Un crimen dormido (14 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Un crimen dormido
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La señora Mountford, Pagett de soltera, era de corta talla y redonda. En sus oscuros cabellos campeaban algunos mechones grisáceos. Su hermana, Edith Pagett, era alta, morena y delgada. Sus cabellos se mantenían negros, pese a rondar ya la cincuentena.

—¡Quién había de decírmelo!— exclamó Edith Pagett—. La pequeña señorita Gwennie... Tiene usted que dispensar algunas de mis expresiones, señor, pero es que todo esto me remonta a muchos años atrás. Usted solía entrar en la cocina para pedirme un racimo de uva, o cualquier otra fruta, valiéndose para ello de nombres que a mí me costaba trabajo descifrar...

Gwenda escrutó aquella recta figura, las rojas mejillas, los negros ojos, intentando recordar, recordar... Pero no se le venía nada a la memoria.

—¡Cuánto daría yo por poder recordar...! —exclamó.

—Lo más lógico es que no se acuerde de nada. Usted era entonces una criatura. Actualmente, nadie quiere servir en una casa en la que haya niños. No lo comprendo. Los chiquillos dan vida a aquéllas. Así pienso yo. Claro que a la hora de las comidas, con los pequeños siempre hay buenos zafarranchos. De estas complicaciones, la culpa, normalmente, es de quien cuida de ellos. Las niñeras son siempre muy difíciles. ¿Se acuerda usted de Layonee, miss Gwennie? Bueno, he querido decir señora Reed...

—¿Layonee? ¿Fue mi niñera?

—Una chica suiza... No hablaba muy bien el inglés. Era muy sensible. Lloraba cuando Lily le decía algo que no le gustaba. Lily era la doncella. Era joven, descarada, y bastante frívola. Jugaba frecuentemente con usted, Miss Gwennie, al escondite, en la escalera...

Gwenda no pudo impedir un escalofrío.

En la escalera...

De pronto, anunció:

—Ya me acuerdo de Lily. Le puso un lazo al gato...

—¡Es curioso que se acuerde usted de eso! Ocurrió el día de su cumpleaños. Lily dijo que «Thomas» había de contar con el lazo. Aprovechó la cinta de seda de una de las cajas de bombones. «Thomas» pareció enloquecer. Salió disparado hacia el jardín, restregándose contra los matorrales, hasta que se deshizo del lazo. A los gatos no les gustan ciertas bromas.

—Era un gato blanco y negro.

—Es verdad. ¡Pobre «Tommy»! No se le escapaba un ratón... —Edith Pagett hizo una pausa, tosiendo brevemente—. Perdone que me muestre tan parlanchina, señora. Estos detalles me han hecho pensar en los viejos tiempos. ¿Deseaba usted preguntarme algo?

—Me gusta oír hablar de los viejos tiempos —manifestó Gwenda—. Era lo que yo pretendía, precisamente. Yo me crié en Nueva Zelanda, con unos familiares que no estaban en condiciones de informarme a fondo acerca de mi madrastra, de mi padre... Ella era una mujer muy agradable, ¿no?

—A usted la quería mucho. ¡Oh, sí! La llevaba a la playa, jugaba con usted en el jardín. Era muy joven. Una muchacha, verdaderamente. Yo creo que disfrutaba tanto como usted cuando jugaban. En cierto modo, fue como una hija única... Sí, porque el doctor Kennedy, su hermano, le llevaba muchos años y siempre andaba enfrascado en sus libros. Cuando no estaba en el colegio se veía obligada a jugar sola...

Miss Marple inquirió:

—¿Siempre ha vivido usted en Dillmouth?

—¡Oh, sí señora! Mi padre era el dueño de la granja que hay al otro lado de la colina, la de Rylands, como fue siempre llamada. Al morir él, mi madre la vendió... Hubiera necesitado tener algún hijo varón para continuar explotándola. Con el dinero que obtuvo compró el pequeño establecimiento situado en un extremo de la calle High. Aquí me he pasado la vida, efectivamente.

—Supongo que con relación a Dillmouth pocas serán las cosas que usted ignore...

—Dillmouth era antes una población muy pequeña, si bien ha acogido un gran número de veraneantes todos los años. Aquí siempre ha venido gente tranquila, no esos tipos alborotadores que padecemos en la actualidad. Aquéllas eran familias excelentes, que ocupaban invariablemente las mismas casas y pisos año tras año.

—Me imagino —aventuró Giles— que usted conoció a Helen Kennedy antes de que se convirtiera en la señora Halliday...

—La conocía, es decir, la había visto en un sitio y otro, pero para trabar relación con ella hube de entrar a su servicio.

—¿Era una persona de su agrado? —preguntó miss Marple.

Edith Pagett se volvió hacia la anciana.

—Sí, señora —repuso. Había un aire de reto en su actitud—. No me importa lo que haya dicho otra gente. Siempre fue muy amable conmigo. Nunca creí que llegara a hacer lo que hizo. Me dejó asombrada... Aunque se ha hablado mucho...

Edith Pagel guardó silencio al llegar aquí, mirando a Gwenda como si deseara excusarse.

La joven habló impulsivamente.

—Quiero estar informada —declaró—. Por favor, no piense que voy a tomar a mal lo que diga. No era mi madre, a fin de cuentas...

—Es verdad, señora.

—Tenemos mucho interés en... localizarla. Desapareció de aquí y nadie ha vuelto a saber de ella. No sabemos dónde vive. Ni siquiera sabemos si sigue con vida. Y hay razones...

Gwenda vaciló, intervino Giles rápidamente en este punto.

—Razones de puro carácter legal. Ignoramos si hemos de considerarla muerta o...

—Le comprendo, señor. Después de lo de Ypres desapareció el marido de una prima mía y hubo sus complicaciones antes de que fuera declarado muerto. Aquello fue una prueba para ella. Naturalmente, si yo puedo serles útil de alguna manera... Ustedes no son para mí unos desconocidos; no debo considerarles como tales. Está por en medio Miss Gwenda...

—Muchas gracias —respondió Giles—. Si no le importa, empezaré a hacerle preguntas. La señora Halliday abandonó el hogar inesperadamente, de pronto, tengo entendido...

—Sí. Aquello fue un terrible golpe para todos, especialmente para el comandante. ¡Pobre hombre! Se derrumbó para siempre.

—¿Con quién huyó? ¿Tiene usted alguna idea sobre el particular?

Edith Pagett contestó que no con un movimiento de cabeza.

—El doctor Kennedy me hizo la misma pregunta..., que no pude responder. Lo mismo le pasó a Lily. Y Layonee, una extranjera al fin y al cabo, tampoco sabía una palabra sobre el particular.

—Bien. ¿No podría usted hacer una suposición? —insistió Giles—. Ha pasado ya tanto tiempo de todo eso que aún en el caso de que fuese errónea no tendría mucha importancia... Seguramente, usted sospecharía de alguien.

—Todos teníamos nuestras sospechas... Pero no pasamos de ahí. Por lo que a mí respecta, nunca vi nada. Lily, en cambio, una chica que, como ya creo haberle dicho, era muy vivaracha, tenía sus ideas personales, desde hacía algún tiempo. «Fíjate en lo que voy a decirte —solía comentar—: ese hombre está colado por ella. No hay más que ver cómo la mira cuando la señora sirve el té. ¡Y mientras tanto, su mujer lo asesinaría con la mirada si pudiera!»

—¿Y quién era ese... hombre?

—No recuerdo su nombre. Como usted ha dicho, han pasado muchos años. Era el capitán... Esdale... No. Se llamaba... Emery... Tampoco. Me parece recordar que su nombre empezaba por una E. O quizá fuera una H. No era el suyo un nombre corriente. Él y su esposa se hospedaban en el «Royal Clarence».

—¿Eran unos veraneantes más?

—Sí, pero a mí me parece que él, o los dos quizá, conocían a la señora Halliday de antes. Venían por la casa con frecuencia. De todos modos, de acuerdo con lo que decía Lily, él estaba enamorado de la señora Halliday.

—Y a su esposa lo que veía le disgustaba, naturalmente...

—Claro. Ahora, yo nunca pensé que allí hubiera algo censurable. Y todavía no sé a qué atenerme...

Gwenda inquirió:

—¿Continuaban estando hospedados en el «Royal Clarence»... cuando Helen... cuando mi madrastra huyó del hogar?

—Por lo que yo recuerdo, se fueron de aquí al mismo tiempo, un día antes o un día después. La coincidencia dio lugar a algunas murmuraciones. Nunca oí afirmar nada concreto, sin embargo, todo fue llevado muy en secreto, si es que hubo algo. La inesperada desaparición de la señora Halliday produjo una gran sorpresa. Pero la gente decía que siempre había sido un tanto ligera de cascos, cosa que nunca pude comprobar personalmente. No hubiera estado dispuesta de ninguna manera a irme con ellos a Norfolk, de lo contrario.

Por un momento, los tres clavaron sus miradas en Edith Pagett.

—¿Norfolk, ha dicho usted? —preguntó luego Giles—. ¿Pensaban irse a Norfolk?

—Sí, señor. Compraron una casa allí. La señora Halliday me habló de ello tres semanas antes... de que pasara lo que pasó. Me preguntó si quería seguir con ellos cuando se mudaran. Me dije que no me vendría mal un cambio de aires, pues no había salido nunca de Dillmouth. Y como la familia era de mi agrado...

—Es la primera noticia que tengo acerca de esa casa de Norfolk —manifestó Giles.

—En lo tocante a ello, la señora Halliday parecía mostrarse reservada. Me pidió que no hablara del asunto, así que callé... Lo cierto es que llevaba algún tiempo queriendo salir de Dillmouth. Se lo había propuesto al comandante Halliday, pero él se sentía a gusto aquí. Creo que llegó incluso a escribir a la señora Findeyson, la dueña de «Santa Catalina», preguntándole si abrigaba el propósito de vender la casa. La señora Halliday se opuso radicalmente a la compra de la misma. Daba la impresión de haberse vuelto contra Dillmouth. Era como si le inspirara temor continuar viviendo en ella.

Edith Pagett había hablado con toda naturalidad, pero ahora las tres personas que la escuchaban mirándola con redoblada atención.

—¿Y no pensó usted nunca que ella quería irse a Norfolk con objeto de estar más cerca de... de ese amigo de la familia cuyo nombre no puede recordar? —inquirió Giles.

Edith Pagett pareció sentirse ofendida.

—Nunca me hubiera permitido pensar tal cosa, señor. No creo que... Bueno, ahora me acuerdo que aquel caballero y aquella dama procedían del Norte... De Northumberland, me parece. A ellos les agradaba pasar sus vacaciones en el Sur, por la suavidad del clima.

—A ella le atemorizaba algo, ¿no? O alguien, quizá. Me refiero a mi madrastra —señaló Gwenda.

—Ahora que dice usted eso recuerdo que...

—Siga, siga.

—Lily entró un día en la cocina. Había estado pasando un paño por la barandilla de la escalera, para quitar el polvo. «¡Hay gresca!», exclamó. Lily utilizaba expresiones vulgares a veces, así que tendrán ustedes que dispensarme si...

»Le pregunté qué quería darme a entender con aquellas dos palabras y me explicó que la señora había entrado en la casa, procedente del jardín, en compañía de su marido. Hallándose en el salón, la puerta que comunicaba con el vestíbulo se había quedado abierta, por cuya razón Lily oyó las palabras que se cruzaron entre los dos.

»—
Te tengo miedo
—había dicho la señora Halliday.

»Lily añadió que el tono de su voz confirmaba su declaración.

»—Hace ya mucho tiempo que te tengo miedo. Tú estás loco. Tú no eres un ser normal. Vete de aquí. Déjame en paz. Debes dejarme en paz. Estoy asustada. A mí me parece que siempre me has tenido asustada...

«Algo así le dijo la señora... Desde luego, no puedo citar sus palabras con exactitud. Lily se lo tomó muy en serio, y por tal motivo, después de lo que ocurrió, ella...

Edith Pagett guardó silencio. En sus ojos se observaba ahora una curiosa mirada de temor.

—No he querido decir... Perdóneme, señora. Creo que he hablado ya demasiado.

Giles intervino suavemente:

—Por favor, Edith... Es realmente importante que estemos informados. Han pasado muchos años, pero hemos de saber todo lo que sucedió en aquella casa.

—No sé si sabré explicarme —objetó Edith.

Miss Marple decidió concretar:

—¿Qué fue lo que Lily creyó... o dejó de creer?

Edith Pagett se decidió a contestar:

—Por la cabeza de Lily pasaban muchas ideas. Yo no le hacía mucho caso. Era muy aficionada al cine y de este modo se hizo de una imaginación muy novelera. La noche en que pasó todo aquello estuvo viendo una película precisamente. Y además se llevó a Layonee... Una cosa mal hecha, como yo le hice ver. «¿Qué puede ocurrir?», me contestó. «No voy a dejar a la niña sola por completo en la casa. Tú vas a estar en la cocina y el señor y la señora no tardarán en llegar. Además, esa criatura no se despierta nunca durante la noche.» Insistí en que no obraba bien. De la ausencia de Layonee me enteré posteriormente. De haberlo sabido a tiempo me habría apresurado a subir a su habitación, miss Gwenda, para ver si se encontraba usted bien. Desde dentro de la cocina, cuando la puerta está cerrada, no se oye absolutamente nada.

Edith Pagett pareció que tomaba aliento antes de continuar:

—Yo estaba planchando. De repente, se abrió la puerta de la cocina, entrando allí el doctor Kennedy, quien me preguntó dónde estaba Lily. Le contesté que era su noche libre, pero que podía presentarse de un momento a otro. Nada más aparecer ella, se la llevó a la habitación de la señora, arriba. Querría saber si ésta se había llevado algunas prendas suyas. Lily inspeccionó su guardarropa, informándole. Después bajó para ir en mi busca. Estaba muy nerviosa. «Se ha ido con alguien —me dijo—. El señor está mal. Debe de haber sufrido un ataque. Ha sido un rudo golpe para él. Es un necio. Hubiera debido ver hace tiempo lo que se le venía encima.»

»—No debieras hablar así —le reproché—. ¿Quién te dice que no se ha puesto enfermo de repente uno de sus familiares, viéndose obligada a salir enseguida de aquí, pensando que ya tendrá tiempo de avisar?

»—¿Un familiar enfermo? ¡Y un jamón!

»Ya he dicho que Lily empleaba unas expresiones muy vulgares.

»—Ha dejado una nota —añadió.

»—¿Con quién crees tú que puede haberse ido?

»—¿En quién podrías pensar, Edith? Desde luego, no en el señor Fane, el de los ojos de carnero degollado, que la sigue a todas partes como un perro.

»—¿Tú crees que se ha ido con el capitán... no-sé-qué?

»—Apuesto cualquier cosa a que sí. A menos que se trate de nuestro hombre misterioso, el del coche reluciente.

«Esto hacía referencia a una broma que solíamos gastarnos.

»—No me convences. Esto no encaja en el carácter de la señora Halliday. Ella no haría nunca una cosa así.

»—Bueno, pues por lo visto ya la ha hecho —resumió Lily.

«Éstas fueron las palabras que se cruzaron entre nosotras, ¿comprenden?, al principio. Pero más tarde, hallándonos en nuestra habitación, Lily me despertó.

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