Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (32 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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«¿Se lo digo? ¿Esperamos aquí hasta saber algo más, o seguimos adelante?»

Mientras trazaba un curso alternativo —un curso que los llevaría lo más cerca posible de la frontera sin necesidad de llegar a cruzar la línea—, Luke se permitió tomar en consideración la horrenda posibilidad de que los yevethanos hubieran atacado J't'p'tan y hubieran exterminado a los fallanassis. Cabía la posibilidad de que él y Akanah hubieran emprendido su viaje demasiado tarde..., por sólo unas decenas de días. Nashira podía haber estado viva cuando despegaron de Coruscant..., y haber muerto antes de que saltaran al hiperespacio.

Akanah salió del cubículo sanitario, y Luke volvió a dejar el cuaderno de datos debajo de la tira de sujeción mientras la joven venía hacia él.

«Puedo soportar esta carga. Puedo aguantar la incertidumbre..., y ella no», se dijo mientras apagaba la pantalla secundaria.

—Tenemos un vector bastante bueno hasta Utharia —le dijo—. Es un mundo tarrackiano que se encuentra justo al otro lado de la frontera. Una vez allí, deberíamos poder repostar sin problemas.

—¿Has estado en Utharia?

—No —dijo Luke, transmitiendo las coordenadas al piloto automático—. ¿Y tú?

—Tampoco.

—No puede haber ninguna recomendación mejor —dijo Luke, sintiéndose repentinamente tan cansado como había fingido estar hacía un rato—. Cuando lleguemos allí, te compraré uno de esos sombreros de recuerdo para los turistas.

No esperó a que Akanah se instalara en su sillón. Luke desconectó el seguro del impulsor hiperespacial y empujó los actuadores hacia adelante, y sus manos curvaron el tiempo, estiraron las estrellas y lanzaron la nave hacia Utharis.

Luke yacía de espaldas sobre la litera y mantenía los ojos clavados en el fascinador que cubría el mamparo por encima de la litera.

El delgado panel ofrecía varias ilusiones holográficas dotadas de profundidad, concebidas para combatir la claustrofobia provocada por el confinamiento a bordo de la nave, que iban desde un despliegue de tramas de luces y colores hipnóticos para inducir el sueño hasta otras exhibiciones de naturaleza puramente recreativa. Extendiéndose delante de los ojos de Luke había una gran galaxia de brazo espiral cuyo disco giraba lentamente en una ilusión perfecta que reproducía la galaxia tal como Luke habría podido verla desde el exterior de la nave, a mil años luz por encima del plano galáctico.

Luke ya había contemplado ese espectáculo con anterioridad: había podido verlo desde la fragata médica de la Alianza, en el punto de cita perdido en el espacio profundo al que habían puesto el nombre en código de Refugio. Aquella visión hizo que su mente retrocediera en el tiempo y volviera a los meses siguientes a la catástrofe de Hoth y la huida de Bespin. Luke extendió su mano derecha, la mano biónica, y la alzó delante de su rostro y flexionó los dedos, recordando..., intentando recordar... Aún más que el abandonar Tatooine a bordo del
Halcón
con Han y Obi-Wan, había sido su encuentro con Vader, allí en la Ciudad de las Nubes, lo que había dividido la existencia de Luke en dos mitades. Antes de ese encuentro, Luke apenas se había diferenciado de cualquiera de las muchas víctimas que el Imperio iba dejando atrás sin prestarles atención: arrancado de su hogar por la brutalidad imperial, reclutado por la Rebelión más a causa de la rabia y la tragedia que de la ideología... Los haces desintegradores que mataron a Owen y Beru habían destruido un futuro y habían impulsado violentamente la vida de Luke hacia otro futuro muy distinto. Pero todo había parecido una cuestión de azar, no de destino.

Pero su encuentro con su padre había dejado caer un peso mucho más grande sobre sus hombros. Luke no comprendió lo que se esperaba de él hasta que se encontró colgando de aquel conducto de energía y oyó cómo la voz que surgía de detrás de la máscara negra pronunciaba palabras impensables.

Hasta entonces Luke no había sabido que sólo él y nadie más que él podía cargar con ese peso. Recordar ese momento era recordar el momento en el que Luke se había convertido en Luke. Remontarse en el pasado para ir más allá de ese momento resultaba prácticamente imposible.

«Cuando tienes treinta y cuatro años, ya casi no puedes recordar cómo eras a los veintiuno», pensó.

El suave chasquido del botón que desactivaba el seguro de la cortina interrumpió el curso de su introspección. Un instante después, las manos de Akanah apartaron las dos secciones de la cortina.

—No me preguntes cómo lo he sabido, pero estaba segura de que no dormías —dijo Akanah, obsequiándole con aquella fugaz sonrisa que se había vuelto tan familiar para Luke—. Creía haber respondido a todas tus preguntas, pero al parecer no ha sido así. ¿A qué nuevos enigmas le estás dando vueltas ahora?

Luke meneó la cabeza.

—Estaba pensando en cuándo dejé de ser un niño..., y en cuánto tiempo parece haber transcurrido desde entonces.

—¿Y sí vives hasta ser tan viejo como Yoda?

Los labios de Luke se curvaron en una sonrisa llena de melancolía.

—Entonces probablemente me reiré de mí mismo por haberme sentido tan viejo cuando todavía era tan joven.

—No es el tiempo, Luke, es la responsabilidad —dijo Akanah, y la sonrisa se desvaneció—. Ya sé que tienes derecho a un poco de intimidad, pero... Hay algo que no te he dicho, y hubiese debido hacerlo. Y... Bueno, pensé que no debía dejar pasar más tiempo antes de decírtelo.

Luke se incorporó hasta quedar apoyado en los codos.

—Adelante.

Akanah se sentó sobre la pequeña cornisa formada por las guías de la cortina.

—Aunque me he callado algunas cosas que tú tal vez habrías deseado saber antes, siempre he intentado no mentirte —dijo Akanah—. Pero te mentí acerca de Atzerri.

Luke se irguió un poco más en la litera.

—Oh, ¿sí?

—Te llevé a Atzerri usando falsos pretextos —dijo Akanah—. El círculo nunca estuvo allí. Tenías razón en lo del
Estrella de la Mañana
. La escritura de la Corriente que encontré en Teyr decía que había que ir a J't'p'tan.

—Y entonces ¿por qué fuimos a Atzerri?

—Tenía que hacerlo —dijo Akanah—. Tenía que tratar de encontrar a mi padre.

Luke la miró fijamente durante unos momentos, pero cuando habló lo hizo en un tono de voz sorprendentemente suave.

—¿Pensabas que no lo entendería?

—Me daba miedo lo que pudiera encontrar —dijo Akanah, bajando los ojos— y lo que pudieras pensar de mí si mi padre resultaba ser una persona a la que ni siquiera yo fuese capaz de respetar.

—Bueno... También puedo entender eso —dijo Luke—. Creo que Leia nunca se ha esforzado demasiado por encontrar a nuestra madre porque temía descubrir algo que no le gustara. Si estuviera en su lugar, tal vez yo también tendría miedo.

—¿Por qué?

Luke reflexionó en silencio durante unos momentos antes de responder.

—Los recuerdos que Leia guarda de nuestra madre son muy escasos y no nos han servido de mucho, pero aun así son como un tesoro para ella —dijo por fin—. Son los recuerdos de una niña: inocentes, idílicos... Y Leia los está protegiendo.

—¿Los está protegiendo? ¿De qué?

—De la realidad —replicó Luke—. Nada de cuanto Leia pueda llegar a descubrir sobre nuestra madre hará que esos recuerdos sean mejores de lo que ya son..., y en cambio podría descubrir muchas cosas que los mancharían. Leia nunca se ha visto obligada a tratar de entender toda esa complejidad que hace tan misteriosa a nuestra madre. ¿Qué clase de relación tenía con Vader? ¿Por qué tuvo hijos con ese hombre? ¿Por qué renunció a sus hijos? Cuando empiezas a permitir que una parte de ti mismo se haga ese tipo de preguntas, corres el riesgo de obtener una respuesta que no te va a gustar.

—Pero tu caso es distinto, ¿no?

—Yo no tengo recuerdos que proteger —dijo Luke, con una sombra de pena en la voz—. Sólo quiero saber cuál ha sido mi origen..., y qué más llevo dentro de mí. La posibilidad de llevarme una desilusión no me preocupa tanto como a Leia. —Luke se permitió una fugaz sonrisa sarcástica—. Aunque si descubriera que mi madre tuvo algo que ver con el proceso que acabó convirtiendo a Anakin Skywalker en Darth Vader...

—¡Oh, no! —exclamó Akanah, alzando la mirada y rozándole la mano en un gesto tranquilizador—. Te lo prometo... Nashira no es esa clase de mujer. Te ruego que me creas.

Luke asintió.

—Te creo.

—Eso es tan importante para mí..., y me temo que ahora he conseguido que te resulte imposible creer en nada de cuanto te diga —murmuró Akanah, con un temblor de angustia en la voz—. No quería que tuvieras ninguna razón para dudar de mí, y deseaba que no hubiera nada que pudiese impedirte acompañarme en mi viaje... —Sonrió melancólicamente—. Así que te mentí, naturalmente. Lo siento tanto, Luke... Sabía que no serviría de nada, claro. Sabía que nunca podría engañarte.

Luke curvó los dedos alrededor de la mano de Akanah y se la apretó suavemente.

—¿Encontraste a tu padre?

—Sí —dijo Akanah, y un brillo húmedo empezó a velar sus ojos—. En cierta manera, sí. Le encontré en el Distrito de Trasli. Es el jefecillo insignificante de una tribu mísera y harapienta, hinchado por los halagos y con el cerebro consumido por el azul de Rokna. No se acordaba de mi madre. No sabía que tuviera una hija. —Akanah intentó sonreír—. Esos pequeños fragmentos de nosotros que otras personas ocultan en su interior... Algunos conocen su valor, y otros los tratan como si no valieran nada. Cuando encuentres a Nashira, sé que ella te dará mucho más de lo que me dio Joreb Gross.

—No dispusiste de mucho tiempo —dijo Luke—. Podrías volver.

—No. Mi padre ha muerto —se limitó a decir Akanah—. Ahora hay otra persona viviendo en su cuerpo. Nunca volveré a hablar con esa persona.

Luke ya se había dado cuenta de que la calma de que estaba dando muestras Akanah en aquellos momentos sólo era el resultado de un gran esfuerzo de voluntad. La mano de la joven temblaba, sus ojos brillaban con el resplandor de las lágrimas producidas por aquella terrible pérdida, y su piel ardía con la fiebre repentina de su inconsolable desgracia. Pero Akanah nunca se permitiría pedirle nada más que su perdón.

—También entiendo eso —dijo con dulzura—. Sé lo que se siente al ver cómo esa puerta permanece cerrada y que más allá de ella sólo hay un espacio vacío... Lo siento, Akanah. Sé lo terriblemente doloroso que resulta.

—Él era mi última esperanza de encontrar una llave —dijo Akanah, sin poder evitar que el dolor que sentía fuese claramente audible en su voz—. Ahora los dos se han ido..., mi padre y mi madre. Si no encontramos el círculo, siempre estaré sola.

Las palabras ya no ofrecían ninguna esperanza de consolarla, y la necesidad de Akanah era demasiado aguda para que pudiese ser ignorada. Con un delicado tirón de su mano y una mirada de confirmación cuyo significado no podía estar más claro, Luke la invitó a subir a la litera con él.

Después de un momento de vacilación, Akanah se introdujo por el hueco que separaba las dos mitades de la cortina y se hizo un ovillo junto a él, acunada por la curva del brazo de Luke. Antes de que hubiera transcurrido mucho tiempo, ya estaba llorando con sollozos casi inaudibles mientras su cuerpo temblaba junto al de Luke.

Pero Luke tuvo la impresión de que aquellas lágrimas eran más bien un alivio acogido con alegría que una nueva muestra de aflicción. Sin decir nada, estrechó a Akanah entre sus brazos e intentó envolverla en una manta de consuelo.

La galaxia giraba igual que una rueda muy por encima de ellos, con todo su tumulto inmensamente lejano y, por el momento, completamente olvidado.

Tercera parte
Leia
10

El virrey Nil Spaar volvió al mundo-cuna de los yevethanos como algo más que un héroe y muy poco menos que un dios.

El día de su regreso, más de tres millones de los Puros se congregaron para contemplar cómo la esfera reluciente del
Aramadia
descendía a través de los plomizos cielos de N'zoth. La red planetaria y los sistemas de hipercomunicación imperiales permitieron que la inmensa multitud de Hariz estuviera unida a toda la población de los Doce y los nuevos mundos del Segundo Nacimiento. El navío consular quedó tan brillantemente iluminado por los reflectores que parecía como si un fragmento de estrella estuviera devolviendo al arquitecto de la Purificación al seno de su pueblo.


M toi darama
—susurraba la multitud—. El Bendito se presenta ante nosotros...

Los generadores de humo de la cobertura volante formada por los cazas de escolta, crearon espirales púrpura y carmesí que flotaron durante unos momentos en las alturas antes de iniciar un lento descenso hacia el suelo.

El rugido de los impulsores de ondas del
Aramadia
cayó sobre los millones de rostros alzados hacia el cielo de los Puros que se habían reunido allí para formar aquella gigantesca muchedumbre, y llenó de júbilo sus corazones. Todos acogieron el impacto de las oleadas de vibraciones con tanto deleite como si estuvieran siendo acariciados por las manos del mismísimo virrey.


Hi noka daraya!
—gritaron—. ¡El Resplandor se digna tocarme!

Miles de los que se encontraban más cerca de las barricadas quedaron sordos para siempre durante los últimos segundos del descenso, antes de que el
Aramadia
se posara sobre la estructura de sustentación, cuando las delicadas células capilares protegidas por la hilera de cavidades que se extendía a lo largo de las protuberancias óseas de sus sienes sufrieron espasmos tan violentos que acabaron chorreando sangre. Los yevethanos mutilados por las vibraciones cayeron de rodillas en un delirio de alegría, y gritaron el nombre del virrey mientras esparcían extáticamente la sangre sobre sus pechos como si fuera la más preciada de las medallas.

—Yo estuve en Hariz para dar la bienvenida al
darama
Spaar —dirían los sordos con orgullo en días venideros—. Mis oídos recuerdan el glorioso sonido de su gran poder lleno de pureza y amor, y ningún sonido inferior podrá hacérselo olvidar jamás.

A bordo del
Aramadia
, Nil Spaar permanecía inmóvil delante de la curvatura del ventanal de la galería de sus aposentos y contemplaba a la multitud.

La pantalla de seguridad incorporada al ventanal impedía que ésta pudiera verle, pero Nil Spaar sí podía ver que sus yevethanos cubrían la gigantesca explanada con una alfombra de cuerpos que se extendía casi hasta el horizonte.

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