Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (13 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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Para aquel entonces el
Merodeador
ya estaba preparado para partir, y Pakkpekatt esperó hasta que lo vio marchar y hubo contemplado cómo saltaba hacia Krenhner apenas estuvo lo suficientemente alejado del radio del convoy.

Y, finalmente, se inclinó sobre su grabadora de bitácora y empezó a dictar un informe que no quería redactar para un comité de supervisión al que ya no podía afirmar que respetase.

«Cuatro naves minúsculas buscando a tientas en la oscuridad durante unos cuantos días... Eso es lo que valen todas sus vidas para vosotros. Si alguien me hubiese dicho que os vería comportaros de una forma tan deshonrosa, no le hubiese creído. Nunca pensé que llegaría a sentir tanta vergüenza.»

Durante las horas siguientes, Erredós añadió veinte cámaras a su mapa del Vagabundo, y fue numerándolas una por una a medida que el equipo las iba visitando. Para ayudarles a recordar dónde habían estado, también grabó un holograma ojo-de-pez de lo que Lando había decidido llamar «desplegables» de cada cámara.

Hasta el momento habían descubierto dos patrones básicos para los desplegables. Ocho cámaras eran como la primera: un lado de la cámara revelaba una figura de grandes dimensiones, que tanto podía ser un sello como una escultura o una serie de símbolos. A continuación el muro de enfrente revelaba un diseño geométrico altamente detallado, que tanto Lando como Lobot estaban convencidos era el mapa de un templo o de una pequeña ciudad. En algún lugar de cada sala del mapa había alguna clase de activador que hacía surgir de la nada la música de los qellas, aunque cada «canción» era distinta de las otras.

Aparte de la música, los desplegables de las salas de mapas parecían ser totalmente estáticos. La exhibición seguiría activada mientras el equipo permaneciera en la sala: cuando el equipo pasaba a otra sala y el portal de conexión se cerraba detrás de ellos, los desplegables se colapsaban al instante y se esfumaban tan rápidamente como habían aparecido.

Después de cada sala del mapa había una o más de las que Lobot había llamado «salas de artefactos». En ellas el equipo encontró una amplia gama de misteriosos desplegables que podían moverse, cambiar de color, emitir un suave zumbido o cambiar de forma cuando los tocaban. Pero salvo muy pocas excepciones, los artefactos no tenían ninguna función descifrable, y ninguno de ellos produjo ningún cambio detectable en el entorno de la nave.

—Sigo pensando que podrían ser salas de control —dijo Lando mientras se preparaban para entrar en la cámara número 20—. Lo que pasa es que no sabemos qué controlan. Podríamos hacer enloquecer al guardián de este museo bajando la temperatura de los refrigeradores y cambiando el canal de su servicio de Comunicaciones Cósmicas.

Un descubrimiento muy bien acogido por todos fue el de que cuando entraban en una cámara usando medios convencionales —a través de los portales—, la cámara reaccionaba proporcionando su propia iluminación. Cuando estaban en la cámara 11, se dieron cuenta de que las reservas de energía de Erredós estaban tan bajas que Lando había tenido que acoplarlo a Cetrespeó para llevar a cabo una transfusión de energía. El androide de protocolo, que era transportado a todas partes por Lobot o Erredós, estaba consumiendo muy poca energía de manera directa.

—Me parece una decisión muy acertada por su parte, amo Lando, y además creo que deberían usar todas mis reservas de energía —dijo Cetrespeó, bajando la mirada hacia su pecho mientras Lando introducía el cable de transferencia en la conexión de energía—. Sólo soy una carga para ustedes. No sé por qué se le ocurrió traerme con usted en esta misión, amo Lando... No les sirvo de nada. Transfiera todas mis reservas de energía a Erredós y sigan adelante sin mí. Déjenme abandonado en la oscuridad.

Lando tuvo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para resistir la tentación de aceptar el ofrecimiento del androide.

La cámara 21 era otra sala de mapa, la novena. El sello recordaba a una V emplumada que contenía un grupo de esferas del tamaño de un puño. El mapa era un pentágono irregular, con un lado el doble de largo que los otros y la misma forma reflejada en la zona abierta del centro. Ni Lobot ni Lando consiguieron encontrar una tecla de música, pero sus intentos parecieron provocar una reacción totalmente distinta..., y de lo más sorprendente.

Al principio sólo hubo un tenue resplandor rosado que empezó a palpitar lentamente dentro de una estructura situada junto al muro exterior. Un instante después toda esa parte del mapa pareció estallar en una repentina erupción de llamas que salieron disparadas de la pared hasta formar una lengua de fuego de un metro de longitud.

El equipo retrocedió, muy sorprendido.

—¡Nos han encontrado! —exclamó Cetrespeó—. ¡Sálvate, Erredós!

—Es un holograma..., una grabación —dijo Lobot.

—No, es real —dijo Lando—. Echa un vistazo a los sensores de tu traje... Espera, Erredós. ¡No!

Lando se lanzó sobre el androide astromecánico, que había empezado a desplegar la boquilla de su extintor. Cuando el breve forcejeo llegó a su fin, todo el mapa había sido sustituido por una cicatriz negra de cinco lados, y una humareda blanquecina llenaba la mitad de la cámara.

Lando guió al equipo hasta la cámara 20, donde esperaron durante los dos minutos que habían descubierto necesitaba una sala para reinicializar sus sistemas. Cuando volvieron a entrar en la cámara 21, la cicatriz negra había desaparecido, y el humo se había esfumado con ella. Después, y con las espaldas prácticamente pegadas al sello, los dos humanos y los dos androides contemplaron una repetición del proceso que habían interrumpido.

El estallido inicial surgió de la misma estructura y fue precedido por el mismo resplandor palpitante de antes. Mientras la columna de fuego brotaba de la pared, una veloz onda expansiva recorrió el resto de la ciudad y destruyó su impecable simetría. El chorro de llamas se fue encogiendo rápidamente, pero después se expandió para formar una tempestad de fuego que se extendió a través de las ruinas de la ciudad y la consumió. Unos cuantos segundos bastaron para que el mapa fuese destruido y la pared quedara tan ennegrecida como antes.

—Analiza la atmósfera de este recinto, Erredós —dijo Lando.

Erredós sólo necesitó unos momentos para comunicarles los resultados del análisis.

—Cinco por ciento de oxígeno..., ocho por ciento de oxígeno..., once por ciento de oxígeno... Oye, ¿quieres decidirte de una vez? —preguntó el androide de protocolo, golpeando la cúpula de Erredós con su brazo intacto.

La fragata de patrullaje
Precio de Sangre
lucía los colores de la armada de Prakith y el blasón del gobernador Foga Brill. Los dos eran mucho más visibles que el sello del Moff Imperial del Sector 5, que había quedado relegado a un panel blindado situado encima de las tórrelas delanteras de la fragata.

Aquella exhibición de símbolos reflejaba las lealtades del capitán Ors Dogot y sus casi cuatrocientos tripulantes. Los oficiales debían sus rangos y sus puestos a Brill, no al Gran Moff Gann. Era Brill quien cobraba las tarifas asignadas a los rangos y las evaluaciones anuales de cada puesto. Era Brill quien pagaba los favores que le habían hecho las familias ricas mediante nombramientos militares que permitían obtener un sueldo en mercancías y oro en vez de en los billetes prakithianos.

Los especialistas y tripulantes rasos, todos ellos procedentes del reclutamiento forzoso, habían confiado la seguridad de sus familias a la promesa de protección ejercida por la Policía Roja de Brill, que extendía su manto protector sobre las hijas y esposas de aquellos que protegían su poder con sus vidas. Ser reclutado para servir en la armada era infinitamente preferible a ser reclutado para trabajar en las minas de las cañadas o en las fundiciones, o ser uno de los centenares de hombres que eran capturados cada noche en las redadas organizadas a orillas de los ríos de Prall y Skoth para que cavaran sus propias tumbas.

El soborno y el miedo eran dos sucedáneos de la verdadera lealtad, pero eran lo mejor que podía obtener Foga Brill, y le bastaban.

—Erredós no tiene nada que ver con esto, Cetrespeó —dijo Lobot—. La nave está devolviendo la cámara a su estado anterior al incendio para llevar a cabo la próxima demostración. —Se volvió hacia Lando—. Son lecciones de historia, ¿entiendes? Algo terrible le ocurrió a la ciudad de los qellas que se hallaba bajo este signo.

—Quizá sea nuestra primera pista sobre lo que les ocurrió —dijo Lando—. Pero hay algo más que eso... ¿Cuál es el porcentaje de oxígeno actual, Erredós?

La respuesta, transmitida a través de Cetrespeó, llegó al instante: el porcentaje de oxígeno había subido al quince por ciento.

—Por todos los... Lobot, Cetrespeó, no os mováis de aquí. Ven conmigo, Erredós. Hay algo que tenemos que comprobar.

—¿Adonde vais?

—Vuelvo a la cámara uno por la ruta del expreso. No te muevas de aquí y no te pongas nervioso, ¿de acuerdo? No estaré fuera mucho tiempo. Esta vez haremos algo más que contemplar el paisaje.

—Maniobra de cambio de curso completada, capitán —informó el navegante, hablando con voz firme y nítida—. Nuestro vector actual es nueve-cero, coma, negativo cuatro-cinco, coma, dos-dos en trayectoria de patrullaje profundo estándar.

—¿Cuál es la situación actual del nódulo, jefe de remolque? —dijo Dogot.

El nódulo sensor de escucha que el
Precio de Sangre
remolcaba detrás de su popa durante la misión de patrullaje por el espacio profundo tenía cien veces la longitud de la nave. Consistía en una telaraña de cables que formaban miles de antenas pasivas, diminutos amplificadores que no producían ningún ruido, toberas de dirección y paneles de tensión, con una góndola de remolque del tamaño de un transporte de tropas situada al final del cable de la antena principal. Los tres tripulantes que iban en la góndola tenían encomendada la difícil labor de pilotar el nódulo durante el viraje cada vez que el
Precio de Sangre
cambiaba de rumbo.

Si la tensión era demasiado reducida, los distintos elementos podían enredarse entre sí, o todo el nódulo podía hacerse pedazos a sí mismo en lo que los manuales llamaban un proceso de desestabilización dinámica y las dotaciones de remolque llamaban un latigazo de cola. Si el viraje se llevaba a cabo bajo unas condiciones de tensión excesiva, el resultado más probable sería una desconexión provocada por la brusquedad del tirón y un retraso de dos horas para llevar a cabo el procedimiento de recaptura.

El jefe de remolque de la última patrulla del
Precio de Sangre
había permitido que se produjeran dos desconexiones. Junto con la dotación de la góndola, había pasado la última mitad de la patrulla en el bloque de detención, esperando el regreso a Prakith y a un consejo de guerra en el que sería acusado de traición por incompetencia.

Todo eso hizo que su sustituto sintiera un gran alivio al poder anunciar que todo había ido bien.

—El nódulo sensor ha virado sin encontrar obstáculos y los sistemas indican que el despliegue se ha completado —dijo.

—Muy bien —dijo Dogot—. Queda al mando del puente, teniente Sojis. Estaré en mi camarote, repasando los informes sobre la tripulación. Comunique a la sargento Cligot que la estaré esperando y que debe ir allí inmediatamente.

—Sí, capitán.

Cuando la entrada se hubo cerrado detrás de Lando y Erredós, Lobot, fascinado, contempló cómo el humo se iba volviendo más tenue y acababa desapareciendo, y cómo la cicatriz se esfumaba y se desvanecía detrás del humo.

Incluso los diminutos fragmentos de ceniza blanquecina que habían manchado el exterior de su visor parecieron evaporarse. Lobot mantuvo la mirada clavada en el monitor de su traje y vio cómo la temperatura bajaba treinta grados de golpe, volviendo al ambiente ligeramente frío habitual en el interior del Vagabundo.

—Discúlpeme, amo Lobot, pero... —dijo Cetrespeó.

—Sí, Cetrespeó. ¿Qué pasa? —replicó automáticamente Lobot, todavía absorto en aquel sorprendente espectáculo.

—Señor, me estaba preguntando si podría aclararme una duda... ¿Cree que los androides satisfacen las condiciones de la prueba de inteligencia?

La cabeza de Lobot giró bruscamente sobre su cuello para volverse hacia el androide de protocolo.

—¿Qué has dicho?

—La prueba de inteligencia —repitió Cetrespeó—. ¿Soy una criatura consciente, como usted, o sencillamente soy otra creación muy ingeniosa, como esta nave?

Lobot, muy sorprendido, desvió la mirada del rostro de Cetrespeó, que estaba esperando pacientemente que respondiera a su pregunta, e intentó encontrar una contestación válida.

—Ah... Bueno, Cetrespeó, ya sabes que la inmensa mayoría de androides son diseñados y construidos de tal manera que poseen una inteligencia artificial que es consciente de sí misma. Eso es especialmente cierto en el caso de los androides de tercer grado como tú.

—Pero eso debe de ser algo distinto a la verdadera inteligencia consciente —replicó Cetrespeó—. De lo contrario, el Senado de la Nueva República no estaría formado únicamente por criaturas orgánicas que son atendidas por androides.

—Es distinto, sí—dijo Lobot, empleando el tono más suave y afable de que era capaz—. La inteligencia artificial es un fruto de la programación. Borra la memoria de un androide y su inteligencia desaparecerá. Sustitúyela por una programación distinta y un traductor se convierte en un maestro, o un androide médico se convierte en un androide químico.

—Comprendo, señor —dijo Cetrespeó, y después guardó silencio durante unos momentos que se hicieron muy largos—. En ese caso, ¿podría decirme qué se siente al ser consciente? ¿En qué se diferencian esas sensaciones de las que yo experimento?

—No estoy seguro de poder explicártelo —replicó Lobot, hablando muy despacio.

—¿Cree posible que se trate de algo que usted sencillamente sabe debido a que es una criatura orgánica y no una máquina? Si yo poseyera una verdadera inteligencia consciente de sí misma, entonces tal vez no necesitaría hacerle todas estas preguntas porque ya sabría quién era.

Lobot guardó silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.

—¿Y cuál es tu opinión, Cetrespeó? —preguntó por fin.

—No lo sé, amo Lobot —dijo el androide—. Pero me he dado cuenta de que cuando alguien habla de los borrados de memoria siempre me siento dominado por un pánico inexplicable.

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