Authors: Agatha Christie
—Hace mucho tiempo. Hará unos quince años. Sufrió un revés de salud. Es lo que se dijo por aquí.
Giles se asomó por una ventana, correspondiendo a una pregunta de Gwenda no formulada.
—Va a venir esta tarde.
—¡Oh! —La joven se volvió nuevamente hacia Foster— ¿Llegó a conocer usted a la hermana del doctor Kennedy?
—¿A su hermana? Casi no la recuerdo. Era una chiquilla por aquellas fechas. Se fue al colegio y luego viajó al extranjero. Oí contar que pasó una temporada aquí después de haberse casado. Pero creo que huyó con un joven... Siempre había sido una criatura incontrolable, aseguraban algunos. No sé ni cómo llegué a verla una o dos veces. Por entonces yo tenía un empleo en Plymouth...
Gwenda preguntó a Giles cuando avanzaba por la terraza:
—¿Por qué ha decidido venir?
—Lo sabremos a las tres.
El doctor Kennedy se presentó con toda puntualidad. Miró a su alrededor cuando se hallaba en el salón, comentando:
—Me produce una extraña impresión verme de nuevo aquí.
Después, sin más preámbulos, abordó aquello que motivaba su visita.
—De las palabras que dijisteis los dos en mi casa he deducido que pretendéis localizar el sanatorio en que murió Kelvin Halliday, para enteraros de todos los detalles concernientes a su enfermedad y defunción.
—Así es —puntualizó Gwenda.
—Supongo que no os ha de resultar difícil tal cosa, de manera que he llegado a la conclusión de que debo daros a conocer ciertos hechos. Lamento, por otro lado, proceder de este modo, ya que para ti no significará ningún bien lo que voy a decir... Por el contrario, Gwennie, representará un dolor. En fin, las cosas son así. Tu padre no estaba enfermo de tuberculosis. El sanatorio en que se encontraba era sólo para enfermos mentales.
Gwenda se puso muy pálida.
—¿Estaba loco mi padre, entonces?
—Nunca hubo una contestación rotunda a eso. En mi opinión, no era un demente en el sentido general del vocablo. Habiendo sufrido un grave quebranto de salud, padecía ciertas obsesiones. Ingresó en el establecimiento porque él quiso y hubiera podido abandonarlo en cualquier momento en que hubiese expresado tal deseo. No mejoró, sin embargo, y allí falleció.
—Ha hablado usted de obsesiones —dijo Giles—. ¿De qué tipo eran las mismas?
El doctor Kennedy respondió secamente.
—Estaba convencido de haber estrangulado a su esposa.
Gwenda profirió un grito ahogado. Giles extendió un brazo rápidamente, cogiendo una de sus frías manos.
—Y... ¿la había estrangulado, realmente? —inquirió Giles.
—¿Cómo? —El doctor Kennedy miró fijamente al joven—. Por supuesto que no. Esto es incuestionable.
—Pero... ¿usted por qué lo sabe? —preguntó Gwenda vacilante.
—¡Mi querida niña! No había que pensar en un hecho así. Helen lo abandonó para huir con otro hombre. Durante algún tiempo, él se sintió mal... Los nervios le dominaban, sufría pesadillas. El golpe final remató la obra. Bueno, yo no soy un psicólogo... Éstos tienen explicaciones para hechos como ése. Cuando un hombre prefiere ver muerta a su esposa antes que saberla infiel, puede llegar a pensar que ha desaparecido del mundo de los vivos... e incluso que la ha matado.
Giles y Gwenda intercambiaron una mirada de cautela.
El primero insistió:
—Así pues, ¿usted está completamente seguro de que no había llevado a cabo el acto criminal que él se atribuía?
—Completamente seguro. Recibí dos cartas de Helen. La primera procedía de Francia, habiendo sido escrita una semana después de haber huido; la segunda llegó a mi poder seis meses más tarde. Desde luego, se trataba de una obsesión.
Gwenda suspiró.
—Por favor, cuéntenoslo todo con detalle.
—Te contaré todo lo que sé, querida. He de empezar por decir que Kelvin llevaba algún tiempo mal de los nervios. Consultó su caso conmigo. Me dijo que había sufrido varias inquietantes pesadillas. Estas pesadillas eran siempre las mismas, terminando de igual forma: estrangulando a Helen. Intenté llegar hasta la raíz del problema. Pensé que tal vez respondiera aquello a algún conflicto de la infancia. Su padre y su madre no constituyeron un matrimonio feliz... Bueno, no entraré en eso. Estas cuestiones son de interés sólo para los profesionales. La verdad es que recomendé a Kelvin que se pusiera en manos de un psiquiatra. Hay unos cuantos de primer orden en la región. No quiso saber nada. No tenia fe en esos especialistas.
«Yo sospechaba que él y Helen no se llevaban bien. Pero Kelvin nunca me habló de eso y a mí no me gusta hacer preguntas. La historia llegó a su momento más álgido cierta noche. Recuerdo que aquel día era viernes. Regresaba yo del hospital y me lo encontré en la sala de espera. Llevaba allí un cuarto de hora. Nada más verme, levantó la vista, diciéndome: "He matado a Helen."
»Por un momento, no supe qué pensar. Había hablado en un tono frío, demasiado natural.
«—¿Quieres decir que has tenido otro sueño? —le pregunté.
»—Esta vez no ha sido un sueño. Es verdad. Está allí, muerta, estrangulada. La estrangulé yo.
»A continuación añadió, con la misma naturalidad, razonando fríamente:
»—Será mejor que me acompañes hasta la casa. Desde allí podrás telefonear a la Policía.
»Mi desconcierto era grande. Saqué el coche de nuevo y nos trasladamos allí. La casa estaba a oscuras. Reinaba un completo silencio en ella. Subimos al dormitorio...
Gwenda interrumpió al doctor Kennedy:
—¿Al
dormitorio
?
En su voz había una inflexión de pura extrañeza.
El doctor Kennedy pareció ahora ligeramente sorprendido.
—Sí, sí. Allí fue donde pasó todo. Y, claro, cuando entramos en la habitación... ¡no encontramos nada, en absoluto! Sobre el lecho no había ninguna mujer muerta. Todo se veía en orden. Ni siquiera se advertía una arruga en las ropas de cama. Todo había sido una alucinación.
—¿Y qué dijo mi padre?
—Desde luego, insistió en su historia, que tenía por cierta, en la que creía desde el principio hasta el fin. Le convencí para que tomara un sedante y le ayudé a acostarse. Seguidamente, eché un vistazo por los alrededores. Encontré una nota escrita por Helen, arrugada, en el cesto de los papeles. Todo quedaba explicado. El escrito decía más o menos: «Esto es un adiós. Lo siento, pero nuestro matrimonio fue un error desde su mismo planteamiento. Me voy con el único hombre a quien he amado. Perdóname, si te es posible. Helen.»
«Evidentemente, Kelvin había leído la nota, subió al dormitorio, sufrió un grave trastorno cerebral y fue en mi busca convencido de que había matado a Helen.
«Luego interrogué a la doncella. Era su día libre y había llegado tarde. La hice pasar a la habitación de Helen y revisó sus prendas de vestir... Todo quedaba claro. Helen se había llevado una maleta y un bolso de mano. Inspeccioné toda la casa, pero no observé nada anormal... Por supuesto, allí no había la menor huella de una mujer estrangulada.
»Por la mañana, pasé unos momentos muy difíciles con Kelvin, pero por fin comprendió que todo había sido fruto de su imaginación... Al menos, esto me dio a entender. Se mostró conforme con la idea de ingresar en una clínica para someterse a tratamiento.
»Una semana después, como ya dije, recibí una carta de Helen. Había sido echada al correo en Biarritz, comunicándome que se dirigía a España. Yo tenía que comunicar a Kelvin que ella no deseaba el divorcio, que lo mejor era que la olvidara.
«Enseñé la carta a Kelvin. Habló muy poco. Estaba decidido a seguir adelante con sus planes. Telegrafió a los familiares de su primera esposa, que vivían en Nueva Zelanda, pidiéndoles que se hicieran cargo de su hija. Arregló sus asuntos personales pendientes e ingresó en un sanatorio mental muy bueno, de carácter privado, dispuesto a someterse a un adecuado tratamiento. El tratamiento, sin embargo, no se reveló eficaz. Dos años después, moría allí. Puedo daros las señas del establecimiento. Está en Norfolk. Su actual director pertenecía a él ya de joven y, probablemente, podrá facilitaros todos los detalles relativos al caso de tu padre.
Gwenda apuntó:
—Y más adelante recibió usted otra carta...
—¡Oh, sí! Unos seis meses más tarde. Me escribió desde Florencia, indicándome que le contestara a la lista de correos, poniendo como nombre «Miss Kennedy». Me decía que quizás era injusta al negar a Kelvin el divorcio... si bien ella no lo deseaba. En caso afirmativo, yo debía hacérselo saber. Ella se ocuparía de que Kelvin dispusiera de las necesarias pruebas. Enseñé la carta a Kelvin. Éste manifestó en seguida que no le interesaba el divorcio. Escribí a Helen comunicándoselo. Ya no volví a tener noticias suyas. No sé dónde vive... Ni siquiera sé si sigue con vida o ha muerto. Por eso me fijé en vuestro anuncio, esperando volver a saber de Helen.
Kennedy añadió, afectuosamente:
—Siento mucho haberte tenido que hablar así, Gwennie. Ahora bien, tú tenías que estar informada. Ojalá hubieras podido sustraerte a todo esto..;
Giles acompañó al doctor Kennedy hasta la puerta. Al volver a la habitación, encontró a la joven sentada donde la dejara, casi inmóvil. Tenía las mejillas encendidas y los ojos febriles. Al hablar, su voz sonó ásperamente.
—Un caso de muerte y de locura, a esto queda reducido todo...
—Querida Gwenda...
Giles le pasó, cariñoso, un brazo por los hombros. Le impresionó la rigidez de su cuerpo.
—¿Por qué no nos desentendimos de todo en su día? Fue mi padre quien la estranguló. De él era la voz que dijo aquellas palabras. No es de extrañar que todo volviera a mi memoria... No es raro que me sintiera tan asustada. Mi propio padre...
—Un momento, pequeña Gwenda. Nosotros, en realidad, no sabemos...
—¡Lo sabemos todo! Él notificó al doctor Kennedy que había estrangulado a su esposa, ¿no?
—Pero Kennedy está convencido de que él no hizo tal cosa...
—Porque no dio con ningún cuerpo. No obstante, lo había... Y yo lo vi.
—Lo viste en el vestíbulo, no en el dormitorio.
—¿Y que más da un sitio que otro?
—Bueno, he aquí algo raro, ¿eh? ¿Por qué había de decir Halliday que acababa de estrangular a su esposa en el dormitorio cuando le había dado muerte en el vestíbulo?
—¡Oh! No sé... Ése es un detalle secundario.
—No estoy tan seguro. Ordenemos los hechos, querida. Veo unos cuantos puntos chocantes en toda la historia. Empezaremos por admitir que tu padre estranguló a Helen. En el vestíbulo. ¿Qué pasó luego?
—Salió en busca del doctor Kennedy.
—A quien dijo que había estrangulado a su esposa en el dormitorio. Volvió con él y no fue encontrado ningún cadáver en el vestíbulo..., ni en el dormitorio. ¡Diablos! No puede haber un crimen sin víctima. ¿Qué había hecho con el cuerpo?
—Quizás había uno. Es posible que el doctor Kennedy decidiera ayudar a mi padre a encubrirlo todo... Pero, claro, él no iba a revelarnos esto.
Giles movió la cabeza a un lado y a otro.
—No, Gwenda. No puedo imaginarme a Kennedy actuando de esa forma. Es un escocés frío, nada emotivo, obstinado, astuto. Me has sugerido la posibilidad de que se decidiera a correr un riesgo como cómplice tras el hecho. No lo creo capaz de dar ese paso. Lo más que hubiera hecho por Halliday era declarar favorablemente en cuanto a su estado mental... Esto sí. Pero, ¿por qué había de exponerse contribuyendo a silenciar el caso? Kelvin Halliday no era pariente suyo, ni siquiera amigo. Había matado a su hermana y él, evidentemente, la quería... Sí, aunque no aprobase su despreocupada conducta. Tú, por otro lado, no eras hija de Helen. Decididamente, Kennedy no se avendría a encubrir el crimen. Extremando las cosas, únicamente habría llegado a extender un certificado de defunción, especificando que ella había fallecido a consecuencia de un ataque cardíaco o algo parecido. Así habría salido del paso... Pero sabemos que no procedió de esa manera, ya que no figura el fallecimiento de Helen en los registros parroquiales. En caso afirmativo, nos habría dicho que su hermana murió. A partir de aquí, explícame, si puedes, qué fue del cuerpo.
—Tal vez lo enterrara mi padre en alguna parte... ¿En el jardín, tú crees?
—¿Para ir después en busca de Kennedy y decirle que había asesinado a su esposa? ¿Por qué? ¿Por qué no apoyarse en la historia de que ella «le había dejado»?
Gwenda apartó nerviosamente los cabellos de su frente. Giles la notó menos rígida ahora. Su cara tenía un color más natural.
—No sé a qué atenerme —admitió—. Todo parece más enrevesado, tal como planteas tú ahora la cuestión. ¿Crees que el doctor nos dijo la verdad?
—¡Oh, sí! Estoy casi seguro de que sí. Desde su punto de vista es una historia perfectamente razonable. Sueños, alucinaciones y, finalmente, la alucinación principal. No duda en calificar lo de Kelvin como una alucinación porque como ya hemos señalado, no puede haber un crimen sin una víctima. Aquí es donde diferimos de él... Nosotros sabemos que hubo un cuerpo.
Giles hizo una pausa, agregando luego:
—Desde su punto de vista, todos los detalles encajan. Unas prendas de vestir de menos, una maleta que ha desaparecido, un escrito de adiós. Y, más adelante, dos cartas de su hermana.
Gwenda se agitó en su asiento.
—Esas cartas... ¿Cómo puede explicarse su existencia?
—Si suponemos que Kennedy estaba diciéndonos la verdad (cosa de la que estoy casi seguro, como ya he señalado), hemos de explicárnoslas.
—Supongo que fueron escritas realmente por su hermana. ¿Reconoció la letra?
—No creo qué llegara a plantearse ese extremo, Gwenda. No es como una firma al pie de un cheque dudoso. Si esas cartas fueron escritas imitando razonablemente bien la letra de su hermana, a nadie podría ocurrírsele dudar de su autenticidad. Abrigaba una idea preconcebida: la de que ella se había ido con alguien. Las cartas confirmaban esa creencia. De no haber vuelto a tener noticias de Helen, en absoluto, podía haber concebido sospechas. No obstante, existen ciertos puntos curiosos en lo tocante a esas cartas, en los que él no se ha fijado, pero yo sí. Resultan extrañamente anónimas. No se dan señas... Todo lo más, una lista de Correos. No se indica qué hombre está implicado en el caso. Hay aquí una obstinada determinación para romper claramente con los antiguos lazos. Quiero decir: son exactamente las cartas que un
asesino
idearía de pretender borrar recelos en las mentes de los familiares de la víctima. Hacer llegar las cartas desde el extranjero es fácil.