Read Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Joreb Gross caminaba con el orgulloso contoneo de las criaturas mezquinas y traicioneras que están firmemente convencidas de ser muy importantes, y se comportaba con la arrogancia propia de alguien que siempre cree ser el más poderoso de todos los presentes. Alto y esbelto, con dos penetrantes ojos azul claro que brillaban en un rostro que el paso del tiempo sólo había marcado con unas cuantas arrugas, Joreb era apuesto a pesar de su avanzada edad. Su larga y abundante cabellera plateada quedaba recogida hacia atrás por una peineta vertical y colgaba a lo largo de su espalda.
Pero la imitación barata de traje de vuelo que llevaba era de colores demasiado chillones y no resultaba nada convincente, y sus botas negras habían sido lustradas hasta adquirir un grado de brillantez altamente improbable. Su sonrisa poseía el mismo falso resplandor de sus botas, y sus astutos ojos azules recorrieron a Akanah con descarada familiaridad antes de sostenerle la mirada.
—Así que tú eres mi visitante —dijo Joreb.
—No —dijo Akanah, manteniéndose muy erguida—. Soy tu hija.
Joreb reaccionó abriendo mucho los ojos, pero al principio no dijo nada.
Después fue caminando en un lento círculo alrededor de ella mientras mantenía las dos manos detrás de la espalda y se rodeaba una muñeca con los dedos de la otra mano.
—Mi hija... —repitió—. ¿Quién es tu madre?
—Mi madre era Isela Talsava Norand —dijo Akanah—. Murió hace tiempo.
Joreb completó su circuito, se detuvo delante de Akanah y se inclinó sobre ella.
—Ese nombre es totalmente desconocido para mí —dijo—. ¿Qué quieres, hija de Isela?
—Que no me mientas —replicó Akanah—. Conocías muy bien a mi madre, así que permíteme que te recuerde cuándo os conocisteis. La conociste en Praidaw, viniste a vivir con ella en Gavens, donde mi madre tenía una casa en Torlas..., la casa en la que nací. Después te trasladaste a Lucazec con nosotras. Y antes de que transcurriera un año, te fuiste y nos dejaste abandonadas en Lucazec.
—Hablas de cosas que son más viejas que mis recuerdos —dijo Joreb—. ¿Cómo voy a saber si hay algo de verdad en ellas?
—¿Qué quieres decir con eso? —exclamó Akanah, con un repentino estallido de ira tanto en sus ojos como en su tono—. Era yo quien tenía muy pocos años, no tú. Fui yo quien tuvo que enterarse de tu existencia en una historia contada por mi madre.
—No he oído esa historia —dijo Joreb—. Tal vez quieras contármela.
—He venido de tan lejos para encontrarte... —murmuró Akanah con un hilo de voz—. ¿Cómo puedes tratarme con tanta frialdad?
—No careces de atractivo, y quizá haya algo en tus ojos que me resulta familiar —dijo Joreb—. Pero... Verás, he desarrollado una considerable afición al azul de Rokna —añadió con voz apenada, como si le estuviera pidiendo disculpas—. ¿Conoces el azul de Rokna?
—Es un veneno letal —dijo Akanah—. Se extrae de un hongo arbóreo que crece en los bosques de Endor.
Joreb extendió una mano y agitó un dedo delante de ella.
—Sí, exactamente... Endor. Lo había olvidado. Pero lo que quizá no sepas es que el azul de Rokna no es tan mortífero como creen algunos. Una cantidad minúscula provoca un exquisito estado de felicidad. Aumenta enormemente las sensaciones producidas por cualquier clase de placer durante horas y horas... Es indescriptible, créeme. Debes probarlo para saber a qué me refiero. Me encantaría poder proporcionarte tu primera...
—No, gracias —dijo secamente Akanah—. ¿Qué tiene que ver todo esto con tu memoria?
Joreb se sobresaltó y la miró fijamente, como si no supiera de qué estaba hablando.
—¿Qué...? Ah, sí. Tal como estaba diciendo, en las dosis adecuadas, un microgramo, no más, el azul no es letal. Pero aun así, sigue exigiendo un precio a cambio de sus bendiciones.
—¿Un precio?
Joreb se rozó la sien con dos dedos de su mano izquierda.
—Mis recuerdos no se remontan ni siquiera hasta un año atrás. Todo me resulta nuevo. No, no me compadezcas... He elegido existir en un presente increíblemente vívido en vez de agarrarme a lo que ahora es el pasado olvidado.
Akanah no intentó ocultar su horror.
—¿Cómo has podido llegar a hacer semejante elección?
Una gran sonrisa fue curvando lentamente los labios de Joreb e iluminó su rostro.
—Un éxtasis que se encuentra más allá de lo imaginable... —dijo—. Podría mostrártelo.
—No —replicó Akanah con firmeza.
Joreb se encogió de hombros.
—Tu elección me resulta tan incomprensible como a ti la mía. ¿Acaso tienes recuerdos que merezcan ser conservados? Parece ser que en mi caso no era así.
—Yo los habría conservado como si fueran tesoros —dijo Akanah, y las lágrimas fluyeron de sus ojos—. Vine aquí para encontrar a mi padre. ¿Qué voy a hacer ahora?
—Si quieres, puedes quedarte —dijo Joreb—. Hay habitaciones disponibles en los niveles superiores. O, por lo menos, creo que todavía hay habitaciones disponibles... Trass lo sabrá. Pero me temo que nunca seré capaz de añadir nada a la historia que te contó tu madre. Puede que seas mi hija, tal como dices —añadió Joreb, y después movió la cabeza en una lenta y melancólica negativa—. Pero yo no soy tu padre.
Akanah volvió al Hangar de Atraque A13 veintidós horas después de haber salido de él, con el rostro pálido, la ropa sucia y los ojos opacos e inexpresivos.
—No están aquí —dijo cansinamente mientras subía al esquife y despertaba a Luke de una siesta en el sillón de pilotaje que no había planeado echarse—. Podemos irnos.
Después, sin decir nada más, intentó meterse en la litera y cerrar la cortina para borrar la presencia de Luke. Pero Luke, que no estaba dispuesto a conformarse con tan poco después de tanto tiempo, la siguió.
—¿Adónde has ido? —preguntó, agarrando la cortina con una mano y corriéndola a un lado—. ¿Descubriste algo?
—Lo suficiente —dijo Akanah, dándole la espalda—. Te lo contaré cuando hayamos despegado.
—Dijiste que volverías a buscarme. Me gustaría ver la escritura de la Corriente. Me gustaría ver el sitio en el que vivieron. Tal vez haya algo que pueda percibir.
—Estoy demasiado cansada —dijo Akanah.
—Y además estás hecha un desastre, pero supongo que eso no tiene demasiada importancia —dijo Luke—. Oye, pagué para que limpiaran la ducha. Creo que deberías volver a ensuciarla, y ya hablaremos cuando te hayas aseado. Ocurra lo que ocurra luego, estoy seguro de que así te sentirás mejor.
Para su sorpresa, Akanah no opuso ninguna resistencia y siguió sus instrucciones. Permaneció mucho rato debajo del agua, duchándose durante todavía más tiempo de lo que lo había hecho Luke. Cuando salió de la ducha, se mantenía un poco más erguida, su rostro había recuperado una parte del color perdido y había algo de vida en sus ojos.
Pero Luke enseguida tuvo la impresión de que fueran cuales fuesen las energías que le había devuelto la ducha, habían sido invertidas directamente en un nuevo despliegue de tozudez. Akanah se negó a llevarle a la ciudad, o a hablar de lo que había hecho y de adonde había ido.
—Quiero dormir —dijo, deteniéndose delante de la escalerilla de acceso a la cubierta del esquife con su sucia capa dariana colgando de un brazo y el sol reluciendo sobre las últimas gotitas de agua que todavía perlaban sus hombros desnudos—. Me voy a dormir, o de lo contrario me quedaré dormida de pie aquí mismo y me caeré.
—Alquilaré un deslizador...
—¡No! —replicó secamente Akanah—. Ya no tenemos nada más que hacer aquí; no se me ha pasado por alto nada, y puedo contarte todo lo que he descubierto cuando haya descansado. Limítate a sacarnos de aquí, ¿de acuerdo? Despega y da un salto hiperespacial de unas cuantas horas luz en dirección al Núcleo. Cuando hayas acabado de hacer todo eso, ya debería volver a convertirme en un ser humano. Pero en estos momentos necesito estar a solas, y necesito dormir..., y eso es lo que voy a hacer.
Akanah pasó lo bastante cerca de él para que pudiera percibir el olor del jabón en sus cabellos y subió por la frágil escalerilla del esquife. Con un fruncimiento de ceño lleno de resignación, Luke fue hasta la popa de la pequeña nave e inició su inspección preliminar al despegue. Cuando hubo terminado y subió por la escalerilla para entrar en el compartimiento de vuelo, la litera estaba tan herméticamente cerrada como el capullo de una oruga y, al igual que un capullo, ofrecía la misma carencia absoluta de pistas sobre lo que acabaría surgiendo de ella cuando volviera a abrirse.
Luke volvió a instalarse en el sillón de pilotaje con un suspiro, apagó el cuaderno de datos y lo metió debajo de una tira de sujeción.
—
Babosa del Fango
a torre de Talos —dijo después—. Partiremos de la zona A-Trece y solicitamos permiso para ponernos en órbita.
—Torre de Talos. Tenga la bondad de esperar un momento,
Babosa del Fango
... Hay bastante tráfico por delante de ustedes.
Luke echó un vistazo al cronómetro y meneó la cabeza mientras fruncía los labios en una mueca sardónica. Faltaban unos cuantos minutos para que llevaran un día entero en Atzerri. Su réplica fue mucho más propia de Luke que de Li Stonn.
—Torre de Talos, recibido. Estoy viendo el tráfico en mis sensores, y desde aquí parece como si un contable bastante lento estuviera haciendo una anotación extra —dijo—. ¿Cree que el que haga vibrar las paredes con mis toberas mientras espero a que cuente hasta uno le ayudaría a ir un poquito más deprisa?
El permiso para despegar llegó unos momentos después. Pero Luke no se sorprendió demasiado cuando descubrió que la última factura que le había sido transmitida mientras salía de la atmósfera, consideraba que debía pagar dos días de tarifas de atraque.
«Comerciantes Libres... —pensó Luke, muy disgustado—. Ladrones que van repartiendo tarjetas con la dirección de su sede central, eso es lo que son.»
Unos momentos antes de dar el salto que los alejaría de Atzerri, Luke se acordó del informe sobre la
Babosa del Fango
que había solicitado al Registro de Naves de la Nueva República en Coruscant e hizo que se lo transmitieran.
Era mucho más corto que el informe sobre el
Estrella de la Mañana
, como correspondía a una nave que Luke suponía había pasado la mayor parte de su vida en un atracadero. La pequeña nave era un vehículo espacial tan poco práctico que sólo podía usarse para las vacaciones ocasionales de un hombre de negocios o alguna que otra visita comercial que obligara a salirse de las rutas habituales. La mayor parte de su valor radicaba en el hecho de ser un símbolo de posición social, algo sobre lo que un Poseedor podía parlotear mientras los Desposeídos podían escucharle con envidia. A juzgar por la forma del fuselaje y la manera de repartir el espacio, la Verpine había prescindido muy conscientemente de las comodidades a cambio de un diseño que creara una impresión de velocidad mientras la nave permanecía inmóvil.
Pero Luke sólo estaba interesado en los registros de propiedad y las entradas más recientes de la bitácora de vuelo. Después del extraño comportamiento de Akanah en Atzerri, Luke había desarrollado un renovado interés hacia cualquier tipo de confirmación independiente de las cosas que le había estado diciendo. Seguía queriendo creer en ella, pero ya no estaba seguro de poder hacerlo. Y, de una manera o de otra, tenía que saber más sobre ella.
Luke también descubrió que había desarrollado una renovada curiosidad hacia las cosas que Akanah se estaba callando. Por ejemplo, había caído en la cuenta de que prácticamente cada vez que Akanah hablaba de su pasado, hablaba de su vida en Carratos, y no de la parte de su existencia que había pasado en Lucazec. Sabiendo con cuánta avidez anhelaba obtener cualquier tipo de información sobre su madre, Luke había esperado que Akanah se mostrara generosa en lo referente a las anécdotas y los recuerdos sobre la parte de su vida que la joven afirmaba recordar con más ternura.
Pero esas rememoraciones habían sido muy escasas, y Nashira había aparecido en un número todavía menor de ellas. Eso hizo que Luke empezara a formularse algunas preguntas, y las preguntas acabaron llevando a la duda, y la duda a la sospecha..., con lo que Luke se encontró en una situación altamente indeseable.
En consecuencia, al principio Luke sintió un gran alivio cuando la pantalla inicial del expediente le informó de que el NR80-109399, correspondiente a una Aventurera Verpine, Modelo 201, grupo de producción E, pertenecía a:
Akanah Norand Pell, adulta y residente en Chofin, un asentamiento perteneciente al estado autónomo de Carratos, bajo la autoridad del cual se ha otorgado este registro.
Y la fecha de los artículos de registro era reciente; de hecho, aún no había transcurrido medio año desde entonces.
Luke pasó a examinar la bitácora de tráfico, y encontró más buenas noticias. Los únicos planetas visitados por la
Babosa del Fango
desde que había pasado a ser propiedad de Akanah eran Golkus y Coruscant, y Golkus estaba lo suficientemente cerca de formar parte de una hipotética línea trazada entre Carratos y Coruscant para que el hacer un alto en el camino allí no necesitara ninguna explicación. Pero, y eso era bastante curioso, los registros no mencionaban su partida de Coruscant, así como tampoco hacían mención de sus paradas en Lucazec, Teyr o Atzerri.
Luke podía explicar la última omisión mediante los ciclos de puesta al día de los registros; los sistemas de registro todavía no habían dispuesto del tiempo suficiente para llevar a cabo la transmisión rutinaria de datos entre esos centros de control de vuelo y Coruscant, o para añadir esos datos al registro principal. Pero la primera omisión resultaba tan sorprendente como incomprensible. El pequeño truco de enmascaramiento utilizado por Luke durante su partida de Coruscant sólo debería haber ocultado su punto de origen a quien pudiera estar observándoles y haber eliminado cualquier posible curiosidad provocada por alguna alarma de trayectoria indebida que hubiese podido empezar a sonar en el Control de Vuelo.
Pero en lo que concernía a Coruscant, la
Babosa del Fango
nunca había despegado de su superficie. El esquife nunca había solicitado el permiso para ponerse en órbita, y nunca había llegado a solicitar la autorización que permitía atravesar el escudo planetario..., a pesar de que no podrían haberse ido sin ella. Y la travesía del escudo requería no sólo que el esquife respondiera a la interrogación del transductor, sino también que el Registro de Naves verificase su identificación. No había forma de imaginar qué cadena de circunstancias había hecho que su partida no quedara anotada en los registros.