Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Yo no lo encuentro tan inexplicable —dijo Lobot.
—¿De veras, señor?
—El instinto de conservación es una parte elemental de la autoconciencia..., incluso de la autoconciencia artificial. Es esa parte de nosotros que experimenta esa consciencia que tanto nos importa —dijo Lobot—. Estoy seguro de que renunciarías a eso —añadió, señalando el brazo inmóvil de Cetrespeó— para mantener intacta tu programación. De la misma manera en que yo renunciaría a esto... —señaló su conexión neural a través del visor de su casco— para preservar mi consciencia.
—No recuerdo haber experimentado esa reacción cuando era más joven, señor —dijo Cetrespeó—. Vaya, pero si he visto cómo muchos androides conocidos míos eran llevados al taller para ser sometidos a un borrado de memoria... Lo único que sentí entonces fue gratitud al ver que sus dueños se preocupaban por el bienestar de sus androides y eran conscientes de que éstos necesitaban ser sometidos a un programa de mantenimiento regular.
—El androide dorado ladeó la cabeza—. En cuanto a mi historial de mantenimiento, me temo que es realmente horrible... Es un milagro que todavía sea capaz de funcionar.
Lobot estuvo pensando en esa respuesta durante unos momentos.
—Sólo por curiosidad, Cetrespeó... ¿Se te ha ocurrido preguntarle a otros androides qué piensan sobre este tema?
—Sí, amo Lobot —dijo Cetrespeó—. Pero no parecieron comprender la pregunta. De hecho, uno de ellos reaccionó de una manera tan descortés que me acusó de padecer severos defectos computacionales agravados por especificaciones desviadas. ¿Puede imaginárselo?
—He tenido algunos encuentros con ese tipo de prejuicios —dijo Lobot, y suspiró—. No tengo ninguna respuesta que darte, Cetrespeó. Lo único que puedo decir es que me parece que esas preguntas merecen que volvamos a pensar en ellas cuando haya transcurrido algún tiempo.
—Gracias, amo Lobot —dijo Cetrespeó—. Eso haré.
Con excepción de los puntos ciegos originados por el
Precio de Sangre
y la góndola de remolque, el nódulo sensor que habían lanzado al espacio podía examinar varias horas luz en todas direcciones. Al ser la más cercana al espacio de las tres esferas concéntricas de defensa con que contaba Prakith, el primer propósito del patrullaje por el espacio profundo era el de detectar posibles amenazas militares mucho antes de que éstas pudieran llegar al planeta. Por esa razón, la ruta de patrulla de la nave hacía que pasara por las áreas de concentración final más adecuadas para lanzar un ataque contra Prakith, que se encontraban fuera del radio de alcance de los sensores orbitales y los sistemas de detección esparcidos por la superficie del planeta.
Pero un propósito igualmente importante era el de interceptar y reclamar como legítimo botín cualquier navío mercante o particular que fuese lo suficientemente temerario para ponerse a su alcance. Las capturas de naves no sólo eran una obligación, sino que también ofrecían una gran oportunidad. Un trofeo lo suficientemente grande podía servir para que toda la tripulación fuera ascendida a un puesto mejor, y cada capitán de patrulla del espacio profundo conocía historias de otros capitanes que habían vuelto a casa con un trofeo lo suficientemente rico para permitirles ganarse el favor del mismísimo Foga Brill.
Por esa razón, cuando el capitán Dogot fue apartado de sus exámenes de los nuevos miembros femeninos de la tripulación y vio el tamaño del contacto que acababa de aparecer en las pantallas ópticas, se apresuró a perdonar la interrupción.
—¿Qué identificación ha obtenido? —preguntó, examinando las lecturas por encima del hombro del jefe de seguridad.
—De momento ninguna —respondió el oficial—. La imagen es demasiado borrosa, y el objetivo guarda silencio en todas las bandas espectrales salvo en la óptica.
—Envíe una secuencia de interrogación a su transductor de navegación.
—No capto ninguna respuesta de un transductor en esas coordenadas.
—¿Distancia?
—Tres coma ocho horas luz..., casi en el límite de detección.
El capitán Dogot sopesó las posibilidades. Un navío de guerra de esas dimensiones sería un enemigo más que temible para una fragata de patrullaje, y Dogot necesitaría que la flota interior le enviara refuerzos. Pero un carguero de esas dimensiones supondría un botín de primera categoría, y en ese caso Dogot preferiría no tener que compartirlo con otros capitanes.
Durante un breve momento incluso llegó a tomar en consideración la idea de desprenderse del nódulo sensor y dejarlo flotando a la deriva, antes que perder la hora que necesitarían para recuperarlo. Abandonar el nódulo aseguraría que el
Precio de Sangre
fuese la primera nave en llegar al objetivo. Pero si el contacto acababa resultando ser un falso eco, o si el objetivo lograba escapar, entonces la pérdida del nódulo sensor —o el mero hecho de que hubiera sufrido cualquier clase de daños— le costaría su puesto, si es que no su vida.
—Recuperen el nódulo —ordenó por fin—. Preparen la nave para la entrada en el hiperespacio. Notifiquen al mando de patrullaje que estamos persiguiendo a un contacto no identificado en un vector cero-nueve-uno, cero-seis-seis y cero-cinco-tres.
El jefe de navegación hizo girar su asiento hasta quedar de cara a Dogot.
—Pero señor... La última coordenada del contacto es cero-cinco-cinco.
—Estoy seguro de que se equivoca —dijo Dogot sin inmutarse—. Jefe de comunicaciones, envíe el mensaje tal como yo lo había redactado. Estoy seguro de que el mando de patrulla querrá enviarnos más naves para que nos ayuden en nuestra misión. Jefe de navegación, ¿qué significaría un error de dos grados en esta distancia?
—Las... Eh... Las naves se encontrarían a varias horas de trayecto usando los impulsores sublumínicos, pero estarían demasiado cerca para poder efectuar un microsalto sin correr un serio peligro. —Una comprensión tardía iluminó sus ojos, y bajó la mirada hacia su consola—. Sí, señor... Cero-cinco-tres. Le agradezco que detectara mi error antes de que tuviera consecuencias indeseables.
—Veo que has vuelto a dormirte en horas de trabajo. ¿Sabías que cuando roncas haces más ruido que una sierra mecánica cortando un tronco de palo de hierro?
La voz de Lando surgió con seca nitidez de los altavoces del comunicador de su casco y despertó de golpe a un adormilado Lobot. Alzó la mirada para descubrir que Lando y Erredós volvían a estar en la cámara 21, y que la entrada se estaba cerrando rápidamente detrás de ellos. Lando sostenía el casco debajo de su brazo, y estaba sonriendo de oreja a oreja.
—Lando... ¿Qué estás haciendo?
—¿Se ha vuelto loco, amo Lando? —preguntó Cetrespeó, muy alarmado—. ¡Debe volver a ponerse el casco inmediatamente, o se ahogará!
—Ya hace casi una hora que no lo llevo puesto —replicó Lando—. ¿No os habíais preguntado cómo era posible que algo ardiera en una atmósfera que tenía un noventa por ciento de nitrógeno y dióxido de carbono?
—Parece ser que no dispongo de los datos necesarios para formularme esa clase de preguntas —dijo Lobot—, y además estaba pensando en otras cosas.
—Bueno, pues la respuesta es que no puede —dijo Lando—. Lo que tenía que averiguar era si esta cámara era la única cuya atmósfera había sido enriquecida con oxígeno.
—Y al parecer no era la única.
—No, porque ocurrió algo mientras dormíamos. Ahora todas las cámaras desde aquí hasta la número uno tienen una atmósfera respirable. Venga, quítate el casco... Anda, haz la prueba.
El aire era fresco y seco, y los pulmones de Lobot lo encontraron delicioso. El ciborg, que se sentía cada vez más perplejo, miró fijamente a Lando.
—¿A qué puede obedecer este cambio tan repentino?
—Tú fuiste el primero en decirlo, Lobot; esta nave no quiere hacernos ningún daño. Estaba esperando visitantes.
—Pero después de entrar en ella fuimos por el camino equivocado —dijo Lobot con expresión pensativa mientras se rascaba vigorosamente su calva cabeza—. La nave no esperaba que nos dedicáramos a vagabundear por el sistema de armamento, que tiene sus propias necesidades ambientales específicas. Se suponía que debíamos pasar por el museo.
—El cual había permanecido desactivado y a la espera hasta nuestra llegada —dijo Lando—. Todo encaja. El oxígeno es altamente reactivo, y se comporta como un agente reductor. Mantener baja la presión del oxígeno y alta la del dióxido de carbono protege a la nave del fuego, y a todas las piezas del museo de la corrosión. Los Destructores Estelares siempre inundan los compartimentos que contienen equipo de importancia vital con una mezcla de nitrógeno y dióxido de carbono antes de entrar en combate.
—¿Y qué ha sido de todo el dióxido de carbono que había en el aire? ¿Ha sido reciclado?
—Sí, y mediante el procedimiento original y que sigue siendo el mejor que existe —le explicó Lando—. La nave lo aspiró, metió el carbono no sé dónde y devolvió el oxígeno. ¿Es que no lo entiendes, Lobot? Esta nave está viva.
Siguiendo las órdenes del capitán Dogot, el
Precio de Sangre
empezó a cargar su cañón iónico principal inmediatamente después de haber salido del hiperespacio.
No habría negociaciones, disparos de advertencia o exigencias de rendición. Dogot no tenía intención de permitir que el capitán del navío intruso pudiera mover ni un dedo. A menos que la nueva inspección del objetivo que llevarían a cabo en cuanto estuvieran más cerca demostrase que se trataba de un navío amigo, o de un buque de guerra de la clase crucero o más pesado, Dogot usaría los cañones sin perder ni un solo instante. Las conversaciones podían esperar hasta que sus cañones hubieran dejado incapacitada a la otra nave.
—Adquisición del blanco terminada —anunció el jefe de artilleros—. Veinte segundos para completar el proceso de carga.
—Se confirma que el blanco es una nave desconocida —anunció el jefe de analistas—. El diseño es desconocido. Clase de desplazamiento estimada, gama-plus. No se han detectado portillas de armamento a proa.
—La velocidad real del blanco es de cincuenta y dos metros por segundo —anunció el jefe de navegación—. La velocidad de aproximación del blanco es de mil ochocientos dieciséis metros por segundo.
El capitán Dogot estudió la imagen que le estaba mostrando su pantalla.
Casi parecía demasiado bueno para poder ser verdad: un gigantesco navío desprovisto de armamento y protección que se arrastraba lentamente por el espacio...
—¿Hay algún otro navío de Prakith visible en el tablero? —preguntó.
—El crucero ligero
Gorath
y el destructor
Tobay
se encuentran a unos veinte millones de kilómetros a babor —respondió el jefe de navegación—. Todavía tardarán un buen rato en llegar aquí.
—Muy bien —dijo Dogot—. Entonces debemos hacer cuanto podamos sin esperar a que lleguen. Jefe de artilleros, puede abrir fuego cuando esté preparado. Sólo las baterías iónicas: quiero que esa nave quede incapacitada, no que la destruyan. Comandante de las tropas de asalto, vaya preparando a sus unidades para el abordaje...
Lando y Lobot se habían quitado los trajes de contacto durante un rato para estirarse y rascarse, incluso se habían permitido usar un paño mojado para quitarse de encima todas las irritaciones que habían ido acumulando, sacrificando una pequeña parte de sus preciosas reservas de agua a fin de recuperar un mínimo grado de dignidad y comodidad.
Los sistemas de eliminación de desperdicios corporales de los trajes de contacto ya eran razón más que suficiente para que estuvieran obligados a volver a ponérselos tarde o temprano. Tampoco podían permitirse el lujo de prescindir de los sistemas de comunicación y maniobra, desde luego, pero ninguno de los dos hombres tenía mucha prisa por renunciar a su inesperada libertad. Las secciones de los trajes flotaban por la cámara como cadáveres desmembrados mientras Erredós y Cetrespeó las contemplaban con mecánica impasibilidad sin que el espectáculo pareciera impresionarles en lo más mínimo.
—Discúlpeme, amo Lando, pero ¿no cree que deberíamos seguir buscando la sala de control de esta nave? No creo que esto haya producido ninguna alteración realmente significativa en nuestra situación, y además...
Erredós le interrumpió con una repentina y estridente serie de graznidos electrónicos.
—Ahora soy yo quien está hablando con ellos, Erredós —replicó Cetrespeó—. Espera a que haya terminado, y entonces podrás... ¿Qué? ¿Otra nave? ¿Y viene directamente hacia nosotros? Oh, Erredós... Estamos salvados. Sabía que el coronel vendría a rescatarnos...
—Intenta calmarte un poco, Cetrespeó, ¿de acuerdo? ¿Qué está pasando?
—Erredós dice que los sensores de nuestra lapa están detectando otra nave que viene hacia nosotros siguiendo una trayectoria de intercepción.
Unos segundos después el panorama espacial visto en gran angular transmitido por los sensores de la lapa adherida al casco del Vagabundo llenó la mitad de la cámara. La nave que se aproximaba era claramente visible en el extremo izquierdo de la proyección, hacia la proa.
—Es una fragata de escolta imperial —dijo Lando nada más verla—. El viejo diseño KYD original, con toda la artillería pesada delante... Y parece que las portillas de sus cañones están abiertas.
—¿No deberíamos enviarles alguna clase de señal, amo Lando? —preguntó Cetrespeó.
—No es de nuestra armada, Cetrespeó —replicó Lobot.
—La única señal que quiero enviarle a esa nave es un adiós y hasta nunca —dijo Lando, alargando el brazo y rozando la pared de la cámara con las puntas de los dedos—. Venga, abuelita, no te quedes rondando por aquí para que nos entreguen su tarjeta de visita...
—Amo Lando, Erredós dice que ha detectado dos naves más que también se están aproximando, pero se encuentran mucho más lejos. Puede que una de ellas sea el
Glorioso
.
—No si vienen de esa dirección... ¡Oh, infiernos!
La proa de la fragata que se aproximaba a toda velocidad acababa de desaparecer detrás de la burbuja de plasma blancoamarillento de una andanada iónica. Una fracción de segundo después la holoproyección se convirtió en un chisporroteo blanco y se esfumó. Erredós lanzó un chillido de consternación, y la nave se estremeció debajo de ellos.
—Los sensores de nuestra lapa se han fundido —dijo Lobot, girando en el aire mientras intentaba deslizar la mitad inferior de su traje de contacto a lo largo de sus piernas—. Erredós ya no está recibiendo ningún dato de ellos.