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Authors: F. Paul Wilson

Tags: #Terror

La fortaleza

BOOK: La fortaleza
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“Solicito traslado inmediato, Algo esta asesinando a mis hombres.”

Este es el mensaje que el capitán Woermann, al frente de una pequeña guarnición de la Wehrmacht, transmite al alto mando alemán desde el paso de Dinu, en Rumania, donde ha sido enviado para ocupar una antigua fortaleza.

Una oscuridad viva ha tomado el control del lugar y los triunfantes soldados del tercer Reich están cayendo uno a uno.

Como atraidas por los malignos efluvios de la remota fortaleza, cuatro personas encaminan sus pasos hacia ella:

El mayor Kaempffer de las SS, al frente de un destacamento de EinsatzKommandos y decidido a derribar a toda costa cualquier obstáculo para su prometedora carrera en los campos de exterminio. El erudito Judío Theodor Cuza y su hija Magda, que irónicamente quizás sean los únicos con los conocimientos necesarios para comprender la amenaza y salvar a lo que queda de los ocupantes nazis de la destrucción, y un misteriosos hombre pelirrojo anónimo y sin amigos, que tras percibir la alteración producida en la fortaleza acude a su llamada para continuar un enfrentamiento mas viejo que la propia humanidad…

F. Paul Wilson

La fortaleza

ePUB v1.0

NitoStrad
07.05.13

Título original:
The Keep

Autor: F. Paul Wilson

Fecha de publicación del original: agosto 1981

Traducción: osé Schwarz Huerta

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

Para Al Zuckerman

Prólogo

Varsovia, Polonia

Lunes, 28 de abril 1941.

08:15 horas.

Hacía año y medio había otro nombre en la puerta, un nombre polaco y, sin duda, el título del departamento o agencia en el gobierno polaco. Pero Polonia ya no pertenecía a los polacos y el nombre había sido bruscamente borrado con densos y pesados trazos de pintura negra. Erich Kaempffer se detuvo ante la puerta y trató de recordar el nombre. No era que le importara. Simplemente se trataba de un ejercicio de memoria. Una placa de caoba cubría la mancha ahora, pero alrededor de las orillas se veían algunos trazos negros. Decía:

SS-Oberfuhrer W. Hossbach

RSHA-División de Raza y Reubicación

Distrito de Varsovia

Se detuvo para recuperar la compostura. ¿Qué quería Hossbach de él? ¿Por qué la cita tan temprano en la mañana? Estaba enojado consigo mismo por dejar que esto lo preocupara, pero nadie en la SS, sin importar cuan segura fuera su posición, ni siquiera un oficial que hubiera ascendido tan rápidamente como él, podía ser llamado para reportarse «inmediatamente» a la oficina de un superior, sin experimentar un espasmo de aprensión.

Kaempffer respiró profundamente por última vez, ocultó su ansiedad y cruzó la puerta empujándola. El cabo que actuaba como secretario del general Hossbach se puso en posición de firmes. El hombre era nuevo y Kaempffer se dio cuenta de que el soldado no lo reconoció. Era comprensible, pues él había estado en Auschwitz durante el último año.

—Sturmbannführer Kaempffer —fue todo lo que dijo, permitiendo que el muchacho entendiera por sí solo. El cabo giró y se dirigió a la oficina interior. Regresó de inmediato.

—Oberführer Hossbach lo verá ahora, herr mayor.

Kaempffer pasó junto al cabo y entró a la oficina de Hossbach para encontrarlo sentado en la orilla de su escritorio.

—¡Ah, Erich! ¡Buenos días! —saludó Hossbach con una jovialidad que no era característica en él—. ¿Café?

—No, gracias, Wilhelm —respondió. Había deseado una taza hasta ese mismo momento, pero la sonrisa de Hossbach lo puso en guardia de inmediato. Ahora existía un nudo en donde antes hubo un estómago vacío.

—Muy bien, entonces. Pero quítate el abrigo y ponte cómodo.

El calendario indicaba el mes de abril, pero todavía hacía frío en Varsovia. Kaempffer llevaba su largo abrigo de la SS. Se lo quitó lentamente y lo colgó con gran cuidado, junto con su gorra de oficial, en el perchero de la pared, forzando a Hossbach a mirarlo y, quizá, a pensar en sus diferencias físicas. Hossbach era corpulento, estaba perdiendo el cabello y tenía escasos cincuenta años. Kaempffer era una década más joven, con una constitución musculosa y una cabeza cubierta de un rubio cabello infantil. Y Erich Kaempffer llevaba un camino ascendente.

—Por cierto, felicidades por tu ascenso y tu nueva misión. La posición de Ploiesti es algo impresionante.

—Sí —convino Kaempffer manteniendo un tono neutral—. Sólo espero responder a la confianza que me tiene Berlín.

—Estoy seguro de que lo harás.

Kaempffer sabía que los buenos deseos de Hossbach eran tan huecos como las promesas de reubicación que le hacía a los judíos polacos. Hossbach había querido Ploiesti para sí, todos los oficiales de la SS lo querían. Las oportunidades de progreso y provecho personal al ser comandante del campo más grande en Rumania eran enormes. En la implacable búsqueda de posición dentro de la gran burocracia creada por Heinrich Himmler, en la que un ojo estaba siempre puesto en la vulnerable espalda del hombre situado frente a uno y el otro ojo siempre vigilante por encima del hombro del hombre que está junto, no hay mejor cosa que un deseo sincero de que se tenga éxito.

En el incómodo silencio que siguió, Kaempffer examinó las paredes y reprimió un gesto despectivo al notar los cuadrados y rectángulos más claros en el sitio donde el ocupante anterior colgara los grados y las menciones. Hossbach no había vuelto a decorar. Era típico de ese hombre tratar de dar la impresión de que se hallaba demasiado ocupado con los asuntos de la SS para molestarse con pequeñeces tales como mandar pintar las paredes. Era un acto demasiado obvio. Kaempffer no necesitaba montar un espectáculo de su devoción a la SS. Cada hora de su vigilia estaba encaminada a elevar su posición dentro de la organización.

Pretendió estudiar el enorme mapa de Polonia que colgaba en la pared, con la superficie marcada con alfileres de colores que representaban las concentraciones de indeseables. Había sido un año muy agitado para la oficina del RSHA de Hossbach, ya que a través de este sitio la población judía de Polonia era dirigida hacia el «centro de reubicación» cercano al centro ferroviario de Auschwitz. Kaempffer imaginaba su futura oficina en Ploiesti, con un mapa de Rumania en la pared, marcado con sus propios alfileres. Ploiesti… no había duda de que los alegres modales de Hossbach presagiaban algo malo. Algo había salido mal en algún lado y Hossbach iba a hacer uso total de sus últimos días como oficial superior, para restregar la nariz de Kaempffer en eso.

—¿Hay alguna forma en la que te pueda ser útil? —preguntó Kaempffer.

—No a mí, per se, sino al Alto Comando. En este momento hay un pequeño problema en Rumania. Es una molestia, realmente.

—¡Oh!

—Sí. Un pequeño destacamento regular estacionado en los Alpes, al norte de Ploiesti, ha estado sufriendo algunas bajas que aparentemente se deben a la actividad de los partisanos locales, y el oficial desea abandonar su posición.

—Ese es un asunto del ejército —replicó el mayor Kaempffer. No le gustaba esto—. No tiene nada que ver con la SS.

—Sí tiene que ver —corrigió Hossbach colocándose detrás de él y tomando un pedazo de papel que estaba sobre su escritorio—. El Alto Comando turnó el asunto a la oficina del Obergruppenführer Heydrich. Creo que es más conveniente que te la pase a ti.

—¿Por qué es más conveniente?

—El oficial en cuestión es el capitán Klaus Woermann, sobre quien me llamaste la atención hace como un año porque se negaba a unirse al Partido.

—Y como estaré en Rumania, esto va a ser descargado en mi regazo —repuso Kaempffer permitiéndose un instante de oculto alivio.

—Precisamente. Tu año de tutelaje en Auschwitz no sólo te habrá enseñado cómo manejar un campo eficiente, sino también la forma de tratar a los partisanos locales. Estoy seguro de que resolverás el asunto rápidamente.

—¿Puedo ver ese papel?

—Con mucho gusto.

Kaempffer tomó el pedazo de papel y leyó las dos líneas.

—¿Fue descifrado correctamente?

—Sí. También pensé que el fraseo era bastante extraño, así que hice que lo revisaran dos veces. Es exacto.

Kaempffer leyó de nuevo el mensaje.

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