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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga, polcíaco, espionaje

Un traidor como los nuestros (38 page)

BOOK: Un traidor como los nuestros
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—¿Y eso?

Los gemelos asumieron la responsabilidad, y Tamara quedó olvidada temporalmente.

—Se ha ido a clase de equitación y aún no ha vuelto —explicó Viktor a la vez que su hermano, Alexei, entraba en el salón ruidosamente detrás de él.

—No, no ha ido; solo ha dicho que iba a clase de equitación. Solo lo ha dicho, gilipollas. Natasha miente, ya lo sabes —Alexei.

—¿Cuándo ha ido a clase de equitación? —terció Gail.

—Esta mañana. ¡Temprano! ¡A eso de las ocho! —exclamó Viktor, adelantándose a Alexei—. Había quedado allí, en la escuela. Para una demostración de doma o algo así. Papá había llamado unos diez minutos antes para decirnos que estuviésemos listos a mediodía. Natasha ha dicho que ya había quedado en la escuela de equitación, que tenía que ir por fuerza.

—¿Y ha ido?

—Claro. La ha llevado Igor en el Volvo.

—¡Chorradas! —otra vez Alexei—. ¡Igor la ha llevado a Berna! ¡Joder, no ha ido a la escuela de equitación, pedazo de idiota! ¡Natasha ha mentido a mamá!

Gail, la abogada, los obligó a dar marcha atrás.

—¿Igor la ha dejado en Berna? ¿Adónde la ha llevado?

—¡A la estación! —exclamó Alexei.

—¿A qué estación, Alexei? —preguntó Perry con severidad—. Ahora tranquilo. ¿En qué estación de Berna ha dejado Igor a Natasha?

—¡En la estación central! ¡La estación internacional, por Dios! Salen trenes a todas partes. ¡A París! ¡Budapest! ¡Moscú!

—Papá le ha dicho que fuera allí, Catedrático —insistió Viktor, bajando la voz para crear un intencionado contrapunto respecto a la histeria de Alexei.

—¿Se lo ha dicho Dima, Viktor? —Gail.

—Dima le ha pedido que fuera a la estación. Eso ha dicho Igor. ¿Quiere que llame a Igor otra vez y habla usted con él?

—¡No puede, gilipollas! ¡El Catedrático no habla ruso! —Alexei, ya al borde del llanto.

Otra vez Perry, con igual firmeza que antes:

—Viktor… espera un momento, Alexei… Viktor, vuelve a decirme eso… despacio. Alexei, seré todo tuyo en cuanto haya escuchado a Viktor. Ya, Viktor.

—Según Igor, eso es lo que le ha dicho ella, y por eso él la ha dejado en la estación central. «Dice mi padre que tengo que ir a la estación central.»

—¡Igor es también un gilipollas! ¡No ha preguntado para qué! —vociferó Alexei—. También es un imbécil de mierda. Le tiene tanto miedo a mi padre que ha dejado a Natasha en la estación, y adiós muy buenas. No le ha preguntado para qué. Se ha ido de compras. Si Natasha no vuelve, no es culpa de él. Mi padre se lo ha ordenado, y él lo ha hecho, o sea que la culpa no es suya.

—¿Cómo sabes que no ha ido a la demostración de doma? —preguntó Gail una vez sopesados los testimonios de ambos.

—Por favor, Viktor —se apresuró a decir Perry antes de que Alexei metiera baza otra vez.

—Primero nos han llamado de la escuela de equitación: ¿dónde está Natasha? —respondió Viktor—. Sale a ciento veinticinco la hora, no ha anulado la clase. Se supone que tiene que ir a esa mierda, la doma. Tienen el caballo ensillado y esperando. Y llamamos a Igor, al móvil. ¿Dónde está Natasha? En la estación, dice, por orden de vuestro padre.

—¿Cómo iba vestida Natasha? —Gail, volviéndose hacia el angustiado Alexei por consideración.

—Llevaba unos vaqueros anchos. Y una especie de blusón ruso. Como un…kulak.Ahora Natasha está en la onda nada de formas. Dice que no le gusta que los chicos le miren el culo.

—¿Tiene dinero? —todavía a Alexei.

—Mi padre la da lo que sea. La malcría. Nosotros recibimos cien al mes; ella, quinientos. Para libros, ropa, zapatos, que son su locura; el mes pasado mi padre le compró un violín. Los violines cuestan millones.

—¿Y habéis intentado llamarla a ella? —Gail, ahora a Viktor.

—Una y otra vez —dice Viktor, quien se perfila ya claramente como el hombre sereno, maduro—. Todos. Con el móvil de Alexei, con el mío, con el de Katia, con el de Irina. No contesta.

Gail a Tamara, recordando su presencia:

—¿Usted ha intentado llamarla?

Tampoco Tamara contestó.

Gail a los cuatro niños:

—Me parece que deberías ir todos a otra habitación mientras yo hablo con Tamara. Si Natasha llama, tengo que hablar con ella yo primero. ¿Os queda claro a todos?

Como en el rincón oscuro de Tamara no había otra silla, Perry acercó una banqueta de madera sostenida por dos osos tallados, y ambos tomaron asiento allí, observando a Tamara, que desplazaba de uno a otro sus ojos pequeños, como botones, sin posarlos en ninguno.

—Tamara —dijo Gail—. ¿Por qué a Natasha le da miedo ver a su padre?

—Debe de estar embarazada.

—¿Eso se lo ha dicho ella?

—No.

—Pero usted lo ha notado.

—Sí.

—¿Cuánto hace que se le nota?

—Eso no viene al caso.

—Pero ¿ya en Antigua?

—Sí.

—¿Ha hablado de eso con ella?

—No.

—¿Y con su padre?

—No.

—¿Por qué no ha hablado de eso con Natasha?

—La odio.

—¿Ella la odia a usted?

—Sí. Su madre era una puta. Ahora Natasha es una puta. No es de extrañar.

—¿Qué pasará cuando su padre se entere?

—Puede que la quiera más. Puede que la mate. Dios dirá.

—¿Sabe quién es el padre de la criatura?

—Puede que sean muchos los padres. De la escuela de equitación. De la escuela de esquí. Puede que sea el cartero, o Igor.

—¿Y no tiene ni la menor idea de dónde está ahora?

—Natasha no confía en mí.

Fuera, en el patio del establo, había empezado a llover. En el cercado, los dos hermosos zainos se daban suaves testarazos. Gail, Perry y Ollie permanecían a la sombra del remolque. Ollie había hablado con Luke por el móvil. Luke no había podido hablar abiertamente porque Dima iba en el coche con él. Pero el mensaje transmitido ahora por Ollie no admitía discusión. Seguía hablando con aparente serenidad, pero su cockney, de por sí imperfecto, se enmarañó más aún a causa de la tensión:

—Tenemos que salir de aquí por piernas ya mismo. Se han producido sucesos muy graves, y el convoy no puede esperar más por un solo barco. Natasha tiene sus números de móvil, y ellos tienen el de ella. Luke no quiere que nos crucemos con Igor, y por tanto eso no va a pasar, maldita sea. Dice que los metáis a todos en el remolque ya, Perry, por favor, y que nos larguemos ya, ¿entendido?

A medio camino de la casa, Gail llevó aparte a Perry.

—Sé dónde está Natasha —dijo.

—Pareces saber muchas cosas que yo desconozco.

—No tantas. Las suficientes. Voy a buscarla. Necesito tu respaldo. No voy de heroína, ni es cosa de mujercitas. Ollie y tú os lleváis a la familia, y yo os seguiré con Natasha en cuanto la encuentre. Eso voy a decirle a Ollie, y necesito saber que cuento con tu apoyo.

Perry se llevó las manos a la cabeza como si se hubiera olvidado algo; al cabo de un momento las dejó caer a los lados en un gesto de rendición.

—¿Dónde está?

—¿Dónde está Kandersteg?

—Ve a Spiez, coge el tren de Simplón para subir a la montaña. ¿Tienes dinero?

—De sobra. De Luke.

Perry dirigió una mirada de impotencia a la casa, y luego a Ollie, que, impaciente, aguardaba con su sombrero de fieltro junto al remolque. Por último, otra vez a Gail.

—Por el amor de Dios —susurró, atónito.

—Lo sé —dijo ella.

Capítulo 15

Entre sus compañeros de escalada, Perry tenía fama de ser un hombre de acción resuelto y con la mente clara en las situaciones de peligro, y él se enorgullecía de ver poca diferencia entre lo uno y lo otro. Temía por Gail, era consciente de la precariedad de la operación, y lo entristecía tanto el embarazo de Natasha como el hecho de que Gail hubiera considerado necesario ocultárselo. Al mismo tiempo respetaba sus razones y se culpaba a sí mismo de ello. La imagen de Tamara reconcomida por los celos a Natasha, como una arpía en una novela de Dickens, le repugnaba y se sumaba a su preocupación por Dima. Al verlo por última vez en la sala de masaje se conmovió de un modo que escapaba a su comprensión: un eterno delincuente sin reformar, asesino confeso y blanqueador de dinero número uno es mi responsabilidad y mi amigo. Por mucho que respetara a Luke, lamentaba que Héctor se hubiese visto obligado a dejar el trabajo in situ en manos de su segundo en un momento en que la operación apuntaba hacia la meta o el desastre.

Y sin embargo, su reacción ante esta tormenta perfecta fue la misma que podría haber tenido si la cuerda se hubiese roto por debajo de él en una pared rocosa: mantente firme, evalúa el riesgo, cuida de los participantes más débiles, busca un camino. Y eso hacía ahora, en cuclillas dentro del remolque con los hijos naturales y adoptivos de Dima alrededor en un compartimento y la sombra contumaz de Tamara proyectándose en listas a través de las lamas de la mampara. «Tienes a tu cargo a dos niñas rusas de corta edad, dos adolescentes rusos y una mujer rusa mentalmente inestable, y tu misión es llevarlos a lo alto de la montaña sin que nadie se dé cuenta. ¿Qué haces?» Respuesta: sigues adelante sin más.

Viktor, en un arrebato de gallardía, se había ofrecido a acompañar a Gail allí a donde fuera, a cualquier sitio, tanto le daba. Alexei se había mofado de él, insistiendo en que Natasha solo quería llamar la atención de su padre y que Viktor solo aspiraba a la de Gail. Las niñas se negaban a irse sin Gail. Se quedarían en la casa y la protegerían hasta que ella regresara con Natasha. Entretanto Igor velaría por ellas. Ante sus ruegos, Perry, el líder de grupo nato, había repetido la misma respuesta, paciente pero categórica:

—El deseo de Dima es que vengáis con nosotros inmediatamente. No, es un viaje sorpresa. Ya os lo ha dicho él. Sabréis adónde vamos cuando lleguemos, pero es un sitio apasionante y no habéis estado nunca. Sí, él se reunirá con nosotros esta noche. Viktor, coge estas dos maletas, tú Alexei, esas dos. No es necesario cerrar la casa, Katia, gracias; Igor llegará de un momento a otro. Y el gato se queda. Los gatos se encariñan con los lugares más que con las personas. Viktor, ¿dónde están los iconos de tu madre? En la maleta. Bien. ¿De quién es ese oso? De acuerdo, él también ha de venir con nosotros, ¿no? Igor no necesita un oso, y tú sí. Y por favor, id todos al baño ahora, queráis o no.

Dentro del remolque, al principio las niñas estaban mudas; de pronto empezaron a animarse y alborotar, en gran medida gracias a Ollie y su sombrero de ala ancha, que se quitó con ademán solemne para indicarles que entraran en la carroza real. Todos tenían que levantar la voz por encima del bullicio para hacerse oír. Los remolques para caballos traqueteantes no están insonorizados.

¿Adónde vamos?, gritaron las niñas.

Es un secreto: Perry.

¿De quién es el secreto?

De Dima, tonta: Viktor.

¿Cuánto tardará Gail?

No lo sé. Depende de Natasha: Perry.

¿Llegarán allí antes que nosotros?

No lo creo: Perry.

¿Por qué no podemos asomarnos por detrás?

—¡Porque la ley suiza lo prohíbe terminantemente! —contestó Perry levantando mucho la voz, y aun así las niñas tuvieron que inclinarse hacia él para oírlo bien—. ¡Los suizos tienen leyes para todo! ¡Asomarse desde la parte de atrás de un remolque en movimiento es un delito especialmente grave! ¡A los que lo hacen los mandan a la cárcel durante mucho tiempo! ¡Mejor será que miréis qué os ha puesto Gail en las mochilas!

Los chicos se mostraron menos dóciles.

—¿Tenemos que jugar con estas cosas de niños pequeños? —bramó Viktor con incredulidad por encima del ruido del viento, señalando un frisbee que asomaba de una mochila.

—¡Esa era la idea!

—Pensaba que íbamos a jugar al criquet —otra vez Viktor.

—¡Lo intentaremos!

—Entonces no vamos a la montaña.

—¿Por qué no?

—¡En la puta montaña no se puede jugar al criquet! No hay sitios planos. Los campesinos se cabrean. Así que vamos a un sitio llano, ¿no?

—¿Os dijo Dima que es un sitio plano?

—¡Dima es como tú! ¡Misterioso! ¡A lo mejor está metido en la mierda hasta el cuello! ¡A lo mejor lo persigue la policía! —exclamó Viktor, al parecer muy entusiasmado con la idea.

Pero Alexei estaba fuera de sus casillas:

—¡Eso no se pregunta! No queda bien. Joder, da vergüenza preguntar una cosa así sobre tu padre, gilipollas.

Viktor sacó el frisbee y, pensándose mejor su anterior protesta, simuló que comprobaba el equilibrio del disco en una corriente de aire.

—¡Vale, pues no he preguntado nada! —exclamó—. ¡Lo retiro totalmente! Nuestro padre no está metido en la mierda hasta el cuello y la policía lo adora. La pregunta ha sido retirada, ¿vale? La pregunta nunca se ha hecho. ¡Es una ex pregunta! —Comentarios que, pese a las bromas, llevaron a Perry a plantearse si los chicos no habían sido trasladados a escondidas ya alguna otra vez, quizá en la época de asesinatos de Perm, cuando Dima se abría aún camino hacia arriba a uñas y dientes.

—¿Os puedo pedir una cosa, caballeretes? —preguntó, indicándoles con una seña que se acercaran casi hasta rozar con sus cabezas la de él—. Vamos a pasar un tiempo juntos. ¿Vale?

—Vale.

—¿Sería posible, pues, que cortaseis ya con tanto «joder» y tanto «mierda» delante de vuestra madre y las niñas? Y también delante de Gail.

Se consultaron mutuamente e hicieron un gesto de indiferencia. Vale. Así sea. ¿Y a mí qué? Pero Viktor no desistió. Con las manos ahuecadas en torno a la boca, susurró a Perry al oído para que las niñas no lo oyeran:

—¿Sabes el gran funeral? ¿Ese al que fuimos en Moscú? ¿La tragedia? Miles de personas llorando, ¿sí?

—Sí, ¿qué pasa?

—Al principio fue un accidente de coche, ¿vale? «Misha y Olga murieron en un accidente de coche.» Y una mierda. No fue un accidente de coche. Los mataron a tiros. ¿Y quién los mató? Una pandilla de chechenos locos que no robó nada y se gastó una fortuna en balas de Kaláshnikov. ¿Por qué? Porque odian a los rusos. Y una mierda. ¡No fueron los putos chechenos!

Alexei lo aporreaba e intentaba taparle la boca con la mano, pero Viktor lo apartó de un empujón.

—Ve a Moscú y pregunta a cualquiera que se entere un poco. Pregúntale a mi amigo Piotr. A Misha se lo cargaron. Se había vuelto contra la mafia. Por eso se lo quitaron del medio. Y a Olga lo mismo. Ahora intentarán quitarse del medio a mi padre antes de que la policía llegue a él. ¿Verdad, mamá? —gritó a Tamara entre las lamas—. ¡Lo que ellos consideran una pequeña advertencia para demostrar quién manda! Mi madre sabe de qué va. Lo sabe todo. Cumplió dos años en la cárcel de Perm por chantaje y extorsión. La interrogaron durante setenta y dos horas sin parar, cinco veces. Le dieron una paliza de muerte. Piotr ha visto su historial. «Se emplearon métodos severos.» Versión oficial. ¿No es así, mamá? Por eso ya no habla con nadie más que con Dios. Le quitaron las ganas de hablar a palos. ¡Eh, mamá! ¡Te queremos!

BOOK: Un traidor como los nuestros
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