Un crimen dormido (20 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Un crimen dormido
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—¿Se refería usted acaso...?

—Pues sí... Yo estaba pensando en ella, en la esposa. Probablemente, estaba muy enamorada de él. Y él iría al matrimonio porque le convenía, quizás, o porque la mujer le inspiraba compasión, o por una cualquiera de esas amables y sensatas razones que los hombres aducen; razones que, en definitiva, son terriblemente injustas.

Giles citó, en voz baja:

—Conozco un centenar de formas de amar, y cada una de ellas hace que el ser amado se sienta arrepentido.

Miss Marple se volvió hacia él.

—Sí. Eso es cierto. Los celos, habitualmente, no constituyen un asunto basado en una serie concreta de «causas». Son algo mucho más... ¿cómo lo diré?... más fundamental. Se basan en el conocimiento de que el amor de una persona no es correspondido. Entonces, esta persona se dedica a esperar, a observar, a mirar... cómo el ser amado se vuelve hacia otra parte. Lo cual, invariablemente, sucede. De este modo, la señora Erskine ha convertido en un infierno la vida de su marido, y éste, sin poder evitarlo, ha hecho que ella habite en otro infierno. Pero estimo que el sufrimiento de la mujer ha sido superior. Y, no obstante, me atrevería a decir que él la quiere.

—No puede ser —objetó Gwenda.

—¡Ah, querida! Tú eres muy joven todavía. Él no ha llegado a abandonar a su esposa, y esto ya representa algo.

—Por los hijos. Porque él entendió que estaba obligado a atenderlos.

—Los hijos influyen en tales cosas, quizá —reconoció miss Marple—. He de confesar, pese a todo, que no parecen los caballeros muy preocupados por sus deberes en lo que a sus esposas atañe... Lo del «servicio público» es ya otra cuestión.

Giles se echó a reír.

—Se está usted mostrando maravillosamente irónica miss Marple.

—¡Oh! Espero que no me veas realmente así, Giles. Una siempre ha abrigado esperanzas en cuanto a la humana naturaleza. Yo intento ser...

—Sigo teniendo la impresión de que nada tuvo que ver Walter Fane con la desaparición de Helen —resumió Gwenda, pensativa—. Y estoy segura de que en el mismo caso se encuentra el comandante Erskine. Segura, sí, lo sé.

—No siempre puede una dejarse guiar por las impresiones personales —contestó miss Marple—. Hay personas que obran a veces de una manera sorprendente, completamente inesperada... Todavía me acuerdo de la sensación que produjo en la población en que vivo el gesto del tesorero del «Christmas Club», cuando se descubrió que había apostado todos los fondos a favor de un caballo de carreras. Siempre había desaprobado las apuestas, toda clase de juegos. Su padre, por ser un jugador precisamente, había dado muy mala vida a su esposa, de suerte que intelectualmente hablando era sincero por completo. Pero un día, conduciendo su coche por las inmediaciones de Newmarket, vio varios caballos que estaban siendo entrenados. La tentación le dominó de pronto... La sangre manda.

—Los antecedentes de Walter Fane y Richard Erskine les colocan por encima de toda sospecha —señaló Giles, gravemente, pero con una casi imperceptible sonrisa al mismo tiempo—. Además, este crimen, si lo hay, está lejos de ser la obra de un asesino
amateur
.

—Lo importante —subrayó miss Marple— es que ellos estuvieron allí, en el sitio. Walter Fane vivía en Dillmouth. El comandante Erskine, si hemos de atenernos a sus palabras, debió de haber estado con Helen Halliday muy poco antes de su muerte... y tardó algún tiempo en regresar a su hotel aquella noche.

—Pero él me habló con franqueza. Él...

Gwenda calló. La mirada de miss Marple era ahora muy, pero muy severa.

—Solamente pretendo realzar la importancia de hallarse
en el sitio
—dijo miss Marple.

La anciana miró a los dos jóvenes alternativamente, diciendo a continuación:

—Creo que no tendréis problemas a la hora de localizar las señas de Jackie Afflick. Esto ha de ser bastante fácil, puesto que sabemos que es el propietario de «Daffodil Coaches».

Giles asintió.

—Yo me preocuparé de ello. Miraré en el anuario telefónico. —Hizo una pausa y agregó—: ¿Cree usted que debemos ir a verle?

Miss Marple reflexionó unos instantes, contestando:

—Si lo hacéis... habréis de andar con pies de plomo. Acordaos de lo que el anciano jardinero dijo... Jackie Afflick es un nombre inteligente... Por favor, tened mucho cuidado...

Capítulo XXI
 
-
J.J. Aflick
1

J. J. Afflick, «Daffodil Coaches», «Devon & Dorset Tours», etcétera, estaba registrado en la guía telefónica con dos números. Tenía una oficina en Exeter. Su casa quedaba en las inmediaciones de esta población.

Fue concertada una cita para el día siguiente.

En el preciso instante en que Giles y Gwenda se alejaban de la casa en su coche, la señora Cocker salió corriendo de la misma, gesticulando. Giles, al verla, paró el vehículo.

—El doctor Kennedy al teléfono, señor.

Giles se apeó, entrando en la vivienda para atender la llamada.

—Giles Reed al habla.

—Buenos días. Acabo de recibir una carta bastante rara. La ha escrito una mujer llamada Lily Kimble. He estado hurgando un buen rato en mi memoria para tratar de recordarla... Pensé que sería una de mis pacientes, primero... Esto me despistó. Ahora me inclino a creer que estuvo trabajando en esa casa. Seguro, casi, que su nombre era Lily, si bien no me acuerdo del apellido.

—Aquí hubo una Lily. Gwenda se acuerda de ella. Recuerda que le puso un lazo al gato.

—Gwennie debe gozar de una memoria muy feliz.

—Sí, desde luego...

—Bueno, yo quisiera hablar unas palabras con usted acerca de este caso..., pero no por teléfono. ¿Estará usted ahí si yo voy a verle?

—Nos disponíamos a salir para Exeter. Si lo prefiere, podríamos pasar por su casa. Nos coge de camino.

—Perfectamente. Les espero.

A su llegada allí, el doctor les explicó:

—No me gusta hablar de ciertas cosas por teléfono. Siempre he tenido la impresión de que las operadoras de nuestra centralita escuchan las conversaciones. Aquí está la carta de la mujer.

Extendió el papel sobre la mesa. Aquel texto, evidentemente, era obra de una persona carente de instrucción. Lily Kimble había escrito lo siguiente:

Muy señor mío:

Le agradeceré si me pudiera orientar sobre el anunzio que he recortado del periódico y le envío aquí. He estado pensando en eso y hablé con el señor Kimble, pero no se que hacer, si usted cree que puede representar dinero estoy segura de poder ganármelo aunque no quiero que se mezcle la policía en el asunto ni nada por el estilo. He pensado muchas veces en la noche en que huyó la señora Halliday, cosa que no creí que hiciera porque la cuestión de las ropas estaba mal. pensé primero que el señor había hecho todo aquello pero luego ya no estuve tan segura por el coche que vi desde la ventana. un coche de primera era que yo había visto antes, pero no quisiera hacer nada sin que antes me dijera usted que obraba bien i que no mediara la policía ya que nunca he tenido que ver con ella y al señor Kimble no le gustaría. Podría ir a verle si puedo el jueves que viene que es día de mercado y sale el señor Kimble, muy agradecida si puede ayudarme.

Le saluda respetuosamente

LILY KIMBLE

—En el sobre figuraban las señas de mi antigua casa de Dillmouth —manifestó Kennedy—, llegando a mi poder después de ser reexpedida. El recorte corresponde a su anuncio.

—Es maravilloso —comentó Gwenda— Esta Lily... ¿se da cuenta?... no cree que fuese mi padre quien lo hizo...

Sus palabras estaban cargadas de júbilo. El doctor Kennedy fijó en ella una fatigada mirada.

—Me alegro por ti, Gwennie —dijo, afablemente—. Espero que aciertes. Bueno, creo que lo mejor que se puede hacer es lo siguiente: voy a contestar ahora mismo esta carta para decirle que se presente aquí el jueves. La comunicación por ferrocarril es buena. Si cambia de tren en el empalme de Dillmouth podrá presentarse en este lugar poco después de las cuatro y media. De esta forma, en el caso de que esa tarde vengáis vosotros, podremos charlar con ella todos.

—Magnífico —repuso Giles, consultando su reloj—. Vamonos, Gwenda. Tendremos que darnos prisa. Estamos citados —explicó— con el señor Afflick, de «Daffodil Coaches», un hombre normalmente ocupado, según nos ha dicho él mismo.

—¿Afflick? —Kennedy frunció el ceño—. ¡Desde luego! Se trata de la carretera. Sin embargo, ese apellido se me ha antojado vagamente familiar en otro sentido...

—Helen... —sugirió Gwenda.

—¡Dios mío! No será aquel tipo, ¿eh?

—Pues... sí, sí que lo es.

—Era una rata, un miserable... ¿Cómo ha podido abrirse paso en el mundo un hombre como ése?

—Desearía hacerle una pregunta, señor —declaró Giles—. Usted impidió que continuara relacionándose con Helen... ¿Por qué? ¿Fue esto debido solamente a la... posición social de Afflick?

El doctor Kennedy miró con severidad al joven.

—Soy un hombre anticuado, amigo mío. De acuerdo con el estilo actual, un hombre vale tanto como otro cualquiera. Indudablemente, esta idea tiene un gran sentido moral. Ahora bien, yo estimo que cada uno nace en un estrato social y que manteniéndose dentro del mismo tiene las máximas probabilidades de conseguir la felicidad. Por otro lado, juzgué desde el principio que ese tipo era un indeseable. Lo cual, por otra parte, resultó quedar demostrado más tarde.

—¿Qué es lo que hizo, concretamente?

—No lo recuerdo con exactitud. En líneas generales, parece ser que intentó facilitar información reservada, referente a un cliente, que había obtenido en las oficinas de la firma Fane, empresa donde trabajaba, a cambio de dinero.

—Encajaría muy mal aquel golpe, al ser despedido, ¿verdad?

Kennedy respondió seco, lacónico:

—En efecto.

—Habría otro motivo, seguramente de más peso, para que a usted no le agradara como amigo de su hermana... ¿Observó algunas irregularidades o algo extraño en su conducta?

—Puesto que ha sacado a colación el tema, le contestaré con toda franqueza. A mi parecer, y según pudo observarse sobre todo después de haber sido despedido de la firma Fane, Jackie Afflick dio muestras de hallarse un tanto desequilibrado. Se observó en él una incipiente manía persecutoria. Es posible que esto se corrigiera posteriormente, al lograr ir adelante en la vida, pero nunca me gustó.

—¿Quién lo despidió? ¿Walter Fane?

—No sé si fue él personalmente quien lo echó de la firma. Simplemente, perdió su empleo...

—¿Alegó acaso que había sido tratado injustamente?

Kennedy asintió.

—Ya... Bueno, Gwenda, es tarde, tendremos que correr como el viento. Hasta el jueves, señor.

2

La casa era de reciente construcción. Sus blancos muros de recio hormigón presentaban muchas curvas, campeando en ellos numerosas ventanas. Entraron en un amplio y lujoso vestíbulo, desde donde pasaron a un estudio, en el cual la pieza dominante entre cuantas había era una cromada mesa de grandes dimensiones.

Gwenda murmuró, nerviosa, al oído de Giles:

—En realidad, no sé cómo nos las hubiéramos arreglado sin miss Marple. Vamos apoyados en ella a cada paso. Primeramente, mediaron sus amigos de Northumberland y ahora la esposa del pastor de su población de residencia, que regenta el «Club de los Jóvenes»...

Giles levantó rápidamente una mano... La puerta se abrió en aquel instante, entrando J. J. Afflick en la espaciosa estancia.

Era un hombre corpulento, de mediana edad, vestido con un traje a cuadros, violentamente marcados. Los ojos, oscuros, tenían una expresión de astucia; la faz era rojiza y de natural expresión. Respondía a la imagen popular del escritor de libros famoso.

—¿El señor Reed? Buenos días. Encantado de conocerle.

Giles le presentó a Gwenda. Ella sintió que la mano le era oprimida con más fuerza de lo normal.

—¿En qué puedo servirle, señor Reed?

Afflick se sentó ante su gran mesa. Ofreció a sus visitantes los cigarrillos que contenía una tabaquera de ónix.

Giles empezó a hablar del «Club de los Jóvenes». Unos amigos suyos dirigían el mismo. Tenía interés en organizar una excursión de dos días de duración por Devon...

Afflick replicó a sus peticiones inmediatamente. Dominaba aquello. Citó precios, hizo algunas sugerencias... Pero en su faz se veía ahora un gesto de perplejidad.

Finalmente, manifestó:

—Bueno, señor Reed, esto queda bastante aclarado, y además le escribiré confirmándole todos los detalles que acabo de facilitarle. Nos hemos referido a una cuestión puramente del negocio... Mi empleado no obstante me había dicho que usted deseaba hablar conmigo de un asunto personal, sin embargo...

—Nosotros deseábamos verle, señor Afflick, para tratar con usted de dos cosas. La primera está zanjada ya, en efecto. La otra es de índole privada. Mi esposa tiene mucho interés en establecer contacto con su madrastra, a la que lleva muchos años sin ver, y nos hemos preguntado si usted podría ayudarnos de alguna forma.

—Bueno, si me dicen el nombre de esa señora... Supongo que ha de ser alguna conocida mía...

—La conoció usted en cierta época. Se llama Helen Halliday, siendo su nombre de soltera Helen Kennedy.

Afflick se quedó inmóvil. Cerró los ojos y se recostó lentamente en su sillón, haciendo memoria.

—Helen Halliday... No recuerdo... Helen Kennedy...

—Vivió en Dillmouth —aclaró Giles.

Afflick se inclinó con viveza hacia delante.

—¡Ya lo tengo! —exclamó—. Desde luego. ¡La pequeña Helen Kennedy! Sí, naturalmente que la recuerdo. Pero de eso hace mucho tiempo... Deben de haber pasado veinte años.

—Dieciocho.

—¿De verás? El tiempo vuela, verdaderamente. Ahora, creo que no voy a poder serles de utilidad, señora Reed. No he vuelto a ver a Helen desde aquella época. Ni siquiera he tenido noticias de ella.

—¡Qué contrariedad! —se lamentó Gwenda—. Esperábamos que usted pudiera facilitarnos alguna pista.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Hay algún problema? —La mirada de Afflick fue de un rostro a otro—. ¿Se ha producido alguna riña? ¿Abandonó su hogar? ¿Se enfrentan con un problema de dinero?

Gwenda respondió:

—Huyó... de repente... de Dillmouth... hace dieciocho años... lo hizo con alguien...

Jackie Afflick respondió, divertido:

—Y ustedes han pensado que pudo huir conmigo, ¿no? ¿Por qué?

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