Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (5 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
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—Eh, pareja: dejadlo para más tarde, ¿de acuerdo? Cetrespeó, ¿hay alguna parte de lo que ha dicho Erredós que yo necesite conocer?

—Amo Lando, Erredós ha dicho que los androides astromecánicos suelen verse en la necesidad de inspeccionar sistemas situados en recintos bastante pequeños —dijo Cetrespeó en un tono francamente seco—. Al parecer cree que las unidades R2 son lo suficientemente importantes como para que ese hecho sea conocido por todos. Erredós es un androide pequeño, pero está muy orgulloso de sí mismo.

—Sí, ya... Bueno, te confieso que siempre he pensado que es una lástima que Erredós no posea tu modestia, Cetrespeó —dijo Lando, volviendo a instalarse en el centro del trineo del equipo y recuperando el desintegrador industrial que había estado sosteniendo Lobot—. ¿Has hecho alguna amistad nueva desde que empezamos a usar este trasto?

—No ha habido absolutamente ninguna respuesta de los dueños de esta nave desde que empecé a tratar de ponerme en contacto con ellos —dijo Cetrespeó—. Le sugiero que siga adelante con su plan, sea cual sea.

Lando cambió la posición del selector a potencia media y volvió a conectar el desintegrador.

—Acércate un poco más, Erredós, quiero que metas tu varilla sensora por ese agujero lo más deprisa posible. Pero no dejes que te atrape cuando se cierre. Además tengo otro trabajo para ti y para Lobot: quiero que me digáis cuáles son las dimensiones del agujero que abro y exactamente cuánto tiempo tarda en cerrarse. ¿Estáis todos preparados? Pues entonces, adelante.

La posición de potencia media del selector permitió que Lando abriese un agujero que casi era lo bastante grande para dejar pasar un puño. Lando desconectó el desintegrador, se apartó de la pared con un suave empujón y ejecutó una rápida voltereta hacia atrás, haciéndose a un lado para no estorbar a Erredós. El androide se colocó en posición con fluida precisión, introdujo la varilla en el centro exacto de la abertura y la retiró en el último instante antes de que el agujero volviese a desaparecer.

—Enséñanos lo que has visto, Erredós. Usa tu holoproyector —ordenó Lando.

El androide respondió con un obediente trino electrónico y les mostró un holograma registrado bajo una perspectiva de ojo de pez en la que se veía un pasadizo de paredes levemente curvadas que parecían doblarse alrededor de la nave o a través de ella, alejándose en ambas dimensiones. No había ni rastro de vida o maquinaria, y la apertura del agujero y la invasión que suponía la aparición de la sonda detectora de Erredós tampoco provocaron ninguna respuesta.

—Tiene un aspecto bastante prometedor —dijo Lando—. Sea lo que sea, podría proporcionarnos acceso a una parte de la nave. Lobot, Erredós, ¿cuál es el veredicto? ¿Qué tamaño ha de tener un agujero para que todos podamos pasar al otro lado?

—Me temo que hay un problema, Lando —dijo Lobot—. Las mediciones llevadas a cabo por Erredós muestran que el agujero más grande se cerró más deprisa, por unidad de área, que el agujero más pequeño.

—Sí, a mí también me lo había parecido —asintió Lando—. Los sistemas de la nave probablemente asignan una prioridad más elevada a los agujeros más grandes. ¿Intentas decirme que crees que no podremos pasar?

—La dimensión corta del muro común que se extiende entre aquel acceso y esta cámara es de aproximadamente uno coma siete metros —dijo Lobot, señalando con un dedo—. Si mis cálculos son correctos, un agujero de ese tamaño sólo necesitará seis o siete segundos para haberse cerrado hasta tal punto que ninguno de nosotros podrá pasar por él. Seis o siete segundos no nos da tiempo suficiente para que podamos trasladar el trineo a la otra cámara y para que los cuatro podamos pasar a la otra cámara.

—Podría ser suficiente. Los soldados de los cuerpos de élite se dejan caer por el pozo de una lanzadera de combate a un ritmo de uno por segundo.

—Los soldados de los cuerpos de élite tienen a su favor el adiestramiento recibido y la gravedad. He construido un modelo utilizando el procesador de navegación de Erredós. En el mejor de los casos, uno de nosotros no conseguiría pasar.

—Bueno... Sí, es todo un problema, desde luego —admitió Lando—. Y digo que es un problema porque tengo la molesta sospecha de que cuando abramos un agujero de esas dimensiones, esta nave decidirá que se ha hartado de nosotros y volverá a tratar de expulsarnos al espacio. Creo que no tendremos ocasión de intentarlo dos veces. —Lando reflexionó durante unos momentos y después movió el desintegrador de un lado a otro—. Bajad del trineo. Necesito hacer algunas modificaciones.

El trineo del equipo era un artefacto muy sencillo y nada sofisticado. Su sólida estructura rectangular contenía los giroscopios, las células de combustible y el sistema estabilizador de los chorros de impulsión, y también proporcionaba asideros a intervalos regulares. La plataforma de carga, que consistía en un tramado estándar de diamantes formados por sólidos cables metálicos, llenaba el hueco del marco estructural y proporcionaba un gran número de sujeciones para las herramientas y el equipo. Los dos lados de la plataforma de carga del trineo estaban repletos de material.

—¿Modificaciones?

—Sí —dijo Lando—. Creo que necesitamos un marco para nuestra puerta.

Lando se agarró al trineo con una mano y empuñó el desintegrador con la otra, y fue deslizando la hoja de energía sobre los lugares en los que la plataforma quedaba unida a la estructura del trineo. Cuando hubo acabado, el trineo había quedado dividido en dos secciones separadas. Lando empujó la tambaleante y pesadamente cargada plataforma hacia Erredós.

—Tendrás que remolcarla hasta el otro lado.

Las pinzas manipuladoras del androide surgieron de sus paneles y se cerraron sobre la plataforma.

—Échame una mano, Lobot.

Lobot fue hacia él y se agarró al otro extremo de la estructura del trineo desmantelado.

—Me estoy acordando de unos datos a los que había accedido —dijo—. El diseñador de los templos funerarios de los ma'aoodes ordenó a sus artesanos que colocaran trampas en todos los pasadizos visibles, y les dijo que todas las trampas debían tener el aspecto más invitador posible.

—Justo lo que necesitaba oír en estos momentos, Lobot —dijo Lando—. Si salimos de este lío, deberías pensar en iniciar una nueva carrera como animador y consejero espiritual. ¿Estáis preparados?

—¿Qué he de hacer yo, amo Lando?

Lando inspeccionó el desintegrador de combate de la pistolera de su traje y después colocó el selector del desintegrador industrial en la posición de máxima amplitud.

—Añade esto a nuestras disculpas —dijo, y dirigió el desintegrador industrial hacia el mamparo—. Agarraos.

El brillante destello del haz desintegrador dejó momentáneamente cegado el visor del traje de contacto de Lando, y el material vaporizado en que habían quedado convertidos dos metros cuadrados y medio de mamparo llenó el aire bajo la forma de una nube gris. El agujero empezó a cerrarse antes de que Lando pudiera volver a ver con claridad.

—Venga, venga... ¡Poneos en fila! —gritó.

Lando y Lobot empujaron el marco hasta colocarlo en la posición adecuada, y el mamparo se cerró a su alrededor tan rápidamente como si el marco hubiera sido hecho expresamente a su medida.

Pero apenas habían acabado de colocar el marco oyeron cómo un gemido ahogado retumbaba por toda la nave, haciéndola vibrar con los ecos de un sonido que no venía de ninguna dirección concreta. Todo lo que les rodeaba era extraño y desconocido, pero el sonido resultaba curiosamente familiar: era la firma inconfundible de una clase de tensión que iba envejeciendo los cascos de los navíos de grandes dimensiones y que acababa provocando una forma de autodestrucción muy espectacular conocida con el nombre de ruptura de salida. Era el gruñido de la salida, el sonido inconfundible que se producía cuando algunas partes de la nave emergían del hiperespacio unos cuantos nanosegundos antes que el resto, después de que el campo de salto se hubiera colapsado.

—Me temo que ésta es una de esas ocasiones en que preferiría haberme equivocado —dijo Lando, moviendo frenéticamente la mano libre—. Deprisa, Erredós. ¡Vamos, vamos!

El pequeño androide se lanzó hacia la abertura, remolcando la plataforma llena de equipo detrás de él. Durante un momento Lando pensó que el marco era demasiado pequeño para que Erredós pudiera pasar por él. Pero el androide retrajo sus orugas todo lo posible, hizo girar su cuerpo y logró pasar por el agujero, aunque con sólo escasos centímetros de margen. La plataforma del equipo le siguió y entró sin ninguna dificultad.

—¡Espérame, Erredós! —gritó Cetrespeó, agitando frenéticamente los brazos y las piernas en el aire.

—Adelante —dijo Lando, volviéndose hacia Lobot para pasarle el desintegrador industrial y haciéndole señas de que avanzara—. Yo me ocuparé de Cetrespeó.

Lobot no necesitó que se lo dijera dos veces, y se lanzó por el umbral improvisado con los pies por delante, en un movimiento tan impecable como el de un gimnasta que ejecuta un giro en la barra de las paralelas.

Mientras tanto, Lando sujetó el cable de seguridad del cinturón de su traje de contacto a una de las conexiones del trineo y se impulsó hacia el androide de protocolo, con la mano enguantada extendida hacia él.

—Oh, gracias, amo Lando —dijo Cetrespeó, agarrándose al brazo de Lando con un visible alivio. Un instante después vio cómo los ojos de Lando se dilataban de repente bajo los efectos de la alarma—. ¿Qué ocurre, señor?

Lobot, que estaba observándoles desde el pasadizo interior, vio lo que Lando acababa de ver cuando su mirada fue más allá de Cetrespeó para posarse en el mamparo exterior: una pequeña abertura del tipo iris había aparecido en él y se estaba agrandando rápidamente, convirtiéndose en una escotilla que no tardó en revelar la helada negrura tachonada de estrellas que se extendía más allá de ella. Unos instantes después los micrófonos externos de sus trajes captaron el silbido del aire que escapaba al vacío.

Lando no disponía de tiempo para responder a la pregunta del preocupado androide.

—Cuidado, chicos... ¡Voy a enviaros un paquete urgente! —aulló, y, sujetando firmemente a Cetrespeó por los brazos, hizo girar al androide de protocolo en un veloz arco para lanzarlo hacia el agujero.

Lobot, que ya se había apoyado en el marco para no perder el equilibrio, extendió los brazos, agarró a Cetrespeó por el pie derecho y tiró de él hasta meterlo en el pasadizo interior.

Pero el torrente de aire que se deslizaba por el pasadizo interior y salía por la herida se estaba haciendo cada vez más incontenible, y Lobot tuvo que hacer un considerable esfuerzo para evitar ser arrastrado por él.

No era el único que estaba teniendo problemas. Los impulsores de Erredós no eran lo bastante potentes para poder resistir el tirón de aquel vendaval ululante, y el pequeño androide astromecánico soltó un estridente chillido electrónico al verse inexorablemente arrastrado hacia la abertura a lo largo del pasaje interior, a pesar de la tozuda decisión con que se aferraba a la plataforma del equipo.

Lando estaba flotando a la deriva en el centro de la escotilla, atrapado e impotente al extremo de su cable de seguridad y con sus pies golpeando el borde de la compuerta exterior, mientras el aire tiraba de él en su veloz huida hacia el vacío espacial.

Sólo Cetrespeó se encontraba relativamente fuera de peligro, con su cuerpo metálico tendido sobre un extremo de la estructura del trineo y bloqueando una parte de la abertura. Pero estaba agitando los brazos tan desesperadamente como una oruga espinosa del fango a la que alguien hubiera dado la vuelta.

—¡Tendréis que cortar el marco! —estaba gritando Lando por el comunicador—. Cortad el marco y se desprenderá de la abertura, y entonces el resto del agujero se cerrará... ¡Hacedlo!

—No mientras estés al otro lado —dijo Lobot, trepando por encima de Cetrespeó para llegar al extremo del cable de seguridad adherido a la sujeción—. Ese cable tiene una polea de presión. Intenta usarla para venir hacia nosotros.

—No servirá de nada —dijo Lando—. La polea nunca podrá remolcar tanto peso. ¿Quieres cortar el marco de una vez, sí o no?

Lobot volvió la cabeza hacia el final del pasillo para averiguar si él y Cetrespeó corrían peligro de ser expulsados a través del agujero por la embestida de un Erredós incapaz de controlar su trayectoria y la de su cargamento. Pero, y para su gran alivio, Lobot vio que Erredós había conseguido pegarse a una de las paredes del pasaje, donde había abierto un pequeño agujero con su soldador de arco y había permitido que el agujero volviese a cerrarse alrededor de uno de sus brazos de reparaciones después. De momento el ancla parecía estar resistiendo el tirón del aire, y Lobot tuvo la impresión de que la corriente estaba empezando a debilitarse.

—Olvídalo —dijo, y extendió los brazos por entre las piernas tensadas que lo mantenían dentro del marco hasta que pudo agarrar el delgado cable de seguridad. El ciborg empezó a tirar del cable moviendo primero una mano y luego otra, atrayendo a Lando hacia él como si fuera un enorme pez blanco.

El delgado cuerpo de Lobot escondía unas sorprendentes reservas de fuerza, y sus dedos no tardaron en llegar al anillo de remolque del traje de Lando, que se encontraba en la parte de atrás del cuello—. Y ahora, utiliza tus impulsores: vertical máxima, ¿de acuerdo?

—Vertical máxima —repitió Lando.

Con un fluido movimiento lleno de potencia, Lobot hizo pasar a Lando por entre sus rodillas, que había separado todo lo posible, y al mismo tiempo se echó hacia atrás para que las piernas de Lando no chocaran con él mientras lanzaba su cuerpo hacia el otro extremo del pasillo.

Lobot volvió a erguirse y, sin perder ni un instante, empuñó el desintegrador industrial y cortó el marco improvisado por dos sitios. Cada corte fue acompañado por una pequeña erupción de chispas, a la que siguió una nubecilla de propelente D20 cuando Lobot desprendió la sección del marco delimitada por los cortes mediante una potente patada. La sección de marco cortada salió del agujero y empezó a girar en el vacío, viajando hacia la escotilla por la corriente de aire.

El mamparo gimió debajo de Lobot y el resto del marco empezó a ceder, doblándose rápidamente hacia un lado hasta que también acabó siendo arrastrado por la corriente de aire. Unos segundos después el agujero ya se había cerrado debajo de ellos, y el estridente silbido producido por el chorro de aire se intensificó hasta convertirse en una nota agudísima antes de desvanecerse por completo, dejándoles rodeados del silencio más absoluto.

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