Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
El resplandor procedía de las luces de Las Diversiones, un distrito de entretenimiento y atracciones tan grande como activo. Los oídos de Luke le informaron de que el nombre había sido muy bien elegido bastante antes de que llegara al límite del distrito y adquiriese la entrada de admisión general. Las calles estaban repletas de visitantes que andaban a la caza del placer, y las carcajadas, las conversaciones mantenidas casi a gritos y la música que escapaba de docenas de centros de esparcimiento, casinos, bares y clubes hacían vibrar el aire.
Li Stonn vagó por Las Diversiones buscando un sitio en el que pudiera sentarse sin que le molestaran para leer
Los secretos del poder de los Jedi
. Luke Skywalker vagó por Las Diversiones escuchando, observando y tratando de entender qué atraía a tantas personas y qué provocaba en ellas esos espasmos de energía tan desesperadamente febril. Los efectos de sus ejercicios todavía no se habían disipado del todo, y los placeres ofrecidos por las pantallas y banderolas holográficas de los clubes y centros de esparcimiento le parecieron tan frívolamente superficiales como poco invitadores.
Sea un pirata por una noche en el Territorio de Tawntum...
¡Juegue al Punto 5 allí donde fue inventado! ¡Nuevas partidas cada cinco minutos! ¡Premios del noventa por ciento!
¡Experiencias de cuasi-muerte! ¡Llegue hasta el borde del abismo con nuestros maestros torturadores y nuestra póliza de seguros de un millón de créditos!
¡Cuerpo a cuerpo! ¡Cualquier arma, cualquier objetivo! ¡Pruebe nuestro Simulador de Combate Personal y descubra por qué aún no ha sido superado!
Las hijas de la princesa telépata saben con toda exactitud qué es lo que necesitas...
Baile eléctrico en el coliseo..., ¡ahora con ultra carga!
Li Stonn se sentía tan poco interesado como Luke. Pero no había ningún sitio para sentarse al aire libre —ni siquiera un murete o un alféizar—, y tampoco parecía haber forma de escapar del gentío o los pregoneros. Los administradores de Las Diversiones habían llegado a la astuta conclusión de que si un visitante necesitaba descansar, debería hacerlo en algún local, donde el precio promedio de ocupar un asiento ascendía a cien créditos por hora bajo la forma de bebida, comida y servicios.
Enfrentado a esa perspectiva, Luke decidió irse de Las Diversiones y volver al hangar de atraque. Cabía la posibilidad de que Akanah ya hubiera vuelto..., y si no lo había hecho, por lo menos allí dispondría de silencio y paz para su lectura.
Pero cuando ya estaba cerca de la salida, Luke dobló una esquina y se quedó perplejo al encontrarse ante el exterior brillantemente iluminado de un bar-club llamado Sala del Trono de Jabba.
La única e inimitable banda de Max Rebo actuará para ustedes cada noche
, se leía en la marquesina holográfica.
Visite los aposentos para invitados de Jabba en compañía de una esclava de placer. Enfréntese al poderoso Rancor en el Foso de la Muerte...
Impulsado por una escandalizada curiosidad, Luke se unió a la cola y se convirtió en «miembro» del club pagando la tarifa de admisión sin tratar de regatear. Una vez dentro, bajó por un tramo de escalones que se iba curvando hacia abajo hasta llegar a una copia notablemente fiel de la sala del trono de Jabba en el palacio del desierto de Tatooine. Algunas de las dimensiones habían sido agrandadas para dar cabida a más mesas delante de la plataforma de los músicos y alrededor del foso del Rancor, pero la arquitectura y la atmósfera eran auténticas.
—Vaya, es igual que el Museo del Palacio —le dijo Li Stonn al twi'lek alto y elegantemente vestido que le obstruía el paso al final de la escalera.
—Me temo que el amo Jabba ha tenido que irse para atender algunos asuntos urgentes —dijo el sosias de Bib Fortuna, señalando el estrado vacío con una inclinación de la cabeza—. Pero estoy aprovechando su ausencia para celebrar una pequeña fiesta, y espero que disfrutará de ella y que lo pasará lo mejor posible.
Sus colas cefálicas se agitaron en una señal casi imperceptible, y una de las bailarinas sucintamente vestidas se apresuró a ir hacia ellos.
—¿Sí, noble Fortuna? —preguntó la sirvienta.
—Este caballero es amigo mío, Oola —dijo el mayordomo—. Trátale bien, y encuentra un asiento para él en mi mejor mesa.
El resto del local ofrecía la misma ficción, con un teclista ortolano al frente de un trío de jizz-gimoteanté sobre el estrado de los músicos, el rugido del Rancor resonando debajo del suelo, un molesto mono-lagarto kiwakiano que correteaba de un lado a otro robando comida y soltando risitas despectivas, e incluso un Han Solo congelado dentro de un bloque de carbonita suspendido en una hornacina de exhibición. Pero había una cocina llena de actividad hábilmente disimulada al final del pasillo que llevaba a las habitaciones de los sirvientes, y la lista de precios que «Oola» le dejó encima de la mesa para que la consultara incluía varios servicios disponibles en los aposentos de los invitados del piso de arriba y en la mazmorra de Jabba instalada en la planta subterránea.
Todo era una mascarada de bastante mal gusto concebida con el único fin de ganar dinero, desde luego, pero la música era sorprendentemente agradable, el nerf asado olía muy bien y la clientela hablaba en un tono claramente más bajo y tranquilo que sus congéneres de las calles. Li Stonn pidió una copa y el cuarto de nerf del verdugo, rechazó el resto de las ofertas con una afable sonrisa y se dispuso a descubrir cuál era el cociente de verdad de
Los secretos del poder de los Jedi.
Poco después de que le sirvieran la cena, la consciencia de Luke se puso en estado de alerta al oír un nombre familiar en una mesa cercana, alguien estaba hablando de Leia. Luke alzó la mirada, temiendo que la gran atracción de la noche en la Sala del Trono de Jabba fuera a consistir en una danza ejecutada por una esclava-sosías de Leia. Pero los músicos se estaban tomando un descanso, y la plataforma de baile de transpariacero que se extendía sobre el foso del Rancor estaba vacía.
Luke desplegó la red de su consciencia, buscando la voz y la conversación que se había entrometido en ella.
—Esto llevará a la guerra —estaba diciendo la mujer—, y me alegro de ello. La República tiene todo el derecho del mundo a dar un buen escarmiento a los yevethanos después de lo que han hecho.
—Eso es una tontería —replicó su compañero, un lafraniano alto y esbelto—. Es como tirar abajo la puerta de una casa ajena para poder entrar en ella e interrumpir una discusión. Es una reacción totalmente inadecuada.
—No estamos hablando de una discusión. Estamos hablando de asesinato.
—Sigue siendo asunto suyo, no nuestro.
—No puedes permitir que vayan matando a la gente y que no paguen por ello.
—¿Qué nos importa lo que alguien haga fuera de nuestras fronteras? Si intentamos ser la policía de toda la galaxia, siempre estaremos en guerra. Organa Solo debería limitarse a crecer y aceptar que el universo es un sitio imperfecto.
—Qué forma de pensar tan espantosamente implacable —dijo la mujer—. Tengo la impresión de que si oyeras alaridos en la casa de al lado, lo único que harías sería quejarte de que no te dejan dormir.
—Todos debemos cargar con la responsabilidad de protegernos a nosotros mismos..., y a nadie más —replicó el lafraniano, encogiéndose de hombros—. No tenemos ninguna razón para ir a Farlax y buscar pelea por algo que no nos incumbe. Si un solo piloto de la Flota muere allí, la princesa debería ser juzgada... por asesinato y traición.
Esa afirmación puso un brusco final a la conversación. La mujer se fue del club sola, y el lafraniano se levantó de la mesa poco después y desapareció por la escalera que llevaba a los aposentos de los invitados.
Luke volvió a concentrar su atención en la cena.
Pero cuando «Oola» apareció ante él con una segunda bebida que no había pedido, Li Stonn le preguntó si habría alguna manera de que pudiese echar un vistazo a un noticiario que hablara de los problemas de Farfax. La «esclava» sonrió como si el cliente acabara de formular una pregunta realmente muy estúpida, y volvió con el noticiario antes de que el último trozo de carne de nerf hubiera desaparecido del plato. El precio de satisfacer ese capricho fue añadido a la factura de Luke bajo la forma de una considerable suma en concepto de servicios suplementarios, junto con el coste de la bebida.
Unos minutos después, un Jabba holográfico se materializó sobre el gran estrado que dominaba el local. Su aparición señaló el comienzo de un espectáculo basado en un guión muy complicado cuya acción prometía involucrar no sólo a «Bib Fortuna» y las danzarinas, sino también a actores adicionales y a la clientela del club.
Luke pensó que era un buen momento para marcharse. Su decisión quedó reforzada cuando, mientras subía el tramo curvado de escalones que llevaban a la calle, se encontró con el cazador de recompensas Boussh bajando por ellos, con un Chewbacca nada convincente remolcado detrás de él.
—¿No eres un poco bajito para ser un wookie? —murmuró Luke mientras pasaba junto a los dos actores.
Cuando llegó a la zona de atraque, la puerta seguía cerrada, los sellos del esquife seguían bloqueados y Akanah seguía sin haber vuelto. Tampoco había ninguna señal de que hubiera regresado y se hubiera vuelto a marchar. Luke consultó el cronómetro y descubrió que ya llevaba más de dieciséis horas solo.
«¿Dónde te has metido? —pensó—. ¿Qué estás haciendo, y por qué tardas tanto en hacerlo? Tienes tan poco dinero, y no me pediste ni un crédito,.., y el dinero es lo único que inspira respeto en este sitio...»
Pero consiguió resistir el impulso de coger su espada de luz y dirigirse al Distrito de Pemblehov. Subió a la cubierta de vuelo de la
Babosa del Fango
y se instaló en el sillón de pilotaje con su lector y dos tarjetas de datos que le habían salido bastante caras. Mientras la balanza de la noche se iba inclinando lentamente hacia el amanecer, Luke se distrajo leyendo una serie de absurdos sobre los Jedi y las inquietantes noticias sobre lo que parecía una guerra inminente..., mientras deseaba con todas sus fuerzas que, fuera cual fuese el sitio en el que estuvieran en ese momento, ni Akanah ni Leia necesitaran su ayuda más de lo que necesitaban que se mantuviera alejado de ellas.
Akanah se detuvo delante del bloque de casas conocido como Atrio 41 y lo contempló con el rostro lleno de consternación.
Incluso vista bajo la misericordiosa luz de la mañana, la torre de quince niveles parecía un hogar concebido para personas que hubiesen adquirido la costumbre de dejar todas sus posesiones en los casinos. El letrero apagado había perdido la mitad de las letras, y las puertas de seguridad del arco de entrada estaban sostenidas por barras metálicas que las mantenían abiertas. Un olor bastante desagradable, que parecía surgir de los rayos de sol que brillaban sobre la piedra, flotaba en el aire.
El viaje que Akanah había debido emprender para llegar hasta allí la había llevado por docenas de clubes de mala nota, tiendas y locales nocturnos de la segunda franja de los distritos exteriores de Talos: el Nuevo Mercado, bautizado así en un obvio exceso de optimismo; la repugnante sala de subastas de carne y cuerpos que era Pemblehov; la considerablemente violenta Guarida del Demonio... Akanah había comprado e intercambiado información en la escasa medida en que se lo permitían sus recursos, andado largas distancias que le habían dejado los pies dolorosamente hinchados, rechazado tres ataques y un mínimo de veinte propuestas e insinuaciones sin derramar sangre, y había sido tratada con inesperada compasión por el jefe de una banda callejera, quien le había proporcionado un refugio donde descansar sin esperar nada a cambio.
Y por fin se encontraba delante de su objetivo, quitándose un poco de suciedad de la calle de la manga de su capa dariana mientras intentaba no dejarse dominar por la desilusión. Descubrió que casi estaba esperando que su último informador le hubiera mentido; haber sido engañada sería preferible a tener que aceptar aquello como la verdad. Fue esa esperanza, de hecho, lo que acabó impulsándola a ir hacía el arco de la entrada.
La torre del atrio apenas si merecía ese nombre. Sólo tenía cuatro metros de anchura y diez metros de longitud, y en realidad más bien era un pozo de escalera abierto que terminaba en una claraboya. Balcones formados por una estructura de parrillas metálicas cuyas barandillas estaban dobladas y medio rotas dibujaban un círculo alrededor del atrio en cada nivel, y estaban unidos entre sí mediante precarias pasarelas en el extremo más angosto. Puertas triangulares que imitaban las parrillas metálicas de los balcones daban acceso a los cuatro apartamentos de cada nivel.
Akanah llegó al tercer nivel sin que nadie intentara detenerla, pero una vez allí se encontró con un gotaliano de pelaje grisáceo vestido con una guerrera negra de oficial de la Armada Imperial en cuya pechera se veía el agujero de bordes ennegrecidos dejado por un haz desintegrador, y de cuya cadera colgaba una hoja vibratoria enfundada en un cinturón del tipo que solían usar los contrabandistas.
—Hermoso trofeo —dijo—. Era de un vicealmirante, ¿verdad? ¿Lo obtuviste personalmente?
El gotaliano respondió con un gruñido inarticulado.
—¿Qué quieres?
—¿Sabes si Joreb Gross vive aquí?
—¿Quién lo pregunta?
—Me llamo Akanah.
—¿Quién te ha enviado aquí?
—No me envía nadie. He venido por razones particulares, y estoy buscando a Joreb Gross.
—El amo Joreb es el dueño de todo esto, y su benevolencia permite que sus amistades y sirvientes disfruten de las comodidades de su dominio. ¿Eres una de sus chicas?
—Sí —dijo Akanah—. Soy una de sus chicas.
—Llegas pronto —dijo el gotaliano—. No molestes al amo. Ve a la sala de juegos y espera a que lleguen las demás.
—No he venido para las audiciones de la mañana —dijo Akanah, empezando a impacientarse. Su mente agitó suavemente las ondas de la Corriente y las arremolinó alrededor de los altamente sensibles conos receptores de la cabeza del gotaliano, con la esperanza de ablandar un poco su inflexibilidad—. Llévame ante su presencia, por favor.
—Cuando el amo despierte, le diré que una mujer llamada Akanah ha venido y que ha solicitado verle por razones particulares —dijo el guardia—. El amo decidirá qué significado tiene eso para él. —El gotaliano señaló una puerta situada un nivel más arriba en el otro extremo de la sala—. Espera ahí.