Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (6 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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—Bueno, supongo que ese truco de la entrada sólo puede utilizarse una vez —dijo Lando. El sudor había empañado el interior de su placa facial—. ¿Dónde aprendiste esa maniobra que has usado para meterme por el agujero?

—La aprendí en Oko E cuando pasé unos días allí bajando por los torrentes en una balsa —dijo Lobot—. Es el método más eficaz para sacar a un compañero de balsa del río antes de que los bloques de azufre helado lo arrastren al fondo. Desde entonces no había vuelto a tomarme unas vacaciones —añadió.

—Nunca dejarás de sorprenderme, Lobot —dijo Lando—. ¿Estáis todos bien?

—Estoy seguro de que algunos de mis circuitos se han recalentado —declaró Cetrespeó—. Con su permiso, amo Lando, me gustaría llevar a cabo una rutina de autodiagnóstico.

—Adelante —dijo Lando—. Mientras tanto, nosotros sacaremos a Erredós de ese agujero que ha hecho. Después podremos empezar a decidir qué hacemos a continuación.

—Eso no debería resultar demasiado difícil —dijo Lobot—. Las opciones parecen reducirse a ir por ahí... —cruzó los brazos encima del pecho, usando un dedo de cada mano para señalar las dos direcciones posibles—, o por ahí.

—Shhh —dijo Lando, ladeando la cabeza—. Espera un momento... Escucha.

Los dos escucharon en silencio y con creciente consternación. Los ecos ahogados del gruñido de entrada resonaron durante un buen rato en las misteriosas oquedades del Vagabundo antes de desvanecerse.

—Maldición —dijo Lando, y suspiró—. Ha vuelto a saltar.

—Aquí hay algo interesante —dijo Josala Krenn.

Kroddok Stopa se inclinó sobre el sensor de superficie. La imagen de colores falsos mostraba las ondulaciones trazadas por el gran glaciar en su serpenteante trayectoria a lo largo de un valle de paredes muy escarpadas que iba haciéndose más ancho a medida que se dirigía hacia un mar helado.

—¿Dónde?

—Aquí —dijo Josala, señalando una hilera de manchitas azuladas esparcidas a lo largo del extremo noreste del glaciar—. Han aparecido en las lecturas del radar de detección lateral, y según los sensores tienen entre once y diecinueve metros de hielo encima.

—¿Pueden ser rocas de la morrena lateral?

—No, y por dos razones. En primer lugar, sus dimensiones son tremendamente regulares: todos tienen forma oblonga, y miden entre uno coma cinco y dos metros en el eje más largo. Y en segundo lugar... ¿Qué sabes sobre las líneas de flujo en la zona de acumulación de un glaciar?

—Nada de nada.

—Todo lo que cae sobre la superficie de un glaciar se va desplazando valle abajo junto con el hielo, y se va hundiendo en el cuerpo principal del glaciar a medida que la nieve le va cayendo encima —dijo Josala—. La morrena lateral que atraviesa esa parte del glaciar está formada por rocas que se han ido desprendiendo de este risco —siguió diciendo, y señaló un valle lateral que se encontraba bastante atrás en la trayectoria recorrida por el glaciar.

—Eso quiere decir que cuando la roca llega aquí...

—Se encuentra a cincuenta metros de profundidad. Esos objetos no llevan tanto tiempo dentro del hielo como la roca que hay por debajo de ellos, y además tendrían que haber aparecido en algún punto de esta zona del hielo.

Josala describió un círculo con el dedo por encima de un área llana que se encontraba casi al comienzo del valle.

—Justo en el centro de la nada —dijo Stopa.

—Exacto. —Josala reflexionó en silencio durante unos momentos, y su rostro se frunció en una mueca pensativa—. En los casos de cambio climático de naturaleza cataclísmica siempre resulta bastante difícil establecer una cronología fiable, claro, pero aun así... Bueno, sean lo que sean, yo diría que sólo llevan entre cincuenta y cien años dentro del hielo.

Stopa abrió mucho los ojos.

—Cadáveres. Entierros en el hielo.

—Eso es lo que había pensado.

—Tiene sentido. Grupos nómadas, o tal vez cavernas en algún lugar de los alrededores..., grutas en el hielo, probablemente.

—Si hemos conseguido descubrir dónde murieron, da igual dónde vivieran.

—¿A qué profundidad se encuentra el más próximo de esos cuerpos? ¿Once metros, dijiste? —Josala asintió, y Stopa se volvió hacia el piloto—. Vamos a necesitar nuestro vehículo de exploración.

—Kroddok...

—Lo sé, lo sé. Pero escúchame antes: esperaremos hasta que haga buen tiempo —dijo Stopa, con un chispazo de animación iluminándole los ojos al pensar en lo que harían—. Colocaremos el vehículo de exploración justo encima del yacimiento. Dejaremos el motor funcionando en punto muerto para que no haya ninguna posibilidad de que algo se congele. Podremos trabajar desde el compartimiento de carga, porque lo único que hemos de hacer es obtener un núcleo. Nuestro equipo debería ser capaz de conseguirlo.

—¿Quieres perforar hasta obtener un núcleo? —exclamó Josala, horrorizada—. Eso destrozará los restos.

—Sí —dijo Stopa—. Ya sé que viola los protocolos habituales, pero nos han enviado aquí para recuperar cadáveres. Nos han enviado aquí para obtener material biológico, ¿no? Cuando lleguen nuestros refuerzos, pueden bajar y excavar en los otros yacimientos arqueológicos. Pero hasta que eso no ocurra, así tendremos algo que podremos analizar y sobre lo que podremos informar.

Josala meneó la cabeza.

—Francamente, preferiría esperar a que llegue la gente que sabe lo que está haciendo.

—Pero nosotros sabemos cómo obtener una muestra de núcleo —dijo Stopa—. Incluso un aprendiz de primer año sabe cómo hacerlo, Krenn. Saldremos de allí en treinta minutos..., puede que en veinte.

El rostro de Josala seguía mostrando con toda claridad su reluctancia.

Kroddok se le acercó un poco más y bajó la voz.

—La bonificación de la INR bastaría para financiar la expedición a Stovax —dijo—. Pero si esperamos a que llegue el
Abismos de Penga
, entonces tendremos que compartir la bonificación con ellos. De hecho, incluso es posible que al final no veamos ni un sólo crédito de todo ese dinero.

Después guardó silencio durante unos momentos para ver si ese último argumento lograba convencerla.

—Te doy mi palabra de que nos iremos a la primera señal de que vaya a haber problemas —siguió diciendo—. No, mejor aún... Te voy a nombrar jefe de la expedición. Cuando tú digas «Se acabó», entonces se acabó.

Josala, que todavía tenía el ceño fruncido, alzó la mirada hacia él y le contempló en silencio, y después sus ojos fueron hacia el piloto.

—Ya ha oído al doctor Stopa —dijo por fin—. Vamos a necesitar nuestro vehículo de exploración.

El pequeño Explorador Mundial Mark II de los arqueólogos se deslizó rápidamente sobre la cima del picacho nevado que se alzaba en el suroeste del glaciar e inició su descenso hacia el valle.

—Os tengo localizados en el haz de transmisión a ochocientos cincuenta metros —dijo la voz del piloto del
IX-26
.

Los sistemas de navegación y bancos sensores del vehículo de exploración eran mucho menos eficaces que los del hurón, por lo que el piloto había estado guiando a Stopa y Krenn hacia su destino desde el comienzo de su viaje.

—Recibido —dijo Stopa, que estaba manejando los controles—. Voy a desconectar los propulsores de vuelo y pasaré a la modalidad de aerodeslizador.

—Setecientos. Seiscientos. Quinientos cincuenta... Visto en las pantallas parecía mucho menos escarpado —dijo Josala.

—Los vehículos de exploración pueden trepar por pendientes de hasta cuarenta grados. No tendremos ningún problema.

—Va a ser como perforar roca.

—Pero el hielo no desgastará los taladros de la manera en que lo hace la roca —dijo Stopa—. Lo conseguiremos, no te preocupes.

—Doscientos veinte —estaba diciendo el piloto por los auriculares de Stopa—. Tuerce un poquito hacia estribor.

—Recibido —dijo Stopa—. Krenn, tenemos que intentarlo...

Una nube de partículas blancas surgió repentinamente de la nada por debajo del vehículo de exploración y se esparció alrededor de la carlinga, reduciendo la visibilidad hasta dejarla prácticamente en cero.

—Los chorros de nuestras toberas están removiendo la nieve del suelo —se apresuró a decir Stopa. Movió la palanca de control, y el vehículo de exploración salió ágilmente de la nube, que enseguida empezó a disiparse debajo de ellos—. Tranquilízate. No es nada serio.

—Ciento cincuenta.

—No puedes bajar en medio de una nube de polvo de nieve —dijo Josala—. Si te posas junto a uno de esos macizos helados, volcaremos antes de que los niveladores hidráulicos puedan hacer nada para evitarlo.

—Noventa y cinco.

—Me mantendré a diez metros de altura hasta que los chorros de las toberas hayan dispersado todos los restos sueltos de la zona —dijo Stopa sin inmutarse—. Si los sensores holográficos inferiores no me dan una imagen lo suficientemente clara, entonces no intentaré bajar. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo Josala, y suspiró.

—Sesenta —dijo el piloto—. Ve reduciendo la velocidad si no quieres pasar de largo.

Stoppa rozó los frenos de aire con la punta de un dedo e hizo retroceder la palanca de control con un movimiento casi imperceptible. El vehículo de exploración empezó a descender hacia el glaciar, y volvió a verse envuelto en una masa de nieve removida por los chorros de las toberas. Pero la nube que se arremolinaba a su alrededor no tardó mucho en ir volviéndose menos espesa, y el horizonte reapareció.

—Veinticinco.

Josala mantenía los ojos clavados en los visores de la carlinga.

—No puedo hacerme una idea de las distancias sin tener un referente. Esa especie de losa de hielo tan grande de ahí...

Stopa le dio unas palmaditas en el brazo.

—Es más grande y está más lejos de lo que crees.

—Diez. Ocho. Cinco. Despacio, despacio...

—Llévame hasta más-dieciséis. Quiero colocar la cola del vehículo de exploración justo encima.

—Estás encima. Más-seis. Más-nueve. Más-catorce...

Stopa bajó la palanca de control con un brusco empujón y el vehículo de exploración descendió de repente y se posó con un impacto que lo hizo vibrar, quedando con el morro inclinado hacia abajo e iniciando un lento deslizamiento lateral. El vehículo acabó deteniéndose con otra pequeña sacudida, y después se fue enderezando poco a poco.

—Hemos llegado —dijo Stopa, activando rápidamente los sensores inferiores y examinando las imágenes que transmitían.

Los más próximos a las toberas habían quedado recubiertos por una capa de vapor de hielo congelado, pero los sensores de proa y de popa estaban despejados. El soporte delantero parecía haber quedado incrustado en una pequeña grieta, aunque no había ningún daño evidente. La popa del vehículo de exploración estaba perfectamente nivelada por encima del hielo.

—Bueno, no ha estado nada mal —dijo Stopa con una sonrisa, y pasó los sistemas a la modalidad de espera.

—Hagamos lo que hemos venido a hacer y larguémonos, ¿de acuerdo? —replicó Josala en un tono bastante malhumorado.

Se arrastraron a lo largo del acceso que pasaba por encima del compartimiento motriz orbital y terminaba en el hangar del equipo. Una vez allí se envolvieron en sus prendas para la nieve improvisadas, ayudándose el uno al otro: el único traje espacial de emergencia del hurón para ella y un traje aislante estándar de minero para él, con los guantes del traje espacial del piloto del hurón como protección adicional.

Cuando las puertas del hangar del equipo giraron sobre sus goznes y se abrieron, ninguno de los dos estaba preparado para enfrentarse a los cegadores destellos del glaciar. El cielo estaba totalmente despejado, y el sol blancoazulado iluminaba el paisaje con un frío fuego cristalino tan deslumbrante y cegador como el del mismo sol. El visor del casco de Josala se oscureció para filtrar el resplandor, pero Stopa tuvo que desviar la mirada y entrecerrar los ojos para no quedar totalmente cegado.

—¡Esto es realmente espectacular! —exclamó, visiblemente entusiasmado.

—Ya te dedicarás a contemplar el paisaje cuando hayamos terminado —le riñó Josala.

Todo requirió más tiempo del que hubiese debido. La base del taladro para la obtención de núcleos no quería quedar encajada en la posición de encendido, lo que dio un nuevo motivo de preocupación a Josala e hizo que se preguntara si las compuertas del hangar se cerrarían correctamente cuando hubiera llegado el momento de irse. Los guantes apenas les permitían usar las manos, y convirtieron la rutina de montar las primeras secciones del tubo de perforación en una auténtica prueba. Cuando Josala intentó localizar el cadáver enterrado debajo de ellos mediante un sondeo sónico, el resultado quedó contaminado por una serie de ecos enloquecidos.

La montura giroscópica del taladro había quedado recubierta por una fina capa de hielo que no se rompería hasta que hubieran activado el taladro, lo cual complicó todavía más la alineación de los sondeos sónicos de Josala.

Pero después de muchos esfuerzos la punta del taladro por fin empezó a abrirse paso a través de la superficie del glaciar y fue avanzando hacia sus profundidades.

—¡Siete secciones! —gritó Stopa para hacerse oír por encima del estrépito del taladro—. Con este ángulo, vamos a necesitar siete secciones.

Josala agitó la mano para indicarle que le había oído y se dio la vuelta para coger la sección siguiente de la plataforma. La sección pareció ondular debajo de sus dedos, y Josala se apresuró a retirar la mano.

Colocó el guante sobre la pared del hangar y percibió una leve vibración.

Fue entonces cuando comprendió que lo que había tomado por temblores de su cuerpo era en realidad un continuo estremecerse de la cubierta del vehículo de exploración, que estaba vibrando debajo de sus pies. El taladro había empezado a rugir, como si sus anillos de fijación se hubieran desintegrado y los lubricantes se hubieran convertido en una masa sólida que estaba siendo triturada por los giros de la perforación.

—¡Apágalo! —gritó, yendo hacia Stopa. Su compañero estaba inclinado sobre el impulsor del taladro, con toda su atención concentrada en su lenta progresión—. ¡Apágalo!

Stopa alzó la mirada hacia ella sin entender nada, y Josala alargó la mano hacia los controles.

El cilindro del núcleo perforador se detuvo después de haber descrito un último giro, pero ni la vibración ni el ruido cesaron. De hecho, ocurrió todo lo contrario: el ruido se estaba intensificando, y los temblores se iban volviendo cada vez más violentos.

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