Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras (51 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 2 Escudo de Mentiras
3.83Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ackbar levantó una mano y señaló la esquina inferior derecha del muro.

—Ya hemos tenido una baja —dijo.

El Número 23, un hurón sin piloto, no había conseguido acudir a su cita con Doornik-207, que según los últimos informes albergaba a un nido de corasghianos. Pero todas las otras cartas estaban empezando a llenarse: las trayectorias de vuelo iban pasando del rojo al verde, y las superficies de los planetas empezaban a aparecer dentro de los círculos.

Las primeras imágenes de N'zoth causaron un zumbido de excitación en la sala. Mostraban las siluetas inconfundibles de Destructores Estelares, registradas por los sistemas de obtención de imágenes controlados por el R2-R del
Jennie Lee
pilotado por Roñe Taggar. Después de haber dejado a Han en su rincón de la sala, Leia se había puesto al lado de Ayddar Nylykerka, quien estaba muy atareado registrando imágenes individuales de los datos para obtener un catálogo de retratos de naves. Leia permaneció inmóvil junto a él y escuchó cómo el pequeño analista del departamento de Seguimiento de Recursos, con toda su atención apasionadamente concentrada en su trabajo, hablaba en voz alta consigo mismo.

—Ése podría ser el
Temible
—murmuró Nylykerka, consultando sus listas—. A pesar de las modificaciones introducidas en la superestructura delantera, no cabe duda de que es un Destructor Estelar de la clase Imperial...

El zumbido se convirtió en un murmullo de preocupación unos segundos después, cuando la imagen del Número 1 cambió y otra silueta con forma de daga un poco más esbelta que la anterior fue adquiriendo nitidez en el monitor. En aquella sala no había prácticamente nadie que no pudiera identificar ese perfil, y las excepciones averiguaron rápidamente su significado gracias a un apresurado susurro procedente de la persona que tenían más cerca: había un Súper Destructor Estelar en órbita alrededor de N'zoth.

La Nueva República había optado desde el principio por construir un número más elevado de navíos más pequeños —transportes de la Flota, Destructores Estelares de la clase República, cruceros de combate—, prefiriendo esa política a la de adoptar la filosofía del diseño imperial. En vez de repararlo o convertirlo en una pieza de museo, Mon Mothma había dado órdenes de desguazar el único SDE capturado al Imperio. En consecuencia, el leviatán de ocho kilómetros de longitud que trazaba lentos círculos alrededor de N'zoth poseía una potencia de fuego considerablemente superior a la de cualquier navío de la Flota de la Nueva República.

—Ese monstruo sólo puede ser el
Intimidador
—declaró Nylykerka—. Todos los navíos de la clase Súper construidos durante los últimos tiempos del Imperio tenían esa torre generadora de escudo adicional situada en la línea central...

Aquel descubrimiento era tan inesperado como inquietante, pero aun así la atención de los presentes en la Sala de Guerra se vio rápidamente atraída hacia otro lugar. A medida que los cronómetros se aproximaban a los dos minutos de conteo y los aparatos de exploración avanzaban velozmente hacia el punto central de su trayectoria y el momento de máxima aproximación de sus pasadas, el muro de monitores se iba llenando de imágenes de navíos de guerra, hasta que llegó un momento en que el muro pareció una versión ampliada del catálogo de imágenes que mostraban las pantallas de Nylykerka.

Había Destructores Estelares en Wakiza, Zhina, Nueva Brigia y Doornik-881, donde había estado la granja-factoría imperial. La flota yevethana de Campana de la Mañana había aumentado hasta estar formada por un mínimo de dieciséis navíos, que incluían cuatro Destructores Estelares, seis navíos de impulsión por ondas de la clase
Aramadia
, y un navío que tenía las dimensiones de un destructor y un aspecto bastante extraño, y que Nylykerka identificó como un prototipo de pruebas imperial largamente perdido, el
EX-F
. Los navíos de impulsión por ondas parecían estar en todas partes, y se los podía ver en órbita alrededor de los otros mundos de la Liga de Duskhan, en Polneye y en la antigua instalación minera morathiana de Kojash.

Los tres astilleros imperiales que el teniente Sconn había nombrado en su declaración —Negro Quince, que había estado en órbita alrededor de N'zoth; Negro Once, que orbitaba Zhina; y Negro Ocho, que orbitaba Wakiza— estaban llamativamente ausentes de los sondeos que iban mostrando las pantallas.

Ackbar le comentó su ausencia a Han.

—Creo que no los encontraremos —añadió—. Los yevethanos son perfectamente capaces de haber trasladado los astilleros a nuevas localizaciones secretas. Sospecho que el
Astrolabio
se tropezó por casualidad con una de esas instalaciones en Doornik-142.

A las 2.05, la señal del Número 16 se interrumpió repentinamente en Polneye, y la imagen de la carta de seguimiento quedó congelada con sólo un cuarenta y dos por ciento del planeta explorado. Unos instantes después el Número 19, en Campana de la Mañana, y el Número 5, en el mundo duskhaniano llamado Tizón, también dejaron de emitir.

Las pérdidas no se detuvieron ahí. Las pantallas individuales se estaban oscureciendo por todo el muro casi tan deprisa como habían cobrado vida al principio. Sólo la mitad de los aparatos de exploración consiguió llegar al punto central de sus trayectorias. Tres señales más se extinguieron casi como una sola mientras Leia se alejaba de Nylykerka y se dirigía hacia el centro de la Sala de Guerra.

—¿Qué está pasando ahí fuera? —jadeó, sin dirigirse a nadie en particular mientras mantenía la mirada levantada hacia las pantallas.

Las señales de Z'fell, Wakiza, Faz, N'zoth —todas ellas asignadas a los alas-X del Grupo de Reconocimiento Veintiuno— fueron las últimas en desvanecerse, pero acabaron desvaneciéndose. Ningún aparato de exploración consiguió examinar más de tres cuartas partes de un objetivo de la Liga de Duskhan antes de ser destruido.

El cronómetro llegó al final de su conteo de cinco minutos, y en toda la Sala de Guerra no hubo más sonidos que los de una tos ahogada o el crujido de una silla. Sólo cuatro aparatos de exploración habían sobrevivido al salto de salida de los sistemas que les habían sido asignados..., y los cuatro eran unidades automatizadas. Ninguno había encontrado nada durante sus pasadas de observación, salvo mundos que acababan de morir. Los ojos de todos los presentes empezaron a apartarse de las imágenes congeladas en la pared para clavarse en la mujer que permanecía inmóvil en el centro de la sala.

—Ahora ya lo sabemos —se limitó a decir Leia—. Controlador, muestre las identificaciones visuales de los pilotos en el muro mientras va ordenando los datos del Número Uno para que podamos volver a verlos. Me gustaría recordar a quién debemos esta información.

La andanada que dejó incapacitado el ala-X de reconocimiento de Rone Taggar llegó desde atrás y desde abajo, y surgió de la nada sin que hubiera ninguna advertencia previa. Incluso antes de que la carlinga se oscureciera, el relámpago azulado que bailoteó sobre el fuselaje ya indicó a Taggar que los escudos del caza acababan de desmoronarse bajo el impacto del haz surgido de un potente cañón iónico. Taggar se retorció bajo las tiras de su arnés de seguridad e intentó mirar hacia atrás y localizar a su atacante. No había habido fuego procedente de emplazamientos de superficie durante la fase final de la aproximación, y su ala-X ya había salido del radio de alcance de cualquier batería antinaves corriente emplazada en el suelo.

—Vamos, vamos... ¿Dónde estás? —murmuró—. ¿De dónde has salido?

Había docenas de estrellas que brillaban con un resplandor lo suficientemente intenso para que Taggar no pudiera dirigir la mirada directamente hacia ellas sin tener que entrecerrar los ojos, y la claridad general era más que suficiente para esconder a un interceptor o a una boya de defensa. Pero Taggar no entendía por qué su sistema de localización no había detectado su presencia. El ala-X de reconocimiento tenía el punto ciego posterior más reducido de todos los cazas de la Nueva República, y en una adquisición de amenaza normal —a cincuenta mil metros o más— Taggar habría apostado un mes entero de paga a que podía mantener a distancia a cualquier oponente que pilotara una nave de índice similar al suyo durante el tiempo suficiente para terminar su pasada de exploración.

Fue contando en silencio los segundos del intervalo de reinicialización, convencido de que el disparo letal caería sobre él antes de que hubiese llegado al cien. Los absorbedores continuaban con su silencioso trabajo pasivo, absorbiendo el exceso de carga superficial y utilizándolo para alimentar la célula que volvería a poner en marcha el sistema. La andanada iónica no había afectado a su inercia, y el caza seguía alejándose de N'zoth a gran velocidad. Si el proceso de arrancada tenía éxito, Taggar podría hacerse con los últimos treinta segundos de datos correspondientes al lado del planeta que aún no había sido explorado y saltar a la seguridad del hiperespacio.

El conteo había llegado a los ochenta y siete segundos cuando Taggar sintió la leve sacudida indicadora de que un rayo tractor acababa de envolver su nave. Con la estructura del casco temblando y el fuselaje repiqueteando a su alrededor, Taggar metió la mano en el bolsillo del pecho para coger su varilla de purga. Otra nave, que parecía tener las dimensiones de una corbeta, apareció delante de él mientras introducía la varilla en el agujero de conexión del control de panel.

La carga de purga que surgió de la varilla atravesó las memorias del ordenador del caza a una velocidad vertiginosa, y borró de ellas hasta el último bit coherente. Su última parada tuvo lugar en la conexión con el R2, donde pasó a una carga plana colocada bajo la cúpula sensora del androide. La pequeña explosión que se produjo a continuación fue sorprendentemente ruidosa e iluminó el interior de la carlinga durante una fracción de segundo. Taggar miró hacia atrás y confirmó que la carga había dejado totalmente decapitado al androide.

Ya sólo le quedaba un último deber que cumplir: Taggar tenía que utilizar la aguja de suicidio que había quedado disponible al otro extremo de la varilla de purga, y el sistema de presión continúa del gatillo de autodestrucción de la nave. Sabía que corría un riesgo al esperar, especialmente después de que los yevethanos hubieran visto cómo la unidad R2 destruía su cúpula mediante la explosión. Pero también sabía que la corbeta tendría que bajar sus escudos para remolcar su ala-X hasta el interior de un hangar.

Cuando la nave se hubo acercado lo suficiente para alzarse sobre el caza tan ominosamente como una gigantesca montaña oscura, Taggar rodeó el gatillo con la mano izquierda y permitió que su cabeza cayera hacia un lado como si hubiera quedado inconsciente. Después cerró los ojos hasta convertirlos en dos rendijas, y a través de ellas vio cómo un chorro de luz surgía por entre las puertas del hangar que se iban abriendo delante de él y se extendía poco a poco por toda la parte inferior del casco de la corbeta. No había ninguna pinaza ocupando el hangar: aquel atracadero era para su caza.

El riesgo era muy grande, pero Taggar siguió esperando hasta que los cables de acoplamiento entraron en contacto con las toberas y empezaron a izar su ala-X de reconocimiento, y después siguió esperando hasta que las puertas empezaron a cerrarse debajo de él. Luego levantó la cabeza, deslizó el pulgar sobre las alas de piloto adheridas a la consola y permitió que la palma de su mano derecha cayera sobre el extremo de la varilla de purga.

Unos instantes después su cabeza volvió a inclinarse hasta quedar apoyada en su pecho y la mano que había permanecido rígidamente tensada alrededor del gatillo empezó a relajarse, y sus cansados dedos fueron cediendo bajo la presión de la placa resorte. Taggar ya se había dejado envolver por la paz del vacío cuando la carga de destrucción abrió en canal el vientre de la corbeta a lo largo de la línea central, lanzando al espacio una convulsa nube de restos procedentes de las dos naves.

Nil Spaar apartó la mirada de la cegadora bola de fuego que acababa de envolver al
Belleza de Yevetha
, y después se dio la vuelta y recorrió la cámara con la mirada en busca del guardián de defensa del mundo-cuna.

—¡Kol Attan! —aulló.

Kol Attan fue lentamente hacia él, arrastrando los pies y con sus crestas de combate tan encogidas que casi rozaban la invisibilidad.

—Virrey... Yo...

Nil Spaar le redujo al silencio con una mirada y señaló el suelo. El guardián, tembloroso y asustado, dobló la rodilla ante él, cerró los ojos y le mostró el cuello. El virrey empezó a caminar a su alrededor, moviéndose en un lento círculo mientras flexionaba la mano derecha en un movimiento que hizo surgir la garra curva y la extendió hasta su máxima longitud.

—No sólo eres un cobarde, sino que también eres un incompetente —acabó murmurando Nil Spaar—. Tu sangre ni siquiera es digna de ser derramada. Tocarte supondría rebajarme. Te declaro
tomara:
has perdido el honor, y te has hundido en la vergüenza. Vete a casa y suplica la muerte a tu
dama
.

Cuando el guardián no se movió, Nil Spaar hizo una profunda inspiración que enrojeció sus crestas, y después derribó a Kol Attan de una salvaje patada.

—No conseguirás provocarme para que te proporcione una salida honrosa —murmuró, apretando los dientes hasta hacerlos rechinar—. ¡Vete!

Mientras el guardián se apresuraba a huir a cuatro patas, Nil Spaar le dio la espalda.

—Tal Fraan —dijo.

El
nitakka
fue hacia él con una robusta fuerza en sus zancadas y un enérgico orgullo en su porte.

—¿Mi señor?

—Estabas seguro de que las alimañas violarían el Todo en un intento de llegar a conocernos. ¿Cómo pudiste saberlo?

—He pasado bastante tiempo junto a ellas, primero en los campamentos de Pa'aal y después a bordo del
Devoción de Yevetha
, donde nos sirven —dijo Tal Fraan—. He visto cómo arden en deseos de profanar y rebajar incluso los más pequeños misterios, en vez de abrazar los misterios tal como se presentan a sí mismos. Las alimañas de piel pálida parecen sentir esa obsesión con una intensidad especial.

Nil Spaar asintió con una lenta inclinación de cabeza.

—Pero no supiste prever que la alimaña que vendría aquí preferiría la muerte a la cautividad —dijo después—. Ese fracaso le ha costado un navío muy útil a mi flota, y ha desperdiciado sangre yevethana.

Other books

Turn It Up by Inez Kelley
In Plain View by Olivia Newport
Agent Garbo by Stephan Talty
Havana by Stephen Hunter
Princess Charming by Pattillo, Beth
Sarasota Dreams by Mayne, Debby
The Pirate Ruse by Marcia Lynn McClure