Read Un verano en Escocia Online

Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (33 page)

BOOK: Un verano en Escocia
10.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Joss y Mick se miraron.

—A Giles le estaría muy bien empleado que le dieran un buen susto —dijo Mick, sonriendo—. Espero que Izzy lo haga.

—Sí. Siempre que nadie resulte malherido —dijo Joss, que no parecía muy convencido.

24

—No he llegado a darte las gracias por las campánulas —dijo Daniel, después de colocar a Isobel en la alfombra al borde del escenario y empezar a pintar.

—Era mi manera de darte las gracias… por animarme aquella noche tan espantosa, por escuchar sin hacer preguntas, por el cariño que muestras hacia mis hijos y ser tan agradable con los dos. Por hacerme reír.

—Todo va incluido en el servicio —dijo él con tono ligero—. Lo volvería a hacer en cualquier momento; solo tienes que silbar y allí estaré yo, bailando al son que tú quieras. Pero eso ya lo sabes, ¿no es cierto? —añadió.

—Es posible —respondió ella, bajando la mirada y doblando el fleco de la alfombra con mucha concentración.

—Además —siguió diciendo Daniel—, tú no tienes que darme las gracias por nada. Pero yo sí que tengo que dártelas, porque has hecho algo por mí.

Entonces sí que Isobel levantó la vista, como él había esperado, con la cabeza ligeramente ladeada, adoptando, sin saberlo, justo la pose que él quería. Sus ojos parecían enormes.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que me has enseñado a sentir de nuevo.

—Pero puedes salir herido.

—Es probable. Me enfrentaré a ello cuando suceda. Pero me has hecho ver que hay que correr ese riesgo, que no es bueno ir cargado con tu escudo protector a todas partes, como si fueras un caracol. He pensado mucho en lo que dijiste.

—¡Uf! Es para ponerse nerviosa.

—Pero es mi responsabilidad, no la tuya. No te preocupes, es una decisión consciente.

—Espero que no lo lamentes —dijo con voz grave.

—Te lo prometo. Habrá valido la pena. —Y añadió deliberadamente—. Pase lo que pase.

Los dos se quedaron en silencio un rato, mientras sus pensamientos seguían líneas separadas, pero paralelas. Luego Isobel se echó a reír, de repente, y su cara se iluminó de la manera que él había llegado a amar.

—Por favor, no vayas a ponerte serio conmigo, ¿eh? Suenas alarmante, como si pensaras que acabas de experimentar una conversión o algo así; como uno de esos nuevos cristianos evangélicos.

—Pues a lo mejor es eso. —Sonrió—. No puedo saberlo. Nunca me había pasado antes.

—Desconfío del temible celo del converso —dijo, sombría.

—Nada de celo, lo prometo. Por estas que son cruces. —Le devolvió la risa. Pensó que cuando estaba con ella, todo lo que miraba, todo lo que oía, incluso sus pensamientos, parecían más claros y brillantes, como si ella tuviera el poder de afinar de nuevo todos sus sentidos.

—¿Crees en Dios? —le preguntó ella de repente.

—… Sí —respondió después de pensarlo un momento—. Creo que sí. Quizá no de una forma convencional. Mis ideas no encajarían en ninguna religión en particular y tengo una tonelada de dudas.

—Yo también —admitió ella—, pero creo que la duda es importante, ¿tú no? Es la convicción absoluta lo que me aterra. Esas personas que creen que su camino es el acertado, sin que quepa ninguna modificación, como la suegra de Fee, por ejemplo, que está segura de que Dios está de su parte al cien por cien y que, cuando llegue el momento, volará directa al cielo con un billete de primera clase; los fundamentalistas y los fanáticos del remedio único.

—¿Crees que es posible ser uno de esos fanáticos y conservar algún sentido del ridículo? —preguntó, pensando en lo mucho que le gustaba su humor irónico y su capacidad para burlarse de ella misma.

—En una ocasión me dijeron que, a menos que puedas reírte de tu religión, no estás en buenos términos con el Todopoderoso. Eso me gustó. Se parece un poco a la manera en que siempre le tomas el pelo a las personas que más quieres, supongo.

—Entonces, por favor, no dejes de tomarme el pelo —dijo Daniel, enarcando una ceja.

—Lo haré —prometió ella—. Puedes estar seguro.

Los dos eran conscientes de que, en su relación, quizá estuvieran a punto de cruzar unos límites peligrosos.

El tiempo pasó sin que se dieran cuenta y la sesión, que Isobel había pensado que duraría una hora, se alargó.

Fue una sorpresa para los dos cuando Joss entró con Edward.

—¿Eh, vosotros dos, cómo va todo? —preguntó—. Aquí tenemos un chaval que ya ha tomado su baño y quiere que su mamá le lea un cuento.

—Hola, Ed, cariño. Oh, Joss, lo siento, no tenía ni idea de que fuera tan tarde. Este asunto de hacer de modelo te hace perder la noción del tiempo.

—Me atrevería a decir que eso depende de quién sea el pintor —dijo Joss, irónico—. Pero no pasa nada —añadió, aunque por una vez se sentía un poco inquieto—. Mick y yo nos vamos ya, si te parece bien. Cuidaos. —Estuvo a punto de sugerir que a lo mejor a Daniel le apetecía reunirse con ellos más tarde en el Drochatt Arms, pero cambió de idea. El pintor sabía dónde encontrarlos, si quería.

Isobel le leyó a Edward una historia extralarga de un libro muy aburrido sobre monstruos prehistóricos y luego, a petición suya, le leyó el mismo capítulo otra vez, de principio a fin, en lugar de pasar al siguiente. Pensó en lo extraño que era que uno pudiera leer en voz alta —se enorgullecía de que lo hacía bastante bien, ya que inventaba diferentes voces para los diversos monstruos, unos personajes mortalmente aburridos— y al mismo tiempo que una línea de pensamiento totalmente diferente se retorciera en tu mente como si fuera una serpiente herida.

—¿La señora araña de las piernas largas se ha ido? —preguntó Edward, mientras ella lo arropaba en la cama.

—Sí, se ha ido con papá y Amy a hacer música.

—¿Volverá?

—Sí, cariño, pero no hasta el miércoles.

—¿Cuánto falta para el miércoles?

—Bastante.

—Me gusta más cuando no está —afirmó Edward.

«A mí también —pensó Isobel—, a mí también.»

Se le ocurrió que podía ofrecerles a Mick y Joss, quienes habían propuesto dormir en la casa para cuidar de Edward y los perros, mientras Giles y ella estuvieran fuera, la oportunidad de tener libre todo el fin de semana. Aunque también preguntó si Daniel tenía intención de trabajar los días de fiesta; no había dicho nada de sus planes para el fin de semana. Cuando bajó, no tenía ni idea de si pensaba quedarse en Glendrochatt o no. De repente, la idea de que pudiera marcharse a algún sitio no le gustó nada.

Daniel estaba tumbado en el sofá de la cocina, viendo la televisión con Flapper acurrucada a su lado. Wotan estaba echado debajo de la mesa, mirándolo con aire desaprobador.

Daniel se había cambiado, y se había quitado la ropa vieja que llevaba para pintar. Se puso de pie, cuando Isobel entró.

—¿Te importa si me quedo aquí este fin de semana? —preguntó con aire tímido, como si le hubiera leído el pensamiento—. Puedo marcharme a algún sitio, si no te viene bien.

—Por favor, quédate —respondió Isobel—. A Edward y a mí nos gustaría mucho que estuvieras con nosotros.

Preparó un soufflé de queso para los dos, mientras Daniel charlaba con ella, contándole historias de su época viajera, cuando vagó por el mundo entero pintando, quedándose en un sitio o marchándose a otro, según le apeteciera y de su entusiasmo cuando, después de dos años de vagabundeo, volvió a Inglaterra y su primera exposición en Londres fue un enorme éxito.

Era un buen narrador y hacía que sus aventuras sonaran hilarantes, pero ella percibía su soledad interior.

—Está claro que no había nada particular en casa para hacerte volver. ¿Sentiste alguna vez la tentación de asentarte en algún lugar fuera de aquí? —preguntó.

—La verdad es que no. No creo que hubiera servido de nada. Si hubiera intentado echar raíces en cualquier otro sitio, habría seguido cargando conmigo mismo. Quizá algún día vuelva a levantar el vuelo. Me va bien no tener compromisos.

—¿Y ser libre como el viento? —preguntó ella; sin embargo, en aquel momento, sonó el teléfono.

Era Giles, para decir que habían llegado bien a casa de los Broughton, aunque había sido un viaje muy largo, con mucho tráfico por ser viernes por la noche. No le preguntó a su esposa cómo estaba ni le dijo que la quería, como solía hacer cuando estaba lejos de ella. Isobel pensó en lo sorprendentemente fácil que era captar un estado de ánimo a través de una voz incorpórea en el teléfono. Giles sonaba tan frío y tan distinto de él mismo que, de haber estado sola, se habría hundido en la tristeza más absoluta. Luego habló con Amy.

Esta, que siempre desbordaba de cosas que contar, parecía muy reservada. Estaba absolutamente segura de que Lorna estaba en la habitación con los dos.

Isobel había acordado que Edward iría a jugar con Mungo el sábado y, por la mañana, lo acompañó a casa de los Fortescue.

Fiona se sorprendió al verla, ya que esperaba a Joss. Miró a Isobel preocupada cuando se enteró del cambio de planes.

—¿Por qué no te quedas tú también a almorzar? —le propuso—. Duncan se ha ido a pescar. Emily ha invitado a Tara Duff-Farquharson a pasar el día aquí y tengo montones de pastel de carne. Me encantaría.

Pero Isobel dijo que tenía que volver a Glendrochatt.

—Parece una ocasión de oro para hacer montones de cosas diversas mientras Giles y Amy no andan por en medio —dijo de forma poco convincente—. Además, le he prometido a Daniel que haríamos otra sesión para el retrato.

—Oh, Izzy —exclamó Fiona, impulsivamente—. Por favor, ten cuidado.

—¿Por qué tengo que tener cuidado? —Isobel no fingió no haberla entendido—. Giles decidió llevarse a Lorna en mi lugar.

—Pensaba que habías dicho que fuiste tú quien decidió no ir con él, a causa de Edward.

—Hum, sí… pero también fue porque no quería dejar a Lorna en casa causando problemas con Mick y Joss y, de todos modos, Edward le tiene pánico. Pero la verdad es que no creía que Giles se la llevaría con él y con Amy.

—Suena como si hubieras caído en tu propia trampa.

—Es posible —dijo Isobel, adelantando la barbilla y adoptando un aire desafiante—, pero no veo por qué no tendría que sacar el máximo partido. No seas tan retrógrada, Fee. Solo disfruto de un poco de compañía. Sí, me cae bien Daniel, pero no tengo ninguna intención de dejar que las cosas se desmadren.

—Bueno, cuando algo se desmadra, pocas veces ha habido intención.

A la hora del almuerzo, Isobel y Daniel prepararon la mesa en el jardín.

Escocia en mayo puede ser fría e inhóspita, pero la racha de buen tiempo se mantenía. Los macizos de azaleas que crecían hasta el mismo borde del lago estaban en su mejor momento, haciendo que no solo toda la pendiente, sino el agua misma pareciera estar en llamas, de tantos amarillos y naranjas como se reflejaban en ella. Llevó a Daniel a sus lugares favoritos en la propiedad. Pasearon y hablaron.

Hablaron de las ambiciones de él como pintor y de lo mucho que disfrutaba trabajando en los dos retratos, de que confiaba exponerlos al año siguiente en la exposición anual de la Royal Portrait Society, en la Mall Gallery. Si los aceptaban, podía significar un importante giro en su carrera. Hablaron de las esperanzas y temores de Isobel respecto a sus hijos; de si había que animar a Amy para que llegara a ser una intérprete profesional o si, como Flavia había insinuado, podía resultar una vida demasiado dura; de la propia carrera de Isobel como actriz, una carrera que nunca había llegado a despegar; de la incertidumbre sobre el futuro de Edward.

—Siento como si estuviéramos en un momento de pausa —dijo mientras seguían el curso del arroyo hacia lo alto de la colina, por detrás de la casa—. El último ataque fue un retroceso, pero estamos pasando una fase muy buena con Edward, la mejor que hemos tenido y sé que quizá no dure mucho. Es estupendo que ya haya pasado su revisión de este año, pero solo puede quedarse en Greenyfordham un año más, de todos modos. Luego tendremos que volver a empezar la lucha por encontrar un lugar adecuado. Es curioso lo de tus vínculos con las escuelas Camphill porque, aunque una parte de mí no quiere ni pensar en que se vaya interno a ningún sitio, esa es definitivamente nuestra opción preferida. Las personas que trabajan allí son todas tan encantadoras, tan entregadas. Me gusta su planteamiento y lo que defienden, todo.

—Todavía puedo citar algunos de sus principios —dijo Daniel—. «¿No consigo ver el potencial humano y espiritual del otro porque parece que no tiene ninguno? ¿O es que estoy inhibido por cierta ceguera propia que no me permite reconocer el potencial del otro?» Es algo que da que pensar, ¿verdad?

—Sin ninguna duda —reconoció Isobel—. Y es preciso que intentemos encontrar el lugar adecuado para Ed en el futuro, su propio mundo, por si nos sucediera algo a nosotros. Además, no sería justo que Amy tuviera que cargar con toda la responsabilidad de Ed un día. No sería lo mismo si tuviera otros hermanos con quienes compartir esa responsabilidad.

—¿No quisisteis tener más hijos, después de Edward?

—Oh, sí, desesperadamente. No sabemos por qué Ed es como es, pero los dos estábamos dispuestos a volver a correr el riesgo. Sin embargo, yo estuve muy enferma cuando nacieron los gemelos y ya no puedo tener más hijos. Ha sido algo muy triste.

—Camphill es un modo de vida, toda una manera de pensar —dijo Daniel, imaginando que sería mejor volver a un terreno menos peligroso—. Te identificas totalmente con ella… pero debe causaros una enorme ansiedad tratar de decidir qué es lo mejor para Edward.

—Sí. Sea como sea, incluso si es lo que nosotros queremos, ¿el ayuntamiento nos dará luz verde? Eso representa una preocupación constante. ¡Dios, qué calor hace! Sentémonos un rato.

Habían llegado a un punto del arroyo donde había unas piedras colocadas para cruzarlo, un lugar donde a los niños les gustaba ir. Isobel se dejó caer en la orilla, bajo la sombra de un serbal retorcido. En otoño, sus frutos de color escarlata serían una hoguera de color. Isobel siempre los recogía y preparaba una gran cantidad de jalea para hacer su plato preferido: urogallo laqueado.

Daniel se sentó en una roca y la miró desde lo alto.

—¿Conoces a alguien que tenga un hijo en alguna de las escuelas Camphill? —preguntó, encendiendo un cigarrillo.

—Sí, tengo una amiga que tiene un hijo discapacitado, de dieciséis años, en la que hay cerca de Aberdeen; allí es donde nos gustaría que fuera Ed. Dice que son fantásticos; que pueden con los niños más difíciles y que los tratan muy bien a todos. Debo decir que me aterra pensar en el inicio de la pubertad de Ed. Es evidente que esa época acarrea toda una serie de nuevos problemas.

BOOK: Un verano en Escocia
10.39Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Randall Wedding by Judy Christenberry
Messenger of Truth by Jacqueline Winspear
The Amulet by Alison Pensy
The Ruining by Collomore, Anna
Once Upon a Rake by Holt, Samantha