Trokic le lanzó una mirada a Jasper.
—C + I —dijo pensando en la nota que habían encontrado en casa de Anna Kiehl.
Irene tragó saliva y le miró a los ojos. Debería sentir compasión de ella, pero era un sentimiento que no terminaba de encontrar. Tenía la impresión de que aquel amor suyo estaba lleno de egoísmo. Parecía referirse a otras personas, pero en realidad sólo hablaba de sí misma.
—Ella sabía lo que yo sentía por él, por eso cuando empezaron a verse nunca me contaba nada. Pero un día, de pronto, Christoffer desapareció. Anna estaba destrozada, me di cuenta, y ahora comprendo mejor por qué. Ya sabía que estaba embarazada, claro.
Se mordió el labio con gesto insatisfecho al proseguir:
—A lo mejor se lo dijo y él se largó.
—Eso no es más que una conjetura. Atengámonos a los hechos —ordenó Trokic—. ¿No te enfadaste con Anna por quedarse embarazada del hombre que amabas?
—Yo no lo sabía.
Sus palabras cortaron d aire como un áspero gruñido.
—¿Y tampoco conoces a nadie que tenga algo que ver con el asesinato de Anna?
—No —escupió—. Y quiero irme a mi casa.
—Despacito. Sólo estamos hablando.
Balanceándose en la silla, Trokic trató de recuperar el control de la declaración de la joven mientras la dejaba beber un sorbo del vaso de agua que tenía delante.
El móvil del comisario empezó a sonar. Estuvo tentado de ignorarlo, pero lo sacó y echó un vistazo a la pantalla. Era Agersund.
—¿Diga?
—¿Qué coño llevas haciendo toda la tarde?
—Estamos en pleno interrogatorio…
La voz de Agersund se ensombreció y Trokic se dio cuenta de repente de que su conversación con la amiga de Anna Kiehl había concluido.
—Hay mucho que hacer en la laguna, será mejor que vayas para allá. Cuanto antes, mejor.
—¿El arma homicida? —preguntó con las cejas levantadas.
—Seguimos en ello. Pero hemos encontrado a Christoffer Holm y no tiene muy buen aspecto.
A finales de un otoño de hacía algunos años, Trokic había visto un cadáver devuelto por el mar tras tres semanas sumergido en la bahía después de un accidente. Lo hallaron dos niños de excursión cuando las olas lo arrastraron hasta la orilla, y aquella imagen permaneció largo tiempo en la retina del policía.
Pero eso sobrepasaba con creces todo lo que se había encontrado hasta la fecha. El bosque se cernía en torno a ellos y empezaba a cerrar la oscuridad. Observó el horrendo espectáculo.
Aquel hombre de cabello claro recibía el más cuidadoso de los tratos para evitar más daños. Su piel, ya marrón y desprendida de casi toda la superficie del cuerpo, parecía sostenerse únicamente gracias a la acción de una camisa que en su día debió de ser blanca y unos vaqueros azules. La mayor parte del pelo, la nariz y los párpados habían desaparecido, y la zona inferior del rostro desde el labio a la barbilla tampoco estaba, dejando al descubierto el blanco hueso de su ancha mandíbula. Tenía los dientes descarnados en una blanca hilera marmórea. Las piernas estaban recubiertas de cieno y comida para patos, y algunos rincones habían servido de cobijo a los pequeños insectos de la charca.
El área en torno a la laguna era un escenario, una sala de operaciones montada a la agonizante luz del día e iluminada por el potente chorro de un proyector. Un olor dulzón se extendía desde el centro y Trokic contuvo la respiración de forma automática para evitarlo mientras se apartaba a pasitos cortos en un intento de no obstaculizar los movimientos de los técnicos. El olor de un ser humano en estado de putrefacción era lo peor del mundo. Por ejemplo, una vez, que un cadáver pasaba algún tiempo, poco, en el interior de un coche impregnando con su peste toda la tapicería, el vehículo no valía ni los dos bidones de gasolina y la cerilla que hacían falta para quemarlo.
El forense Torben Bach, al que una vez más habían requerido para que analizara el lugar del hallazgo, hablaba en voz baja por su dictáfono.
—¿Estáis seguros de que es Christoffer Holm? —le preguntó Trokic a uno de los técnicos.
—Llevaba el carné de conducir en el bolsillo interior, de momento la única identificación. Puede que encontremos algo más por ahí abajo —le explicó—. Me temo que no fue a ningún sitio después de Canadá, por su aspecto no lleva menos de ocho semanas metido en ese cenagal. Estaba escondido en la zona suroccidental de la laguna. En realidad, no es muy profunda, unos tres o cuatro metros. Joder cómo apesta, mierda.
—¿Y por qué no lo hemos visto antes? Los cadáveres vuelven a la superficie, ¿no?
—Sí, debió de salir de nuevo pasadas una semana o dos, cuando culminó el proceso de putrefacción. Es por los gases, sacan los cuerpos del agua. Pero éste volvió a irse a pique poco después cuando, digámoslo así, se quedó sin aire.
El comisario se estremeció al pensar en el buzo que se había topado con él en el fondo de la laguna. Tropezar con las manos, quizá la cara, contra algo tan nauseabundo.
—Un poco tipo Grauballe
[3]
, ¿no? —comentó el técnico.
—Igual.
Sin dejarse embaucar por la carga histórica de la zona en que se encontraban ni por su simbolismo, siguió en el convencimiento de que se trataba de un crimen ordinario. Lo más probable era que a Christoffer Holm lo hubiesen asesinado en la última parada de su viaje de regreso tras pasar unos días en Montreal. Y apenas ocho semanas después, la madre de su hijo nonato había corrido la misma suerte. Quería a todos los que habían trabajado con el investigador, vecinos, amigos, ex amantes. Quería un esquema completo de las transacciones económicas de aquel hombre, sus relaciones comerciales y su situación jurídica. Podía haber varios despechados. La gente era capaz de matar por un gramo de heroína o por un comentario fuera de lugar, pero eso era perverso, retorcido, propio de una persona muy enrevesada.
A continuación llamó a Lisa; ya estaba sobre aviso y se ocupaba de la hermana, que estaba seriamente conmocionada.
—Quiero que Jacob y tú hagáis una investigación más a fondo de su trabajo. Sus proyectos, las críticas de La zona química, su reputación en el mundillo, todo lo que se os ocurra a nivel nacional e internacional.
Lisa accedió sin protestar. Trokic estaba sudando a pesar de que en aquel bosque cerrado la temperatura era baja. Necesitaba un buen vaso de vino. Empezaba a sentir un hormigueo en los músculos de la cara, señal más que conocida de exceso de trabajo. Lanzó una última ojeada a los restos deshechos de Christoffer Holm antes de volverse y abandonar aquel lugar.
—¿Y no podríamos mirarlo mientras tomamos un café? —le preguntó con un suspiro a Jasper, que acababa de lanzarle encima de la mesa las últimas declaraciones pasadas a limpio; se restregó los ojos—. Quiero que me des tu opinión.
—¿Aquí o fuera? —preguntó.
El comisario le miró con gesto tímido.
—¿Qué te parece en mi casa? Luego te llevo a la tuya o te quedas a dormir en el sofá. Antes tengo que llevarle a Lisa unos informes… ¿Dentro de una hora?
—No problem —contestó Jasper.
No tenía compromisos domésticos. De hecho, Trokic dudaba de que hubiese tenido alguna novia. En realidad, así resultaba menos complicado.
Lisa abrió la puerta con un brazo mientras con el otro metía casi a rastras en el portal una bolsa del Netto demasiado cargada. Se proponía preparar una agradable cena a base de comida mexicana y tener una charla de mujer a mujer con su sobrina antes de zambullirse en el trabajo. Al hombro llevaba el bolso desbordado de papeles. La correa se le incrustaba pérfidamente en la carne a cada paso que daba escaleras arriba entre suspiro y suspiro. Aún tenía el almuerzo en el estómago. La descripción del cadáver de Christoffer Holm había sido tan vivida que era como haberlo visto, se lo imaginaba perfectamente.
Dos peldaños después del primer piso se rompió uno de los bordes de la bolsa y el asa se desprendió. Cayó una bandejita de tomates cherry que iba estratégicamente colocada en lo más alto y las rojas hortalizas salieron rodando escaleras abajo como bolitas en miniatura. Una botella de vinagre balsámico no tardó en seguir sus pasos.
—Mierda de bolsa —se enfureció.
Dejó a un lado bolsa y bolso y empezó a recoger los pequeños fugitivos envuelta en el aroma del vinagre envejecido. Un piso más abajo se oyó la puerta. ¡Nanna! No le vendría mal una ayudita si querían cenar algo aquella noche.
Pero no era su sobrina. Quien apareció fue su nuevo compañero de la Móvil con su mejor cara de asombro. El joven inspector soltó una sonora carcajada al verla sumida en aquel caos.
—¿Cómo quedaría mi popularidad en una escala del uno al diez si te ayudo a recogerlo?
—No te voy a negar que ganarías varios puntos. Sobre todo si, además, cargas con las bolsas hasta arriba. Y te tragas esa risa.
Le devolvió la sonrisa tendiéndole la primera bolsa.
—He venido a invitarte a cenar.
—Hoy no puedo. Mi sobrina llegará dentro de un rato y le he prometido a Trokic que haría los deberes, que me metería en la piel de Christoffer Holm, para ser exactos.
Le miró con gesto de fastidio.
—Pero podrías quedarte a cenar con nosotras –propuso luego—. Y a leer.
—¿No molesto?
—Por supuesto que no.
—¿Qué me vas a dar?
—Comida mexicana.
—
I´m in.
Yo hago la salsa —resolvió Jacob.
—Si no lleva.
—Pues eso.
Subieron el último tramo de escalera entre risas.
—Bueno, está un poco desordenado —admitió.
Decir desordenado no era del todo exacto, hablar de Bombay en plena temporada turística se habría ajustado más. Paseó una mirada abochornada por aquel paisaje asolado de expedientes, ceniceros colmados y mondas de naranja por la mesa del salón y vasos y platos apilados en compañía de una botella de vino medio vacía en la cocina. Y, como colofón, Flossy con su «Fuuuuuck, me alegro de que hayas venido».
—¡Toma! —exclamó Jacob—. Un pájaro parlante.
Luego echó un vistazo por la habitación.
—Joder. Has estado liada, ¿eh?
—Supongo que sí —murmuró Lisa.
Al dejar las bolsas, le observó de reojo para estudiar su reacción, pero Jacob ya estaba entretenido en vaciarlas.
—Esto va a estar genial. Espera, que bajo corriendo a comprar un par de botellas de vino.
—No hace falta.
—Claro que sí.
Le siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta y después le plantó cara a la batalla. ¿Cuánto tardaría en ordenarlo todo?
—¿Se ha quedado alguien con Irene Holm? —preguntó Trokic una hora más tarde, tras preparar un Nescafé y sacar una bolsa de cacahuetes y un rollo de crema del armario.
Como fondo tenían la última edición de las noticias de TV2.
Por la mañana hablarían del investigador y de su novia, pero al parecer no habían interceptado la información del hallazgo del cadáver a tiempo para la noche. Se alegró.
—Lisa ha localizado a una amiga suya —contestó Jasper—, sus padres ya no viven. Dime una cosa, eso que tienes ahí ¿es una planta? ¡Una planta vivita y coleando, Daniel! ¿Cuánto tiempo lleva resistiéndose a la muerte por desecación en tan lóbregas condiciones?
—Me la regaló una vecina hace un par de semanas por cuidarle la cobaya mientras estaba de vacaciones —le explicó.
Jasper siempre tenía a punto un comentario sobre su situación doméstica. En su opinión, era «lóbrego» dejar las paredes pintadas de gris oscuro, por más que él le señalase que en realidad era un gris con un toque de verde. También era «lóbrego» no tener nunca nada en la nevera y que Pjuske no se dignara dirigirle la palabra.
Trokic revolvió en la pila de declaraciones en busca del interrogatorio de la amiga de Anna Kiehl, Irene.
—¿Qué te parece la reacción de la amiga ante todo esto? —preguntó.
—Yo creo que sólo estaba impactada.
—No sé yo —comentó con escepticismo.
—Yo la he visto sincera —opinó el inspector—. ¿No tienes nada con un poquito más de graduación que el café?
—¿Vino?
—Por ejemplo.
Fue a la cocina a coger una botella del botellero y dos copas.
—Parecía más tensa cuando fuimos a visitarla hace unos días —añadió Jasper.
El comisario llenó ambas copas y vació la mayor parte de la suya de un solo trago. Su vino preferido, un Cabernet Sauvignon chileno. No era caro, pero acariciaba la lengua como una nube de caramelo.
—Seamos francos: eso de que tuviese una relación tan estrecha con los dos no pinta nada bien, podría estar involucrada.
Continuó revisando la montaña de papeles. Quería releerlo todo mejor al día siguiente.
Cuando al fin abandonó la lectura y levantó la vista, se encontró con que el joven inspector se había quedado dormido. Vació el resto de la botella con un suspiro. No había razón alguna para desperdiciar aquellas uvas chilenas. Ya se estaba adormilando cuando el teléfono empezó a alborotar a menos de medio metro de distancia.
—Soy Bach —se presentó la persona que había al otro lado.
—¿Qué pasa?
—Mañana empezamos temprano. Hacia las siete.
—Vale. No puedo decir que me alegre.
Arrancó un chicle de la mesa. En el sofá, Jasper roncaba sonoramente. A él tampoco le vendría mal dormir un rato.
—Yo diría que va a ser interesante —aventuró el forense—. Hay indicios de que no le mataron en la laguna.
—Y eso ¿qué significa?
—Que a Christoffer Holm le ocurrió algo más antes de acabar en el agua, eso es todo lo que puedo decir.
—¿Qué te lleva a pensar eso?
—Tendrás que verlo tú mismo. Hasta mañana por la mañana, Daniel.
La sobrina de Lisa dormía acurrucada en la cama de su tía. Habían conseguido impedir su salida al cine, aunque ella, de entrada, había hecho sus intentos, como era de esperar, pero al cabo de un rato la adolescente reía, juguetona, de buena gana los comentarios y anécdotas de trabajo que contaba Jacob, y Line y Oliver parecían olvidados. En resumen: todo un éxito, numerito mexicano incluido. Tenían mucho que hacer por delante y cada uno se hizo cargo de su parte en un sofá. Lisa leía La zona química, mientras él hojeaba diversos artículos. Una dulce voz femenina salía suavemente del equipo de música.
—No entiendo gran cosa —reconoció al coger su copa de vino tras algo más de una hora repasando los artículos—. Joder, esto es para iniciados.