Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Lando pegó la palma de la mano a la pared con la esperanza de sentir el comienzo del temblor de un salto hiperespacial.
—De toda la mala suerte del universo... ¿Qué está pasando? —preguntó—. ¿Por qué no salta de una vez? ¿A qué está esperando?
Humanos y androides guardaron silencio y concentraron todos sus sentidos en la nave, esperando oír cómo sus tendones metálicos emitían un gemido de protesta mientras los motores de salto la impulsaban a través del hiperespacio, y temiendo cualquier sonido que pudiera significar que su viaje iba a terminar allí, a tanta distancia del hogar.
El capitán del crucero
Gorath
ya estaba maldiciendo al capitán de la fragata
Precio de Sangre
incluso antes de que los sensores delanteros de su nave empezaran a quedar iluminados por el resplandor del inicio de una batalla espacial. Cuando vio que la fragata abría fuego sobre el navío desconocido, su furor no conoció límites.
—Juro que este hombre cavará su propia tumba y que veré cómo sus hijos lo entierran con vida dentro de ella —murmuró, y cada sílaba pareció gotear un veneno helado—. Oirá gritar a sus hijas y suplicar a su madre mientras sus pulmones se van llenando de tierra y la arena se va introduciendo en sus ojos.
Estaban demasiado lejos y la imagen era demasiado temblorosa y falta de nitidez para que pudieran distinguir qué efecto había producido la andanada del
Precio de Sangre
sobre su objetivo. Pero se encontraban lo suficientemente cerca para poder ver con toda claridad lo que ocurrió a continuación y, junto con la dotación del
Tobay
, fueron sus únicos testigos.
El gigantesco casco del intruso empezó a brillar a proa y a popa, y algo casi invisible cruzó velozmente el vacío para caer sobre el
Precio de Sangre
. Unos segundos después, la fragata estalló con una ferocidad que sólo podía significar que el reactor de ionización había entrado en fase crítica. La fragata desapareció de las pantallas sensoras.
—Han sido demasiado rápidos para ti, ¿eh? —dijo el capitán del
Gorath
sin inmutarse.
Mientras tanto, el intruso estaba apartando su proa de los restos de la fragata, alejándose de Prakith y dirigiéndose hacia el Borde.
—Notifique al
Tobay
que se prepare para saltar al hiperespacio. ¡Jefe de propulsión, listo para saltar en cuanto yo dé la orden! —gritó el capitán—. Borraremos esta humillación y capturaremos a ese invasor.
Un círculo de luz surgió de la nada alrededor del Vagabundo.
—¡Ahora! —aulló el capitán—. ¡Dupliquen su vector! ¡Vamos, vamos, a por ellos!
La tripulación del capitán había aprendido a obedecer su voz. El
Gorath
saltó al hiperespacio, imitando el salto del Vagabundo lo bastante deprisa para poder detectar la presencia de su presa a través de su estela de solitones.
—Los tenemos —dijo el capitán con sombría satisfacción—. Vayan donde vayan, estaremos allí. Son nuestros.
Las nuevas órdenes del coronel Pakkpekatt no podían estar más claras, pero aun así volvió a leerlas: considerará terminada la misión.
EN CUANTO RECIBA ESTA TRANSMISIÓN. INTERRUMPA INMEDIATAMENTE TODAS LAS OPERACIONES. CENTRO DE OPERACIONES DE LA INR.
—Ah, no... Esto es inconcebible —dijo.
Pakkpekatt salió de su camarote. Las crestas de amenaza que descendían a lo largo de su espalda y la curvatura carmesí de su garganta indicaban con toda claridad su estado de ánimo, y bastaron para mantener prudentemente alejados del hortek a cualquier oficial o tripulante que hubiera podido tener la intención de dirigirle la palabra mientras iba hacia el puente.
—Canal de seguridad, aislamiento —dijo mientras dejaba caer su cuerpo sobre el sillón de combate. El caparazón protector surgió del respaldo del sillón y se cerró a su alrededor—. Centro de Operaciones de la INR, Coruscant, prioridad máxima.
El sistema de comunicaciones necesitó unos segundos para establecer la conexión hiperespacial y verificarla.
—Aquí Operaciones —dijo una voz secamente profesional—. Adelante, coronel Pakkpekatt.
—Necesito hablar directamente con el general Rieekan.
—Veré si está disponible, coronel. Un momento...
La impaciencia de Pakkpekatt hizo que la espera le pareciese más larga de lo que fue en realidad.
—Aquí el brigadier Collomus, del mando de operaciones —dijo una nueva voz—. ¿En qué puedo ayudarle, coronel?
Pakkpekatt le enseñó los dientes.
—Puede ayudarme permitiendo que hable con el general Rieekan, tal como he pedido.
—El general Rieekan no está disponible en estos instantes —dijo Collomus—. Si tiene alguna pregunta que hacer acerca de sus órdenes, yo debería poder aclarar sus dudas. Formé parte del comité de planificación de la expedición a Telkjon.
—Sé quién es usted, brigadier —dijo Pakkpekatt—. Cuando el general Rieekan vuelva a estar disponible, tenga la bondad de comunicarle que sus últimas órdenes sufrieron graves interferencias durante el proceso de transmisión.
Solicito una confirmación de voz verificada antes de obedecerlas.
—Yo puedo proporcionársela, coronel.
—No, señor, me temo que no puede.
Pakkpekatt se recostó en los almohadones y permaneció inmóvil dentro del caparazón de aislamiento. La transmisión que estaba esperando tardó veinticuatro minutos en llegar.
—General Rieekan —dijo Pakkpekatt, saludándole con una inclinación de cabeza.
—Coronel... El brigadier Collomus me ha dicho que tiene un problema con sus órdenes que, no sé por qué razón, sólo yo puedo solucionar. ¿Le importaría explicarme qué está ocurriendo?
—Debo oponerme a la decisión de dar por terminada la misión, señor. Eso supone traicionar...
—Esto no es un tema que pueda ser discutido, coronel.
—Seis hombres han muerto, y todavía no hemos conseguido localizar al equipo de contacto desaparecido.
—Esos hechos no son relevantes para la decisión, coronel.
—¿Que no son relevantes? Pero usted...
—No, coronel, no lo son. Todos los agentes deben ser considerados sacrificables..., siempre y en todas las circunstancias. Necesitamos sus naves en otro sitio, y muy especialmente el
Glorioso
.
—Con todo el respeto debido, señor, usted no comprende las ramificaciones...
—Si estuviera en su lugar, coronel, yo no terminaría esa frase —le interrumpió secamente Rieekan—. Sus informes han sido meticulosamente analizados. La probabilidad de obtener cualquier resultado positivo en esta situación no es lo bastante elevada para que justifique el llevar a cabo nuevas inversiones. La decisión ha sido tomada, y su protesta queda registrada. La misión ha finalizado. Vuelva con sus naves, coronel.
—Señor, solicito permiso para reclutar un equipo de voluntarios y proseguir la búsqueda a bordo del yate del general Calrissian, el
Dama Afortunada
. Eso no...
—Permiso denegado, coronel.
—Entonces solicito un permiso inmediato para poder proseguir la búsqueda por mi cuenta.
—Denegado. Todos los permisos han sido cancelados debido a la crisis en el Sector de Farlax.
—En ese caso me deja en una situación imposible.
—¿Por qué, coronel? ¿Es que de repente le resulta imposible obedecer las órdenes?
Pakkpekatt le enseñó los dientes.
—General, un hortek no deja los cuerpos de sus camaradas en manos del enemigo..., nunca.
Por primera vez desde que la transmisión había empezado, hubo unos momentos de silencio.
—Comprendo, coronel. Pero no puedo ayudarle.
—Creo que sí puede hacerlo, general.
—Le escucho.
—Ha dicho que todos los agentes deben ser considerados sacrificables. Le pido que me cuente entre los desaparecidos de la expedición de Telkjon. Porque aunque volviera, habría ciertos aspectos en los que seguiría estando aquí y que afectarían seriamente a mi capacidad para desempeñar con éxito cualquier otra misión que me asignara.
—Veo que esto es realmente muy importante para usted, ¿eh? —dijo Rieekan, recostándose en su sillón—. A pesar de que esos desaparecidos no estaban bajo su mando, de que hicieron caso omiso de sus órdenes y de que son los principales responsables del fracaso de la misión...
—Los camaradas y los aliados nunca salen de un molde, general —replicó Pakkpekatt—. Siempre son muy distintos unos de otros, y nunca carecen de defectos. Y he descubierto que, en lo que hace referencia a ese aspecto, son muchas las ocasiones en las que deberé esperar de ellos tanta tolerancia como la que yo pueda llegar a ofrecerles.
Rieekan frunció los labios.
—Muy bien, coronel. Voy a concederle un poco de esa tolerancia de la que habla. El
Dama Afortunada
, no más de tres voluntarios adicionales y aquellos suministros de la misión todavía no utilizados que usted elija llevarse y que el yate pueda transportar. Informe inmediatamente de cualquier novedad importante que pueda producirse. Y, coronel...
—¿Señor?
—Mi tolerancia es muy poco elástica. No abuse de ella.
—Gracias, general.
Poco más de una hora después, Pakkpekatt, el capitán Bijo Hammax y los agentes técnicos Pleck y Taisden estaban inmóviles en la diminuta cubierta de vuelo del
Dama Afortunada
y contemplaban cómo el crucero
Glorioso
y el navío de escolta
Kettemoor
ejecutaban un viraje conjunto y saltaban hacia Coruscant.
—Iniciemos la búsqueda —le dijo Pakkpekatt al cielo vacío.
El
Abismos de Penga
encontró al piloto del
IX-26
entregado a una solitaria vigilia de los cadáveres enterrados en los hielos de Maltha Obex.
—¿Por qué han tardado tanto? —preguntó el piloto—. Se suponía que debían llegar hace días.
—Recibido, aquí Joto Eckels —replicó el
Abismos de Penga
—. Sentimos el retraso. Para serle franco, ni siquiera esperábamos que siguieran aquí... Nuestro patrocinador original decidió retirarse del proyecto justo antes de que despegáramos, y después nos enteramos del accidente. Estábamos pensando que tendríamos que obtener un contrato de ambulancia para recuperar los cuerpos de Kroddok y Josala cuando otro patrocinador surgió de la nada y adquirió el contrato.
—Bueno, yo tampoco sabía nada de todo eso —dijo el piloto—. Si el INR ha decidido que ya no está interesado en esta misión, entonces no sé por qué no me han ordenado que volviera a la base. ¿Quién les patrocina ahora?
—Un coleccionista privado llamado Drayson —dijo el doctor Eckels—. Espera que esta misión sirva para verificar la autenticidad de algunos artefactos de los qellas. Creo que se va a llevar una desilusión, y de una variedad muy cara... Pero ha sido como un regalo del cielo para nosotros, y haremos lo que podamos por él. ¿Sigue teniendo localizados los cadáveres?
—Afirmativo,
Abismos de Penga
—respondió el piloto—. Dejando aparte toda la nieve que ha caído del cielo desde que se produjo la avalancha, no ha habido absolutamente ningún movimiento por ahí abajo. Van a pasar mucho frío mientras estén cavando.
—Venimos preparados para ello.
—Pues entonces dígame cómo quieren que les transmita los datos para que pueda encender esta vela y largarme de aquí —dijo el piloto—, porque ésta es la misión más horrible y solitaria que me ha tocado en suerte en dieciséis años, y siento una gran necesidad de ir a un sitio lo más calentito y lleno de gente posible..., y pronto.
—Entendido —dijo Eckels—. Estamos listos para recibir los datos de referencia de su sistema coordinado. Nosotros nos encargaremos del próximo turno de guardia en Maltha Obex.
El esquife
Babosa del Fango
avanzaba por el espacio real y se alejaba de Lucazec a la velocidad máxima que podían alcanzar sus motores..., la cual, considerando que se trataba de una Aventurera Verpine, no bastaba para satisfacer a Akanah.
—¿No puedes hacer que vaya más deprisa, Luke?
—¿Cómo? ¿Quieres que salga al espacio y empuje?
—Pues... En cierta manera, sí. ¿No puedes usar la Fuerza para incrementar la velocidad?
—Necesitas una palanca y un sitio en el que apoyar los pies —replicó Luke en un tono bastante sarcástico—. La Fuerza no es una varita mágica. Existen ciertos límites, ¿sabes?
—Los límites existen únicamente dentro de la mente, no en el universo —dijo Akanah—. Me sorprende mucho que tus maestros no te lo enseñaran.
Luke meneó la cabeza.
—Tanto Obi-Wan como Yoda me enseñaron a comprender que nos imponemos límites a nosotros mismos negándonos a luchar y que saboteamos nuestros esfuerzos al creer que fracasaremos.
—¿Y entonces por qué no...?
—Pero ni siquiera Obi-Wan, en sus momentos más difíciles y cuando había millones de vidas colgando de un hilo, pudo conseguir que el
Halcón
fuese más deprisa. —Luke señaló el tablero de navegación—. Además, parece que nadie se ha sentido lo suficientemente interesado por nuestro despegue como para tratar de seguirnos.
—Todavía no necesitan hacerlo —replicó Akanah—. Aún nos quedan varios días de viaje para salir de la Zona de Control de Vuelo, ¿verdad?
Luke echó un vistazo a los controles.
—Tres días, más o menos.
—Entonces de momento pueden limitarse a ir siguiendo nuestra trayectoria y permitirnos creer que hemos logrado escapar mientras averiguan adonde vamos. No hay muchas naves que no puedan alcanzarnos antes de que lleguemos al radio de salto.
—Los agentes que nos tendieron esa emboscada han muerto. Nadie intentó detenernos en el espaciopuerto de Lucazec. Los controladores de vuelo nos dieron permiso para despegar sin ponernos ni una sola objeción. El cielo está vacío. ¿Qué más necesitas para sentirte a salvo, Akanah?
—No me sentiré a salvo hasta que hayamos encontrado a los fallanassis —dijo Akanah—. La mera idea del fracaso me resulta totalmente insoportable. He esperado durante tanto tiempo..., y tú también. Si algo, lo que fuese, nos detuviera cuando estamos tan cerca del final de nuestra búsqueda...
—¿Y a qué distancia de ese final estamos exactamente? —preguntó Luke—. ¿Qué decía esa escritura de la Corriente?
—Ya te lo dije, indicaba el camino al hogar.
—Pero no me dijiste dónde se encuentra el hogar.
—No me atrevía a decirte nada hasta que estuviéramos lejos de allí —replicó Akanah—. No podía correr el riesgo de que alguien me oyera.