Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (8 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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—En el pasado te has enfrentado a jugadores que hacían trampas y siempre lograste vencerles —dijo Lobot.

—Sí... Supongo que sí —dijo Lando—. Pero poder observar la mesa durante un rato antes de sentarte a jugar en ella siempre ayuda bastante. Olvídate del mapa, Erredós, pero sigue guiándonos lo mejor que puedas. Vamos a tratar de ir un poco más deprisa. Dos metros por segundo, cuando yo dé la orden...

Siguieron avanzando, y ya había transcurrido casi una hora cuando Erredós llevó a cabo un descubrimiento que hizo que empezara a lanzar furiosos pitidos.

—¿Qué pasa? —preguntó Lando.

—Erredós dice que hay una irregularidad delante de nosotros —tradujo Cetrespeó—. Podría tratarse de alguna clase de artefacto.

Lando se impulsó hacia adelante y examinó el pasadizo, sintiendo el comienzo de una nueva esperanza.

—¿A qué lado?

—Delante de usted y bastante arriba a su izquierda, amo Lando —dijo Cetrespeó.

—Ya lo veo —dijo Lando—. Condenación, es minúsculo. Esperad un momento... Oh, no.

—¿Qué es? ¿Lando?

Lando no les explicó con qué se había encontrado, pero los otros integrantes del grupo enseguida dispusieron de toda la explicación que necesitaban cuando se reunieron con él. Un fragmento de la trama de diamantes metálicos sobresalía del rostro del pasadizo, y un trocito de cable colgaba del nudo que lo sujetaba a él.

Cetrespeó expresó en voz alta lo que estaban pensando todos.

—Vaya, pero si hemos vuelto a nuestro punto de partida...

—Eso es imposible —dijo Lobot, con una sombra de irritación en la voz.

—Oh, claro. Eso es lo que tú crees, pero ¿de qué otra manera puedes explicar esto? —preguntó Lando, señalando el cable con una mano.

—Quizá ha sido sacado de su emplazamiento original y trasladado hasta aquí —dijo Lobot.

—¿Cómo? ¿Crees que hay alguien más a bordo de esta nave?

—No lo sé —dijo Lobot—. Esto podría ser una copia de nuestro indicador, un engaño... Los sensores de Erredós siguen indicando que vamos hacia la proa.

—Oh, y vamos hacia la proa..., probablemente por segunda vez. ¿En qué clase de nave imposible nos hemos metido? Este pasadizo no va a ningún sitio, y no tiene absolutamente ninguna función.

—Nos ha mantenido ocupados durante dos horas —observó Lobot.

—Cierto. Y hemos desperdiciado esas dos horas y... —Lando echó un vistazo a las lecturas de su panel—, aproximadamente un nueve por cien de mi masa impulsora. Y supongo que vosotros dos habréis gastado la misma cantidad de propelente que yo, ¿no?

—Esto es altamente preocupante. ¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Cetrespeó.

—Tratar de ser más listos que esta nave, eso es lo que vamos a hacer —dijo Lando—. ¿Cuánto cable de carbono tenemos?

Lobot no necesitó ir hasta la plataforma del equipo para poder responder a su pregunta.

—Disponemos de dos bobinas, con cinco mil metros de cable en cada una. ¿Por qué?

—Si continuamos moviéndonos en círculos, al final tal vez descubramos que no podemos ir a ningún sitio porque nos hemos quedado sin propelente —dijo Lando—. La plataforma del equipo no es lo bastante grande para que podamos colocar asideros a lo largo de todo el pasadizo, pero tal vez haya metal suficiente para anclar el cable. Creo que será mejor que empecemos a tender una red de cables. Nos ayudarán a movernos, y también evitarán que este maldito pasadizo vuelva a engañarnos.

—Sí... En vez de un mapa representacional, podemos crear un mapa de naturaleza topológica —dijo Lobot—. Por lo menos así sabremos cuáles son las relaciones existentes entre los sitios en los que hemos estado, incluso si continuamos sin entender la geometría global de este sitio.

Lando asintió.

—Será mejor que ocurra algo..., y pronto —dijo—. Estoy empezando a enfadarme.

Según el contador de la bobina de cable, habían avanzado 884 metros por el pasadizo y ya habían colocado cuatro anclajes improvisados a lo largo de él cuando llegaron a la bifurcación.

—Esto es una auténtica locura —dijo Lando, flotando en el aire delante de las dos aberturas gemelas—. La última vez que pasamos por aquí este pasadizo no se bifurcaba.

—Suponiendo que hayamos pasado por aquí antes —dijo Lobot.

—Eh, no empieces a tomarme el pelo —dijo Lando, volviéndose hacia él.

—No estaba bromeando —dijo Lobot—. Sigue existiendo una posibilidad de que estos pasadizos sean canales o conductos que estén relacionados de alguna manera con el funcionamiento de los distintos sistemas de la nave. Es posible que cuanto hemos visto aquí dentro no guarde ninguna relación con nosotros.

—¿Y qué demonios crees que circula por estos conductos? Están más secos que los desiertos de Tatooine.

—Existen otros tipos de fluidos y flujos: gases, plasmas de energía, cargas eléctricas... —dijo Lobot—. Y los conductos requieren válvulas, compuertas y alguna clase de interruptores de control. Lo que hay delante de nosotros probablemente sea alguna clase de sistema direccional, y tal vez haya otro en algún lugar detrás de nosotros que nos ha ido guiando en esta dirección.

Lando volvió a girar lentamente en el aire hasta quedar de cara a la bifurcación.

—Si tuviera un dedo gordo, un dedo corto, un dedo negro y un dedo nuevo, entonces sabría adonde he de ir —canturreó Cetrespeó de repente.

—¿Qué estás diciendo?

—Discúlpeme, señor. Es una cancioncilla para contar de los niños del planeta Basarais —dijo Cetrespeó—. Amo Lando, ¿me permite hacer una sugerencia?

—Cuando quieras, Cetrespeó. Lo último que deseo en estos momentos es tener que oír cómo alguien dice: «Oh, siempre me pareció que no era una buena idea... Supongo que tendría que habérselo dicho».

—Muy bien, amo Lando. Sugiero que nos dividamos en dos grupos y exploremos los dos pasadizos al mismo tiempo. Sería el método más eficiente, ¿verdad? Si cada grupo está formado por un humano y un androide, creo que deberíamos ser capaces de continuar comunicándonos incluso si llegáramos a estar separados por una cierta distancia.

—No está nada mal, Cetrespeó —dijo Lando—. Tenemos dos bobinas, así que podríamos colocar cables en ambos pasadizos. ¿Lobot?

—Estoy en contra de que nos separemos —dijo Lobot—. Las válvulas y conductos que se abren aparentemente al azar pueden cerrarse con idéntica facilidad. También cabe la posibilidad de que se nos haya ofrecido esta elección precisamente con el propósito de conseguir que nos dividamos en dos grupos.

Lando frunció el ceño.

—Si no nos separamos, ¿qué pasadizo elegimos?

Lobot meneó la cabeza.

—La elección en sí no tendrá ninguna importancia, Lando. Limitémonos a elegir uno.

No la tuvo, en efecto. El pasadizo elegido por Lando terminaba trescientos metros más adelante, después de haberse desviado bruscamente —¿hacia dentro?— formando un ángulo de casi noventa grados. Cuando volvieron por donde habían llegado, el otro pasadizo les llevó hasta otra bifurcación que era el reverso de la primera, y a otro corto tramo de pasillo que se desviaba con idéntica brusquedad antes de terminar de repente.

—Hay algo allí abajo —dijo Lando, que se había quedado un poco rezagado mientras los demás empezaban a retroceder—. Los dos callejones sin salida van al mismo sitio. El hiperimpulsor podría estar ahí abajo.

Lobot enseguida se dio cuenta de que el barón estaba sintiendo la tentación de comprobar si su teoría era correcta abriendo un agujero en la pared con un disparo de desintegrador, y se apresuró a alargar la mano para rozarle el hombro.

—Vamos —dijo el ciborg.

—Estoy harto de esto.

—Ya lo sé —dijo Lobot—. Pero también sabes que dejar incapacitado un hiperimpulsor y desestabilizarlo son dos cosas muy distintas, ¿no? Encontraremos una forma mejor.

Lando echó un vistazo a las lecturas de su panel.

—Muy bien —dijo—. Pero si no la hemos encontrado cuando estos numeritos estén a punto de convertirse en una hilera de ceros, volveré a este sitio. No pienso quedarme cruzado de brazos mientras veo cómo la muerte se va acercando poco a poco, Lobot.

—Nunca esperaría eso de ti, amigo mío —dijo Lobot—. Pero ahora... Vamos, Lando, te lo ruego, salgamos de aquí.

Y los dos volvieron por el pasadizo, volando el uno al lado del otro.

Dando muestras de una repentina habilidad mecánica hija de la desesperación, Lando y Lobot consiguieron improvisar cuarenta y un anclajes con trozos de la plataforma del trineo y los suministros adheridos a ella. Colocados a intervalos de doscientos metros, esos anclajes permitieron tender más de ocho kilómetros de cable que cubrían tres pasadizos principales y más de quince ramificaciones.

Durante el curso de sus exploraciones, el equipo catalogó once válvulas obturadoras, dieciocho válvulas de control del flujo y tres rutas distintas para volver a su indicador original. El propósito de los mecanismos y la pauta de sus movimientos siguieron siendo tan impenetrables como de costumbre, pero aun así el mapa holográfico de Erredós fue cambiando poco a poco hasta adquirir una forma más útil, enmarcando lo desconocido con lo conocido.

Y mientras tanto el Vagabundo seguía avanzando por el hiperespacio, aparentemente sin enterarse de la presencia de los pasajeros que se movían cautelosamente por su interior. Los temores iniciales se desvanecieron. El navío seguía siendo tan misterioso como al principio y les había revelado muy pocos de sus secretos, pero dejó de ser una enigmática entidad amenazadora. La amenaza que pesaba sobre sus vidas se había vuelto tan impersonal como el gráfico de una ecuación..., y se trataba de una ecuación en la que ninguna de las variables se hallaba bajo su control.

Después de que otro pasadizo inexplorado hubiera vuelto a decepcionarles llevándolos hasta un pasaje en el que ya habían tendido sus cables de desplazamiento, los dos humanos y los dos androides se detuvieron allí por un mutuo consenso tácito para descansar y hacer acopio de nuevas reservas de ánimos.

Lando tensó el trozo de cable al que se había agarrado, y después se lo enrolló alrededor de una muñeca y permitió que le mantuviera inmóvil.

—¿Cuál es la duración actual de este salto? —preguntó.

—Un poco más de treinta y siete horas —dijo Lobot.

—No sé adonde vamos, pero no cabe duda de que está muy lejos —murmuró Lando, y suspiró—. Veamos, cuatro veces tres coma uno cuatro por treinta y nueve al cubo dividido por tres... A estas alturas podríamos estar en cualquier punto de un cuarto de millón de años luz cúbicos de espacio. Van a necesitar un telépata para encontrarnos.

—Deberíamos dormir —dijo Lobot.

—¿Por qué?

—Dormir nos ayudará a conservar nuestros recursos consumibles. Y los seres humanos no funcionan al máximo de eficiencia cuando están fatigados.

—Y cuando estamos muertos tampoco funcionamos demasiado bien —replicó Lando—. Las cinco horas que dediquemos a echar la siesta pueden ser las cinco horas que necesitaríamos para salir de este lío.

—Y las cinco horas que no dediquemos a «echar la siesta», como tú dices, podrían hacer que uno de nosotros cometiera un error de cuyas consecuencias no lograríamos recuperarnos.

—Tenemos a los androides para evitar que cometamos errores. Ellos no se cansan —dijo Lando—. Y además... Bueno, tengo hambre. No consigo quitarme de la cabeza la idea de que si seguimos dando vueltas por aquí acabaremos encontrando una de esas cafeterías que están abiertas las veinticuatro horas del día.

—Ésa no es una expectativa muy racional, Lando.

Lando soltó una risita llena de cansancio.

—Todavía sé darme cuenta de cuándo estoy diciendo tonterías —dijo—. ¿Y tú? ¿Todavía sabes darte cuenta de cuándo estás confundiendo un chiste con una afirmación seria?

—Amo Lando...

—¿Qué ocurre, Cetrespeó?

—¿Cree posible que esta nave haya salido del hiperespacio sin que nos hayamos enterado? Quizá estábamos demasiado concentrados en nuestras actividades. Puede que no hayamos ido tan lejos como teme.

—No —se limitó a decir Lando—. Nunca había oído gruñir a una nave de la manera en que lo hace ésta cuando entra o sale del hiperespacio. No se nos puede haber pasado por alto. No a mí, por lo menos... He estado pensando en ello. Sí, he estado pensando en todo el tiempo que el Vagabundo lleva huyendo de cualquier nave que se le aproxime, entrando y saliendo del hiperespacio, y en cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez en que fue sometido a una inspección estructural y un buen repaso general.

»Un amigo mío que trabajaba en el astillero de Atzerri me enseñó los hologramas de revisión de las naves que habían pasado por sus talleres. Pude ver las microfracturas en el recinto del hiperimpulsor y los soportes internos, e incluso las que habían aparecido en la quilla de un acorazado...

»No, aun suponiendo que dispusiéramos de todo el oxígeno, de toda el agua y la comida caliente que pudiéramos consumir y de todo el tiempo del mundo... Bueno, aun así no querría seguir aquí el tiempo suficiente para volver a oír ese gruñido demasiadas veces. ¿Y sabéis por qué? Porque algún día que no está demasiado lejano, y por muy bien que los qellas le apretaran las tuercas, este viejo cubo de la basura espacial quedará convertido en un montón de chatarra a la deriva.

Erredós dejó escapar un suave trino electrónico lleno de preocupación.

—Me pregunto dónde estará el
Glorioso
ahora —dijo Cetrespeó.

—Es un tema en el que no quiero pensar —dijo Lando, y se rió—. No quiero deprimirme. —Soltó el cable y flotó en el vacío—. Si queréis descansar, podéis hacerlo. Enséñame el mapa, Erredós. Todavía queda mucha nave por explorar.

Encontraron el panel de acoplamiento cuando llevaban setenta y una horas prisioneros dentro de la nave. Dieron con él por pura suerte, ya que apareció en una sección por la que ya habían pasado dos veces y a la que no habrían vuelto si un nuevo pasaje que estaban añadiendo al mapa no les hubiera llevado hasta allí.

El panel de esquinas redondeadas, que medía casi dos metros de longitud y más de un metro de anchura, estaba incrustado en el «techo» del pasadizo. (Lando había decretado que los cables definían el lado «derecho» del pasadizo, y que el resto de direcciones derivaban de esa definición inicial.) El panel estaba generosamente adornado con orificios y protuberancias de varias alturas, profundidades y diámetros, con los orificios agrupados simétricamente en el tercio central y las protuberancias flanqueándolos.

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