Authors: Agatha Christie
«Ciertos puntos, sin embargo, no quedan explicados. No se explica por qué Kelvin estaba convencido de haber estrangulado a su esposa en el
dormitorio
. Y no queda cubierta, en mi opinión, una cosa que juzgo inquietante:
¿dónde se encuentra Helen Halliday ahora?
Porque a mí se me antoja muy sorprendente, contra toda razón, que no se haya vuelto a saber de Helen. Concedamos que las dos cartas por ella escritas sean auténticas... Bien. ¿Qué sucedió después? ¿Por qué no volvió a escribir? Se llevaba perfectamente con su hermano; este, evidentemente, de siempre, había sentido mucho cariño por ella. Él podía desaprobar su conducta, pero de eso a desear no volver a tener noticias suyas... Diré más: este extremo, desde luego, ha estado siendo un motivo de preocupación por el propio Kennedy. Supongamos que él aceptó en su día la historia que nos refirió, la huida de su hermana y el derrumbamiento de Kelvin. No pensaría, seguramente, en no volver a saber de Helen. Yo creo que a medida que pasaron los años, sin tener noticias suyas, y Halliday seguía obsesionado con su idea, desembocando en el suicidio, una terrible duda empezó a anidar en su mente. Imaginemos que la historia de Kelvin respondía a la realidad, es decir, que, efectivamente, había asesinado a Helen... Ni la menor noticia acerca de ésta. Y, seguidamente, de haber fallecido en alguna parte, en el extranjero, Kennedy lo habría sabido, de un modo u otro. Así queda explicado su interés al leer nuestro anuncio. Esperaba averiguar su paradero, saber lo que había estado haciendo. A mi juicio, una desaparición tan radical como la de Helen no es lógica, no es natural. En sí misma, se me figura altamente sospechosa.
—Estoy de acuerdo contigo —contestó miss Marple—. Ahora bien, ¿qué otra alternativa hay?
Giles habló lentamente:
—He pensado en una alternativa. Resulta fantástica, ¿sabe?, e incluso atemorizadora. Todo es debido a que implica..., ¿cómo puedo explicárselo?... cierta
malevolencia
...
Miss Marple le miraba con interés.
—Sí —corroboró Gwenda—. Cabe hablar de eso. Es algo que hasta se sale un tanto de los límites de la razón humana.
La joven pareció sentir un escalofrío.
—No me extraña —declaró miss Marple—. Hay muchas cosas raras a nuestro alrededor, más de las que la gente se imagina. He podido comprobarlo en más de una ocasión...
Miss Marple adoptó una actitud reflexiva.
—No puede ser ésta una explicación
normal
—manifestó Giles—. Pienso ahora en una fantástica hipótesis. Supongamos que Kelvin Halliday no mató a su esposa y que se figuró en cambio, que le había dado muerte. Esto es lo que el doctor Penrose, que parece ser una persona honesta, desea pensar, evidentemente. He aquí su primera impresión de Halliday: se enfrenta con un hombre que ha matado a su esposa y que quiere entregarse a la Policía. Luego, acepta la opinión de Kennedy de que no hubo nada de eso de manera que, ineludiblemente, cree que Halliday era víctima de un complejo, o de una obsesión, o como se llame tal cosa en su jerga profesional... pero no le agrada semejante solución. Tiene experiencia como psiquiatra y Halliday no encaja en el tipo de enfermo abocado a una manía como la suya. Al conocer a Halliday mejor, se da cuenta de que no es un hombre de los capaces de estrangular a una mujer mediando una provocación. Acepta la hipótesis de la obsesión, pero con sus dudas. Y esto significa realmente que sólo una hipótesis explicará el caso:
alguien
indujo a Halliday a pensar que había matado a su esposa. Así es como llegamos a X.
«Repasando lo hechos cuidadosamente, yo diría que esta hipótesis es posible, por lo menos. Según su propio relato, Halliday entró en la casa aquella noche, pasó al comedor y tomó una copa,
como hacía habitualmente...
Seguidamente, penetró en la habitación contigua, vio una nota sobre la mesa y... su memoria se oscureció de repente.
Giles calló momentáneamente. Miss Marple inclinó la cabeza, con un gesto de aprobación. Él continuó diciendo, luego:
—Digamos que lo último fue una cosa natural, que se trataba, simplemente, de los efectos de una droga puesta en el whisky. La siguiente etapa se ve claramente, ¿no? X había estrangulado a Helen en el vestíbulo, llevándosela luego arriba, disponiéndolo todo para que se pensara en un
crime passionnel...
Es lo que ve Kelvin al recobrar su lucidez mental. El pobre diablo, que se ha visto atormentado anteriormente por los celos,
cree que aquello es obra suya
. ¿Qué hace a continuación? Va en busca de su cuñado, en el otro extremo de la población, a pie. Y tal circunstancia proporciona a X el tiempo necesario para hacer otra treta. Coge una maleta, en la que guarda unas prendas de vestir, y se lleva el cadáver... Sin embargo —añadió, Giles, abatido—, no acierto a comprender qué pudo hacer con el cuerpo.
—Me sorprende mucho en ti tal manifestación —declaró miss Marple—. Yo diría que ese problema presenta pocas dificultades. Pero, por favor, sigue.
—
«¿Quiénes fueron los hombres de su vida?»
—citó Giles—. Leí esta frase en un periódico, cuando regresábamos en el tren. Pensé que en esta cuestión radicaba, quizá, la clave del enigma. Si existe un X, como suponemos, todo lo que sabemos acerca de él es que estaba loco por Helen, completamente loco.
—Por cuya razón —agregó Gwenda— odiaba a mi padre y deseaba verlo sufrir.
—Sabemos qué clase de mujer era Helen... —apuntó Giles.
—Una mujer a la que agradaban los hombres con exceso —completó Gwenda.
Miss Marple levantó la vista de pronto, fue a decir algo, pero calló.
—Sabemos, además, que era una bella mujer. No tenemos, sin embargo, ninguna pista relativa a los hombres que pudo haber en su vida, aparte del esposo. Serían muchos, quizá.
Miss Marple denegó con un movimiento de cabeza.
—No, no es posible. Era joven. Hablemos con precisión, en la medida de lo posible. Sabemos algo acerca del capítulo de «los hombres de su vida», como has dicho tú, Giles. Podemos referirnos al hombre con quien iba a casarse...
—¡Ah, sí! El abogado. ¿Cuál era su nombre?
—Walter Fane —contestó miss Marple.
—Hay que descartarlo. Se encontraba en Malasia, en la India, no sé dónde, concretamente.
—¿De verás? Abandonó el asunto de las plantaciones de té —subrayó miss Marple—. Regresó a Inglaterra, ingresando en la firma de la que ahora es director.
Gwenda preguntó:
—¿Seguiría a Helen hasta aquí?
—Pudo haberlo hecho. No sabemos nada al respecto.
Giles dirigió a la anciana una mirada de curiosidad.
—¿Cómo se ha enterado usted de eso?
Miss Marple sonrió, como excusándose.
—He estado chismorreando un poco. He visitado algunas tiendas... He esperado en las colas de los autobuses. La mujeres entradas en años, como yo, suelen hacer preguntas a diestro y siniestro. Es así como una se entera de las habladurías locales.
—Walter Fane —dijo Giles, pensativo—. Helen lo rechazó. Esto pudo suscitar cierto rencor en él. ¿Se casó más tarde?
—No —contestó miss Marple—. Vive con su madre. Este fin de semana tomaré el té con ella.
—Conocemos la existencia de otra persona también —recordó Gwenda repentinamente—. El doctor Kennedy nos habló de un individuo, de un tipo indeseable que tuvo que ver con ella al abandonar Helen el colegio... ¿Indeseable, por qué?
—Dos son los hombres, pues —resumió Giles—. Cualquiera de ellos pudo llegar a odiarla, a pensar en tramar cualquier cosa... Tal vez el primer joven padeciera alguna enfermedad mental.
—El doctor Kennedy podía informarnos —dijo Gwenda—. Esta clase de preguntas, no obstante, son delicadas. Me explicaré... Nada tiene de particular que yo pregunte detalles sobre mi madrastra, a la que apenas puedo recordar. Ahora bien, querer ahondar en sus asuntos amorosos me parece excesivo...
—Probablemente, habrá otros medios para informarse —declaró miss Marple—. ¡Oh, sí! Estoy convencida de que con tiempo y paciencia seremos capaces de enterarnos de todo.
—Sea como fuere, tenemos dos posibilidades —señaló Giles.
—Creo que podemos pensar en una tercera —dijo miss Marple—. Sería ésta, desde luego, una pura hipótesis, pero justificada, a mi entender, por el giro de los acontecimientos.
Gwenda y Giles miraron a la anciana, ligeramente sorprendidos.
—Es sólo una sugerencia —aclaró miss Marple, un poco ruborizada—. Helen Kennedy viajó a la India para casarse con el joven Fane. Seguramente no se hallaba locamente enamorada de éste, pero debía tenerle algún afecto, decidiendo unir su vida a la de él. Aun así, tan pronto llega allí, rompe el compromiso y telegrafía a su hermano para que le envíe dinero, con el fin de emprender el regreso. Bueno... ¿Por qué?
—Supongo que cambió de opinión —manifestó Giles.
Miss Marple y Gwenda miraron al joven con cierto desdén.
—Claro que cambió de opinión —confirmó la segunda—. Eso ya lo sabemos. Miss Marple pregunta... ¿por qué?
—Me imagino que las chicas, a veces, cambian de opinión —repuso Giles vagamente.
—
En ciertas circunstancias
—dijo miss Marple.
Algunas ancianas, con una declaración mínima, pueden sugerir mucho. Miss Marple era una de ellas.
—Cualquier cosa que hiciera... —apuntó oscuramente Giles.
Gwenda le interrumpió.
—¡Claro! ¡Otro hombre!
Ella y miss Marple intercambiaron una expresiva mirada. Eran como dos personas a las que se hubiera concedido el derecho a formar parte de una sociedad secreta de la cual estaban excluidos los hombres.
Gwenda añadió, segura de sí misma:
—¡En el buque! ¡Al salir!
—Lo primero que encuentra, ya se sabe... —dijo miss Marple, oscuramente.
—Una cubierta bañada por la luz de la luna —explicó Gwenda—, y todo lo demás. Ahora, esto debió ser algo serio. No hay que pensar en un pasajero idilio...
—Yo también pienso que fue un asunto serio —indicó miss Marple.
—En tal caso, ¿por qué no se casó con él? —preguntó Giles.
—Quizá se mostrara el hombre indiferente. —Gwenda movió la cabeza a un lado y a otro—. No. En estas condiciones todavía se habría casado con Walter Fane. ¡Oh! Soy una estúpida. Está claro: era un individuo casado...
Gwenda miró a miss Marple con aire triunfal.
—Exactamente —contestó la anciana—. Así es como yo he reconstruido la historia. Los dos se enamoraron, locamente quizá. Pero siendo él un hombre casado, con hijos probablemente, siendo, tal vez, un joven honorable... Bueno, eso habría supuesto el fin de todo.
—Y Helen renunciaría a su propósito inicial, a casarse con Walter Fane —remató Gwenda—. Entonces, telegrafió a su hermano, regresando. Sí, esto encaja bien. Y durante el viaje de vuelta, en el barco, conoció a mi padre...
Guardó silencio para reflexionar antes de añadir:
—Ambos se sintieron mutuamente atraídos... Allí estaba yo. Los dos se sentían desgraciados y se dedicaron a consolarse el uno al otro. Mi padre habló de mi madre y quizá ella llegara al referirse al otro hombre. Sí, claro. —Gwenda buscó una de las páginas del Diario—.
«He de ser sincero conmigo mismo. Yo sospechaba que tenía un amante. Había un hombre... Lo sé... Me contó algunas cosas cuando nos encontrábamos todavía en el barco... Era un hombre a quien amaba y con el que no podía casarse.»
Sí, eso es... Helen y mi padre tenían unos puntos comunes. Yo, por otro lado, constituía una preocupación para él... Helen pensó que podría hacerle feliz, que quizás ella misma acabara siendo feliz también.
Gwenda miró a miss Marple, como brindándole en silencio sus conclusiones.
Giles parecía un tanto exasperado.
—Mi querida Gwenda: te has imaginado un puñado de cosas, considerando luego que han sucedido realmente.
—Estoy segura de que sucedieron. Tuvo que ser todo como he dicho. Ya poseemos una tercera identidad para X.
—¿Te refieres a...?
—Me refiero al hombre casado. No sabemos cómo era. Es posible que no tuviera nada de agradable. Quizá no anduviera bien de la cabeza. Pudo haberla seguido hasta aquí...
—Lo has presentado dirigiéndose a la India.
—Hay quien regresa de allí también, ¿no? Es el caso de Walter Fane, que volvió un año más tarde, casi. Yo no digo que ese hombre regresara, pero afirmo que existe tal posibilidad. Hemos querido reparar en los hombres de su vida. Bien. Ya tenemos tres: Walter Fane, un joven cuyo nombre desconocemos, y el tercero: un hombre casado...
—Cuya existencia ignoramos —remató Giles.
—Insistiremos en nuestras averiguaciones —repuso Gwenda—. ¿No es así, miss Marple?
—Con tiempo y paciencia —señaló miss Marple—, podremos enterarnos de muchas cosas. Vayamos ahora con mi aportación personal. Gracias a una breve conversación en el marco de un establecimiento de la localidad, me he enterado de que Edith Pagett, que trabajó como cocinera en «Santa Catalina» en la época que a nosotros nos interesa, se encuentra en Dillmouth. Su hermana está casada con un comerciante de aquí. A mí me parece, Gwenda, que podrías visitarla con la mayor naturalidad. Puede ser que nos refiera algo que valga la pena.
—¡Magnífico! —exclamó Gwenda—. Se me ha ocurrido algo más... Pienso hacer un nuevo testamento. No te pongas tan serio, Giles. Sigo con la idea de dejarte todo mi dinero. Lo que deseo es valerme de Fane para eso.
—Sé prudente, Gwenda.
—Nada más normal que la decisión de hacer testamento. Mi manera de abordar la cuestión es correcta. De todos modos, lo que yo quiero es verle. Deseo ver cómo es, y si estimo que posiblemente...
Gwenda no acabó de expresar su pensamiento.
—Lo que a mí me sorprende —declaró Giles— es que no haya contestado nadie más a nuestro anuncio... Por ejemplo, esa Edith Pagett...
Miss Marple movió la cabeza,.
—En estos sitios, la gente necesita disponer de tiempo a la hora de tomar una decisión, tratándose de asuntos como el que estudiamos —dijo—. Las mujeres, al igual que los hombres, se muestran recelosas. Y unas y otros gustan de pensarse bien las cosas...
Lily Kimble extendió sobre la mesa de la cocina unas cuantas hojas de periódicos atrasados. Disponíase a colocar sobre ellos la sartén que tenía al fuego, en la que se estaban friendo las patatas. Tarareando una cancioncilla de moda, se inclinó distraídamente, leyendo algunos de los anuncios.