Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Ahora estamos solos —observó Luke.
—Pero podrían haber colocado algún tipo de sensor de escucha en la nave mientras estábamos en la Meseta Norte. Quiero esperar hasta que hayamos entrado en el hiperespacio. Sé que entonces ya no podrán seguirnos.
—Nadie ha estado dentro de la nave salvo nosotros —dijo Luke con firmeza—. Y si continúas ocultándome secretos, entonces será muy difícil que podamos ayudarnos el uno al otro. ¿Es que no confías en mí, Akanah?
—Sé que eres un hombre bueno —dijo Akanah—. Pero algunas de las cosas que haces y en las que crees hacen que me sienta muy incómoda. Que yo sepa, un soldado o un guerrero nunca puede llegar a ser un amigo.
—No soy un soldado —dijo Luke en voz baja y suave—. Y ahora la espada de luz sólo acude a mi mano para proteger a las personas que realmente me importan. ¿Crees que eso me convierte en un guerrero, o en un amigo?
Akanah clavó los ojos en su regazo y guardó silencio durante unos momentos.
—Tenemos que ir a Teyr —dijo por fin—. El círculo tal vez no haya podido permanecer allí, pero es el sitio al que fueron cuando tuvieron que marcharse de Lucazec.
—Teyr está... Eh... Sí, Teyr está por ahí —dijo Luke, señalando hacia arriba y hacia la derecha.
—Más o menos —dijo Akanah, y alargó la mano para subirle el brazo unos centímetros—. Sí, ahora estás señalando Teyr. Había pensado dar un doble salto, Luke. Sólo por si a alguien se le ocurre seguirnos, ¿comprendes?
Luke aprobó su idea con un asentimiento de cabeza.
—Teyr es uno de los planetas a los que el círculo envió a los niños, ¿verdad?
—Sí —dijo Akanah.
—¿Y no me habías dicho que ya estuviste allí mientras intentabas dar con ellos?
—No. Te dije que no pude encontrarlos allí —le corrigió Akanah—. Nunca conseguí ir hasta Teyr. Hice algunas averiguaciones desde Carratos, cuando me fue posible... —Alzó la mirada hacia él—. Pero los fallanassis cambiamos nuestros nombres, nuestra manera de vestir y de hablar, e incluso nuestros peinados, para confundirnos con los demás y desaparecer entre ellos. A menos que esté cara a cara con mi pueblo, intercambiando los signos y permitiéndome sentir que estoy junto a ellos con la Corriente fluyendo a nuestro alrededor, los fallanassis nunca saldrán de sus escondites por miedo a que yo no sea lo que aparento ser.
—¿Crees que siguen escondiéndose?
—Después de lo que acaba de ocurrir, ¿no te parece que tenemos buenas razones para creerlo?
Luke asintió.
—Me parece que deberíamos hablar de lo que ocurrió en Lucazec, Akanah.
—Sí, yo también creo que deberíamos hablar de ello —dijo Akanah—. Pero preferiría no mantener esa conversación con un equipo de especialistas en interrogatorios del Imperio. ¿No puedes hacer algo para que no tengamos que esperar tanto tiempo antes de saltar al hiperespacio?
—Bueno, la verdad es que no quiero hacerlo... Creo que hasta el momento hemos conseguido salir de Lucazec sin llamar la atención —dijo Luke—. Pero si atravesamos una Zona de Control de Vuelo como una exhalación, y especialmente si lo hacemos viajando a bordo de este montón de chatarra, entonces pasaremos a ocupar el primer lugar de la lista de alerta. Y cuando lleguemos a Teyr, insistirán en hablar con nosotros. Puede que incluso insistan en inspeccionar nuestra nave y que quieran quitarnos la licencia de vuelo.
—No había pensado en eso —dijo Akanah, y frunció el ceño—. Pero ¿y si estás equivocado y un navío de guerra imperial aparece por detrás de Lucazec dentro de seis horas, o surge del hiperespacio justo delante de nosotros? ¿No preferirías...?
—¿Ser capaz de enseñarles nuestra popa y desaparecer? Sí, claro. —Luke cerró los ojos, como si estuviera intentando visualizar algo sin dejarse distraer por lo que le rodeaba—. Tal vez haya una forma de conseguirlo sin necesidad de hurgar en el motivador. ¿De qué herramientas dispones?
—Yo... No estoy segura. Creía que utilizarías la Fuerza de alguna manera u otra —dijo Akanah—. Que doblarías un contacto, o que interrumpirías algún circuito y...
Luke meneó la cabeza.
—Antes de que puedas tratar de utilizar esa clase de truco necesitas saber con toda exactitud cuál es la estructura interna de lo que quieres alterar..., y nunca he metido las manos dentro del panel de acceso de una Aventurera Verpine.
—Estás empezando a destruir todas mis ilusiones sobre la omnipotencia de los Jedi —dijo Akanah, y la sombra de una sonrisa aleteó en sus labios.
Luke dejó escapar una suave carcajada y se levantó del asiento de pilotaje.
—La verdad es que, en la inmensa mayoría de ocasiones, la Fuerza no puede sustituir a un androide mecánico o a una caja de herramientas —dijo—. Y nunca he conocido a un Jedi que quisiera hacerse famoso por su milagrosa capacidad para arreglar las cocinas automáticas averiadas.
Sus palabras hicieron que la sonrisa de Akanah se volviera un poco más grande.
—¿Te dieron una llave del compartimiento del equipo cuando compraste este trasto?
—No —dijo Akanah, repentinamente preocupada.
—No importa —dijo Luke, y le dio una palmadita en el hombro mientras pasaba junto a ella—. Puedo vencer a una cerradura idiota sin necesidad de una caja de herramientas. Tú quédate aquí y no apartes los ojos del sensor de navegación. Vamos a ver si puedo hacer algo para que tengamos otra opción aparte de dejar transcurrir los días.
Luke estaba sentado al borde del compartimiento motriz, con sus pies colgando en el vacío justo encima de las bombas de combustible de los impulsores de espacio real. Volver a trabajar con herramientas le resultaba extraño y, al mismo tiempo, agradablemente familiar: las brisas calientes de Tatooine parecían estar soplando nuevamente a su alrededor, y los recuerdos sorprendentemente queridos de los años que había pasado en el hogar de los Lars habían surgido de la nada para invadir su mente.
«Chicos y máquinas —le parecía estar oyendo decir a su tía Beru en un tono lleno de perplejidad—. ¿Qué demonios verán los chicos en las máquinas, y por qué les gustarán tanto?»
Durante aquella etapa de la vida de Luke, todas sus horas de trabajo en la granja habían estado dedicadas a mantener en funcionamiento la abigarrada colección de androides de segunda mano y toscos evaporadores de humedad del tío Owen. Cuando terminaba con sus labores en la granja, Luke invertía sus ratos libres en arrancarles un poco más de velocidad a los motores del deslizador de superficie XP-30 que había rescatado del depósito de chatarra de Cabeza de Ancla, y en mejorar al máximo las capacidades del saltacielos T-16 de la familia para aquellas carreras en el Cañón del Mendigo.
La impaciencia adolescente había hecho que Tatooine le pareciese un erial y la granja una prisión, pero aquel mundo tenía mucho mejor aspecto cuando era contemplado a través de un filtro hecho de tiempo y experiencia.
Habían transcurrido muchos años desde entonces, pero Luke acababa de comprender lo mucho que había disfrutado de todas aquellas horas pasadas con la cabeza y las manos metidas dentro del hueco del panel de acceso de un motor, viviendo en un mundo sencillo y carente de misterios del cual era dueño y señor.
—Pareces contento —dijo Akanah, que había vuelto de la cubierta de vuelo sin que Luke se diera cuenta.
—Lo estoy —dijo Luke, retorciéndose y alzando los ojos hacia ella mientras se sorprendía al darse cuenta de lo feliz que se había estado sintiendo.
Akanah señaló el impulsor con una inclinación de la cabeza.
—¿Crees que serás capaz de arreglarlo? O de averiarlo, mejor dicho... Supongo que eso describe mejor lo que intentas hacer.
—Ya he acabado —dijo Luke—. En cuanto logré acceder al panel, enseguida vi que no iba a ser tan difícil como me había imaginado. De hecho, el sistema de bloqueo no está conectado al impulsor... Está aquí, en el controlador de navegación. ¿Lo ves? Si no recibe una señal de los transductores de la Zona de Control de Vuelo, el controlador no permite que el sistema de impulsión... —Luke vio que Akanah estaba poniendo cara de no entender nada y se calló—. Bueno, da igual: ahora sólo estoy examinando el resto de sistemas para poder resolver el próximo problema cuando se presente.
—¿Ya has terminado? ¡Eso es maravilloso! —exclamó Akanah—. Me siento terriblemente impresionada... No sé absolutamente nada sobre tecnología. Ni siquiera he asistido a un curso de sistemas domésticos, ¿sabes? Cuando echo una mirada ahí dentro, no tengo ni idea de lo que estoy viendo. Tú probablemente sí sabes lo que estás viendo —añadió.
—Bueno... Deberíamos hacer algunas pruebas antes de que lo necesitemos. He de averiguar si alguno de estos trastos tenía alguna función realmente importante —dijo, abriendo la mano y permitiendo que una pequeña cascada de conexiones metálicas, pasadores y cables cayera sobre la cubierta.
El destello de alarma que iluminó los ojos de Akanah hizo que Luke se echara a reír.
—Sólo estaba bromeando —se apresuró a añadir—. Al menos en lo que respecta a estas piezas, claro... Aun así, deberíamos hacer algunas pruebas. Estaba pensando que quizá podríamos saltar al hiperespacio un poco antes de lo que habíamos previsto. Incluso quince minutos bastarían.
—¿Qué me dices de la lista de alerta?
—El límite de la Zona de Control de Vuelo no es una línea trazada con regla que divida el espacio en dos áreas: hay una franja amarilla que está considerada como una especie de terreno neutral, ¿comprendes? Podemos saltar al hiperespacio desde ese punto sin atraer la atención de nadie, y la prueba seguiría siendo válida. Pero estoy seguro de que funcionará.
—Así que sabes arreglar cocinas automáticas averiadas —dijo maliciosamente Akanah mientras se sentaba sobre la cubierta entre un revoloteo de faldas—. ¿En qué estabas pensando cuando entré?
—En el hogar —se limitó a responder Luke.
Akanah apoyó la espalda en uno de los paneles del cableado.
—Es curioso... He pasado la mayor parte de mi vida en Carratos, pero la palabra «hogar» siempre me hace pensar en Lucazec.
—Y a mí en Tatooine —confesó Luke—. Siempre dije que lo mejor que se podía hacer con Tatooine era mantenerse lo más lejos posible de allí, pero ahora... Bueno, la verdad es que ahora ya no estoy tan seguro de ello. Puede que vivir en Tatooine no sea tan malo después de todo.
—Casi todos mis recuerdos de laltra son buenos —dijo Akanah—. Supongo que ésa es una de las razones por las que lo que hiciste allí me afectó tanto. Ahora también tengo ese recuerdo, y preferiría no tenerlo.
—Por lo menos ahora estás aquí y puedes acordarte de ello —dijo Luke—. Lo siento, pero no estoy dispuesto a sentirme culpable por haberte salvado.
—¿Y qué me dices de la muerte de esos dos hombres? ¿Qué sentimientos te ha inspirado?
—Uno de ellos se suicidó —dijo Luke, sacando los pies del hueco de la trampilla de acceso y volviéndose hasta quedar de cara a la joven.
—El comandante Paffen.
Luke asintió.
—Dijo algo sobre un veneno, ¿recuerdas? Yo no quería que muriese. Estaba intentando interrogarle.
—¿Y el otro? El que casi partiste por la mitad con tu espada de luz... ¿Estabas tratando de matarle?
—Ese hombre estaba protegido por un escudo personal —dijo Luke—. Hay que asestar un golpe muy potente para atravesarlo..., y cuando la hoja de energía de tu espada de luz por fin se abre paso a través del escudo, entonces resulta muy difícil detenerla antes de que haya causado muchos daños.
—Comprendo. ¿Estabas tratando de matarle?
—¿No acabo de responder a esa pregunta?
—Me parece que no lo has hecho —dijo Akanah con una tímida sonrisa.
Luke se inclinó hacia atrás hasta apoyar la espalda en el mamparo de su lado del compartimiento.
—Supongo que la verdad es que, en ese momento, me daba igual que viviera o muriese.
Akanah movió la cabeza en una lenta negativa.
—Eso es lo que me resulta tan difícil de entender, Luke... No puedo entender que no fueras consciente de todo el poder que tenías en tus manos.
—Lo único que me importaba de ese poder era que me permitía protegerte de ellos —replicó Luke—. Después me dijiste que no corrías ningún peligro, pero entonces no lo parecía.
—Sí —dijo Akanah—. Eso ya lo he entendido. Pero... Luke, hay algo que debo pedirte: he de pedirte que nunca vuelvas a matar para salvarme. Me alegra saber que te importo tanto, pero llevar los gritos y la sangre de esos hombres dentro de mi memoria, y saber que murieron en las ruinas de un sitio que amaba tanto me desgarra el corazón y me llena de tristeza.
—No sé si puedo hacerte esa promesa —dijo Luke—. Yo también tengo una conciencia a la que debo satisfacer, y a veces me exige que luche por mis amigos.
—Te exige que mates por tus amigos.
—Cuando es necesario.
—¿Es así como crees que han de ser los Jedi, Luke? Y también me pregunto si los Jedi están dispuestos a matar para proteger a sus amigos de Coruscant...
Luke entrecerró los ojos y la contempló en silencio durante unos momentos.
—¿Qué estás intentando decir? —preguntó por fin.
—Estoy intentando entenderlo —replicó Akanah—. Quiero saber qué significan exactamente tus Jedi para la Nueva República, y qué significa la Nueva República para ti. ¿Estás adiestrando a los Caballeros Jedi para que sean la nueva élite guerrera de Coruscant? ¿Qué estarás dispuesto a hacer cuando el comandante en jefe te llame?
—Pero es que en realidad las cosas no funcionan así, Akanah —dijo Luke—. Leia no da órdenes a los Jedi. Puede pedir que les ayudemos, y puede pedírselo a uno de nosotros o a todos, pero podemos negarnos a hacerlo. Y a veces lo hacemos.
—Pero tu Academia Jedi cuenta con el apoyo y la ayuda de la Nueva República. Tú tenías un navío militar en tu hangar. ¿Puedes permitirte el lujo de ofenderles?
—Los Jedi no somos mercenarios —dijo Luke, con una repentina sombra de dureza en la voz—. Cuando luchamos, nos guiamos por una elección personal..., y luchamos en defensa de los principios de nuestro credo. Coruscant ayuda en todo lo que puede a la Academia Jedi porque el recuerdo de los Jedi es un poderoso factor de estabilidad. Lo que más quieren y necesitan por encima de todo es nuestra presencia.
—Ésa es la parte de la tradición que me preocupa —dijo Akanah—. Los Jedi fueron los guardianes de la paz y la justicia en la Antigua República durante un millar de generaciones, o eso es lo que dice la leyenda. Pero si tuvieras que elegir entre la paz y la justicia, ¿por cuál te decidirías?