Authors: Agatha Christie
Gwenda apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las palmas de las manos mientras su mirada se paseaba, indiferente, por lo que había allí quedado tras el apresurado almuerzo. Bien. Tendría que decidirse a llevar todo aquello al fregadero, dejando las cosas en sus sitios respectivos, y pensar en qué consistiría la cena.
No tenía por qué darse prisa, sin embargo. Sentía la necesidad de disponer de un poco de tiempo para ella. Todo había sucedido con excesiva rapidez.
Los acontecimientos de la mañana, al evocarlos, llegaban a su memoria en caótico desorden, presentándose como increíbles. La rapidez se había aunado con la sorpresa.
A primera hora había aparecido el inspector Last. A las nueve y media, exactamente. Le acompañaban el detective inspector Primer, de la jefatura de Policía, y el condestable jefe del condado. Este último no había permanecido allí mucho tiempo. El inspector Primer había sido designado como encargado de las investigaciones del caso Lily Kimble y de los hechos que con él tuvieran relación.
El inspector Primer, hombre de modales afables, muy cortés, habíale preguntado si tenía inconveniente en que sus hombres realizaran unas excavaciones en el jardín.
Cualquiera hubiera dicho, a juzgar por su forma de hacer la pregunta, que lo único que pretendía el inspector era dar ocasión a sus subordinados para que hicieran un poco de saludable ejercicio, cuando en realidad se trataba de buscar allí un cadáver que llevaba enterrado en aquel lugar dieciocho años.
Giles había intervenido entonces para decir:
—Creo que nosotros podemos serles útiles aportando algunas sugerencias...
Refirió al inspector a continuación todo lo relativo a los peldaños suprimidos, que conducían a la extensión cubierta de césped. Luego, le hizo salir a la terraza.
El inspector habíase quedado mirando la ventana, dotada de verja, de la primera planta, en una esquina de la casa.
—Supongo que esa ventana corresponde al cuarto de los niños —dijo.
Giles confirmó su creencia.
Los dos hombres volvieron a entrar en la casa. Entretanto, una pareja de subordinados del inspector se plantaron en el jardín armados con sendas azadas. Giles, antes de que Primer tuviera ocasión de formular más preguntas, habló así al policía:
—Es conveniente, inspector, que mi esposa le cuente algo que hasta ahora sólo a mí me ha referido... y... ¡ejem!... a otra persona.
La severa mirada del inspector Primer se posó en la faz de Gwenda. Era ligeramente especulativa. Gwenda pensó que en estos momentos él se estaba preguntando: «¿Es una mujer ésta en la que se puede confiar o es de las que se dejan guiar por alocadas fantasías?»
Tan segura estaba Gwenda de haber sorprendido esos pensamientos en el policía que sus primeras palabras eran de tipo defensivo.
—Es cierto que puedo haberlo imaginado... Quizá sea fruto de mi fantasía. Ahora bien, a mí se me antojó terriblemente real.
El inspector Primer contestó sin apremiarla:
—Bien, señora Reed. Hábleme usted de eso...
Gwenda se lo explicó todo. Le contó que la casa le había parecido familiar nada más verla, que posteriormente habíase enterado de que, efectivamente, había vivido en ella de niña... Se refirió al papel del cuarto de los niños, a la puerta de comunicación de dos de las estancias, a su creencia en que había habido en otro tiempo unos peldaños que llevaban en el jardín hasta el césped.
El inspector se limitó a asentir. No dijo que los recuerdos infantiles de Gwenda carecieran de interés, pero Gwenda creyó que lo estaba pensando.
Finalmente, hizo acopio de fuerzas para aludir nerviosamente a otro episodio, el del teatro, cuando de repente recordara haber mirado por entre los balaustres de la escalera de «Hillside» para contemplar el cadáver de una mujer, tendido en el vestíbulo.
—Tenía la faz azulada... Había sido estrangulada... Sus cabellos eran rubios... Era Helen... Aquello parecía no tener sentido... Y por eso no sabía de qué Helen podía tratarse...
—Nos figuramos que...
El inspector levantó con inesperada energía la mano, impidiendo que Giles continuara hablando.
—Por favor, deje que sea su esposa quien me lo explique todo, a su manera.
Gwenda había hablado entre interminables vacilaciones. Tenía en esos momentos el rostro encendido. Suave, delicadamente, el inspector habíala ido ayudando, haciendo gala de una gran habilidad.
—¿Webster? —dijo el hombre, pensativo— ¡Hum!
La Duquesa de Malfi
. ¿Las garras del mono?
—Pero eso fue, probablemente, una pesadilla —manifestó Giles.
—Por favor, señor Reed...
—Puede que todo se haya reducido a eso —declaró Gwenda.
—No lo creo —contestó el inspector Primer—. La muerte de Lily Kimble sólo puede explicarse suponiendo que en esta casa fue asesinada una mujer.
Esta opinión parecía tan razonable, tan confortante, incluso, que Gwenda se apresuró a continuar hablando.
—Y no fue mi padre quien la asesinó. No fue él, realmente. El mismo doctor Penrose ha dicho que no respondía al tipo del hombre capaz de tal acción, alegando que él no hubiera podido matar a nadie. Y el doctor Kennedy estaba seguro de que mi padre no había hecho eso, sino que solamente se lo imaginó. Entonces hay que pensar en alguien interesado en que él pensara lo que pensó. Ahora nosotros sabemos quién... Al menos, es una de las dos personas.
—Gwenda, no podemos... —la atajó Giles.
—Señor Giles: ¿por qué no sale usted al jardín? Podrá ver qué es lo que hacen mis hombres. Dígales que soy yo quien le envía.
El inspector cerró la puerta que conducía a la terraza en cuanto hubo salido Giles, regresando junto a Gwenda.
—Déme a conocer todas las ideas que han cruzado por su cabeza, señora Reed. No importa que resulten incoherentes.
Gwenda dio cuenta al policía de todas las especulaciones y razonamientos suyos y de su esposo, detallando los pasos dados para averiguar datos relativos a los tres hombres que habían tenido algo que ver con Helen Halliday. Especificó sus conclusiones. Por último, aludió a las llamadas telefónicas a Walter Fane y a J. J. Afflick. Alguien se había hecho pasar por Giles, indicándoles que debían presentarse en «Hillside» la tarde anterior.
—¿No lo comprende usted, inspector? Uno de esos hombres miente...
Cortésmente, como siempre, en un tono de voz que denotaba su cansancio, el inspector respondió:
—He aquí una de las dificultades de mi trabajo. Son muchas, normalmente las personas que pueden estar mintiendo. Y mienten en efecto, habitualmente... Aunque no siempre por las razones que usted se imagina. Las hay, incluso, que mienten sin saberlo.
—¿Me incluye entre ellas? —preguntó Gwenda, intimidada.
El inspector había sonreído, diciendo:
—La tengo por una testigo sincera, señora Reed.
—¿Y usted cree que estoy en lo cierto en lo tocante a la identidad del asesino?
El inspector suspiró:
—No se trata aquí de creer o no creer. Ineludiblemente, es preciso probar nuestras afirmaciones. Hay que saber el paradero de cada uno de nuestros personajes, cómo explica cada uno sus movimientos. Sabemos con bastante exactitud, con un error de diez minutos, cuándo fue asesinada Lily Kimble. El hecho ocurrió entre las dos y veinte y las dos y cuarenta y cinco minutos. Cualquiera hubiera podido matarla, presentándose luego aquí ayer por la tarde. No acierto a comprender el motivo de esas llamadas telefónicas. A ninguna de las personas por usted mencionadas les proporciona estas llamadas una coartada con respecto a la hora del crimen.
—Pero usted averiguará, ¿no?, qué estaban haciendo en aquellos momentos, es decir, entre las dos y veinte y las dos y cuarenta y cinco. Supongo que las interrogará oportunamente.
El inspector Primer sonrió.
—Nosotros, señora Reed, formularemos cuantas preguntas sean necesarias, puede estar segura de ello. Cada cosa a su tiempo. No hay por qué precipitarse. Es preciso ver bien el terreno que se pisa.
Gwenda tuvo una repentina visión de pacientes gestiones, de silenciosos trabajos, llevados a cabo con serenidad, con método, despiadadamente...
—Ya le entiendo. Usted es un profesional. Giles y yo sólo somos unos aficionados. Existe la posibilidad de que demos con algo importante, pero no sabemos cómo seguir, cómo sacar el máximo partido de un golpe de suerte...
—Algo de eso hay, señora Reed, sí.
El inspector sonrió de nuevo. Abrió la puerta que comunicaba la estancia con la terraza. Disponíase a salir cuando, de pronto, se quedó inmóvil. Gwenda pensó en un sabueso que acabara de olfatear una presa.
—Perdón, señora Reed. Esa dama de ahí... ¿es acaso miss Jane Marple?
Gwenda habíase situado junto a él. En el fondo del jardín, miss Marple continuaba librando su batalla contra las malas hierbas, ya perdida.
—Sí, es miss Marple. Ha sido muy amable al ayudarnos en nuestras tareas en el jardín.
—Miss Marple... —murmuró el inspector—. Ya comprendo.
Como Gwenda le miraba inquisitiva, el inspector añadió:
—Miss Marple es una dama muy conocida. Tiene en sus bolsillos, por así decirlo, a los condestables jefes de tres condados, por lo menos. Mi jefe no se encuentra en este caso, pero pronto será uno más, creo. De manera que miss Marple ha probado también este papel...
—Nos ha hecho algunas atinadas sugerencias —explicó Gwenda.
—No me extraña —repuso el inspector—. ¿Fue ella quien les sugirió que hiciesen investigaciones sobre la desaparición de la señora Halliday?
—Dijo que Giles y yo debíamos saber dónde mirar —replicó Gwenda— Fue, seguramente, una estupidez nuestra no haber pensado en ello antes.
El inspector exteriorizó una irónica risita, echando a andar hacia el sitio en que se encontraba miss Marple. La abordó con estas palabras:
—No creo que hayamos sido presentados, miss Marple. El coronel Melrose me habló en una ocasión de usted en el curso de una reunión, donde pude verla de lejos.
Miss Marple, con el rostro enrojecido, acabó de incorporarse, no sin antes arrancar unas cuantas hierbas más.
—¡Ah, sí! El coronel Melrose. Siempre fue muy amable conmigo. Nos conocimos...
—Se conocieron cuando el caso del capellán asesinado en el estudio del vicario... Hace mucho tiempo de eso. Pero usted conoció posteriormente otros éxitos. Las inmediaciones de Lymstock fueron escenario de otro caso policíaco, éste por envenenamiento...
—Al parecer usted, inspector, sabe muchas cosas acerca de mi persona...
—Me llamo Primer. Me imagino que habrá estado muy ocupada por aquí.
—Bueno, hago lo que puedo en el jardín. Está muy descuidado. Hay en él muchas malas hierbas. Sus raíces —declaró miss Marple, mirando muy seria al inspector— se han hecho muy profundas, a lo largo de mucho, mucho tiempo.
—Creo que está usted en lo cierto. Dieciocho años son muchos años. —Puede ser que algunas malas hierbas comenzaran a arraigar antes, incluso. Sus raíces son terriblemente dañinas, llegando a matar a las pequeñas flores, en trance de desarrollarse...
Uno de los agentes avanzaba por el sendero, en dirección a ellos. El hombre estaba cubierto de sudor y tenía la cara manchada de tierra. —Hemos dado con... algo, señor. Todo parece indicar que se trata de ella...
Y fue entonces, pensó Gwenda, cuando aquel día empezó a tomar todo el cariz de una pesadilla. Giles se situó frente a su esposa, muy pálido, diciendo:
—Es... es ella, sí, Gwenda.
Uno de los agentes hizo una llamada telefónica. Poco más tarde, hacía acto de presencia en la casa el forense, un hombre de corta talla, muy activo.
Y fue entonces también cuando la señora Cocker, la calmosa e imperturbable señora Cocker, salió al jardín... pero no impulsada, como hubiera sido de esperar, por una mala curiosidad, sino con el único fin de coger unas cuantas hierbas de las que solía utilizar en la cocina, éstas de ahora destinadas a la comida del mediodía. Y la señora Cocker, cuya reacción ante la noticia del crimen, el día precedente, habíase traducido en un gesto de enérgica censura y en una preocupación por el efecto que podía causar eso en la salud de Gwenda (pues la señora Cocker estaba convencida de que el cuarto de los niños no tardaría en estar ocupado, en cuanto transcurriera el número de meses normal), tropezó sin querer con el terrible descubrimiento, lo cual la afectó hasta el extremo de alarmar extraordinariamente a la joven.
—Es horrible, señora. Nunca he podido soportar la visión de unos huesos humanos... Y están aquí, en el jardín, junto a la menta, a la manzanilla, a las otras plantas. El corazón me late muy de prisa... Siento unas palpitaciones que... Si yo me atreviera, señora, le pediría un poco de coñac.
Asustada por los aspavientos de la señora Cocker, por el tono ceniciento de su rostro, Gwenda se había apresurado a salir en busca de un poco de licor.
Acercó la copa a los labios de la señora Cocker, para que ésta lo sorbiera.
Y la señora Cocker dijo:
—Esto es precisamente lo que necesitaba, señora...
De repente, su voz se quebró. Ahora, su aspecto fue tan alarmante que Gwenda dio un grito llamando a Giles, quien, a su vez, requirió el auxilio del forense de la Policía.
—Por suerte, me encontraba yo aquí —dijo el hombre después—. Sin los auxilios inmediatos de un médico, esta mujer habría fallecido.
El inspector Primer se llevó la botella de coñac, hablando de su contenido en voz baja con el forense. Seguidamente, el policía preguntó a Gwenda cuándo se había servido ella, o Giles, una copa de aquel licor.
La joven contestó que habían pasado unos días sin acordarse de él. Habíanse ausentado, habían estado en el Norte. Las últimas veces que se acercaran al mueble-bar había sido para beberse unas copas de ginebra.
—Pero ayer —explicó Gwenda— estuve a punto de servirme un poco de coñac. Ahora bien, como no me gusta, Giles decidió abrir una botella de whisky.
—Tuvo usted suerte, señora Reed. Si llega a probar el coñac, dudo de que hoy estuviera con vida.
—Giles sintió la misma tentación..., pero al final optó por servirse también whisky.
Gwenda no pudo evitar un estremecimiento.
Se encontraba ahora sola en la casa. La Policía se había marchado. Giles había acompañado a los agentes tras una improvisada comida a base de conservas (puesto que la señora Cocker había sido llevada al hospital). Pensando en los acontecimientos de la mañana, la joven los veía a veces como algo irreal, como las imágenes de un fantástico sueño.