oh, ¿sí?

—Oh, sí —dijo Leia—. Pensándolo bien, ser una princesa de la familia real de Alderaan era algo tan importante que debía ser tomado muy en serio. La idea de las actividades recreativas que tenía Bail Organa consistía en que eligieses algún tema sobre el que no supieras nada y trataras de llegar a ser una experta en él.

—Supongo que pasabais las vacaciones familiares en alguna escuela especializada en cursillos intensivos, ¿no?

—No has dado en el blanco, pero por muy poco, íbamos a visitar a amigos de mi padre, o los invitábamos al palacio, y Bail siempre estaba diciendo cosas del estilo de «Leia, éste es mi viejo amigo Gruñidosenil. Sabe absolutamente todo lo que se puede llegar a saber sobre la pesca del fideo, y ha tenido la amabilidad de ofrecerse a enseñarte diecinueve maneras distintas de construir una trampa para fideos a partir de un suéter viejo...».

Han estaba sonriendo de oreja a oreja.

—Vaya, ahora entiendo por qué mi ropa siempre está desapareciendo misteriosamente.

Leia le incrustó un dedo en las costillas.

—Y después me salté toda la parte de mi vida en la que se suponía que debía ser joven, alegre y despreocupada. Cuando vine aquí para convertirme en senadora, sólo tenía diecisiete años. —Leia dejó escapar un prolongado suspiro—. Oh, por todas las estrellas...

—¿Qué pasa?

—Acabo de darme cuenta de que llevo en Coruscant exactamente los mismos años que estuve viviendo en Alderaan. Un poquito más, de hecho... —Leia meneó la cabeza—. ¿Por qué he tenido que empezar a pensar en todo eso? Preferiría no saberlo... Coruscant ni siquiera me gusta demasiado, y ahora resulta que he pasado la mitad de mi vida allí.

—¿De veras? ¿Realmente llevas tanto tiempo viviendo en Coruscant? ¿Has estado alguna vez en las Criptas de Hielo? ¿Has recorrido los laberintos del jardín de Trophill, en Este Menor? ¿Has asistido a alguna representación en el anfiteatro de Kallarak?

—No —dijo Leia, y puso cara de perplejidad.

—Ya me lo imaginaba. No conoces Coruscant, Leia. Conoces la Ciudad Imperial, desde luego, pero no el resto del planeta. Y en cuanto a la Ciudad Imperial, lo que mejor conoces de ella es el interior de las salas de reuniones.

—Tienes razón —admitió Leia—. Ya te dije que esto del «divertirse» nunca se me había dado demasiado bien... ¿Te he contado alguna vez cuál fue mi primera impresión de la Ciudad Imperial?

—Creo que no.

—Recuerdo que le envié una carta a mi padre en la que le decía que era como si una colonia de aracnoides se hubiera instalado en la colección de piezas de cristal braaken de la reina. —Leia rió suavemente y deslizó un brazo alrededor de la cintura de Han—. Bail pensaba que el cristal braaken era horrible. Lo entendió perfectamente.

Siguieron caminando en el silencio apacible y relajado de dos personas unidas por un vínculo muy profundo, y Leia permitió que su mirada recorriese el mar, la playa y el cielo.

—Esto es realmente precioso, Han —dijo en el mismo instante en que Anakin alzaba la vista de sus esculturas de arena, se levantaba y venía corriendo hacia ellos—. Gracias. Llevaba mucho tiempo viviendo como un aracnoide, y el estar aquí me ha permitido recordar que hay otras cosas en la vida.

11

—¡Almirante! —La enfermera-médico se apresuró a alzar la mano en un rápido saludo militar—. ¿Puedo ayudarle en algo, señor?

—Me han informado de que Plat Mallar ha sido sacado del tanque bacta —dijo el almirante Ackbar, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado.

—Sí, señor..., hace unas dos horas. Está haciendo bastantes progresos. El doctor Yintal ha podido hablar con él durante unos minutos.

—¿Dónde está el doctor Yintal ahora?

—Se está ocupando de una emergencia, señor. Hubo un accidente en el campo de Biggs, hace muy poco rato, y...

—Sí —dijo Ackbar—. Lo sé.

—¿Tiene alguna información sobre lo ocurrido, señor? Sólo nos han llegado rumores y...

—Un estudiante que pilotaba un TX-sesenta y cinco cometió un error durante la aproximación a la pista y acabó cayendo sobre la pista secundaria —dijo Ackbar—. Dos vehículos de adiestramiento y una lanzadera de transporte fueron alcanzados por los restos. Me han hablado de tres muertos y dieciséis heridos.

—Gracias, señor. Eso nos da alguna idea de para qué debemos prepararnos.

—Sólo la retendré unos momentos más y después podrá ir a hacer los preparativos necesarios —dijo Ackbar—. Así que Plat Mallar ha recuperado el conocimiento, ¿eh?

—Sí, pero durante poco tiempo. Acababan de sacarle del tanque bacta cuando despertó de repente, y él y el doctor Yintal intercambiaron unas cuantas palabras. Pero ahora el prisionero está durmiendo.

—Procure tener un poco más de cuidado a la hora de elegir las palabras, Plat Mallar no es un prisionero —dijo Ackbar en un tono bastante seco.

—Lo siento, señor. Tenía entendido que era un piloto imperial y que había sido capturado en un mundo-depósito del Imperio...

—Pues estaba equivocada —dijo Ackbar—. Plat Mallar es un joven muy valiente que ha arriesgado su vida para tratar de ayudar a su gente, y estoy especialmente interesado en él y en su bienestar. Espero que reciba los mejores cuidados que puede ofrecer este centro médico. ¿Lo ha entendido?

—Sí, señor —dijo la enfermera-médico con expresión contrita—. Lo he entendido, señor.

—Y ahora me gustaría verle. ¿Sigue en la Unidad Número Cinco?

—Sí, señor. Le llevaré hasta allí...

—No será necesario —dijo Ackbar—. Vaya a ocuparse de sus preparativos.

El tanque bacta de la Unidad de Cuidados Intensivos Número Cinco estaba vacío y ya había sido drenado. Un grannano bastante joven ocupaba la cama de cuidados intensivos cercana, con bandas monitoras sobre su ancha frente, la delicada piel de su tórax y su muñeca izquierda.

Ackbar fue hasta la cama, se inclinó sobre el paciente y lo examinó con gran atención. Los dedos de Plat Mallar habían retrocedido hasta quedar medio ocultos por los pliegues protectores de sus muñecas, y sus ranuras oculares estaban cerradas y selladas por una gotita de una secreción reluciente. Un tubo transparente de gases bombeaba metanógeno al interior de sus sacos respiratorios, y un tubo opaco de color rojo se encargaba de absorber los desechos venenosos para sacarlos de su cuerpo.

Pero la piel del joven había recuperado el típico color y brillo de los grannanos. A pesar del entorno, Plat Mallar ya no parecía hallarse al borde de la muerte.

—Excelente —murmuró Ackbar—. Excelente.

Esperando que el sueño de Plat Mallar fuese tan plácido y reparador como aparentaba, Ackbar acercó el sillón auto moldeable a la cama e instaló su corpulento cuerpo de calamariano en él. Dejó su comunicador encima de la cama, poniéndolo lo bastante cerca del sillón para que pudiera cogerlo rápidamente si recibía alguna llamada, y colocó las manos sobre las rodillas en una postura que le resultaba tan cómoda como familiar.

—Duerme, pequeño —dijo en voz baja y suave—. Duerme y cúrate. Cuando estés preparado, yo estaré aquí.

Han Solo se inclinó sobre el bloque de control y su mirada fue más allá del parabrisas para posarse en los escalones que conducían hasta la entrada principal del Ministerio General.

—¿Dónde están el Sabueso y el Tirador? —preguntó después, volviéndose hacia Leia—. No los veo. No le has dicho a Nanaod que volvías hoy, ¿verdad? ¿Quieres que entre contigo?

—No —dijo Leia, recogiéndose los pliegues de su túnica para poder salir del deslizador—. Pero espero que estés en casa cuando llegue allí. Tal vez te necesite entonces.

—Estaremos allí —dijo Han, inclinando la cabeza—. ¿Estás segura de que no necesitas que te acompañe?

—Estoy segura —dijo Leia—. Sólo voy a hacer lo que es preciso hacer, y ya veremos qué ocurre después de que lo haya hecho.

Anteriormente la entrada del Gran Ministerio había sido la entrada de recepción al Palacio Imperial. Cuarenta peldaños de lisa piedra reluciente subían hasta las triples puertas de metal y mosaico protegidas por un gran medallón de piedra en el que había talladas ocho estrellas que simbolizaban a los signatarios fundadores de la Declaración de una Nueva República.

Los monitores de seguridad detectaron la presencia de Leia apenas salió del deslizador. Un androide de protocolo la recibió en las puertas y abrió una para permitirle la entrada. Leia avanzó decididamente por el gran pasillo con largas y rápidas zancadas, ignorando las expresiones de sorpresa y los murmullos de curiosidad que iba dejando tras de sí.

Ya había recorrido la mitad del pasillo cuando el Sabueso y el Tirador llegaron a la carrera para flanquearla, pero Leia no les prestó ninguna atención y siguió avanzando hacia los despachos y salas centrales del Ministerio General.

Todo el personal administrativo se levantó al verla entrar. Una mujer ya bastante mayor salió de una habitación y se apresuró a ir hacia Leia para recibirla.

—Señora presidenta... —dijo Poas Trell, la secretaria ejecutiva del primer administrador—. No nos habían avisado de que fuera a venir... Esta mañana el primer administrador está en el Senado, y...

—No importa —dijo Leia—. No era necesario hacer ningún preparativo especial. ¿Dónde está el ministro de estado?

—El ministro Falanthas está reunido con la delegación de Vorkaan. Pero puedo hacer que le avisen...

—No —dijo Leia—. Eso tampoco es necesario. ¿Tiene las peticiones de adhesión de emergencia?

—¿Los originales? Pues... Sí, claro... Están en el archivo de seguridad del ministro Falanthas.

—Quiero esos originales —dijo Leia—, y también quiero una tableta de validación.

—Por supuesto, señora presidenta. ¿Está segura de que no quiere que me ponga en contacto con el administrador y con el ministro Falanthas?

—Es totalmente innecesario. Ellos tienen que hacer su trabajo, y yo he de hacer el mío —dijo Leia—. Utilizaremos su sala de conferencias, si es que está disponible. Puede servirme como testigo.

Plat Mallar se removió en la cama de la enfermería y emitió un ruido que podía haber sido un gemido ahogado. El almirante Ackbar dejó su cuaderno de datos a un lado, se inclinó hacia adelante y vio cómo las ranuras oculares del joven grannano se abrían y cómo sus pupilas intentaban enfocar lo que tenían delante.

—Buenos días —dijo Ackbar, dándole unas palmaditas en la mano—. No se asuste. ¿Sabe dónde está?

—... hospital —consiguió graznar Mallar.

—Sí. Está en la Enfermería de la Flota de la Nueva República, en Coruscant —dijo Ackbar—. Y yo soy Ackbar.

Plat Mallar abrió mucho los ojos.

—¿Coruscant? ¿Cómo...? Estaba... ¿Y Polneye? ¿Qué ocurrió...?

—Se lo contaré todo a su debido tiempo. Algunas partes le resultarán bastante difíciles de soportar —dijo Ackbar con solemne seriedad—. Pero nada de eso importa hoy.

—Creía que me... estaba muriendo —dijo Mallar.

Cada palabra le exigía un visible esfuerzo.

—Hoy ha empezado a vivir de nuevo. Y, si me lo permite, yo estaré aquí para ayudarle.

Mallar alzó unos cuantos centímetros una mano temblorosa y señaló al almirante con un dedo.

—¿De qué... mundo es?

—Soy calamariano —dijo Ackbar—. Y usted es un grannano. Es el primer grannano que conozco. ¿Ha conocido a alguien de mi pueblo?

Mallar meneó la cabeza en una negativa casi imperceptible.

—Entonces tal vez los dos podamos aprender algo del otro.

—El uniforme... —dijo Mallar—. ¿Qué es usted? ¿Es mi médico?

Ackbar bajó la mirada hacia su traje de combate.

—Sólo soy un viejo piloto estelar demasiado tozudo y estúpido que ya habría tenido que volver a su casa hace mucho tiempo —dijo, y se levantó—. Haré venir a su médico. Él tendrá cosas más importantes de las que hablarle.

Poas Trell no consiguió evitar que un fruncimiento de ceño llenara de arrugas su frente mientras entregaba el fajo de peticiones a Leia, que estaba sentada delante de ella.

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