Authors: Agatha Christie
—Chantaje —sentenció Giles, bruscamente.
—No creo que la mujer viera su acción así —contestó el inspector Last—. Era ambiciosa, quería algo... Y actuaba algo confusamente, no viendo con claridad lo que podía obtener en definitiva de todo... Ya veremos. Tal vez su esposo pueda contarnos algo más.
—La puse en guardia —dijo el señor Kimble, con un gesto de cansancio—. «Desentiéndete de eso. Olvídalo», fueron mis palabras. Se movió a espaldas mías. Pensó que sabía mejor que yo lo que tenía que hacer. Así era Lily. Se las daba de lista.
El interrogatorio reveló que el señor Kimble podía aportar muy poco a aquel asunto.
Lily había estado trabajando en «Santa Catalina» antes de que él la conociera y comenzaran a salir juntos. A Lily le gustaba mucho el cine... Habíale dicho en varias ocasiones que había prestado sus servicios como criada en una casa en la que se cometiera un crimen.
—Yo no le hacía mucho caso. Pensé que todo aquello era pura imaginación. Lily era de esas mujeres que siempre le buscan tres pies al gato. Me refirió un cuento que era un galimatías... Su señor había matado a la esposa, enterrando su cadáver en el sótano... Me habló también de una chica francesa que al asomarse por una ventana había visto a alguien o a algo. «No hagas caso de los extranjeros, muchacha —le decía yo—. Nueve de cada diez son unos embusteros. No son como nosotros.» Después, como insistiera en aquello, terminé por no escucharla. De nada estaba haciendo una montaña. Y es que a Lily le gustaban mucho las historias de crímenes. Compraba el
Sunday News
, que estaba publicando una serie sobre asesinos célebres. Tenía la cabeza llena de estas cosas... Bueno, si a ella le agradaba pensar que había estado en una casa en la que se cometiera un crimen, ¿qué más daba? Censando no se hace daño a nadie. Pero cuando me preguntó qué me parecía lo de contestar al anuncio le aconsejé que se olvidara de él, que procurara no meterse en líos. Y si me hubiera hecho caso todavía viviría.
El hombre guardó silencio durante unos momentos.
—Pues sí —declaró luego, como si hubiera llegado a una conclusión—: todavía viviría. Se las daba de lista, Lily...
Giles y Gwenda no habían acompañado al inspector Last y al doctor Kennedy cuando su entrevista con el señor Kimble. Llegaron a casa alrededor de las siete. Gwenda estaba muy pálida, como si se encontrara enferma. El doctor había aconsejado a Giles:
—Déle usted una copita de coñac y oblíguela a comer algo. Seguidamente, que se acueste. Ha experimentado un fuerte
shock
.
Gwenda no cesaba de decir:
—Ha sido terrible, Giles, terrible. Esa pobre mujer se citó con un asesino, fue en busca de él confiadamente, para que la matara, como una oveja camino del matadero...
—Bueno, no pienses más en ello, querida. Después de todo, sabíamos que, andaba por en medio... un asesino...
—Pero referido al pasado, a dieciocho años atrás. Nos lo figurábamos. Podía haber quedado reducido todo a un error.
—Bien, esto prueba que no hay tal error. Estuviste siempre en lo cierto.
Giles se alegró de encontrar a miss Marple en «Hillside». Ella y la señora Cocker se ocuparon de Gwenda, quién rechazó el coñac, pero en cambio aceptó un poco de whisky caliente con limón. Después, y obligada por la señora Cocker, tomó asiento y se comió una tortilla.
Giles hubiera preferido hablar de otras cosas, pero miss Marple, que le superaba siempre en cuestiones de táctica, según él mismo había reconocido, se refirió al crimen con toda naturalidad, sin forzar el tema.
—Ha sido terrible, querido —dijo—. Y, desde luego, hay que admitir lo interesante del hecho, desentendiéndonos por un momento de la fuerte impresión que tenía que producir. Sucede, Giles, que yo soy tan vieja que la muerte no me impresiona tanto como a ti... A mí, lo que me da miedo es una de esas enfermedades largas y atormentadoras... Lo importante es que esto prueba de una manera definitiva que la pobre Helen Halliday fue asesinada. Es lo que nos figurábamos; ahora ya lo sabemos.
—Debiéramos saber, ya de acuerdo con sus teorías, miss Marple, dónde para el cadáver —contestó Giles—. Me imagino que en el sótano...
—No, no. Tú recordarás que Edith Pagett dijo que había llegado a bajar allí, pensando en las afirmaciones de Lily, sin encontrar la menor huella de nada... Y las habría, ¿sabes?, de buscarlas alguien realmente.
—Entonces, ¿qué fue del cadáver? ¿Se lo llevaron en un coche con el propósito de arrojarlo al mar desde uno de los acantilados?
—No. Vamos a ver... ¿Qué os llamó la atención?... mejor dicho, ¿qué te llamó la atención, Gwenda, antes de nada, la primera vez que llegaste aquí? El hecho de que desde la ventana del salón no se viera el mar. El lugar en el que tú creíste, muy acertadamente, que debía de haber unos escalones conducentes al césped, carecía de ellos, habiendo sido utilizado para plantar, unos arbustos. Averiguaste después que había habido unos peldaños allí, transferidos posteriormente al extremo de la terraza. ¿Por qué se realizó este cambio?
Gwenda miró fijamente a miss Marple, empezando a comprender.
—Usted quiere decir que es ahí dónde...
—Tiene que existir una razón para llevar a cabo un cambio así, y éste parece no tener sentido. Francamente, es una estupidez situar en tal punto los escalones. Pero ese extremo de la terraza es un punto muy recogido, que sólo es visible desde la casa por una ventana, la ventana del cuarto de los niños, en la primera planta. ¿No te das cuenta? Si tú quieres enterrar un cuerpo, la tierra se verá removida y ha de haber una razón para justificar tal apariencia. La razón era ésta: había sido decidido el desplazamiento de los peldaños, desde la parte de enfrente del salón hasta el extremo de la terraza. Sé ya por el doctor Kennedy que Helen y su esposo estaban pendientes del jardín, trabajando mucho en él. El jardinero que contrataron se limitaba a hacer lo que ellos le indicaban. De encontrarse con tal camino en marcha, con algunas de las losas ya quitadas, habría pensado que los Halliday habían iniciado la labor en su ausencia. El cuerpo, desde luego, pudo haber sido enterrado en otro lugar, pero creo que podemos tener la seguridad de que se halla realmente en ese extremo de la terraza y no enfrente de la ventana del salón.
—¿Por qué podemos estar seguros de eso? —inquirió Gwenda.
—Por lo que la pobre Lily Kimble dijo en su carta: que había cambiado de opinión en cuanto a la presencia del cuerpo en el sótano a causa de lo que viera Layonee al asomarse por la ventana. Esto lo aclara todo, ¿no? La chica suiza se asomó por la ventana en algún momento durante la noche, viendo entonces que estaba siendo abierta la tumba. Es posible incluso que viera al que hacía el trabajo.
—¿Y por qué no dijo nunca nada sobre el particular a la Policía?
—Mi querida Gwenda: por entonces, nadie pensaba en la posibilidad de que se hubiera cometido un crimen. La señora Halliday había abandonado el hogar en compañía de un amante... Esto fue todo lo que Layonee acertó a comprender. Probablemente, no sabía mucho inglés. Contó el hecho a Lily, quizá no en aquellos momentos, sino más tarde, como algo curioso que había observado aquella noche y que estimuló la creencia de Lily en que se había cometido un crimen en la casa. Indudablemente, Edith Pagett dijo a Lily que se abstuviera de referir insensateces, y la chica suiza acabaría aceptando su punto de vista y no querría, por supuesto, verse obligada a establecer contacto con la Policía. Los que viven en un país que no es el suyo procuran que sus relaciones con los representantes de la ley y el orden sean tan sólo las indispensables. En consecuencia, la joven volvería a Suiza para no volver a acordarse, seguramente, de aquel asunto.
—Si vive aún... si puede ser localizada... —aventuró Giles.
Miss Marple asintió.
—Es posible que se logre dar con ella.
Giles preguntó ahora:
—¿Qué podríamos hacer con tal fin?
—La Policía está en condiciones, mejor que nosotros, de llevar a buen término esa tarea.
—¿Y qué hay sobre lo que yo vi... o creí ver... en el vestíbulo? —inquirió Gwenda, intrigada.
—Ya, querida... Has obrado muy prudentemente al no referirte a eso hasta ahora. Sin embargo, pienso que ha llegado el momento de hablar de esa cuestión.
Giles fue diciendo, lentamente:
—Ella fue estrangulada en el vestíbulo. El asesino, luego, la llevó a la habitación superior, tendiéndola en el lecho. Llegó a la casa Kelvin Halliday, quien se quedó inconsciente por haber ingerido un whisky preparado con una droga. A su vez, fue trasladado al dormitorio. El asesino debió de mantenerse al acecho desde un sitio a propósito. Cuando Kelvin se fue en busca del doctor Kennedy, aquél cogió el cadáver, escondiéndolo probablemente entre las matas, en el extremo de la terraza, esperando a que todos se acostaran y se quedasen dormidos, tras lo cual cavó la tumba, depositando el cuerpo de ella. ¿Significa eso que debió de estar aquí, en las cercanías de la casa, durante casi toda aquella noche?
Miss Marple hizo un gesto afirmativo.
—Tenía que estar...
en el sitio
, sobre el terreno. Recuerdo haber oído decir a usted que esto era importante. Vamos a ver cuál de nuestros tres sospechosos encaja mejor en el cuadro que desconocemos. Pensemos en Erskine, primeramente. Desde luego, estaba allí. Él mismo admitió haber acompañado a Helen Kennedy, a partir de la playa, alrededor de las nueve. Se despidió de ella. Digamos que, en lugar de decirle adiós, la estranguló...
—Todo había terminado entre los dos, sin embargo —objetó Gwenda—, hacía tiempo. Erskine señaló que tuvo muy pocas ocasiones de hablar a solas con Helen.
—Pero, ¿es que no comprendes, Gwenda, que dada la forma con que hemos de mirar las cosas ahora ya no podemos confiar en nada de lo que se nos diga?
—Bueno, me alegro de oírte decir eso —medió miss Marple—. He de confesar que he estado algo preocupada al observar la facilidad con que vosotros dabais el valor de hechos reales a las cosas que os contaban los demás. Temo ser una persona desconfiada por naturaleza... Esta desconfianza se acentúa al enfrentarme con un crimen, como en este caso. Entonces acostumbro recurrir a una regla de oro: no dar nada por cierto, a menos que pueda ser probado.
—Por ejemplo: es cierto el comentario de Lily Kimble con respecto a las ropas de su señora, señalando que no eran las prendas que faltaban las que Helen Kennedy se hubiera llevado, y es cierto no solamente porque Edith Pagett dijo que Lily le había hablado en tal sentido, sino también porque la propia Lily mencionó eso en su carta al doctor Kennedy. En consecuencia, nos enfrentamos con un «hecho». El doctor Kennedy nos dijo que Kelvin Halliday abrigaba la creencia de que su esposa le administraba drogas secretamente, y Kelvin Halliday nos confirma esto en su Diario... He aquí otro hecho, y de los más curiosos ciertamente, ¿no creéis? Sin embargo, no nos ocuparemos del mismo por ahora.
»Quisiera poner de relieve que muchas de las suposiciones que habéis hecho se basan en lo que se os ha dicho.
Giles no apartaba la vista del rostro de miss Marple, algo sorprendido.
Gwenda, con un color de cara más natural ya, tomó un sorbo de café, inclinándose sobre la mesa atentamente.
Giles dijo:
—Repasemos lo que nos han dicho tres personas. Fijémonos en Erskine primero. Éste nos contó...
—Has concentrado tu atención en él —manifestó Gwenda—. Supone una pérdida de tiempo tal actitud, ya que Erskine queda fuera del caso. No pudo haber asesinado a Lily Kimble.
Giles continuó hablando, imperturbable:
—Erskine nos ha contado que conoció a Helen a bordo de un buque que se dirigía a la India, y que se enamoraron, pero que él no se sentía capaz de abandonar a sus hijos y a su esposa. Los dos decidieron separarse amistosamente. Supongamos que las cosas no discurrieron así. Supongamos que fue él quien se enamoró locamente de Helen y que ésta se negó a huir con él. Supongamos que Erskine entonces la amenazó, diciéndole que si se casaba con otro hombre la mataría...
—Todo esto es muy improbable —objetó Gwenda.
—Estas cosas, no obstante, suelen pasar. Recuerda lo que le oíste decir a su esposa, dirigiéndose a él. Tú lo atribuiste al demonio de los celos, pero pudiera existir un fundamento real. Es posible que Erskine esté pensando siempre en las mujeres, que sea, en cierto modo, un maniático de tipo sexual.
—No lo creo...
—No lo crees porque le consideras un hombre de gran atractivo desde el punto de vista femenino. En mi opinión, existe algo un poco raro en Erskine. Pero continuemos con mis cargos contra él... Helen rompe su compromiso con Fane, vuelve, se casa con tu padre y los dos instalan su casa aquí. De repente, luego, aparece Erskine. Aparentemente, ha venido a este lugar para pasar unas vacaciones de verano, en compañía de su esposa. Es un proceder extraño. Admite que vino aquí para ver a Helen de nuevo. Supongamos ahora que Erskine fuera el hombre que estaba en el salón de la casa hablando con Helen cuando Lily oyó que ésta decía:
«Te tengo miedo... Siempre te he tenido miedo... Creo que estás loco.»
»Y como Helen está atemorizada, hace planes para irse a vivir a Norfolk. Pero es muy reservada en lo tocante a este punto. Nadie tiene que saber sus propósitos. Es decir, hasta que los Erskine hayan salido de Dillmouth. Bien. Llegamos a la noche fatal. Ignoramos lo que los Halliday estaban haciendo esa noche, a primera hora...
Miss Marple tosió sin ganas.
—La verdad es que vi a Edith Pagett de nuevo... La mujer se ha acordado de que aquella noche fue servida la cena muy temprano, a las siete, debido a que el comandante Halliday iba a asistir a una reunión en el club de golf, o en la parroquia... De esto, Edith no se acuerda bien... La señora Halliday salió después de la cena.
—Perfectamente. Helen se encuentra con Erskine en la playa. Se han citado, quizás. Él se marcha al día siguiente. Quizá no quiera irse aún. Apremia a Helen para que huya con él. Helen vuelve aquí y Erskine la acompaña. Finalmente, en un curioso arrebato, la estrangula. Sobre lo que viene después ya nos hemos puesto de acuerdo. Está aleo loco... Quiere que Kelvin Halliday crea que ha sido él quien la ha matado. Más tarde, Erskine entierra el cadáver. Recordemos lo que dijo a Gwenda: que regresó al hotel a hora bastante avanzada porque estuvo paseando por las inmediaciones de Dillmouth.