Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (9 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
3.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Qué cree que es, amo Lando?

—Alguna clase de prueba de inteligencia, quizá —dijo Lando, intentando echar un vistazo por uno de los orificios de mayor tamaño—. Bien, ¿hay alguien que se sienta capaz de enfrentarse a ella?

—Oh, la verdad es que tiene un cierto parecido con la caja de acertijos que el embajador Nugek le regaló a Anakin Solo —dijo Cetrespeó—. Todavía recuerdo lo bien que se lo pasó el pequeño Anakin haciendo girar los engranajes y metiendo bloques por los agujeros...

—Cierra el pico, Cetrespeó.

—Sí, señor.

Lobot estaba llevando a cabo su propio examen del artefacto.

—Veinticuatro orificios de dos tamaños distintos. Dieciocho protuberancias. No distingo ninguna parte móvil, al menos a primera vista. El metal es muy brillante y posee un índice de reflexión bastante elevado, y carece de acabado protector. Y sin embargo no hay señales ni melladuras, ni siquiera dentro de los orificios o a su alrededor.

—Pues yo diría que es alguna clase de conexión reguladora —murmuró Lando—. Como el diagramador central del
Halcón
, o el recinto de mantenimiento del
Dama Afortunada
... Conéctate aquí, y tendrás acceso a todos los sistemas de la nave.

—Eso es justo lo que has estado buscando —dijo Lobot—. ¿Cuántas probabilidades de encontrarlo tenías?

—Es el único mecanismo que hemos visto en nueve kilómetros de pasadizo.

—Es el único mecanismo que hemos sido capaces de reconocer —replicó Lobot—. Pero el diseño de esta nave parece estar basado en la idea general de que los mecanismos permanecen escondidos hasta que llega un momento en el que surge la necesidad de usarlos. Te pido que reflexiones y te preguntes por qué este mecanismo ha aparecido precisamente ahora.

—Venga, dímelo.

—Probablemente porque la nave no tardará en tener necesidad de la función ejecutada por este mecanismo...

—Lo cual nos da una posibilidad de colarnos y tratar de mejorar nuestra situación actual —dijo Lando—. Estos acoplamientos no han sido diseñados para nosotros, pero quizá podamos utilizarlos de todas maneras. La energía siempre es energía, ¿no? Y Erredós puede utilizar conexiones térmicas, de plasma o eléctricas... Y los datos siempre son datos, igualmente. Si Erredós puede leerlos, Cetrespeó podrá interpretarlos.

—Lando, no cuentas con ninguna base que te permita llegar a la conclusión de que nos encontramos ante una conexión de acceso a los sistemas —insistió Lobot—. Es mucho más probable que la función de este mecanismo guarde alguna relación con la función de estos pasadizos.

—¿Y cuál es su función? —replicó Lando en un tono bastante seco—. ¿Celda de detención? ¿Ventilación? ¿Laberinto para roedores? ¿Granja de hongos? ¿Me estás diciendo que éste es otro de esos terribles y peligroso enigmas que no podemos tocar, sólo por si acaso? Oh, maldición... ¿Cuánto tiempo se supone que debemos esperar antes de que hagamos algo?

—Sólo has dormido dos horas en casi tres días —dijo Lobot—. Tu capacidad de evaluar correctamente la situación está seriamente afectada, y estás empezando a pensar que ya no nos queda tiempo para...

—Exacto —le interrumpió Lando—. Llevo tanto tiempo sin probar bocado que sería capaz de cargarme a mi mejor amigo a cambio de una condenada galleta. A juzgar por lo mal que sabe, mi traje ya ha reciclado el suministro de agua más de media docena de veces. ¿Eres más máquina que hombre? ¿Es que nada de todo esto te afecta?

—Soy tan humano como tú —replicó Lobot—. Dudo que puedas estar más hambriento que yo. El suministro de agua de mi traje me sabe tan mal como el tuyo a ti. Pero no entiendo los descubrimientos que hemos hecho...

—¿Y no quieres averiguar algo más sobre ellos? Quiero que los androides intenten establecer una conexión con este acceso, y eso es todo. Nada de desintegradores. Nada de renovaciones estructurales altamente creativas.

—Te ruego que me escuches —se apresuró a decir Lobot—. No entiendo por qué unas estructuras tan enormes como éstas han permanecido inertes durante nuestra estancia a bordo, o el porqué se nos ha permitido movernos por ellas sin encontrar ningún obstáculo. Esas preguntas me inquietan. Y otra de las cosas que me preocupan es que temo que la aparición de este artefacto pueda indicar el final de una de esas condiciones o de ambas...

—Más razón todavía para que seamos nosotros los que hagamos el primer movimiento —dijo Lando—. Erredós, Cetrespeó, venid aquí. Quiero que intentéis conectaros a este sistema de acceso del Vagabundo.

Lobot se volvió hacia los androides.

—Cetrespeó, Erredós... Os pido que esperéis hasta que sepamos algo más sobre esta nave. Ninguno de nuestros suministros ha llegado a un estado crítico. No sabemos con qué estamos tratando.

—Lo siento, señor, pero antes de irse el amo Luke transmitió su autoridad al amo Lando —dijo Cetrespeó permitiendo que Erredós empezara a remolcarle hacia el panel—. Sean cuales sean las reservas que usted pueda tener, estamos obligados a seguir las instrucciones del amo Lando.

—Gracias, Cetrespeó —dijo Lando, fulminando a Lobot con una mirada asesina en la que había una sombra de triunfo sarcástico—. Me alegra saber que sigues formando parte del equipo.

Ya fuese a causa de los temores de Lobot o debido al innato sentido de autoconservación de Erredós, lo cierto es que el androide astromecánico actuó con gran cautela a la hora de ejecutar las instrucciones de Lando, y Lobot se alegró de verlo.

Erredós empezó colocándose a una prudente distancia del panel y empezó a sondearlo, haciendo girar su cúpula de un lado a otro a medida que iba empleando distintos tipos de sensores: óptico, térmico, radiónico, electromagnético... Cetrespeó fue enunciando los resultados de cada lectura a los dos hombres, que estaban observando el sondeo desde lados opuestos del pasadizo.

Lobot ya conocía los resultados antes de que Cetrespeó los expusiera, pues el pequeño androide astromecánico —por iniciativa propia, y sin que Lando se enterase de ello— había abierto otro de sus registros de datos a la conexión neural del ciborg. Era una señal de apoyo que Lobot aceptó en silencio, sin decir nada que pudiera traicionar la existencia de aquel pequeño acto de amotinamiento.

Después de que los sondeos iniciales no produjeran ninguna agitación de banderas rojas, Erredós se acercó un poco más y desplegó su sonda sensora.

La cabeza detectora era demasiado grande para poder introducirse en los orificios más diminutos, pero Erredós la acercó al primero de ellos todo lo que pudo sin llegar a tocarlo.

—Campo, cero coma cero nueve gauss —dijo Cetrespeó—. Densidad de flujo, uno coma seiscientos dos, índice alfa, cero, índice beta, ciento dieciséis. Polaridad de carga, negativa... Erredós, no entiendo ni una palabra de todo esto. ¿Alguien tendría la bondad de explicarme qué significa?

Erredós hizo girar su cúpula y emitió una estridente serie de pitidos, que Cetrespeó no tradujo.

—Estoy intentando mantenerme inmóvil —dijo después mientras Erredós trasladaba la sonda al orificio siguiente—. Yo no tengo la culpa de que no me diseñaran para operar en condiciones de ausencia de peso. La inmensa mayoría de seres dotados de un mínimo de sentido común viven en la superficie de un planeta, que es donde deben estar.

La respuesta de Erredós le pareció malhumorada incluso a Lobot.

—Me da igual lo que pienses —dijo Cetrespeó—. Vaya, pero si no eres más que un mecánico... Yo, en cambio, he sido diseñado y construido para propósitos más nobles. Debería estar en una recepción diplomática, ayudando a forjar la paz entre rivales que se odian a muerte, o concertando un matrimonio dinástico... Oh, cómo echo de menos los viejos tiempos...

La respuesta de Erredós consistió en un balido electrónico.

—Muy bien —replicó altivamente Cetrespeó—. Mira cómo tiemblo. No necesito tu ayuda.

Y después de haber pronunciado esas palabras, el androide dorado soltó la oruga derecha de Erredós y cruzó los brazos sobre su plancha pectoral.

—Pero yo sí necesito tu ayuda. Cetrespeó —dijo Lando—. Por lo tanto, deja de pelearte con tu hermano y ve recitando los números.

—¿Por qué insiste en cometer una y otra vez el mismo error, amo Lando? —casi resopló Cetrespeó—. Ese diminuto tirano egoísta no tiene ninguna relación de parentesco conmigo.

—Yo puedo ayudarte. Lando —dijo Lobot en voz baja y suave, sin añadir ninguna explicación—. Campo, cero coma ochenta y dos gauss. Densidad de flujo, uno coma setenta y cuatro, índice alfa...

Lando volvió la cabeza hacia Lobot para lanzarle una mirada llena de irritación, y eso hizo que el ciborg se sintiera sorprendentemente satisfecho de sí mismo. Ninguno de los dos vio cómo Cetrespeó alargaba un brazo y se agarraba a una de las protuberancias del panel para no perder el equilibrio. Pero los dos oyeron el potente estallido de estática que brotó de las unidades comunicadoras de los trajes de contacto y vieron el resplandor azul que surgió de la nada y se extendió por todo el pasadizo.

—¡Cielos! —exclamó Cetrespeó.

Lobot volvió rápidamente la cabeza en esa dirección y vio que el final del pasadizo estaba lleno de serpientes de energía blancoazuladas. Chorros de chispas iban y venían por entre las puntas de las protuberancias, moviéndose en un veloz bailoteo que ascendió vertiginosamente por el brazo de Cetrespeó hasta llegar a la articulación del codo..., y el chisporroteo se estaba intensificando rápidamente.

—Cetrespeó... No te sueltes... —empezó a decir Lobot.

La advertencia llegó demasiado tarde. En cuanto su sorpresa inicial se hubo disipado lo suficiente para permitirle reaccionar, Cetrespeó apartó la mano en un acto de temor totalmente reflejo.

Un instante después un gigantesco y serpenteante haz de energía surgió del panel y envolvió la mano de Cetrespeó, destellando a lo largo de su brazo y un lado de su cabeza para salir disparado de ella y perderse en el pasadizo. Antes de que nadie pudiera reaccionar, el haz de energía ya se había alejado pasadizo abajo y había desaparecido, extendiéndose a medida que avanzaba hasta que acabó bailoteando por encima de toda la superficie como si fuera un halo de fuego azulado. Uno de los dedos del repentino relámpago se deslizó a lo largo de los cables que habían tendido, convirtiéndolos en polvillo negruzco que fue cayendo al suelo por detrás del estallido energético.

La descarga dejó a Cetrespeó dando tumbos y convulsionándose en el centro del pasadizo. Su brazo derecho había quedado ennegrecido y los servomecanismos y controles de energía quemados echaban humo, su cabeza estaba paralizada en un ángulo muy extraño y temblaba incontrolablemente, como si uno de los actuadores hubiera quedado atrapado en un ciclo cerrado de retroalimentación.

Lobot soltó una retahíla de maldiciones que ya ni siquiera se acordaba de conocer y empezó a avanzar hacia el androide fulminado por aquel relámpago misterioso. Lando permaneció inmóvil durante unos momentos, paralizado por el aturdimiento, y después fue hacia ellos. Pero Erredós se movió más deprisa que los dos hombres, agarrando a Cetrespeó y empezando a remolcarlo pasadizo abajo en dirección opuesta a la que había seguido la descarga de energía. Cuando pasó junto a Lando, el pequeño androide astromecánico le lanzó un sonido lleno de hostilidad.

—Lo siento —dijo Lando, alzando los brazos hacia el techo en un gesto de rendición—. No ha sido culpa mía. Lobot... Dile que no ha sido culpa mía.

Lobot se apresuró a seguir a Erredós y Cetrespeó por el pasillo, y pasó junto a Lando sin romper su ceñudo silencio.

Erredós no permitió que Lando se acercara a Cetrespeó. Lando tuvo que conformarse con observarles desde varios metros de distancia, mientras Lobot y Erredós se inclinaban sobre el androide de protocolo e intentaban evaluar los daños que había sufrido.

Desde varios metros de distancia, los daños parecían ser considerables.

Un R6 o un R67 habrían sobrevivido a la descarga sin ninguna dificultad, y apenas la habrían notado. Los últimos modelos de androides de combate contaban con un blindaje especial que podía protegerlos de estallidos de energía y corrientes inducidas tan poderosas que eran capaces de soportar un impacto casi directo de un cañón iónico de clase uno.

Pero Cetrespeó había sido diseñado para librar guerras de palabras. Sus fusibles y sistemas protectores tenían muy poca potencia, y la descarga de energía surgida del panel los había atravesado como si no existieran. Si la carga hubiera pasado a través de su cuerpo, recorriendo los procesadores primarios en vez de subir por un lado, Cetrespeó estaría muerto.

Lando sólo necesitó unos momentos para poder ver que el brazo derecho de Cetrespeó había quedado inutilizado y que colgaba rígidamente junto a su costado, y comprendió que las conexiones se habían fundido y que los servocontroladores estaban quemados. Peor aún, su sintetizador de habla o su procesador vocal habían quedado seriamente afectados. Cuando hablaba, la voz de Cetrespeó sufría una distorsión de fase y cambiaba de timbre, como si estuviera a un millón de kilómetros de distancia y hablara por un comunicador de bolsillo. El androide de protocolo ya se había interrumpido dos veces a mitad de una frase, como si se encontrara irremisiblemente atascado mientras buscaba la más corriente de las palabras..., algo que Lando nunca le había oído hacer antes.

Pasados unos minutos, Lobot dejó a Erredós todavía inclinado sobre Cetrespeó y fue a reunirse con Lando. Para gran sorpresa de éste, no hubo palabras de recriminación y Lobot se limitó a hablarle con una impasible frialdad que apenas resultaba distinguible de su conducta habitual.

—No disponemos de repuestos, por lo que no podemos reparar el brazo de Cetrespeó —dijo el ciborg—. Erredós está intentando desatascar el actuador lateral y devolver la libertad de movimientos a su cabeza. —Lobot dirigió un asentimiento de cabeza a la plataforma del equipo, que Lando había remolcado hasta allí desde la escena del accidente—. Necesito el maletín de las herramientas.

—Dentro de un momento —dijo Lando—. ¿Qué ocurrió allí? ¿Tienes alguna idea de qué ha pasado?

—Necesito el maletín de las herramientas, Lando —repitió Lobot, y se dispuso a pasar por entre Lando y la pared del pasadizo.

Lando alargó la mano y le agarró por el antebrazo.

—Tenías razón respecto a estos pasadizos. Se están preparando para...

—Algo se movió en la periferia de su campo visual, y la mirada de Lando se apartó de Lobot para posarse en los androides, y después fue más allá de los androides y se clavó en el cada vez más intenso resplandor que acababa de aparecer allí donde el pasillo se iba curvando para desaparecer—. ¡Maldición! —exclamó—. Aléjate de la pared. ¡Erredós, ten cuidado!

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
3.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Black Elvis by Geoffrey Becker
Babe Ruth: Legends in Sports by Matt Christopher
Murder Abroad by E.R. Punshon
Nova by Margaret Fortune
Love at Last by Panzera, Darlene
The Temp by Cates, A. K
The Wizard of Seattle by Kay Hooper