Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (11 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Erredós emitió un seco trino electrónico.

—¿Qué ha dicho?

—Oh, olvídalo —dijo Lobot—. Te aseguro que no es algo que quieras saber.

Lando se permitió unos cuantos pensamientos bastante sombríos sobre las consecuencias de la falta de diligencia en las labores de mantenimiento y lo peligroso que podía llegar a ser el permitir que los androides pasaran demasiado tiempo sin ser sometidos a un buen barrido de memoria. «Ya sé que ese tipo de decisiones te corresponde tomarlas a ti, Luke, pero creo que tanto Erredós como Cetrespeó tienen demasiada personalidad para mi gusto...» Aun así, Lando acabó decidiendo no compartir esas ideas con Lobot.

—En cuanto estemos allí —siguió diciendo—, me gustaría averiguar si podemos evitar abrir más agujeros en las paredes...

Lobot aprobó sus palabras con una lenta inclinación de la cabeza.

—... pero eso quiere decir que uno de nosotros tendrá que resolver el rompecabezas de qué aspecto tiene una puerta de los qellas y cómo se abre —dijo Lando, y después alzó la mirada hacia Erredós—. Así pues, lo primero que vamos a hacer cuando lleguemos allí será disfrutar de seis horas de descanso. Tendría que haber insistido en ello antes. Lo siento, Erredós. No sé si eso habría cambiado las cosas, pero... Bueno, te aseguro que nunca ha sido mi intención que Cetrespeó sufriera ningún daño.

La cúpula de Erredós volvió a girar hasta quedar dirigida hacia Lando.

—Chirr-nip-wil —dijo.

—Me ha dicho que te diga que está pensando en darte una segunda oportunidad —tradujo Lobot.

Lando asintió y sacó el desintegrador de su funda.

—Dile que un jugador mínimamente inteligente no debería necesitar nada más.

4

El codazo impalpable que acabó despertando a Lando era el resultado combinado de un dolor de cabeza provocado por la deshidratación y un estómago roído por el hambre. El sueño que flotó durante unos momentos en la periferia de su consciencia tenía como escenario una ciudad sumida en las tinieblas a través de la que era perseguido por un asesino invisible de voz suave y afable, y Lando procuró expulsarlo de sus sentidos lo más deprisa posible. Levantó la mano para encender sus lámparas, ajustando los haces a baja intensidad, y buscó a los demás con la mirada.

Lando descubrió que era el único miembro del equipo que se hallaba consciente. Lobot flotaba junto a la pared por debajo de él, a unos cuantos metros de distancia. Sus brazos estaban levantados junto a su rostro, y tenía las piernas recogidas y las rodillas dobladas en una postura infantil. Erredós continuaba sujetando protectoramente a Cetrespeó con sus garras, y la pareja de androides giraba lentamente en el aire al otro extremo de la cámara como si estuviera siguiendo los compases de una música que sólo ellos podían oír.

Lando bajó la mirada hacia los controles de su antebrazo izquierdo, echó un vistazo al cronómetro que había puesto en marcha antes de cerrar los ojos..., y se llevó la desagradable sorpresa de ver que el descanso de seis horas que había propuesto se había ido estirando hasta convertirse en más de dieciséis horas. Tanto él como Lando habían continuado durmiendo después de que sonaran sus alarmas, y los androides seguían en su ciclo de desconexión, esperando un contacto que los despertara.

Lando sintió una fugaz punzada de culpabilidad al pensar en las horas perdidas, pero enseguida la expulsó de su mente en cuanto comprendió lo necesario que había sido aquel descanso. «El cuerpo siempre sabe qué necesita para poder seguir adelante», pensó mientras volvía la cabeza hacia Lobot y contemplaba su expresión de apacible felicidad.

Pero había algunas agresiones de su entorno que el sueño era incapaz de eliminar. La mordedura del hambre se había vuelto más aguda que nunca, y el sorbo de agua que tomó del tubito de su casco sólo sirvió para llenar su cerebro con un melancólico anhelo de vasos insondables llenos de charde, skoa y hielo.

Pero lo que deseaba por encima de todo era poder salir de su traje de contacto. El aire estaba decididamente rancio, y el aliento de Lando volvía a él bajo la forma de una nube pestilente después de haber rebotado en el visor. El cuero cabelludo y otra media docena de lugares a los que no podía llegar parecían arder con una serie de picores insoportables. Se sentía como si tuviera la piel sucia y recubierta de grasa, y ardía en deseos de darse una ducha caliente. Y el traje era una prisión que le impedía estirar los músculos envarados y aliviar todos los sordos dolores agazapados en las profundidades de su cuerpo.

El guante improvisado de su mano derecha estaba ligeramente pegado a sus dedos, lo cual indicaba que la presión atmosférica del compartimiento era ligeramente superior al índice uno que los trajes consideraban como normal. Lando empezó a acariciarse el cierre del casco con los dedos de la otra mano, traicionando sus pensamientos mediante aquel gesto sin darse cuenta de lo que hacía.

«Bueno, después de todo no es como si hubiera alguna sustancia venenosa en la atmósfera de esta nave... Sólo es un poquito demasiado masticable, nada más. En una ocasión contuve la respiración durante seis minutos dentro de un tanque de pruebas. Eso sería tiempo más que suficiente para limpiarme la cara y rascarme el...»

La voz de Lobot interrumpió el curso de sus pensamientos.

—Me gustaría saber a qué agencia de viajes recurriste para que organizara estas vacaciones —dijo el ciborg—. El alojamiento no ha estado a la altura de lo que esperaba.

Una sonrisa maliciosa iluminó el rostro de Lando mientras se volvía hacia Lobot.

—Oh, vamos... Lo único que te pasa es que estás enfadado porque me comí tu desayuno especial de bienvenida al hotel mientras dormías.

—Ésa es sólo una entre los varios centenares de razones por las que nunca volveré a viajar contigo.

—Deja de quejarte y ayúdame a despertar a los niños —dijo Lando—. Me han dicho que la etapa de hoy es una de las más impresionantes de todo nuestro circuito turístico.

Por acuerdo mutuo, activaron a Cetrespeó en primer lugar para que Lando pudiera disponer de algunos minutos que le permitieran diagnosticar su estado sin la interferencia protectora de Erredós. Lando sólo necesitó mantener una corta conversación con Cetrespeó para descubrir que el androide había recuperado la mayor parte de sus facultades verbales..., y, junto con ellas, casi toda su dignidad. Lo único que quedaba de su lesión vocal era un suave zumbido de fondo cuando hablaba, una pequeña falta de fluidez en el sintetizador de habla que creaba la impresión de que el androide padecía una leve afonía.

—Me alegro muchísimo de que tus sistemas de lenguaje vuelvan a funcionar, Cetrespeó —dijo Lobot—. Quizá debería revisar mi opinión general sobre los productos cibernéticos de Sistemas Bratan con vistas a mejorarla; mi primera conexión neural fue fabricada por Bratan, y sólo me dio problemas.

—Gracias, amo Lobot —dijo Cetrespeó—. Yo también me siento muy aliviado. Un androide de protocolo con el sintetizador averiado apenas sirve de nada.

—A menos que quieras hacer negocios en uno de los nueve mil cincuenta y siete lenguajes de signos —dijo Lando.

El androide bajó la mirada hacia su brazo quemado.

—En mi estado actual, no sería capaz de ofrecerles ni tan siquiera esa clase de servicios. Si mi sintetizador falla, sólo seré una carga para ustedes. En ese caso, sería mejor que extrajeran mis células de energía y me dejaran atrás. Lo comprendería, se lo aseguro...

—No te preocupes, Cetrespeó, no te vamos a abandonar —dijo Lobot—. No quiero tener que depender de mí para comunicar con Erredós.

—¿Por qué? —preguntó Lando—. Cuando estábamos en el pasadizo me pareció que lo estabas haciendo estupendamente.

Lobot movió la cabeza en una lenta negativa.

—Erredós piensa en el mismo binario poliglótico que usa para hablar, y no puedo entender ni un solo bit de ese lenguaje. Puede dejarme cortos mensajes en básico dentro de sus registros de memoria, pero eso nos limita a sus conocimientos de básico. Y por lo que he podido ver hasta el momento, Erredós parece haber aprendido la mayor parte de su vocabulario de básico de un pastor de nerfs.

—Oh, sí, Erredós puede llegar a ser realmente muy grosero —convino Cetrespeó, bajando la voz hasta un susurro de conspirador—. Siempre está diciendo las cosas más horripilantes, créanme... No pueden ni imaginarse lo que llega a decir. A veces pienso que quiere tenderme una trampa para que traduzca alguna de sus barbaridades sin darme cuenta y haga el ridículo más espantoso. —Cetrespeó volvió la cabeza hacia Erredós, que estaba flotando en el aire con la cúpula inclinada hacia el techo y su lucecita de desconexión todavía encendida—. No habrá sufrido ningún daño, ¿verdad? —se apresuró a preguntar, visiblemente preocupado.

—No. Da la casualidad de que esta mañana va a ser el último en levantarse, nada más —dijo Lando—. Voy a sacarle de la cama ahora mismo.

—Quizá será preferible que lo haga yo —dijo Lobot, deteniéndole con un roce de los dedos—. Erredós tal vez no se haya recuperado del accidente de Cetrespeó tan bien como el propio Cetrespeó.

—Eh, ¿cuántos diplomáticos hay en esta misión? —preguntó Lando con afable jovialidad—. No, Lobot, si Erredós todavía tiene algún problema pendiente conmigo, será mejor que empecemos a resolverlo ahora mismo. Ésta es mi misión, y no voy a entregarle el mando a un androide petulante. No te ofendas, Cetrespeó.

—Oh, le aseguro que no me ha ofendido —dijo Cetrespeó—. Sé exactamente lo que quiere decir, amo Lando.

Todas las luces de sistemas de Erredós se encendieron en el mismo instante, y su cúpula describió un medio giro en cada dirección. El pequeño androide se alzó en el aire, se apartó de Lando y se impulsó hacia Cetrespeó, emitiendo una salva de sonidos desusadamente larga mientras iba hacia el androide de protocolo.

—¿Qué está diciendo? —preguntó Lando.

Cetrespeó se dirigió a Erredós en el mismo dialecto antes de responder, y la réplica de Erredós fue todavía más larga.

—¿Y bien?

Un repentino estallido de estática creó la impresión de que Cetrespeó acababa de carraspear para aclararse la garganta.

—Amo Lando, Erredós dice que contribuirá entusiásticamente a la misión y que está total y absolutamente seguro de su éxito.

—Cetrespeó...

—Te sugiero que te conformes con esa traducción, Lando —murmuró Lobot.

Lando fulminó con la mirada a Lobot durante unos momentos sin decir nada, y acabó frunciendo el ceño.

—Gracias —dijo después—. A veces me cuesta un poco oír con claridad lo que no se ha dicho en voz alta. —Alargó una mano hacia su panel de control y ajustó las lámparas de su casco, poniéndolas a máxima potencia—. ¿Está ocurriendo algo ahí fuera, Lobot?

—Todos los sensores de nuestra lapa están funcionando correctamente. La velocidad del Vagabundo es prácticamente despreciable.

—Sólo somos otro asteroide oblongo flotando a la deriva en una interminable trayectoria que va de ningún sitio a ningún sitio, ¿eh? Bien, de acuerdo... ¿Puedes proporcionarnos un poco más de luz, Erredós? Vamos a ver qué tenemos aquí.

Lo que tenían era una cámara de quince metros de longitud y nueve de anchura, y el recinto era tan irritantemente liso y desprovisto de particularidades diferenciadoras como la escotilla.

—No sé por qué, pero tengo la sensación de que ya he estado aquí antes —dijo Lando mientras recorría la cámara con la mirada—. Y no me refiero a ayer, cuando usé el desintegrador para entrar aquí mientras iba hacia el casco.

—Entiendo muy bien a qué te refieres —dijo Lobot—. Es posible que la forma más elevada del arte de los qellas consistiera en una variante del misterio de la habitación cerrada.

—Lo cual convertiría esta nave en su salón de la fama, supongo. Pero en ese caso, echo en falta un poco más de variedad —rió Lando.

—La aparente consistencia de los principios generales del diseño debería sernos de utilidad.

Una sonrisa maliciosa curvó lentamente los labios de Lando.

—¿Quieres que intente perder el otro guante?

—La estética de los qellas exige que nada resulte evidente hasta el momento en que sea necesario —dijo Lobot—. Pero ¿cómo sabe la estructura cuál es el momento en que una característica oculta llega a ser necesaria? ¿Cómo se las arreglan los qellas para comunicar sus deseos a sus creaciones? Conocemos por lo menos una respuesta: sabemos que responden al contacto.

La sonrisa de Lando se fue desvaneciendo para ser sustituida por un fruncimiento de ceño.

—La última vez que toqué esta nave, intentó expulsarnos al vacío para que sirviéramos de cena a las orugas espaciales.

—Todavía no estoy totalmente convencido de que esta nave pretenda hacernos daño.

—¿Y qué considerarías como una prueba irrebatible? ¿Una muerte en el grupo, quizá?

—He estado reexaminando el incidente de la escotilla desde un nuevo punto de vista basado en el accidente sufrido por Cetrespeó —dijo Lobot—. Cabe la posibilidad de que no interpretáramos correctamente el mensaje que Erredós encontró en la escotilla. Puede que el control que activaste fuese un interruptor de emergencia del sistema de cierre y apertura de la escotilla, y que funcionara exactamente tal como se esperaba que hiciera.

—¿Qué? No, eso no tiene ningún sentido.

—Incluso es posible que le pidiéramos al Vagabundo que intentara escapar —siguió diciendo Lobot—. La prominencia otorgada a la simbología detectada por Erredós detectó paralelos en el uso del rojo y el amarillo como colores correspondientes a la alerta y a una advertencia de que es preciso ir con cuidado, y de las flechas como indicadores, al igual que ocurre en los artefactos fabricados por los humanos.

—¿Me estás diciendo que si Erredós pudiera leer el lenguaje de los qellas habríamos visto un cartel en el que estaba escrito «En caso de emergencia, tirar de esta palanca»?

Lobot asintió.

—La característica más visible y prominente del exterior de un caza de combate es el sistema de abertura de emergencia de la carlinga, ¿no? ¿Qué ocurriría si, sabiendo cuál es el significado de una flecha pero sin ser capaces de leer la palabra «Rescate», empezáramos a manipular ese sistema?

—Ése es el gran problema de tu teoría de que fuimos nosotros los que pulsamos el botón del pánico —replicó Lando—. Tan pronto como se le volvió a presentar una ocasión, esta nave hizo un nuevo intento de expulsarnos al espacio..., sin que estuviéramos cerca de ese nódulo de control.

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