Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (2 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
10.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Estoy seguro de que el coronel Pakkpekatt y la armada estarán persiguiendo el Vagabundo, amo Lando —dijo Cetrespeó—. Cuanto más pronto salgamos del hiperespacio, más pronto podrán rescatarnos.

—Sí, yo también estoy seguro de que nos buscarán —dijo Lando—. Pero ya no estoy tan seguro de que consigan encontrarnos, ¿comprendes? Podríamos salir del hiperespacio a cinco años luz de donde estábamos, o a cincuenta, o a quinientos. Y las tácticas evasivas normales prescriben un cambio de curso inmediato, y dar otro salto después de que hayas cambiado el curso. En cuanto eso haya ocurrido... Bueno, será como estar jugando al escondite con los ewoks en Endor.

—Pero amo Lando... Tiene que haber alguna manera de que puedan rescatarnos. No irán a abandonarnos, ¿verdad? Si no vienen a rescatarnos, todos estaremos condenados a perecer como prisioneros, perdidos en el espacio...

—No podemos permitirnos el lujo de esperar a que lleguen, Cetrespeó —dijo Lando, golpeando suavemente el visor de su casco con las puntas de los dedos para recordarle el porqué—. El cronómetro ya está funcionando. Lobot y yo podríamos estar muertos antes de que esta nave decida salir del hiperespacio, y ésa es la razón por la que debemos actuar de inmediato. A menos que demos con alguna manera de ayudarles a encontrarnos, no podemos contar con recibir ninguna ayuda de la armada. Hasta entonces, tendremos que confiar en nuestros propios recursos.

Cetrespeó alzó tanto los brazos como la voz.

—¡Pedimos disculpas! —le gritó a la nave—. No pretendíamos causar ningún daño. Oh, por favor, le ruego que me crea cuando le...

—Cierra el pico, Cetrespeó.

—Sí, señor.

—Lando... —dijo Lobot.

—¿Qué?

—Me parece que vale la pena intentarlo —dijo Lobot—. Alguien podría estar escuchando.

Lando frunció el ceño.

—En lo que concierne a esta nave, somos una pandilla de piratas, atracadores, ladrones de tumbas o quizá algo todavía peor. No hay muchas probabilidades de que decidan olvidarse de eso sólo porque de pronto empezamos a comportarnos más educadamente después de haber echado abajo la puerta principal.

—La probabilidad de éxito tal vez sea baja —replicó Lobot—, pero el lenguaje diplomático es la herramienta que Cetrespeó sabe manejar mejor. Y una disculpa quizá acabe resultando ser la llave que abrirá la siguiente puerta.

Lando dejó escapar un suspiro.

—De acuerdo, Cetrespeó —dijo, dándole permiso para intentarlo con un gesto de su mano enguantada—. Pero... Con un poquito de dignidad, por favor.

—Por supuesto, amo Lando —dijo el androide, poniéndose a la defensiva de una manera casi imperceptible—. He sido programado para comportarme de la manera más digna y educada posible en todo momento. Vaya, pero si ése es uno de los principios fundamentales de la etiqueta y el protocolo...

—Claro, claro —dijo secamente Lando, interrumpiéndole—. Ahora hazlo, ¿entendido? No tenemos ni idea de cuánto tiempo nos queda. Utiliza el canal secundario de comunicaciones para que Lobot y yo podamos seguir oyéndonos el uno al otro.

—Muy bien, amo Lando —dijo Cetrespeó, y después pareció sumirse en un silencio pensativo.

—¿Dispones de acceso al archivo de acontecimientos de Erredós, Lobot?

—Sí, Lando.

—Pues a ver si puedes averiguar cuál es nuestro nuevo rumbo a partir de las lecturas giroscópicas y acelerométricas inmediatamente anteriores al salto. Con eso y la base de datos astrográfica de Erredós, quizá podamos hacernos una idea de cuánto tiempo nos queda...

El hurón de la Nueva República
IX-26
salió del hiperespacio lo bastante cerca de su destino para que el planeta llenara la mayor parte de la pantalla delantera.

—Comprueba las coordenadas —dijo Kroddok Stopa mientras fruncía el ceño—. Referencia absoluta.

—La respuesta del astrogador es... cuarenta y nueve, uno-nueve-seis y dos-cero-uno. —El piloto hizo girar la rueda del índice de bitácora con un rápido barrido de la palma de su mano—. Sí, son las cifras que me diste.

—Esos números proceden directamente de la Tercera Exploración General —dijo Stopa, y señaló la pantalla de astrogación con un dedo—. Pero si estoy leyendo correctamente los datos que aparecen en tu tablero, nos está diciendo que ese planeta es Maltha Obex. Eso es un nombre tobekiano.

El piloto volvió la cabeza hacia el astrogador.

—Maltha Obex... Sí, está muy claro.

Stopa, jefe de expedición de la misión enviada a Qella por el Instituto Obroano, meneó la cabeza mientras estudiaba los datos que les estaban suministrando los sensores del
IX-26
.

—Oh, por todas las estrellas... ¿Qué ha ocurrido aquí?

—¿Qué quieres decir? —preguntó el piloto, alzando la mirada hacia la pantalla—. ¿A qué viene eso, Stopa? Ese planeta tiene el mismo aspecto que otras diez mil bolas de hielo.

Josala Krenn, la otra mitad de la expedición obroana, se levantó de su consola de control y fue hacia ellos.

—Precisamente se trata de eso —dijo—. Según los informes de la misión enviada por la Tercera EG, el clima de este planeta era relativamente suave. Qella tenía siete millones de habitantes y un ecosistema primario que fue clasificado, de manera provisional, en el índice dos de complejidad.

—Bueno, pues será que hemos llegado después de que se acabara el verano. —dijo secamente el piloto mientras meneaba la cabeza.

—Eso no supone ninguna sorpresa para nosotros —dijo Stopa—. Cuando la misión de contacto de la Tercera EG llegó aquí, se encontraron con que una tercera parte de la masa terrestre estaba cubierta por glaciares.

Stopa se calló que el equipo de contacto también se había encontrado con un planeta muerto y con las ruinas de la civilización de los qellas.

—Cuando llegaron los tobeks, debieron de pensar que este mundo no tenía dueño y lo bautizaron con un nombre que indicara a qué raza pertenecía —dijo Josala.

—¿Y qué importa cómo se llame? Estamos en el sitio al que queríais ir, ¿verdad? ¿Qué es lo que se me está pasando por alto?

—El último contacto de la Tercera EG tuvo lugar hace ciento cincuenta y ocho años —dijo Stopa—. El planeta ya debería haber iniciado su proceso de recuperación.

—Sigo sin ver dónde está el problema.

—Oh, te aseguro que puedes verlo —dijo Josala—. De hecho, el problema es justamente lo único que podemos ver. El problema es el hielo.

—Oye, ¿qué te parece si me das otra oportunidad de aprobar este examen?

Josala suspiró.

—¿Dónde nos recogiste? —preguntó.

—En Babali —respondió el piloto—. Eh, un momento... ¿No disponéis de taladros para el hielo? Y protección contra la nieve, y trajes térmicos...

—Babali es un yacimiento arqueológico de clima tropical. No sé a qué puede deberse, pero la lista de equipo no incluía los taladros para el hielo —dijo Josala en un tono bastante sarcástico—. Nuestro deslizador de exploración ni siquiera está preparado para enfrentarse a este tipo de clima.

El piloto dejó escapar un silbido de simpatía.

—Ahora ya entiendo cuál es el problema. Pero entonces... Bueno, ¿por qué os han enviado a vosotros?

—Éramos la mejor solución para una ecuación de dos variables: el equipo bioarqueológico más cercano, y el medio de transporte más rápido disponible —dijo Josala.

—Puede que la situación no sea tan grave como parece a primera vista —dijo Stopa con expresión pensativa—. Nos han enviado aquí para obtener muestras biológicas, y podemos estar prácticamente seguros de que la glaciación se habrá encargado de que haya buenas muestras que obtener.

—A menos que lo que provocó todo este extraño episodio climatológico fuera una guerra sucia..., librada con bombas incendiarias o armas de irradiación superficial —observó Josala.

—No queda mucha atmósfera, pero puedo soltar una sonda para que husmee por ahí y recoja una muestra —dijo el piloto—. Eso debería permitirnos confirmar o descartar rápidamente la hipótesis de la guerra.

—No —dijo Stopa—. Coloca la nave en una órbita cartográfica. Vayamos a echar un vistazo al otro lado del planeta. Sólo necesitamos un sitio en el que podamos bajar para recoger unos cuantos gramos de material. Podría haber un campo geotérmico, o alguna otra clase de punto caliente..., una corriente de aire caliente surgida de alguna falla muy profunda, quizá, que haya mantenido libre de hielo una porción de la costa. En ese caso, seguramente los qellas huirían a ese sitio antes del fin.

—Supongo que no esperarás encontrar ningún superviviente, ¿verdad? Echa un vistazo a las lecturas de la temperatura superficial.

—No, no espero encontrar ningún superviviente —replicó Stopa—. Pero me conformaría con encontrar un solo cadáver que no esté enterrado debajo de trescientos metros de hielo.

—Bien, pues adelante con esa órbita cartográfica —dijo el piloto, alargando las manos hacia los controles—. Maltha Obex, allá vamos.

—Qella —le corrigió Josala en voz baja y suave—. Si no queda ni un solo trocito de planeta que todavía pertenezca a los qellas, los tipos que nos han enviado aquí se van a llevar una gran desilusión.

Una vez examinado desde la distancia más reducida de una órbita cartográfica estándar, el rostro de Qella siguió siendo tan poco invitador como antes. La superficie estaba recubierta por una capa de hielo de hasta un kilómetro de grosor, mientras que los océanos, que se habían encogido considerablemente a pesar de que eran demasiado salados para congelarse, estaban llenos de enormes témpanos y grandes láminas de hielo.

—Bueno, ahí lo tenemos —dijo Stopa, estudiando los datos obtenidos durante la última pasada—. Algunos qellas pudieron haber tratado de sobrevivir en el hielo... Tal vez tengamos suerte y encontremos sus restos a sólo cincuenta o cien metros de profundidad. Podemos empezar a trabajar basándonos en esa hipótesis mientras esperamos refuerzos. Pero tenemos que suponer lo peor, y pedir ayuda.

—Quizá podamos conseguir que nos envíen al equipo del doctor Eckel —dijo Josala—. Se suponía que a estas alturas ya debían haber terminado las excavaciones en Hoth.

—Podemos intentarlo —dijo Stopa—. Abre un canal de comunicación hiperespacial con el Instituto Obroano.

—Preparado —dijo el piloto.

—Aquí el doctor Kroddok Stopa, código de verificación alfa-efe-cuatro-cuatro-dos. Quiero hablar con Suministros y Envíos.

—Hecho. Adelante, doctor.

—Necesito con la máxima urgencia posible equipo adicional y personal para la misión que estoy desempeñando actualmente. —Stopa recitó rápidamente la lista que había redactado—. ¿Lo ha anotado todo?

—Aquí Suministros. Sí, lo tengo todo anotado. Empezaremos a trabajar inmediatamente para enviárselo lo antes posible.

—También necesitaremos un equipo de técnicos especializados en trabajos a bajas temperaturas. ¿Sabe si el doctor Eckel y los técnicos que fueron a Hoth con él están disponibles?

—Enviaron el informe de rutina ayer, mas no sé cuál es su situación actual —dijo el encargado de la centralita—. Pero transmitiré su petición al comité ahora mismo, y le conseguiré una respuesta enseguida.

—Suponiendo que estén disponibles, ¿cuándo creen que podemos verlos llegar con el material que necesitamos?

—Si podemos acelerar un poco el reaprovisionamiento del
Abismos de Penga
y tener a su equipo de técnicos y el material a bordo hacia la medianoche... Bueno, yo diría que entonces tendrían que esperar unos dieciséis días estándar. Añada una hora-por-hora en el caso de que haya cualquier retraso en el despegue.

—¿Hay disponible alguna nave más rápida que el
Abismos de Penga
?

—No en la flotilla del Instituto. Lo siento, doctor.

—Explore otras opciones —dijo secamente Stopa—. Esto tiene máxima prioridad. Stopa, corto y cierro. —Movió una mano para indicar al piloto que podía desactivar la conexión—. Ahora será mejor que me pongas con Krenjsh, de la Inteligencia de la Nueva República. Debo informarles de que vamos a tardar un poco más de lo previsto en proporcionarles la información que querían obtener.

El cuarteto atrapado en el compartimiento del Vagabundo apenas hablaba.

Todo el mundo tenía un trabajo que hacer.

Erredós estaba buscando los agujeros por los que entraban los gases atmosféricos, mientras que Cetrespeó dirigía sus súplicas a los dueños y señores del Vagabundo. Lobot analizaba los datos astrográficos y acelerométricos mientras llevaba a cabo un inventario del equipo amontonado encima del trineo. Lando, por su parte, volvió a concentrar su atención en el asa de control de la esquina del compartimiento para averiguar si estaba dispuesta a reaccionar de alguna manera ante su presencia.

El asa resultó ser imposible de mover, y el mero roce de los dedos de Lando no provocó ninguna respuesta detectable por parte de la nave. Pero gracias a sus esfuerzos, Lando acabó dándose cuenta de que su mano estaba hinchada, rígida y bastante dolorida, y enseguida comprendió que la presión ejercida por el sello de la muñeca estaba agravando los daños causados por la descompresión.

—¿Tenemos alguna bolsa de muestras? —preguntó, volviendo al sitio en el que estaban flotando Lobot y el trineo del equipo.

—Sí, seis pequeñas, seis grandes y dos cápsulas para formar láminas de gel moldeable.

—Y esas bolsas tienen cierres herméticos de auto sellado, ¿no?

—Sí, Lando. —Lobot guardó silencio durante unos momentos antes de seguir hablando—. Lo siento, pero no dispongo de más información. ¿Saben los amnésicos que hay cosas que no pueden recordar? En ese caso, ahora puedo hacerme una idea de lo que se siente al tener amnesia. Lo que sé hacer mejor es establecer conexiones y examinar el torrente de datos en busca de información. Aparte de eso, parece que no sé hacer muchas cosas más.

—Será mejor que dejes el auto examen para otro momento —dijo Lando—. Coge una de esas bolsas de muestras pequeñas y vamos a ver si podemos improvisar un mitón para taparme la mano.

No necesitaron mucho tiempo para lograr dejar adherida la boca de la bolsa de muestras al traje por encima del sello de la muñeca para que sustituyera al guante perdido. Después Lando fue ejerciendo presión sobre los remaches de cierre hasta que consiguió aflojar el sello de la muñeca.

La hinchazón de sus dedos empezó a disminuir casi de inmediato.

—No sé si la bolsa o el adhesivo serán capaces de aguantar otra despresurización —dijo Lobot.

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
10.65Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Imager by L. E. Modesitt, Jr.
Kif Strike Back by C. J. Cherryh
Devil Disguised by Howard, Karolyn
The Cretingham Murder by Sheila Hardy
The Monk by Matthew Lewis
2 Dead & Buried by Leighann Dobbs
The Path to Rome by Hilaire Belloc
Street Safe by W. Lynn Chantale