Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (4 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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—No tengo ninguna explicación —admitió Rieekan.

—General Rieekan, ¿estoy en un error, o es cierto que el guante estaba intacto y que no había ni rastro de sangre en él? —preguntó la senadora Cair Tok Noimm.

—Así es. El guante estaba intacto y no había rastros de sangre en él.

La senadora asintió.

—En tal caso, la recuperación de ese guante no me parece una razón suficiente para abandonar a esas personas a su destino.

—Bien, pues yo no tengo muy claro qué podemos hacer por ellas —dijo el senador Amanamam, que representaba a los bodas en Coruscant—. A menos que la senadora Noimm desee dirigirnos en una sesión de oración para que elevemos nuestras plegarias a la Estrella Madre...

La risa que resonó alrededor de la mesa fue bastante fría, pero su gelidez no era nada comparada con el destello helado que brilló en los ojos de Noimm.

—Hay dos vidas en juego..., y se trata de las vidas de dos valiosos amigos de la Nueva República. Le ruego que tenga la bondad de recordar que los androides también son bastante valiosos, pues jugaron un papel bastante importante en el proceso que hizo posible que llegara a existir una Nueva República. Dudo que existan androides más conocidos que esos dos..., o más queridos, si a eso vamos.

—Si esos androides son tan importantes para la Nueva República, deberían estar en un museo junto con el resto de objetos dignos de ser venerados y amados —dijo Praget en un tono bastante seco.

—¿Junto con Luke Skywalker, a quien pertenecen? —preguntó el senador Lillald—. No tengo más remedio que estar totalmente de acuerdo con Cair Tok. Le aseguro que no quiero tener que enfrentarme a las preguntas que se formularían si los cuatro miembros de ese grupo de abordaje desapareciesen durante una misión que nosotros les habíamos encomendado y no hiciéramos ningún esfuerzo para rescatarlos.

—¿Una misión que nosotros les habíamos encomendado? ¿Ha leído el informe de cómo consiguieron entrar en la nave? —preguntó el senador Amanamam—. Francamente, no creo que se pueda decir que nos estuvieran prestando ningún servicio... General, ¿tendría la bondad de explicarnos por qué el general Calrissian y los demás han acabado viéndose involucrados en todo este asunto? No recuerdo que se los mencionara en el plan de la expedición que nos presentó.

—El general Calrissian representaba a la Flota en esta misión, a petición del Departamento de la Flota —dijo Rieekan en un tono tan seco como decidido—. En cuanto a los demás, son su personal de apoyo, y al parecer formaban un equipo reunido específicamente para esta misión.

—¡Todo esto es increíblemente absurdo! —exclamó Praget, que estaba enfureciéndose por momentos—. Si quienes estuviesen a bordo del Vagabundo fueran Hammax y sus hombres, como tendría que haber ocurrido, entonces no estaríamos manteniendo esta discusión. O habrían logrado hacerse con el control de la nave, o ahora estaríamos enviando nuestras condolencias a las familias de los desaparecidos en acción.

—Senador...

—Pero Pakkpekatt permitió que esos entrometidos que no tienen nada que ver con nuestras organizaciones, esos..., esos aficionados intervinieran, y de repente se ha vuelto totalmente imposible olvidarnos de nuestras pérdidas de una manera mínimamente profesional.

Rieekan hizo un nuevo intento.

—Senador, desearía preguntarle si los informes remitidos por el coronel Pakkpekatt le han inducido a reevaluar los beneficios potenciales que podemos esperar obtener si conseguimos hacernos con la nave de los qellas.

—No, general —dijo Praget, con una sombra de impaciencia en la voz al verse manipulado de aquella manera—. Sigo estando totalmente convencido de que ese artefacto merece todo el interés que le estamos dedicando. Pero no me parece que las circunstancias justifiquen enviar una armada de clasificación Fuerza Dos para que se dedique a vagabundear por un volumen de mil años luz cúbicos en lo que muy probablemente será una empresa inútil.

—Con todas las incógnitas por resolver que hay en Farlax, estoy seguro de que podemos emplear esas naves en cosas mucho mejores que perseguir a un fantasma —dijo el senador Amanamam—. El Vagabundo volverá a aparecer.

—En ese caso, ¿se encargará de transmitir personalmente nuestras disculpas a Luke Skywalker? —preguntó la senadora Noimm con voz cortante—. ¿Se pondrá a disposición de las redes de noticias para explicarles exactamente bajo qué circunstancias desaparecieron esas personalidades tan notables?

—Si se me permite hacer una sugerencia... —empezó a decir Rieekan.

—Por supuesto —dijo Praget.

—Un traje de contacto no está diseñado para aguantar durante mucho tiempo. Sus sistemas de reciclaje son sencillos y relativamente poco eficientes. Sus recursos consumibles, si son administrados con prudencia por el portador del traje, pueden llegar a durar unas doscientas horas..., y ciertamente no más de doscientas veinte —dijo el director del Servicio de Inteligencia.

—¿Propone que nos limitemos a esperar unos cuantos días y que luego hagamos una declaración oficial diciendo que han muerto?

—No exactamente —dijo Rieekan—. Si siguen vivos, el general y su equipo se sentirán considerablemente motivados a actuar de una manera lo más drástica posible. Durante los próximos días, harán cuanto esté a su alcance para obstaculizar al máximo la huida del navío de los qellas. Así pues, me parece que la prudencia nos aconseja permitir que Pakkpekatt continúe con la búsqueda durante..., digamos que quince días más.

—Aunque no sirva para nada más, por lo menos eso serviría para disipar la carga explosiva de la acusación de que habíamos abandonado al barón Calrissian a su destino —dijo el senador Amanamam, mientras lanzaba una mirada expectante al extremo de la mesa ocupado por la senadora Noimm.

—Si realmente quieren protegerse de cualquier posible consecuencia desagradable, entonces les sugiero que den un paso más y que propongan que enviemos a Pakkpekatt las naves adicionales que ha solicitado —dijo Noimm—. De lo contrario, la búsqueda podría ser interpretada como el mero gesto simbólico que es en realidad.

—No, no, no —dijo Praget—. Pakkpekatt no va a obtener más naves. Ese maldito e incompetente espantajo hortek... Después de lo que ha hecho, se merecería comparecer ante un tribunal de revisión y ser expulsado del servicio activo. Pero supongo que tendré que conformarme con que el general encuentre un agujero lo más profundo y oscuro posible para tirarlo dentro de él en cuanto esto haya terminado.

—No pienso apoyar su petición de que le enviemos más naves —dijo Rieekan, ignorando el resto de comentarios de Praget—. Tal como yo veo la situación, ahora disponemos de ciertos recursos a bordo del objetivo. Eso cambia la ecuación táctica. No vamos a tratar de conseguir que se meta en una red interdictara, y no vamos a disparar contra él. Nos basta con encontrarlo y estar allí para recoger a nuestra gente.

—Veo que en estos momentos Pakkpekatt sólo tiene comprometidos activamente a cuatro navíos en la persecución.

—Así es —dijo Rieekan—. Por lo tanto, pienso que sería razonable que empezáramos a analizar cómo podemos reducir las dimensiones de nuestro compromiso con ese proyecto. Si tienen la bondad de echar un vistazo a la página quince, que contiene la descripción general de la misión, y se fijan en la lista de reparto de funciones entre las distintas naves...

2

—¿Habías usado un desintegrador industrial anteriormente, Lando? —preguntó Lobot en un tono lleno de preocupación.

—Montones de veces —dijo Lando, colocándose entre el mamparo interior y el trineo del equipo y removiéndose hasta encontrar una buena posición—. Pero no me pidas que te haga una lista. El estatuto de limitaciones consideraría altamente delictivas algunas de ellas. Erredós, ¿podría tener un poco más de luz aquí, justo delante de mí?

El androide dirigió su cúpula hacia el techo y avanzó un poco, dejando tras de sí diminutas nubecillas de gas surgido de sus toberas y alterando levemente el ángulo de la iluminación.

—Muy bien, Erredós. Quédate donde estás.

—Procura no hacer un corte demasiado profundo —dijo Lobot—. Puede que haya mecanismos ocultos detrás del muro...

—Erredós nos ha asegurado una y otra vez que detrás de esta parte de la pared no hay absolutamente nada. El sonograma sólo mostraba un mamparo bastante delgado y un segundo compartimiento de cinco metros de diámetro al otro lado.

—Ya lo sé. Pero una nave de este tamaño podría tener unas compuertas de desperdicios o unos conductos de combustible de cinco metros de diámetro.

—¿Sabes una cosa, Lobot? Cuando pierdes el contacto con tus bases de datos, podrías competir con Cetrespeó en un campeonato de viejecitas asustadizas y llevarte el primer premio —dijo Lando, aunque en un tono más bien afectuoso—. ¿Algún cambio, Cetrespeó?

—No, amo Lando. No ha habido ninguna respuesta a mis primeros novecientos sesenta y un mil ochocientos...

—Guarda los detalles para tus archivos, ¿de acuerdo? —le interrumpió Lando—. Lobot, Cetrespeó, ya sé que estáis ardiendo en deseos de mirar por encima de mi hombro mientras hago esto. Pero si estuviera en vuestro lugar, me colocaría de tal manera que mi traje de contacto quedara entre vosotros y el desintegrador. Si cometo un error, de esa manera tal vez seguiréis estando en condiciones de aprender algo de él.

—Si Erredós quisiera abrir una conexión a su procesador de vídeo, podría... —empezó a decir Lobot.

—Hazlo, Erredós. —Lando alzó el desintegrador industrial con la mano derecha hasta colocarlo delante de su cara, y después usó la mano izquierda para ajustar el seleccionador en la posición del grosor de un cabello y la profundidad en mínima—. Bueno, puede que este mensaje por fin acabe obteniendo una respuesta... —añadió, y activó el desintegrador.

Guiada por la mano firme y segura de Lando, la hoja de energía blancoazulada fue trazando una línea recta a lo largo de la superficie del mamparo. Pero cuando Lando apartó el desintegrador para inspeccionar su trabajo, descubrió que el haz no había dejado ninguna marca: el mamparo estaba intacto.

—Bueno, parece que he tomado demasiadas precauciones —dijo, frunciendo el ceño—. Acércame un poco más el trineo, Lobot.

Cuando hubo acabado de ajustar su posición, Lando se inclinó hacia adelante y volvió a deslizar lentamente la hoja energética del desintegrador por encima del mamparo.

—Pero qué demonios...

—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Cetrespeó, muy preocupado, y se incorporó detrás de Lando para poder examinar la pared por encima de su hombro.

—Un montón de nada, eso es lo que está ocurriendo —replicó Lando sin intentar ocultar su disgusto—. Ni siquiera he conseguido ennegrecerlo.

—Creo que te equivocas, Lando —dijo Lobot—. Te ruego que vuelvas a intentarlo, y esta vez mueve el desintegrador más deprisa.

Lando hizo que el desintegrador describiera un rápido descenso a lo largo de la superficie del mamparo. El intenso resplandor de la hoja de energía dejó tras de sí una delgada línea negra, un corte limpio y recto que se cerró y se desvaneció una fracción de segundo después.

—¿Mamparos capaces de autorrepararse?

—Eso parece —dijo Lobot.

—Vaya, justo lo que necesitábamos —dijo Lando, desconectando el desintegrador industrial—. No puedo abrir una puerta para que salgamos por ella, porque no es lo suficientemente bien educada para permanecer abierta.

Lobot atrajo su atención con un suave golpecito en el casco y después señaló el desintegrador.

—¿Me dejas probar algo que se me acaba de ocurrir?

—El desintegrador es tuyo, chico.

Lando se lo entregó y se hizo a un lado, desplazándose con cautelosos tirones de las manos hasta que llegó al extremo posterior del trineo del equipo.

Lobot estudió los selectores del desintegrador industrial durante unos momentos y acabó decidiéndose por la posición de potencia perforadora media. Esta vez la hoja de energía apareció bajo la forma de un cono puntiagudo, que Lobot pegó a la pared hasta que la mitad de su longitud hubo desaparecido dentro de ella. Cuando lo apartó, había un agujero de unos pocos centímetros de diámetro en el mamparo.

El agujero empezó a cerrarse de inmediato, pero necesitó un período de tiempo perceptiblemente más largo que el corte para desvanecerse y, de hecho, permaneció abierto el tiempo suficiente para que Lobot pudiera inclinarse hasta pegar un ojo a él y echar un rápido vistazo por la brecha.

—Muy astuto, Lobot. Muy interesante. Entre uno y dos segundos, me parece —dijo Lando.

—Es justo el resultado que esperaba obtener —dijo Lobot, volviéndose hacia Lando—. Sean cuales sean los mecanismos involucrados, llenar un agujero exige transportar o sustituir una cantidad de material sustancialmente mayor que cuando sólo hay que sellar un corte.

—¿Has visto algo?

—Nada que pueda sernos de utilidad. Alguna clase de espacio abierto, tenuemente iluminado. Todo tenía un color más o menos amarillento.

—Probemos a hacer un agujero más grande —dijo Lando—. Erredós, ¿dispones de alguna clase de sensor remoto que puedas meter por el agujero?

—Nuestra lapa —sugirió Lobot—. Podríamos abrir un agujero y adherirla al otro lado del mamparo. Tanto Erredós como yo somos capaces de recibir los datos de sus sensores.

—No quiero hacer un agujero tan grande —dijo Lando—. No en esta ocasión, por lo menos... Cada vez que nos abrimos paso a través de ese mamparo, le estamos recordando a la nave que estamos aquí. No sé cuántas veces podremos morder antes de que el Vagabundo decida que debemos ser aplastados. Bueno, Erredós, ¿puedes hacerlo o no?

Erredós respondió con un pitido lleno de orgullo mientras un pequeño panel del equipo se abría en su cuerpo con un chasquido y una delgada varilla terminada en una diminuta bola plateada se extendía desde su interior.

—Oh, no sé por qué tienes que ser tan presuntuoso —le riñó Cetrespeó.

La respuesta emitida por Erredós poseía todas las características de una grosería electrónica.

—Bueno, pues yo sí estoy seguro de que el amo Lando no tiene por qué mantenerse al corriente de todos esos detalles —dijo Cetrespeó, empezando a enfadarse—. Ya no me acuerdo del tiempo que llevo soportándote, y puedo asegurarte que no me he dedicado a hacer una lista de todos los artilugios que llevas escondidos dentro de ese feo chasis de enano metálico que...

Lando dejó escapar un estridente silbido.

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