Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (34 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
8.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Guardián Raalk... —dijo Nil Spaar, inclinando la cabeza desde el compartimiento para contemplar al grupito de siluetas inmóviles en el hangar de carga del
Aramadia
situado al nivel del suelo.

El guardián de Giat Nor dio un paso hacia adelante.

—Bendito...

—Esto me complace enormemente —dijo Nil Spaar—. Asegúrate de que los jefes de los gremios sepan que su trabajo ha sido bien recibido.

—Gracias, Bendito —dijo Ton Raalk, inclinando la cabeza con visible gratitud.

Nil Spaar aceptó la sumisión del guardián con otra inclinación de cabeza y un gesto de la mano.

—Estoy preparado. Adelante, conductor.

Las gigantescas puertas curvas empezaron a desplegarse hacia el exterior.

La brecha se fue agrandando, y a medida que lo hacía un sonido llenó el hangar y fue creciendo rápidamente a cada momento que pasaba: era el sonido de muchísimas voces que se alzaban en un repentino crescendo de alegría. Sólo una parte de la multitud podía ver cómo las puertas volvían a abrirse, pero la noticia se fue difundiendo rápidamente y no tardó en llegar hasta aquellos que no podían verlas.

Cuando el deslizador emergió del casco del
Aramadia
, Nil Spaar cerró los ojos durante un momento y aspiró una profunda bocanada de aquel aire deliciosamente fresco y aromático. Le pareció que, por primera vez en siglos, al fin lograba respirar un aire que estaba totalmente libre de la contaminación de las alimañas. Su impura pestilencia parecía haberse adherido a él incluso cuando estaba a bordo de la nave, y había perdurado tozudamente en sus fosas nasales como un recordatorio de la imperdonable invasión del Todo que habían osado perpetrar. Sólo las brisas calientes de N'zoth eran capaces de eliminar por fin esa sustancia contaminante, de la misma manera en que había hecho falta el fuego purificador de la flota para librar al Todo de la presencia ponzoñosa de las alimañas.

Nil Spaar abrió los ojos y siguió inmóvil, sintiéndose renovado. Había una barra para mantener el equilibrio junto a su mano, pero no la necesitaba.

El deslizador procesional estaba acelerando con tanta delicadeza y giraba con tal suavidad mientras avanzaba por la enorme pista de descenso, que Nil Spaar apenas podía notar que estuviera moviéndose.

El vehículo trazó dos lentos círculos alrededor del
Aramadia
, permitiendo que las primeras filas de la multitud pudieran tener un fugaz atisbo de su héroe y provocando dos repentinas oleadas de cuerpos que avanzaron a la carrera para ser recibidos por los campos paralizantes de las fuerzas de seguridad. Después el vehículo avanzó por el espacioso pasillo que llevaba a la carretera de la ciudad. Nil Spaar dejó escapar un suspiro de placer ante la visión de Giat Nor extendiéndose sobre el horizonte frente a él.

El horror que era la Ciudad Imperial se desvaneció de su memoria. Volvía a estar en casa.

Mientras avanzaba por el pasillo, el clamor de los fieles cayó sobre Nil Spaar desde ambos lados con una potencia casi palpable. El virrey de la Liga de Duskhan contempló sus rostros y vio el éxtasis en ellos. Cuando les miró a los ojos, vio en ellos una esperanza ilimitada, una profunda gratitud y un amor incondicional.

—Alto —le ordenó de repente al conductor—. Detén el vehículo.

El deslizador fue reduciendo la velocidad, deteniéndose con la delicada e imperceptible suavidad de una brisa que deja de soplar. El guardián de más edad de la pareja que precedía al virrey se levantó de su asiento y volvió la cabeza hacia Nil Spaar para lanzarle una mirada llena de preocupación.

—¿Hay algún problema, Bendito?

—No —dijo Nil Spaar—. Pero hay algo que deseo hacer.

Abrió la portezuela del compartimiento, y la escalera retráctil surgió rápidamente de las planchas para sostener su peso. Nil Spaar bajó por ella y fue hacia la multitud de la derecha, que se sumió en un silencio total al verle aproximarse, repentinamente enmudecida por la proximidad del Bendito. Nil Spaar hizo una seña al conductor del vehículo para que le siguiera y avanzó lentamente a lo largo del cordón de seguridad, enjuiciando con ojo de experto lo que veía más allá de él.

Unos instantes después se detuvo y clavó la mirada en un
nitakka
, un joven alto y fuerte que poseía una soberbia masa de crestas y promontorios. Nil Spaar fue hacia él.

—Tú —dijo, señalándole con el dedo—. ¿Me darás tu sangre?

La sorpresa convirtió el rostro del
nitakka
en una máscara inexpresiva, pero el asombro y el deleite enseguida volvieron a animar sus facciones.

—¡Oh, sí,
daramal
—gritó el joven macho, cayendo de rodillas sin vacilar.

—Pues entonces ven conmigo —dijo Nil Spaar, haciendo una seña a los guardias para que le permitieran atravesar el cordón de seguridad. Cuando el
nitakka
estuvo lo suficientemente cerca, el virrey extendió un brazo y arañó una de sus mejillas con su garra en una apropiación simbólica donde la herida ensangrentada anunciaba el sacrificio que tendría lugar en el futuro. Una oleada de nerviosa excitación se extendió rápidamente por toda la multitud. El
nitakka
no movió ni un músculo—. Acepto tu ofrenda —añadió—. Camina detrás de mi vehículo.

Después Nil Spaar giró sobre sus talones y cruzó el pavimento hasta el lado opuesto. El murmullo de sorpresa y perplejidad se estaba disolviendo rápidamente en una ruidosa expectación a medida que la multitud empezaba a adivinar su propósito. Ignorando las ofertas y los gritos de súplica, Nil Spaar fue andando lentamente a lo largo del cordón de seguridad tal como había hecho al seleccionar el
nittaka
. Esta vez se limitó a mirar a las hembras jóvenes, que todavía mostraban la protuberancia del apareamiento indicadora de que habían alcanzado la fertilidad y el pequeño bulto redondeado de un
maranas
oculto en sus entrañas dentro de la parte superior de su cuerpo.

—Tú —dijo por fin, deteniéndose y señalando a una de ellas—. ¿Me entregarás tu recipiente de nacimiento?

Los gritos de quienes la rodeaban hacían imposible que la
marasi
pudiera haber oído sus palabras, pero inclinó la cabeza y fue hacia él de todas maneras. Nil Spaar la hizo girar con un firme ademán de propietario hasta que la espalda de la
marasi
quedó dirigida hacia él, y después envolvió su cabeza con la presa del apareamiento. La
marasi
cayó de rodillas sin ofrecer ninguna resistencia y Nil Spaar retrocedió, dejándola arrodillada ante él.

—Acepto tu ofrenda —dijo Nil Spaar—. Camina detrás de mi vehículo.

El deslizador procesional avanzó y se detuvo para que el virrey subiese a él, y Nil Spaar volvió a ascender al compartimiento abierto. Una vez allí estiró los brazos con los puños apretados, volvió el rostro hacia los fieles y rugió el grito de los viejos imperativos, la carne y la alegría.

Los fieles respondieron con un cántico de agradecimiento al Todo, como si aprobaran sus elecciones.

—Vamos —ordenó Nil Spaar sin mirar al conductor.

El virrey de la Liga de Duskhan se recostó en su asiento. Acababa de descubrir que poseía un nuevo y profundísimo poder, y por fin sabía que el roce de sus dedos podía cambiar vidas, que su mirada podía conferir honores, que su presencia provocaba el éxtasis y que sus caprichos serían satisfechos inmediatamente.

«Deberé tener mucho cuidado para impedir que esto me distraiga excesivamente de mis verdaderos objetivos en el futuro —pensó Nil Spaar mientras el deslizador avanzaba hacia Giat Nor—. Pero por el momento será una distracción muy agradable...»

A medio año luz de distancia, el Cúmulo de Koornacht llenaba la mitad del cielo con una espectacular pincelada de estrellas e iluminaba los cascos de los navíos de la Quinta Flota con la potencia de un reflector.

Y entonces, surgiendo de la nada al mismo tiempo, un diluvio de señales locales y de hipercomunicaciones bombardeó las naves que acababan de salir del hiperespacio y fue encendiendo luces indicadoras en los puestos de control por todo el puente del
Intrépido
.

—Estamos recibiendo una alerta de prioridad uno enviada por el Departamento de la Flota, capitán —canturreó el jefe de comunicaciones—. El Departamento de la Flota ha elevado el código de conflicto a amarillo-dos. Tengo cinco, repito, cinco transmisiones para el general Ábaht, todas de alto nivel de seguridad.

Morano hizo girar su asiento hacia la derecha.

—¿Cuál es el informe de situación, jefe de tácticas?

—Todo despejado, capitán. Los sensores no han detectado ningún objetivo. Los navíos de exploración no han informado de ningún contacto. Los merodeadores informan que no ha habido contactos.

—Haga un recuento de la fuerza expedicionaria.

—Recuento en marcha, señor. —Era su primera ocasión de descubrir si alguna de las naves que formaban la expedición se había perdido en ruta—. El navío de patrullaje
Viajero
y el transporte de apoyo
Estrella del Norte
no responden. El resto de los navíos ha respondido a la transmisión.

—¡Recuento confirmado! —anunció el coordinador de la fuerza expedicionaria—. Me acaban de notificar que el
Estrella del Norte
no pudo ejecutar el salto debido a un fallo en el ordenador de navegación, y se espera que llegue en dos-cero-cuarenta. El
Viajero
sufrió una avería en los sistemas de hiperimpulsión a las cero-nueve-dieciséis, tiempo de la misión, y tuvo que salir del hiperespacio antes de haber podido completar el salto. En estos momentos está siendo remolcado al astillero de Alland para llevar a cabo las reparaciones necesarias.

—Bórrelo de la lista, Arky, y coloque al
Vigilante
en ese hueco —ordenó Ábaht.

—Sí, mi general.

—¿Ha habido algún cambio, jefe de tácticas? —preguntó el capitán Morano.

—Todo sigue despejado, señor.

—Mantengan activados todos los sensores. —Morano se volvió hacia Ábaht—. Ahí fuera no hay nada, señor. ¿Por qué han subido el índice de alerta hasta el amarillo-dos?

—Comunicaciones, páseme esos mensajes —dijo Ábaht, haciendo girar una de las pantallas planas de su puesto de control hasta dejarla delante de él.

Los polarizadores del sistema de seguridad garantizaban que Morano no podría leer los datos desde su sillón, por lo que el capitán intentó interpretar la expresión de Ábaht..., aunque tuvo casi tan poco éxito como si hubiese intentado leer la pantalla.

—Qué interesante —dijo Ábaht pasados unos momentos, y devolvió la pantalla a su posición original en su hueco del tablero—. El nuevo índice amarillo-dos ha sido decretado porque al parecer los yevethanos sabían que estábamos a punto de llegar.

—¿Y dónde están entonces?

—Parece ser que han decidido no venir a recibirnos —dijo Ábaht—. Y al parecer también han decidido no iniciar ninguna otra clase de acción agresiva, si a eso vamos... Todos los mundos habitados en un radio de diez años luz de aquí informan de que sus cielos están totalmente despejados.

—Eso es una buena noticia, ¿no? Es lo que queremos, ¿verdad?

—Es lo que la presidenta quiere —dijo Ábaht—. Por mi parte, yo preferiría que los yevethanos estuvieran aquí. Quiero tener ocasión de echar un buen vistazo a su flota. Hay muchas probabilidades de que ellos tengan todos sus sensores dirigidos hacia nosotros. ¿Qué podemos hacer para que les resulte más difícil vernos, Narth?

El subjefe de tácticas se recostó en su asiento.

—Hay varias cosas que podemos hacer: desplazar nuestros efectivos de un lado a otro, establecer una rotación de las señales de llamada, mantener las naves en movimiento a lo largo del perímetro operacional... Bueno, por lo menos creo que así podremos mantenerlos desorientados durante algún tiempo. Pero seguir escondido durante mucho tiempo resulta bastante difícil cuando estás en pleno centro de la nada.

—Con todos mis respetos, general, y tal como yo veo la situación, el escondernos es lo último que se supone que debemos hacer —dijo Morano—. Y esa clase de maniobra aumenta considerablemente las probabilidades de que acabemos teniendo algún accidente operacional. ¿Se acuerda del
Endor
y el
Estrella Fugaz
?. —El
Endor
y el
Estrella Fugaz
, dos fragatas de la Alianza, habían chocado después de salir de un salto hiperespacial mal calculado y todos los tripulantes de ambas naves habían perecido en la colisión—. Deje que los yevethanos nos echen un buen vistazo para que sepan lo que les espera si deciden salir de sus escondites. Si tienen aunque sólo sea un átomo de sentido común, enseguida comprenderán que no les conviene buscarnos las cosquillas.

—Es demasiado pronto para saber si su forma de pensar nos permite utilizar nuestra definición de «sentido común», capitán —replicó Ábaht—. El virrey de la Liga de Duskhan dijo algunas cosas bastante inquietantes mientras veníamos hacia aquí..., algunas sobre nosotros y algunas sobre la princesa Leia, y todas ellas fueron dichas de la forma más pública posible. Si quiere puede oírlo usted mismo: he transmitido ese comunicado a su lista de mensajes pendientes.

Ábaht alzó la mirada hacia la resplandeciente masa de estrellas.

—Los yevethanos sabían que veníamos, y no quieren que estemos aquí. La idea de ofrecerles un blanco tan fácil no me gusta nada, y seguirá sin gustarme mientras no sepamos de qué son capaces. Estamos al descubierto, y ellos están escondidos entre los matorrales —siguió diciendo—. Ya sabe cómo son los estrategas..., sea cual sea la especie a la que pertenezcan.

El capitán Morano dejó escapar un suspiro y volvió la mirada hacia su equipo táctico.

—Sí, es verdad... Los estrategas nunca saben resistirse a las tentaciones, ¿eh? No creo que puedan resistirse a la tentación de planear un ataque por sorpresa que acabe con el enemigo de un solo golpe —dijo, y su jefe táctico le confirmó que estaba en lo cierto con una sonrisa un tanto culpable—. Bien, ¿cómo vamos a jugar esta partida?

Ábaht apartó las tiras de su arnés de seguridad con la fluida agilidad fruto de una larga práctica y se puso en pie.

—Vamos a seguir donde estamos y permitiremos que miren, porque eso es lo que nos han pedido que hiciéramos. Desplazaremos los merodeadores hasta adelantarlos tanto como nos atrevamos a hacerlo, y los mantendremos en movimiento a lo largo del perímetro. Y todos procuraremos tener los ojos muy, muy abiertos... —«Y después tendremos que limitarnos a esperar que los políticos y los diplomáticos encuentren una forma de salir de este maldito embrollo, o que decidan darnos mejores cartas que jugar..., y pronto», añadió para sí mismo—. Estaré en mi despacho preparando el informe de entrada —siguió diciendo—. Avísenme inmediatamente en cuanto se produzca algún cambio en la situación táctica.

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
8.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Peculiars by Maureen Doyle McQuerry
Among the Faithful by Dahris Martin
A Scandalous Adventure by Lillian Marek
On Strike for Christmas by Sheila Roberts